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El Eafitense / Edición 109 El hombre que miraba las estrellas El Eafitense - Edición 109

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El hombre que miraba las estrellas

​​​​Durante tres meses de 2015 el público nacional tuvo la oportunidad de apreciar, en el Centro de Artes de EAFIT, la exposición El hombre que miraba las estrellas, del artista antioqueño Javier Restrepo. La Universidad cuenta, desde 2008, con una colección de obras que la familia del pintor entregó en comodato después de que él falleció.


​“Mirando fotos de viejas revistas encuentro un mundo de instantes detenidos, de historias sin ningún relato. Son ellas un acto de magia que logra darle una dimensión intemporal a aquello que sucedió un día, en febrero 15 de 1945... Lo cotidiano, lo cursi no es más que un ritual de algo que sucede siempre, que eternamente pasa en otra dimensión.”
Javier Restrepo

Imelda Ramírez González
Sol Astrid Giraldo Escobar
Curadoras de la exposición El hombre que miraba las estrellas

Entre el 26 de mayo y el 28 de agosto de 2015 estuvo abierta, en el Centro de Artes de EAFIT, la exposición Javier Restrepo. El hombre que miraba las estrellas, del reconocido pintor y dibujante antioqueño, quien falleció en Medellín, el 9 de marzo de 2008, a la edad de 64 años. Después de su muerte, su familia entregó a EAFIT, en calidad de comodato, cerca de 430 obras suyas, entre dibujos, fotografías, serigrafías, pinturas y escritos, para su difusión y conservación. Con ese propósito, el Área de Extensión Cultural y el Fondo Editorial emprendieron el proyecto de hacer una exposición y un catálogo de gran formato que contó con la curaduría y edición de Imelda Ramírez González y Sol Astrid Giraldo Escobar.

Se escogió el título El hombre que miraba las estrellas por dos razones. La primera, porquJavier hizo parte de una generación de cinéfilos para quienes el cine se constituyó en la nueva lente para mirar la contemporaneidad en sus múltiples facetas y cambios, y, desde niño, estuvo fascinado con las artistas de cine y a ellas les dedicó su observación paciente, amorosa y comprometida. La segunda razón tiene que ver con el hecho de que Javier fue un hombre interesado en entender las señales del cosmos y desentrañar los secretos guardados en las imágenes de las estrellas. Le gustaba rastrear los orígenes de los apellidos e interpretar los astros y sus posiciones, consciente de que cobijaban y seguían silenciosamente sus pasos, como compañeros de viaje.

La exposición se pensó como una retrospectiva que presentara, de manera exhaustiva, la producción de Javier durante sus 50 años de trabajo creativo. Luego de su muerte, el Museo de Arte Moderno y la Sala U –Arte Contemporáneo– de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, le rindieron un homenaje y exhibieron gran parte de su obra. También EAFIT, con motivo de la visita de la cantante Madonna, en 2012, mostró la serie que Javier le dedicó a esta estrella, y expuso 46 obras suyas, entre dibujos y pinturas.

Buscando que Javier Restrepo y su mirada como ser humano histórico fuera el centro de las reflexiones y no sus obras como objetos estéticos aislados, se integró, también, una pieza audiovisual producida por Marta Hincapié y Santiago Herrera, y dos intervenciones digitales realizadas por Jorge Ocampo.​


En esta ocasión, el interés para estructurar la exposición y el libro editado como catálogo de la muestra –trabajo que se hizo en conjunto por las dos curadoras– estuvo en crear un relato que integrara las distintas facetas de la obra de Javier, donde la mirada fuera el hilo  conductor que se entretejiera con sus búsquedas e intereses. El relato está mediado por la historia, la cultura, el género, el deseo y la técnica. Se integraron imagen y texto, pinturas y dibujos con notas y poemas, además de fragmentos de películas y material gráfico derivado de estas, y de noticias de prensa con el diseño museográfico ya característico de esa sala, a cargo de María Luisa Eslava y el diseño espacial de Ana María Jiménez.

Así, buscando que Javier Restrepo y su mirada como ser humano histórico fueran el centro de las reflexiones y no sus obras como objetos estéticos aislados, se integró, también, una pieza audiovisual producida por Marta Hincapié y Santiago Herrera, y dos intervenciones digitales realizadas por Jorge Ocampo, que revitalizaban, a partir de nuevas técnicas y formatos, la obra de Javier, sus textos y el material reunido. Así, la exposición se organizó en cuatro espacios.

El primer espacio

El hombre que miraba la ciudad, como sala central, daba acceso al recorrido por la exposición. La carta astral del artista, impresa en el piso, hacía las veces de guía y centro de una constelación de imágenes urbanas que conformaban la sala: su famoso cuadro de Posadita, con el que obtuvo una mención en el primer Salón Nacional de Artistas Jóvenes Colombianos y la página del periódico Sucesos Sensacionales, que cuenta la historia del macabro crimen. Sus fotografías cuando estudiaba en Nueva York, en 1980, gracias a una beca de estudios. Las casas y balcones del barrio Lovaina (Medellín). Su serie de pinturas de carros Chevrolet 55 y de aviones de la época de la guerra. Además de sus cuadros de comics, protagonizados por Narda, Mandrake, Diana y El Fantasma.

Javier Restrepo fue un artista antioqueño que se formó en los turbulentos años 60. Una década intensa, no solo por los movimientos sociales, políticos y culturales que cambiarían el rumbo de la historia, sino por la redefinición de los lenguajes artísticos. La villa parroquial se estaba transformando vertiginosamente en una ciudad que se insertaba  en un panorama global. En esta rica escena surgió en Medellín un grupo de artistas que se ha conocido como la Generación Urbana. Algunos de ellos encontraron en el mundo dla calle, los bares, los billares y los prostíbulos, un objeto de reflexión. Y en los códigos de los medios masivos de comunicación, una nueva forma de mirar y de crear.

Javier Restrepo fue unos de los primeros artistas antioqueños en acercarse a la esfera de los medios masivos de comunicación y, justamente, en reflexionar sobre la mirada particular que estos hacían del entorno y de su momento.​


Así, la ciudad, más que edificios y avenidas, es, sobre todo, una nueva sensibilidad, una vivencia diferente del tiempo y el espacio. Un inédito dispositivo que trae otro lenguaje, que la produce tanto a ella misma como a sus habitantes. Los artistas de su generación le tomaron el pulso a los cambios, a veces imperceptibles, a veces demasiado elocuentes: la fragmentación del tiempo y el espacio, el movimiento, la modernidad, la inmediatez, los flujos frenéticos, las interconexiones, la globalidad, los fetiches, los objetos y los consumos. La ciudad también era esa imagen-simulacro de los medios, ofrecida como una nueva realidad: omnipresente, omnipotente, ansiosa, evanescente.

Sin embargo, Javier Restrepo, con sus imágenes, no saludaba la tecnología, sino que, en realidad, miraba hacia atrás, con una oscura nostalgia "retro", escogiendo modelos anacrónicos que hablaban de la apropiación oblicua desde la provincia de los ideales del progreso. La ciudad no era tan solo sus brillos, sino también aquellos espacios marginales, de la urbe y del deseo, como el barrio Lovaina, los bares y los billares que el artista dejó consignados en melancólicas pinturas.

Javier Restrepo fue unos de los primeros artistas antioqueños en acercarse a la esfera de los medios masivos de comunicación y, justamente, en reflexionar sobre la mirada particular que estos hacían del entorno y de su momento. Así, se interesó, más que en estrategias formales que dieran cuenta miméticamente de la realidad (como fue la preocupación de sus antecesores académicos, muralistas, paisajistas y acuarelistas, entre otros), en la mediación que de esta hacían el cine, la fotografía, los periódicos, las revistas, los cómics y las fotonovelas.

Todos estos considerados lenguajes populares, masivos, propios de la baja cultura y que, por tanto, hasta entonces habían sido excluidos del mundo del arte. No se propuso, entonces, crear signos nuevos, sino visibilizar los códigos hechos de su tiempo, a los que acudió y sobre los que reflexionó. Por esto, podría afirmarse que sus problemas y preguntas no se quedaron en la esfera de “la mano” (la técnica), sino que lo llevaron a los terrenos del “ojo” (entendiéndolo aquí como concepto).

Las mediaciones, la técnica, los oficios tradicionales fueron una preocupación relevante y, si se quiere, generacional. Javier Restrepo fue un líder dentro de un grupo de artistas y docentes que durante los años setenta contribuyeron a propiciar espacios académicos nuevos, como la carrera de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.

Este programa introdujo el concepto del Taller Central como espacio medular, en el que se maduraban las búsquedas de los estudiantes, fueran estas cuales fueran, con la condición de que estuvieran soportadas por un proceso investigativo
consistente, genuino y riguroso, que se servía de las diferentes técnicas, según fueran pertinentes para sus indagaciones, y no al contrario (empezar por las técnicas para luego encontrar las preocupaciones). Un modelo de aprendizaje que tuvo importantes resonancias y repercusiones en la ciudad.

Segundo espacio

En contrapunto con el anterior espacio diseñado para desplegar los elementos urbanos  y exteriores que constituyeron la obra de Restrepo, la siguiente sala, El hombre que se miraba a sí mismo, estaba dedicada a la mirada íntima, autobiográfica e introspectiva del artista, manifiesta en una serie de dibujos expresivos que realizó en sus años de estudio en la Universidad Nacional, sede Bogotá, los que se contrastaban con otros retratos tempranos de sus familiares, realizados en dibujo, pintura y fotografía.

Javier Restrepo fue un líder dentro de un grupo de artistas y docentes que durante los años setenta contribuyeron a propiciar espacios académicos nuevos, como la carrera de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.​


Ese espacio se planteó como una capa profunda de sus preguntas existenciales, filosóficas y estéticas. Diseñado como un túnel, que también se podría imaginar como un útero, este espacio transversal, por el que se ingresaba a las salas de las mujeres-línea y las divas, funcionaba como un laboratorio que permitía viajar al origen. Era el punto “donde nacen las imágenes”, las que, con otras elaboraciones, emergían en las salas contiguas.

El número 3

El hombre que miraba las estrellas era el siguiente espacio, donde se reflexionaba sobre los acercamientos sublimados que hace Javier a las imágenes mediáticas femeninas. Esta sala reunía las obras quizá más conocidas del artista, aquellas que pintó sistemáticamente desde la década del setenta a partir de las divas de las películas de Hollywood. Junto a ellas también
estaban las mujeres que hicieron famoso el barrio Lovaina, Madonna, Santa Bernardita e, incluso, Marta Traba, la reconocida crítica de arte colombo argentina.

Todas ellas, más que mujeres, aparecen como ideas sobre las mujeres. Y, por su misma naturaleza, están eternamente en fuga, como ideales sin traducciones en la realidad. Son las inalcanzables que tanto persiguió Javier Restrepo una y otra vez con sus pinceles: sombras, fantasmas, quimeras. Al lado de sus pinturas y dibujos se proyectaron fragmentos de algunas películas con las divas de Javier que interactuaban con sus pinturas.

Espacio cuatro

Y, finalmente, El hombre que miraba entre líneas, donde era posible ver los esfuerzos del artista por reconstruirse a través de diversos lenguajes como el dibujo y la escritura, con los que tramitaba el deseo, ya no siguiendo la pista de las imágenes mediáticas, sino con un ojo más descarnado y directo.

Casi podría decirse que no hubo “un día sin línea”, como aconseja el viejo proverbio latino, en la vida cotidiana de Restrepo. A veces se trataba de dibujos, a veces de palabras. Dibujos que eran ideas, o ideas que se convertían en palabras. En ocasiones los dibujos eran estudios preparatorios para sus pinturas, pero, otras veces, los hacía como un fin en sí mismos.

Este rayar la hoja, sin embargo, se traducía otras veces en palabras, de las que surgían diarios, poemas, reflexiones místicas o astrológicas, consignaciones minuciosas de los sueños, listas de mercado, de personajes, de santos, de tareas cotidianas… No importaba tanto el tema como dibujar, escribir, rayar, garabatear, marcar, graficar. Todas ellas acciones rituales, tácticas para no deshacerse como sujeto, intentos de volverse dueño de su existencia.

Por último, albergar en el espacio de la Universidad y de su Centro de Artes la obra de este importante artista es un gran reto y una ​apuesta novedosa para una institución como EAFIT: no solo significa ampliar sus archivos al campo de las artes plásticas. También implica, y quizá esto sea lo más importante, en palabras de Jacques Derrida, en su texto Mal de archivo, una “promesa y una responsabilidad” de asegurarle a esa obra, en buena parte, la posibilidad “de la memorización, de la repetición, de la reproducción o de la reimpresión” en los futuros presentes.​
Última modificación: 27/02/2017 12:38