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El Eafitense / Edición 107 “Ya no se habla de inmediatez, sino de compulsividad” - El Eafitense – Edición 107

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“Ya no se habla de inmediatez, sino de compulsividad”

​Salvador Alsius es, en la actualidad, director de la carrera de Periodismo en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (UPF) y es integrante de la Real Academia de Doctores de Cataluña. ​​​​


Daniel Hermelin Bravo
Jefe del pregrado en Comunicación Social de EAFIT
Catalina Suárez Restrepo
Jefa del Departamento de Comunicación de EAFIT

Licenciado en Economía. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Periodista. Pensador. Salvador Alsius es, en la actualidad, director de la carrera de Periodismo en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (UPF) y es integrante de la Real Academia de Doctores de Cataluña. ​

Sin embargo, son sus posturas acerca de la ética y la transparencia en el periodismo las que lo representan en la actualidad. Él lo sabe bien: en el mundo de hoy los medios de comunicación, tan distintos, tan fáciles de consultar, tan sencillos de consumir, siguen siendo responsables de lo que publican, de lo que emiten, de lo que dicen.

Por eso, afirma, los principios básicos de la ética periodística son los mismos para todos los medios, incluso los digitales.

Alsius estuvo en EAFIT como invitado durante la tercera Cátedra Medellín-Barcelona. Con estudiantes y profesores habló de la regulación y la autorregulación en los medios de comunicación, pero fue más allá: ética contractual, posturas partidarias, redes sociales, formación académica de los futuros periodistas...​

Sus respuestas son, más que revelaciones, elementos para la reflexión sobre una profesión que no está exenta de cuestionamientos y retos.

Para los medios, y en especial para internet, usted habla de los riesgos de buscar una ética universal en un extremo y en el otro de una ética relativista del todo vale. Para eso proponía una ética contractual, un término medio entre dos extremos. ¿Podría explicar mejor este concepto y sus necesidades de adaptación a contextos mediáticos y socioculturales tan dinámicos como los de hoy?

En la medida en que vivimos en sociedades democráticas y cada vez más laicas las morales fundamentalistas no nos sirven como elemento común. Cada grupo quiere tener su propio bagaje moral y eso es muy respetable, pero no como elemento común. ​​

Por eso hablo de ética contractual, es decir, la moralidad, la sociedad entendida como un contrato entre los diversos grupos sociales para determinar qué normas de comportamiento son las adecuadas y cuáles no. Entonces yo me pregunto: ¿cuál es el contrato social más global que existe en el mundo contemporáneo? No sé si hay algún otro, pero para mí es la Declaración de los Derechos Humanos y como en esta se contempla el derecho de los ciudadanos a recibir una información veraz y completa, pues allí hay un elemento en el que se puede basar la ética periodística que no es la moral individual más o menos fundamenFoto: Róbinson Henao 52 eafitense el talista ni la moral relativista que cada uno escriba lo que le parezca según el momento. Eso crea un marco que me parece adecuado para los tiempos que vivimos.

Algunos autores como Umberto Eco sugirieron dos extremos para clasificar a los investigadores sobre la relación de medios y sociedad: los famosos apocalípticos e integrados. Y, entre ambas perspectivas, hay matices. ¿Cómo ve usted estas perspectivas como soporte de las políticas públicas de la regulación de medios?

​Cuando reflexionamos sobre estos hechos siempre acudo a una parábola que llamo la parábola del mando a distancia: nuestro sistema de vida democrático se fundamenta en el sufragio universal que pasa por la siguiente convicción y es que, cuando nos llaman a votar y acudimos a la urnas, tiene exactamente el mismo valor la papeleta de un premio Nobel que la del más pobre de los campesinos, o la del hombre que la de las mujeres... y esa es la base de nuestra democracia. Y de eso estamos bastante convencidos y diría democráticamente orgullosos. 

De la misma manera que empezamos a reconocer que lo formativo y el entretenimiento podían ir de la mano podemos admitir que podemos informar a la gente de una manera entretenida.

Entonces me pregunto: ¿qué es lo que hace que algunas personas piensen que a ese individuo analfabeto al que atribuimos esa capacidad de decisión con su voto haya que restarle capacidad de decisión cuando lo que tiene en la mano es el mando a distancia del televisor? Decimos: “No, es un pobre ignorante que no sabe lo que quiere, que consume porquería, hay que sacarle la porquería”. ​

Yo no tengo respuesta ante esa paradoja, simplemente la planteo. ¿Qué solución tenemos? No lo sé, porque por una parte, supongo, que formo parte del círculo ilustrado de personas que pensamos que es una pena que la comunicación esté tan banalizada. Eso pienso los lunes, los miércoles y los viernes; en cambio los martes, los jueves y los sábados pienso que esa persona tiene todo el derecho a consumir lo que le plazca. ​

Al final creo que la única respuesta a esta paradoja es pedagogía. Es decir, aquellos que se consideren más capaces para creer que están en condición de la verdad sin llegar a hacer apocalípticos que intenten por todos los medios de hacer pedagogía y arrastrar a los demás hacia nuestras propias convicciones de que hay que prestar más atención a productos más “elevados”. 

Usted ha hecho una separación marcada entre el mundo de la información y el mundo del entretenimiento para hablar de ética periodística. ¿Cómo analizar los problemas éticos en lo que los anglosajones llaman las industrias del infoentretenimiento (algo que no parece ser una simple denominación interesada, sino una realidad en la relación entre medios y públicos)?​

La hibridación de géneros es algo que viene en parte muy determinado también por las nuevas tecnologías que favorecen diversas maneras de envasar los mensajes y que, por lo tanto, traigan mezclados elementos de información y diversión. 

Recuerdo aquellas tres funciones clásicas que los sociólogos funcionalistas atribuyen a los medios de comunicación: informar, formar y entretener. De la misma manera que empezamos a reconocer que lo formativo y el entretenimiento podían ir de la mano podemos admitir que podemos informar a la gente de una manera entretenida. Yo siempre he sido partidario de esto. Yo en los telediarios introducía ciertas chispas para procurar tener un gancho y así la información llegara con facilidad, o había secciones que tenían elementos de humor y de ironía, de manera que nunca lo he hecho ascos a una cierta aproximación entre la información y el entretenimiento.

La hibridación de géneros, de todas manera, tiene sus peligros. Porque si lo que ocurre es que el entretenimiento acaba desvirtuando la información (en la medida en que la información es un bien que debemos cuidar mucho y un bien democrático fundamental), entonces pondría una línea roja. 

Pero reconozco que soy un poco anticuado en eso porque veo que hay mucha gente joven que, a través de la teorización de lo transmedia, ven que eso es imparable y creen que la hibridación de géneros se debe admitir de una manera más abierta. Yo tengo mis escrúpulos en eso porque insisto en que en el momento en que la información pura se desvirtúa, se está perdiendo un valor.​

Uno de los principios que menciona (y que sigue vigente) es la rigurosidad periodística y nos compartió en su charla que un periodismo ético es lo mismo que un periodismo de calidad. ¿Cuál es su opinión acerca del uso de las redes sociales como herramienta para la consecución de datos y el desarrollo de la reportería?, ¿esto reemplaza ese viaje a pie del periodista?

Como forma de obtención de datos todo vale. Si lo que trata es de acceder a las fuentes y a datos que pueden ser contrastados, bienvenidas las redes sociales, no tengo ningún tipo de objeción. En mi experiencia personal nunca he tenido la necesidad de usar Facebook para nada y en cambio soy un enamorado del Twitter porque al dejar los medios y estar en la academia, sí es cierto que tenemos una sala para tomar el café y leer la prensa del día, pero no tienes tiempo de ir allí. Por lo que cada vez estoy más distanciado de los flujos informativos de mi entorno. 

El Twitter me ha permitido volver a eso y estoy encantado de la vida porque sé que siguiendo a una serie de personas me están construyendo mi menú informativo y es raro el día que haya un artículo que me pueda interesar y que se me escape. Y me imagino que si estuviera trabajando en los medios quizás a través del seguimiento de otras fuentes tendría acceso a datos que de otra manera no. ​

Veo más peligro en las redes sociales, desde la perspectiva ética, en la difusión de la información, simplemente porque la característica de la inmediatez, que antes había sido atribuida a otros medios, en internet llega al paroxismo. Ya no se habla de inmediatez, sino de compulsividad, y me estoy refiriendo a la facilidad para retuitear, para mandar cualquier información de forma ​irreflexiva. Y se olvidan entonces principios básicos de contrastación de fuentes, de rigurosidad, etcétera. Incluso no lo veo desde el medio de comunicación, sino también desde la perspectiva del periodista particular.​

Por eso digo que los principios básicos de la ética periodística son los mismos para todos los medios, incluso los digitales.​​

Creo que hay periodistas que creen que el pecado en internet es más venial, menos mortal que en otros medios, para seguir la metáfora de la moral católica. Entonces hay una cierta sensación de venalidad.

¿Y cuáles son esos principios éticos que continúan vigentes?, ¿cree que se puedan anexar otros principios con estos nuevos medios?

En mi producción académica tengo construido un tesauro de la ética periodística en la que tengo 45 temas a considerar y los tengo agrupados en cuatro grandes principios que, a partir de diversas lecturas, fui perfilando: veracidad, justicia, libertad y responsabilidad. ​

Cada uno de ellos se va desgranando en una serie de subprincipios. En el de veracidad hay temas como el rigor periodístico que incluye la contrastación de fuentes, no difundir rumores, rectificar las informaciones falsas, la neutralidad entre fuentes...​

Y estos principios también cobijan a internet, pero, además, he identificado una serie de cuestiones concretas que me parecen que en internet están sujetas a mayores peligros, donde se encienden más a menudo luces rojas, como la responsabilidad editorial, el rigor aplicado a ciertos aspectos como la difusión de rumores, los cometarios, la moderación de la participación, la permanencia de los documentos online (derecho al olvido) y el plagio.​

¿Se puede decir, entonces, que internet ha alterado un poco esa ética periodística?​

Sí, yo creo que es un medio que da lugar a mayores transgresiones. Creo que hay periodistas que creen que el pecado en internet es más venial, menos mortal que en otros medios, para seguir la metá- fora de la moral cató- lica. Entonces hay una cierta sensación de venalidad.​ 

Hay varias corrientes que consideran que ética y periodismo son uno solo. ¿Con tantos intereses en juego, o como usted lo llama concomitancia entre poderes, estos conceptos si siguen ligados?

Yo creo que los principios de los que estábamos hablando son consustanciales al oficio del periodista, es decir que lo definen. También es cierto que existen periodistas cuya mentalidad es de corte neoliberal que defienden que la información es una mercancía, exactamente igual que los jugos envasados que se compran y se venden. Entonces la gente que está instalada en esa convicción queda eximida de toda ética para vender esa mercancía.

Como yo considero que la información es un bien democrático de ahí se sigue otro razonamiento, es decir que trabajar por la información significa asumir unos principios, y ahí se puede identificar el periodismo con la ética. El auténtico periodismo para mí ha de​ ser ético necesariamente y si no, deja de serlo, porque se convierte en tráfico de información considerada como mercancía.​

En los tratados de libre comercio entre los paí- ses aparece el problema de los medios. Si se trata de negociaciones entre países de centro y periferia ¿puede ser útil el concepto de industrias culturales en la regulación como se ha insistido en Europa para contrarrestar la hegemonía de algunos emporios de la comunicación?

La cultura es también un bien democrático y un patrimonio de la humanidad y, por lo tanto, algún tipo de protección necesita. Los productos culturales dejados de la mano del mercado tienden a esa banalización de la que hablamos antes de forma inexorable, entonces algo se debe tener que hacer en la línea del proteccionismo.

El problema que surge es quién decide lo que debe ser protegido para no caer en el despotismo ilustrado y eso es muy complicado.​

En general, en muchos lugares, se ha buscado la forma de crear organismos arbitrales del tipo que sean, no solo en el campo de la información o la cultura, también en el de la política. Esa decisión no debería estar sujeta al juego político, sino por encima de este. Y surgen otras cuestiones de cómo se nombran a los árbitros y a quiénes deben arbitrar. Y esos arbitrajes quedan pervertidos por el juego político que intentamos superar y de ahí es muy difícil salir.​​

Los norteamericanos insisten en defender las industrias del infoentretenimiento y no las industrias culturales, y los europeos hablan de la excepción cultural para protegerse de los emporios norteamericanos...

Estoy con Europa en eso, pero quién va a determinar qué es bien cultural y qué no lo es. Y luego automáticamente tienes ese problema del arbitraje: ¿un comité de pintores, de músicos?

¿Cree que es ético que los medios asuman posturas partidarias? Hay quienes lo declaran abiertamente, otros que no lo declaran, pero es obvio...

Sí. En ese sentido estoy más con los norteamericanos que con los europeos para simplificarlo mucho. En Estados Unidos los periódicos desde antes de las elecciones dicen sus preferencias electorales. En España todos los medios reúnen a los seis candidatos y les hacen una foto y dan la información de los candidatos y le dicen a la gente que decida, es decir, no se pronuncian. Y, además, muchos periódicos tienen lemas de tipo “diario independiente de la mañana”, y hay gente que dice que de las muchas mentiras que tiene el periódico la primera viene ahí, en la cabecera, pero fingen esa neutralidad.

¿No hay una línea muy delgada en temas como veracidad y objetividad cuando se declara y no se asume?

Por eso soy más partidarios del sistema de lobbys. Es decir, tal periódico pertenece a este lobby y lo declara. Y en los créditos se explica quiénes son los propietarios y a qué intereses responden. Entonces vamos a las éticas contractuales, eso es una forma de contrato con el lector. Y es más honesto eso que esa especie de ficción de independencia. ​

Pero ojo, estoy hablando de medios privados. En los medios públicos siempre hay que exigir no solo la apariencia, sino la real neutralidad. Y surgen también asuntos de cómo se nombra un consejo de administración de medios públicos que garantice la independencia del profesional. Claro, al momento cuando se nombre, a partir de las mayorías parlamentarias, pues los partidos hegemónicos van a estar influyendo sobre los medios públicos.

El auténtico periodismo para mí ha de ser ético necesariamente y si no, deja de serlo, porque se convierte en tráfico de información considerada como mercancía.​​

En Europa eso ha quedado matizado por el influjo de algo tan mítico como lo es la BBC. Todavía lo estamos viviendo y lo tenemos como el modelo idealizado de lo que deben ser los medios públicos, pero a la hora de la verdad hay muchos problemas de nombramientos concretos evitando la hegemonía política y la influencia directa de los gobiernos El auténtico periodismo para mí ha de ser ético necesariamente y si no, deja de serlo, porque se convierte en tráfico de información considerada como mercancía. 56 eafitense el de turno, pero hay que hacer lo que se pueda a través de legislación y de cultura democrática para conseguir que los medios públicos sean lo más neutrales posibles.​

¿Qué tan presente está la formación ética en las facultades de comunicación en la actualidad?

El caso de Colombia no lo conozco. La sensación general es que creo que hay un cierto rearme ético en las facultades, se le da más importancia que tiempo atrás. No sé si eso ocurre acá. 

En España, durante cierta época, la universidad estuvo muy impregnada por el marxismo como ideología y esta no era una ideología que explicitara la ética. Evidentemente que hay una filosofía moral, pero no estaba formulada en términos de moralidad o de ética. Era difícil encontrarla en los textos. Eso hizo que la ética fuera vista durante mucho tiempo con un asunto trasnochado, la asimilaban a la moral religiosa y se fue dejando de lado.​​

Eso toma cuerpo en materias concretas bajo diferentes nombres, pero, además, exista o no la materia, lo más importante es que los claustros de profesores se han ido impregnando y están trasmitiendo cada vez más a los estudiantes, en general, valores éticos, a veces no explícitos, por ejemplo, el amor a la verdad y se incorpora en el ADN, la verdad como objetivo básico del trabajo periodístico y eso es importante.​

Al mismo tiempo, y en contraste con lo que estoy diciendo (y el contraste es muy gordo), en las investigaciones que hemos llevado a cabo encontramos, para nuestra sorpresa y desolación en casi todos los aspectos por los que preguntamos, que la gente más joven era la más laxa y la menos preocupada por el cumplimiento de la ética. Eso es preocupante. No sé cómo conjugan con lo de los claustros de profesores y el ADN porque ahí hay una contradicción evidente.

Explicaciones (por buscar algunas, pues es desconcertante): una es que antes muchos valores éticos no se transmitían en las escuelas, pero te los encontrabas en las grandes redacciones. Yo de quien aprendí algunas prácticas del periodismo fue del director, del redactor jefe del primer periódico en el que trabajé. ​

Ahora la gran mayoría de los egresados no van a parar a las salas de redacciones, sino a pequeños núcleos de trabajo (a veces unipersonales porque son freelance) y se pierde esa comunión con la profesión y se vuelve una especie de sálvese quien pueda y, automáticamente, se baja la guardia. Te sientes menos respaldado por el conjunto de la profesión y cada uno hace lo que pueda​.

Y esto se une con el segundo elemento que es la depresión laboral de la profesión y la necesidad de buscarse un hueco a toda costa en relación con el tema de las audiencias. Entonces si me tengo que saltar normas me las salto, pero consigo publicar un reportaje porque lo necesito para comer, o para lo que sea.​

Estas son líneas de explicación que encuentro ante esta extraña contrastación de que la gente más joven es más laxa que la mayor.​

¿No tendrá que ver un poco esa relación alejada entre academia y medios de comunicación?, ¿cómo es esa relación?

Sí. Con el tema de ética no lo sé. Pero sí puedo decir que me parece que durante mucho tiempo la academia y las empresas vivían de espaldas completamente. Las empresas tenían la creencia de que en la universidad no se aprende nada y de que no se puede ser periodista hasta que se llega a una redacción. Y era una ignorancia teñida de desprecio hacia a la academia. ​

Y eso en los últimos años ha ido cambiando, al menos en mi país. Hemos conseguido, con mucho esfuerzo, que las empresas periodísticas, los periodistas profesionales, vayan apreciando las diferencias entre procedencias de unos y otros. Y van apreciando la universidad de la que vienen. También cómo se van acercando los contenidos. ​

Y también hay otro motivo de acercamiento que es en el campo de la investigación aplicada, es decir, comienzan a haber en nuestro país ciertos requerimientos desde la industria hacia la universidad. Específicamente, en el campo de la comunicación, comienza a haber interés por encargar trabajos a la universidad. La empresa empieza a confiar en lo que se llama la transferencia de conocimiento. No sé si a veces lo que buscan las empresas es el sello, el prestigio que da la universidad, pero lo están pidiendo.​

Sin embargo, hay ciertos mecanismos puestos en marcha en la universidad que vuelven a poner en peligro este acercamiento: se le exige a la gente que, para hacer carrera académica, provengan solo de la investigación y sus méritos solo estén en este campo y no en el ejercicio profesional, restándole importancia a este. Si de aquí a 10 años la mayor parte de las horas de docencia las vuelven a dar quienes solo vienen de la investigación y no ​los que conocen los medios, automáticamente todo volverá a quedar en nada y volvemos a estar a varios años luz.​​

Con tantas posibilidades de participación de la gente, ¿considera que el periodismo sigue siendo una profesión prescindible?

El periodismo puede variar las formas, pero hay una serie de aspectos que son claves en la profesión que creo que perdurarán. Si el periodismo ciudadano en las redes e internet sustituye al periodismo me parece que iríamos muy mal. Eso sin negar el gran avance, incluso democrático, que significa que mucha más gente pueda emitir mensajes. ​

No voy a negar que la participación social en los medios es muy importante, pero que hay un rol profesional muy importante que es: gente que quiera narrar cosas todos los días, pero que las quiera narrar ateniéndose a unos géneros reconocibles por los otros. Esta es la primera condición. 

La segunda, que lo quiera hacer siguiendo los principios propios del periodismo, es decir, comprometiendo su credibilidad. Y un tercero es gente que sea capaz, en esa célula que es la internet, de identificar lo que es significativo de lo que no lo es y jerarquizarlo. Estos tres elementos son insustituibles y deben continuar existiendo si no quere​mos llegar al caos absoluto.


Última modificación: 27/02/2017 13:15