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El Eafitense / Edición 108 El espiritista - El Eafitense – Edición 108

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El espiritista

​​​​​​El escritor colombiano Juan Esteban Constaín, nacido en Popayán en 1979, obtuvo el primer lugar del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana con su obra El hombre que no fue Jueves. Constaín se llevó el premio, al mejor libro colombiano de 2014, entre 112 obras postuladas, de las que se preseleccionaron 11, para luego llegar a tres finalistas entre los que también estaban Ricardo Silva (El libro de la envidia) y Margarita García Robayo (Lo que no aprendí).


​Ricardo Silva, Juan Esteban Constaín y Margarita García, los tres finalistas del premio que convocaron EAFIT, Caracol TV y Familia.

Ana Cristina Restrepo Jiménez 
Docente del Departamento de Humanidades

Su biblioteca es el paraíso figurado del Poema de los Dones. Y el infierno de la Divina Comedia

En sus anaqueles ronda Virgilio, con el báculo indeciso. Bajo las sombras de libracos empastados en cuero, Dante deambula de la mano de Borges al encuentro de Homero, Horacio, Ovidio y Lucano.​

Ese pequeño apartamento del barrio Chapinero en Bogotá supera la imagen recatada de un museo de libros. Es un territorio de fantasmas. Todos los días, en un sofá de lectura, Juan Esteban Constaín Croce invoca las ánimas de la literatura universal: las letras concentradas en más de tres mil volúmenes de su biblioteca se convierten en una tabla ouija…

Charles Dickens fue el primer autor que lo cautivó. Llegó a su vida por puro aburrimiento, en la biblioteca de su abuela. A diferencia de otros adolescentes, no se inició con Oliver Twist ni con David Copperfield. Tiempos difíciles fue la obra que lo convirtió en un “absoluto hooligan”, un “groupie” del escritor victoriano. Siempre ha sido su favorito.​​

​​Con El hombre que no fue Jueves, una novela en torno a la canonización del escritor inglés Gilbert Keith Chesterton, Constaín mereció el primer Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana que organizaron EAFIT, Familia y Caracol TV. 

La estrella de la televisión de finales de los años ochenta, que interpretara al ‘Niño Cortico’, compañero de GuriGuri en la telenovela Calamar es, en la actualidad, uno de los escritores revelación de la literatura en Hispanoamérica. Historiador con énfasis en Lenguas Clásicas, columnista del periódico El Tiempo y profesor de la Universidad del Rosario es el autor de Librorum (2003), Ideas políticas: historia y filosofía (2004), Los mártires (2004), El naufragio del imperio (2007), ¡Calcio! (2010, novela ganadora del Premio Espartaco 2011) y El hombre que no fue Jueves (2014). 

¿Quién es este irreverente que saca a bailar a Mussolini con G.K. Chesterton? ¿Cómo se atreve a someter al servicio de su prosa a Miguel Ángel Buonarroti, el Papa Clemente VII, Carlos V, Napoleón Bonaparte, Nicolás Maquiavelo y Gonzalo Jiménez de Quesada?

***

​Popayán, 1979. En la ciudad atravesada por un río y un volcán, la misma que “esconde bajo un árbol los restos mortales de Don Quijote de la Mancha”, nació Juan Esteban Constaín Croce, hijo de un payanés y de una italiana. En esas calles, donde se mezclan la ficción y la realidad, y los fantasmas se tropiezan con la gente en las esquinas, el pequeño espiritista seguía los pasos de las romerías de Semana Santa. Basta imaginarlo aquella vez que fue carguero en una pequeña procesión, entre rezos y jaculatorias, con la tradición local a sus espaldas: “¡No lo vuelvo a hacer!”, lamenta, en acto de contrición.​

Su abuela paterna se preciaba de poseer una biblioteca, mediana y muy antigua, nutrida con libros heredados. Allí nació su pasión por la lectura y por la conversación con los viejos, se pasaba los días hablando con sus dos abuelas, siempre fue un “metido a grande”.​

A los ocho años comenzó a escarbar en una colección de libros del siglo XIX, la biblioteca del congresista conservador Jorge Roa: “Desde la infancia tuve una fascinación por el libro viejo como una pieza y objeto distinto, no solo como camino a las historias que contiene en su texto, sino lo que como objeto va aportando de mano en mano: firmas, hojas de los árboles, pétalos, fotos, cuentas bancarias, miserias.”​

En sus años en el Gimnasio Calibío fue un estudiante perezoso, desinteresado por los libros, detestaba las imposiciones literarias de los profesores. Solo le importaban el fútbol y la televisión.​

Constaín considera que los niños de su generación fueron más influenciados por la televisión que por la literatura: “Los que leían a Salgari, Verne y Dumas no tenían televisor; aunque no dudo de que algunos de esa generación sí hubieran leído libros de aventuras”.​

Charles Dickens fue el primer autor que lo cautivó. Llegó a su vida por puro aburrimiento, en la biblioteca de su abuela. A diferencia de otros adolescentes, no se inició con Oliver Twist ni con David Copperfield. Tiempos difíciles fue la obra que lo convirtió en un “absoluto hooligan”, un “groupie” del escritor victoriano. Siempre ha sido su favorito.​

Entre los ocho y quince años se mudó a vivir con su familia a la capital. Fue, por ese entonces, cuando la lectura cobró importancia para él, era un acto de rebeldía. “Empecé con ediciones de bolsillo y populares, como empieza toda la gente decente. Los mafiosos ya compran bibliotecas por metro –agrega, sin asomo de risa–, aunque muchos mafiosos son decentes también”.

A los 21 años regresó a vivir a Bogotá. Viajó al Reino Unido para estudiar en el Melton College y después cursó una maestría en Historia en la Universidad de Venecia. “¡Tampoco lo vuelvo a hacer!”, promete.

Sin planearlo, empezó a ascender en una especie de torre de Babel: a medida que crecía su interés por conocer nuevas lenguas y autores, su ambición literaria buscaba con voracidad las obras en sus idiomas originales, en ediciones originales. De paso descubrió que, a veces, es más barato comprarlos así, de segunda, en la lengua nativa del autor, en lugar de acceder a una traducción al español.

El escritor​

Juan Esteban Constaín se convirtió en escritor por casualidad. Sus dos primeras obras, Librorum e Ideas políticas: historia y filosofía, surgieron con una impronta más académica que narrativa.

Motivado por sus múltiples lecturas sobre literatura e Historia, se dedicó a una serie de relatos históricos sobre escritores, la que llegó al escritorio de Gabriel Iriarte, de Editorial Planeta. Ese fue su primer libro, Los mártires. Después escribió su novela de iniciación El naufragio del imperio, la historia de unos neogranadinos con el plan de traer a Napoleón a Bogotá. “Aprendí a escribir novela en el camino”, recuerda.​

El escritor viajó a Italia para empezar un doctorado –que pronto abandonaría–. Estando en Florencia con sus dos hijas, la ciudad vivió dos grandes eventos deportivos: un partido de calcio histórico, una suerte de rugby medieval, y la final de la Uefa entre los Rangers de Glasgow y La Fiorentina. Los borrachos y los hooligans chapoteaban en las joyas del Renacimiento, saltaban en las fuentes de Neptuno. Pensó, entonces, que sería maravilloso escribir sobre el fútbol como metáfora de la guerra y del orgullo nacional. “El único refugio del orgullo nacional que se mantiene en pie hoy, con dignidad, es el fútbol”.

En la víspera del comienzo de sus jornadas de escritura, Constaín soñó con Arnaldo Momigliano, un profesor que combinó la erudición con la felicidad. Una anécdota del personaje, entre charla y licor, originó su siguiente novela ¡Calcio!​

Como narrador, se siente libre para invocar con sus letras a personajes muertos, con “total impunidad e irresponsabilidad”… salvo que sus espíritus regresaran (que es exactamente lo que él espera de cualquier buen libro).​  

​​El escritor payanés explica que no traza un plan premeditado de personajes, mientras escribe los recuerda o los inventa: “Le tengo mucha fe a la improvisación en la concepción de los personajes y la trama”. Por eso, gracias a su prodigiosa memoria histórica, no tiene problema en invitar a sus páginas a reyes, artistas del renacimiento o políticos malvados… es un “casting” caprichoso en el que la historia se acomoda a sus fines narrativos.

“Como dice William Vinasco Ch. –Constaín, siempre con un apunte listo– una de las dos cosas que más me gusta en la vida es escribir”​​

Quiso reconstruir una cruzada hippie en Europa pero bajo la consigna de jamás caer en el tedio, se detuvo en el intento. Sintió que no podía competir con zagas ya escritas sobre las cruzadas. No obstante, se negaba a desechar sus notas de investigación. Fue en la ducha –¡agua bendita!– donde se dio cuenta de que podía combinar sus averiguaciones con la canonización de G.K. Chesterton. En busca de noticias del Boca Juniors, Constaín leyó en un periódico argentino la noticia sobre unos fieles organizados en una sociedad chestertoniana, que elevaron una petición para santificar al maestro británico. El Vaticano aceptó y siguió todos los trámites para seguir con el proceso.

El escritor payanés procedió a armar un montaje narrativo con digresiones, saltos y juegos, atravesado por esa historia real que superaba cualquier fantasía.

Había conocido a Chesterton en los prólogos de antiguas ediciones de Dickens. Poco después descubrió que era uno de los autores favoritos de Borges. “Me encontré con un genio: en sus cuentos, ensayos y obra periodística, de un humor y una lucidez excepcionales”.

Le gustó, además, que fuera un converso del anglicanismo al catolicismo, su manera de defender la fe: su compasión, su tolerancia: “Gracias a Chesterton que es el santo de mi devoción, a ¡Calcio! le fue muy bien”. En la obra de Constaín también entran personajes actuales, vivos, como su profesora Cinzia Crivellari. Cuando le pidió autorización para incluirla en su trama, ella respondió: “Llevo 60 años tolerando la realidad, ¿tú crees que a estas alturas me va a importar la ficción?”. Tan pronto le llevó el manuscrito a Italia para que lo leyera, la catedrática dijo: “Mira, ya hice suficiente dándote el personaje: ¡ahora no me pidas que me lea este ladrillo!”

Como narrador, se siente libre para invocar con sus letras a personajes muertos, con “total impunidad e irresponsabilidad”… salvo que sus espíritus regresaran (que es exactamente lo que él espera de cualquier buen libro). Mientras lo medita, exclama sobresaltado: “!Vea! Ahí está la siguiente novela: un novelista que escribe ficciones históricas y por la noche tiene el tormento de que se le aparecen los espíritus. Parece una película de Woody Allen: ¡Qué verraquera!”.​

Para Juan Esteban Constaín los libros son una tabla ouija: “¿Cómo no va a creer uno en el espiritismo como lector si lo que está haciendo todo el tiempo que lee son sesiones espiritistas: invocando el pasado, el presente y hasta el futuro?”.

***

El autor de El hombre que no fue Jueves escribe en español (“trato de hacerlo”), inglés,​ italiano (“escrito es muy difícil, pero trato de hacerlo”) y francés (“sin pretensiones”). Lee textos en español, inglés, italiano, latín, portugués, griego, francés y alemán. Durante un tiempo aprendió inglés antiguo: “Decir que leo no es tan cierto: juego con estas lenguas y trato de descifrar palabras. Mi pasión es descifrar versos anglosajones. Los puedo leer cuando me tomo unos buenos brandis”.

Usted, “hooligan” de Dickens, sabe que uno de los dones de ese escritor es el arranque: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos” (Historia de dos ciudades). ¿Cómo llegan a usted las primeras frases?

Creo en la magia. Soy creyente, soy católico, creo en los espíritus, creo en el Más Allá. Creo hasta en el Más Acá, que es mucho más difícil. Tampoco voy a sobreactuarme y decir que son iluminaciones o raptos… pero por desgracia sí es así: las primeras frases de mis libros me llegan como un rapto. Llego al computador y, de manera automática o inexplicable, me llegan, como un rayo que está en las manos y llega a la pantalla.

No presta libros, prefiere regalarlos o conseguirlos para quien los pide. Considera el préstamo de un libro como un acuerdo tácito en el que quien presta sabe que no se lo van a devolver, y quien se lo lleva sabe que no lo regresará.​

Ser traducido en varios idiomas presenta el problema de la fidelidad: cuando no se domina un idioma extranjero, no queda más remedio que confiar. ¿Autorizar una traducción es un acto de fe?

Estoy descubriendo con asombro y alegría y también con horror, que me está pasando como al del documental Searching for Sugar Man: me enteré de que ¡Calcio! salió en Polonia y le está yendo muy bien en ventas. Ahora que me he vuelto un autor de superación polaco, voy a aprender. Ser traducido a un lenguaje que uno no conoce es un acto de fe, uno no tiene ninguna posibilidad de hacer control de calidad, el texto sale como quiere el traductor. Hay que persignarse y dejar que camine solo, porque además el tormento es inútil, dado que uno no va a encontrar ninguna fórmula para conjurar ese peligro, a no ser que tenga un amigo polaco que pueda dar un concepto. También sería muy burocrático y de mala fe: es una falta de respeto con la literatura estar cayendo en esas prevenciones tan colombianas. Esa frase “traductor traidor” que algunos usan en contra de los traductores, de pronto también puede ser un encomio. Un buen traductor es el que se toma sus licencias y mejora el libro. Yo confío en que quienes se ocupen de mis libros, los mejoren como puedan.

¿Qué otras formas del arte, distintas a la literatura, le hablan al oído a la hora de escribir?

Sin duda la música. En esta juventud en éxtasis, con muy poco interés en los libros, me interesó mucho la música. Aprendí guitarra y rock. Eso de manera consciente o inconsciente me habla al oído, siempre está presente en mí. Me encanta el rock británico de los sesenta, la invasión británica a los Estados Unidos: los Beatles, los Rolling Stones, los Zombies. Me fascina el blues de los años veinte y treinta del delta del Misisipi; me gusta el rock and roll en general. Soy ecléctico: en una de esas tusas de juventud, ya no tan en éxtasis, me presentaron a Alejandro Sanz, a quien yo despreciaba creyéndolo un ídolo de señoritas… ¡y me pareció un poeta, un monstruo!, también me encanta Franco De Vita, Los Hombres G.

¿Qué interpreta con su guitarra?

Trato de tocar la música que oigo. Toco blues, con acústica y eléctrica. Tengo un montaje aquí en mi casa, además con estos aparatos uno pude tener un estudio en su teléfono, con una aplicación que graba varias pistas. Hay una cosa bastante vergonzosa: no tengo con quién tocar. Es muy difícil encontrar alguien que coincida con los gustos de uno. En internet hay una gente que graba unas pistas y uno toca encima de estas, el panorama es de una languidez: tocar guitarra con un computador. Pero eso hago.

Y las artes plásticas o el cine…​

Por mis inquietudes e intereses históricos, siempre he tenido claro que las artes plásticas, la pintura, la escultura son una clave en todo momento. Me ha fascinado ir a cine, a los museos, sin caer en fundamentalismos ni adoración a ultranza. Tengo unos defectos que he tratado de volver virtudes o de justificarlos como virtudes, por lo menos ante mí mismo: voy muy poco a cine, no es que me aburra sino que rara vez tengo la iniciativa. Tengo un hermano del alma, Ricardo Silva Romero, que se ha visto todo lo que uno se tenga que ver en el Universo y más, él es mi asesor, me orienta. Me fascina Woody Allen pero no soy gran cinéfilo.

Los viajes también despliegan posibilidades creativas.

Me siento abrumado muy rápido en los sitios emblemáticos, en los grandes museos, tan visitados. Y confirmé una obviedad que los viajeros casi nunca tienen presente: los sitios no son un fin, son un lugar. Mucha gente viaja porque se le vuelve una obligación moral ir a tal sitio. También esa voracidad de querer verlo todo en el viaje: ¡es imposible! Trato de ver poquitas cosas pero con el mayor disfrute posible.

Suelo viajar con dos maletas, una dentro de la otra. Llevo ropa de mala catadura, de suerte que si me toca dejar algo sea la ropa. Me devuelvo con las dos maletas llenas de libros,​ una que mando por bodega y otra que va en mi espalda: acabándola. Hace unos años fui al lugar donde nació el Hay Festival, en Gales. Era un pueblo carbonero, en la ruina, que decidió cambiar sus actividades para llenar el pueblo de librerías: quiso ser el paraíso de los libros viejos. Los libros eran tan baratos que me traje cinco maletas… ¡como un demente!

***​

“Soy como los osos cuando entraron a su casa después de Ricitos de oro”. Constaín es un lector celoso, al entrar a su apartamento percibe hasta el mínimo cambio, si pasó un ratón o si algo en su biblioteca está fuera de sitio.

No presta libros, prefiere regalarlos o conseguirlos para quien los pide. Considera el préstamo de un libro como un acuerdo tácito en el que quien presta sabe que no se lo van a devolver, y quien se lo lleva sabe que no lo regresará.

Desconoce con exactitud cuántos volúmenes tiene. El orden de su biblioteca es el mismo de la Edad Media: ubica sus libros por tamaño, con gran eclecticismo.​

Su colección literaria, como la de su abuela paterna, ha recibido legados generosos. En 1999, Margarita Escobar de Gómez, la viuda de Álvaro Gómez Hurtado, viajó a Cali para presentar el libro Pensando en ti, Margarita, un compendio de las cartas que su esposo le escribió. Le recomendaron llamar a un joven del Centro de Estudios Colombianos, Juan Esteban Constaín, para que la acompañara​ en la mesa principal. Entonces surgió entre ellos una gran amistad, a tal punto que el joven payanés se convirtió en el heredero de la biblioteca de Gómez Hurtado: “Fui a su casa con cajas y camión de trasteo. Pude coger todo lo que quise”.

El hecho de haber crecido en casa de liberales fue, tal vez, el que lo convirtió en conservador, “pero no del Partido Conservador ni de esas cosas tan bajas”, aclara. Nunca conoció a Álvaro Gómez Hurtado, “el candidato eterno”, a quien considera un personaje “definitivo y definitorio” en su vida. No obstante, recuerda en detalle aquel programa –delirante– de Saúl Hernández, Saúl en la olla, en el que invitó a Gómez a cocinar hígados.

Constaín considera que La revolución en América, escrito por el líder asesinado, es “de los mejores ensayos sobre América Latina que se hayan escrito en el continente”.

Entre tantos ejemplares, ¿no habrá alguno robado?

¡Uy, muchos! –levanta los hombros– Me parece que el robo de libros es una de las prendas de honor de un buen lector. Me he robado muchos y de muchas partes del mundo, en librerías y en casas… pero si se trata de un lector no robo. Hace mucho tiempo estuve en una casa con una biblioteca espléndida y los dueños casi que la despreciaban: había un libro a tiro de gracia y yo sí me sentía muy mal si no lo liberaba de la infamia. A veces robar un libro es un acto libertario, de fe, de salvación. Hace mucho no lo hago. He robado en la Librería Nacional, que don Felipe Ossa no se asuste, que los libreros, por favor, no vayan a sospechar de mí: gracias a Dios y a Chesterton, tengo los centavos necesarios para comprarme el libro que quiera.

Veo un libro con marca de catálogo en el lomo…

Debo confesar que nunca me he robado libros en bibliotecas públicas. Es un poco vergonzoso cuando los que uno compra en librerías de viejo tienen las marcas de las bibliotecas. Yo siempre trato de averiguar cuál es el origen porque a veces pueden ser robados, pero también sucede que a veces las bibliotecas se deshacen de los libros, los venden.

***

“La verdad es que los concursos y los premios siempre son un estímulo, pero no pueden ser jamás (y es una obviedad la que digo; ojalá lo sea) la razón ni la causa por las que uno escribe. El Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana que obtuve es para mí una gran felicidad, por muchas razones: la primera, porque se concede a un libro publicado, es decir que es no solo un reconocimiento al autor sino también a la editorial y, en términos muy amplios, a los editores y a su oficio hoy heroico. La segunda, porque fue con un jurado de lujo. La tercera, porque fue al lado de libros excelentes, o por lo menos los que yo leí de la selección.​​

Y fue un premio transparente, aunque quizás esté mal que yo lo diga. Yo ni siquiera supe que estaba concursando, lo supe cuando dieron el nombre de los 11 finalistas”, dice Constaín.​

El autor de la obra ganadora fue finalista al lado de Margarita García Robayo (Lo que no aprendí) y de su “hermano del alma”, Ricardo Silva Romero (El libro de la envidia).

El Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana que obtuve es para mí una gran felicidad, por muchas razones: la primera, porque se concede a un libro publicado, es decir que es no solo un reconocimiento al autor sino también a la editorial, y en términos muy amplios a los editores y a su oficio hoy heroico. La segunda, porque fue con un jurado de lujo. La tercera, porque fue al lado de libros excelentes.​ 

Cuando los amigos de Constaín lo ven con una mujer de 70 años, se burlan: “Ahí estás con tus juventudes”… lo normal es que lo vean con mayores de 90. Sin embargo, su gran confidente pertenece a su misma generación: “Creo que soy para él una especie de amigo con el que está prestando este servicio militar tan raro que es este oficio, y somos testigos el uno del otro, y nos ayudamos a estar sanos mentalmente a punta de chistes. Somos un par de personas que hablan el mismo idioma en un mundo que habla una jerga incomprensible”, comenta Silva.

La amistad entre los dos escritores surgió en 2008, cuando asistieron a una conferencia en la que por culpa de la pompa del moderador estuvieron a punto de sufrir un ataque de risa. Ricardo hacía parte del panel y Juan Esteban estaba entre el público. Dos años después, Silva presentó ¡Calcio! en la Feria del Libro de Bogotá, justo en el día de su cumpleaños, el 14 de agosto… esa coincidencia generó una profunda hermandad.​

“Admiro de Juan Esteban su talento, su buen oído y su rapidez mental –añade el autor de El libro de la envidia–, como somos tan cercanos, supongo que no le veo defectos, sino simples características. La que más me da risa es el afán en el que vive, y lo mucho que, como a mí mismo, le cuesta decir no”.

***

Berlín se ha convertido en el segundo hogar de Juan Esteban Constaín. Con frecuencia viaja para visitar a sus dos hijas, fruto del primer matrimonio: “Aquí no hago planes académicos ni nada. Esta nueva forma de vida, entre acá y allá, me está permitiendo algo que me maravilla, y es hablar alemán. Yo leía ya y me fascina, y entendía, pero nunca había tenido la oportunidad de hablar en serio en una lengua tan rica y tan compleja”

De vuelta en Chapinero, mantiene una pila de libros al lado del computador, son las obras con las que está trabajando en el momento. En su mesa de noche, permanecen sus lecturas actuales y las que alimentarán su próxima novela (no puede leer, nunca, varias cosas a la vez); se trata de autores austriacos o centroeuropeos que vivieron o que hablan de la disolución del Imperio Austrohúngaro.

Está leyendo Habsburg, de Richard Wagner, y quedan en la lista de espera algunos artículos de prensa de Karl Kraus y de Alfred Bolgar.​

Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías reposan en la biblioteca de Juan Esteban Constaín Croce.​​

Una vez abre las tapas de cuero de cualquiera de sus joyas literarias, los espíritus acuden. El lector entra en trance. El escritor se abstrae del mundo.

Lo demás es lo de siempre: en un rincón de la biblioteca, Beatriz (amor de Dante), Frances (de Chesterton) y Virginia Turbay (de Constaín) juegan a las musas. Entre tanto, el vapor humedece los vidrios de la cocina, silba la tetera llena de agua. Es la hora del té… y del cierre de todos los oráculos.​

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Última modificación: 27/02/2017 23:57