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El Eafitense / Edición 111 Juan Calzadilla, el poeta colombo-venezolano

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Juan Calzadilla, el poeta colombo-venezolano

​​​A sus 85 años de edad, el ganador del reconocimiento entregado por EAFIT, y la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín conserva la esencia de pensamiento revolucionario, crítico y transgresor que empezó a plasmar con palabras e imágenes desde la década de los 60. El venezolano obtuvo el primer Premio León de Greiff al Mérito Literario que se entregó en la ciudad en septiembre de 2016.

Foto: Róbinson Henao​​​
​Mónica María Vásquez Arroyave
Colaboradora

Durante la décima Fiesta del Libro y la Cultura 2016, el poeta venezolano Juan Calzadilla arribó a la ciudad. Pero no como el escritor invitado en varias ocasiones al Festival Internacional de Poesía de Medellín —lugar donde sus letras han tenido más sonoridad que en la misma Venezuela—, pues su visita tenía esta vez la connotación de la victoria: recibir el Premio León de Greiff al Mérito Literario.

Él, a sus 85 años de edad cumplidos, no creyó cuando lo llamaron a anunciarle: de 37 autores postulados por 132 bibliotecas, de nueve países, había sido elegido como ganador de este galardón por los poetas colombianos Piedad Bonnett, Santiago Mutis, Juan Manuel Roca, el venezolano Alberto Barrera y el profesor Juan Camilo Suárez (de EAFIT), quienes conformaron el jurado.

Y es que, en su discurso, siempre emerge una dosis de humildad cuando se refiere a su obra y trayectoria que, además de la de poeta, abarca la de ensayista, crítico de arte y artista plástico.

“Yo nunca hice crítica de arte. Lo que hacía eran comentarios y crónicas sobre los artistas que conocía, sin aspiración profesional alguna, tal como soy en la poesía, pues no me considero un crítico profesional”, dijo durante la entrega del premio, el mismo que, opina, debió ser otorgado a otros poetas latinoamericanos, como el colombiano Juan Manuel Roca. ​

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​“Yo no sé si las cosas mías valen, si son meritorias, si van a quedar, porque Kafka decía que nadie es escritor antes de morir, y es una gran verdad, ahí es donde está la prueba definitiva”.​

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No obstante, en el acta entregada por los jurados, su nombre estaba escrito bajo unanimidad, por ser un “poeta crítico, insatisfecho con la realidad, que se sirve de la ironía, la transgresión y el humor para provocar dudas y preguntas en el lector”.

Fue él mismo quien se calificó como un poeta binacional, por tener un estilo similar al de sus pares colombianos. “Si yo le doy a Elkin Restrepo un poema mío para que lo firme como si fuera suyo nadie diría nada, a menos que yo hable del Meta, o del Vichada”, aclara.

Para el autor, si no hay topología y asignación de nombres de cosas “vale lo mismo que lo haga aquí o que lo haga allá, o que lo firme otro, porque estamos manejando el mismo código y la misma estética. En ese sentido, no debe haber diferenciación”.

La importancia de recibir este premio reside para Calzadilla en la posibilidad de tener nuevos lectores, de expandir su trabajo y lograr
una mayor aceptación en su país, donde sostiene que no tiene una gran acogida.

“Yo no sé si las cosas mías valen, si son meritorias, si van a quedar, porque Kafka decía que nadie es escritor antes de morir, y es una gran verdad, ahí es donde está la prueba definitiva”.

El que sea un homenaje a León de Greiff también adquiere un valor especial, porque, al igual que él, al poeta colombiano no le importaban los premios o que lo publicaran. No se ceñía a convencionalismos y siempre estaba satirizando, lo que coincidía con su postura subversiva hacia la poesía tradicional colombiana.

Encuentro de su voz

Su poesía transitó de la métrica al verso libre, de imágenes costumbristas al surrealismo, transformación que, en sus palabras, obedeció a dos momentos diferentes de su formación. “En el Instituto Pedagógico leía y estudiaba a los clásicos de la lengua castellana. De ahí que lo primero que escribí fue poesía métrica. Luego, en Caracas, librado de la instrucción académica, me dediqué a leer a los poetas de vanguardia y a los surrealistas”. 
Para el poeta, esa fue una influencia decisiva que lo llevó al verso libre y a cubrir una etapa surrealista que se aprecia en su libro Los herbarios rojos, de 1958.

En su concepto, su poesía puede definirse como una reflexión de la vida urbana, la ciudad, lo que le rodea, lo ceremonial, lo ritual y lo doméstico, temas que expresa a través del humor pues, para él, cuando hay humor la gente se interesa un poco más en las cosas.

Calzadilla dice haber descubierto un universo que le permitió hacerse surrealista, luego de descubrir a Whitman y su subversión del lenguaje, así como de encontrarse con la poesía visual, la purista y la formalista, a través de la ruptura de comienzos del siglo XX, que trajo el cubismo y el reemplazo de la métrica en el verso.

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​“En donde tienes menos límites es en el idioma, porque en la plástica siempre hay una limitación. En la poesía la forma es la que construyes en el proceso de escribir”.​

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“Me gustó el surrealismo porque es una poesía que maneja mucho el inconsciente, el absurdo, el humor, la temporalidad y el choque de sentido. Además, es una poesía muy atractiva en materia de imágenes, e impactante, porque se construye en el estructuralismo, en asociaciones del lenguaje, en lo arbitrario”, precisa.

Pero, a pesar de ser un tema que lo define, el escritor plantea que el surrealismo no ha sido explotado en su sentido más importante: la relación con el inconsciente y su dependencia del mismo.

Para él, el poeta es quien ha estado más cerca del inconsciente, un tema sobre el que el psicoanalista Sigmund Freud profundizó, al abordar la formación del lenguaje metafórico a través del acceso a un espacio insospechado, en donde se acumulan todos los conocimientos y de donde procede lo que viene luego a la memoria.

"El poeta es quien ha estado más cerca de descubrir esto porque ha podido acceder a los puntos en donde están dichas imágenes, cuya naturaleza es espontánea o inconsciente, y no se tiene control mental sobre estas".

Para llegar a ese punto, alude al automatismo psíquico, método creado por André Breton, quien descubrió que al poner la mente en blanco se llega a un momento de fluidez de la palabra y se puede transcribir de forma inmediata. Este método fue practicado por varios poetas latinoamericanos, cuyas creaciones se acercaron a las de la poesía francesa.​

Entre dos líneas

Su vida artística se ha movido entre las palabras y las imágenes, a veces casi sin una línea divisoria, porque las dos tienen como origen la sensibilidad. "Es posible que ambas disciplinas se complementen y hasta sean aliadas, pues comencé dibujando a partir de la escritura y en eso me encuentro todavía”, explica.

Es dibujante y no pintor, aunque no se considera profesional. “Pudiera decir que soy un calígrafo, informal y gestualista”. Aun así, reconoce que en los últimos años su obra ha sido muy solicitada por los museos de varios países.

En cuanto a la percepción sobre el manejo del espacio para repartir las palabras de un poema y los del dibujo en la hoja, cree que esta distribución responde a una idea de la vanguardia, sobre todo a inicios del siglo XX, cuando comenzó a anularse, en todos los idiomas, la métrica, la rima, el sonante y el consonante.

“Los poetas tienden a organizar las palabras en el espacio, de modo que tengan una forma plástica, y eso ocurre, sobre todo, en la experimentación de lo que se conoce como poesía visual, en la que, con estas, se pueden hacer dibujos e imágenes. Pero si se separan las frases con las cuales van a concordar, se logra un espacio abstracto”, afirma Calzadilla.

Con la ruptura de esa disposición tradicional de las palabras, basada en versos continuos que responden a un sistema de concordancia, es posible alcanzar el verso libre, el que, para el autor, proporciona libertad absoluta, incluso para negar la poesía y para aliarse con otros lenguajes, pero, principalmente, para mezclarse con la ficción. 

“El uso de las palabras en la distribución es arbitraria o subjetiva, y es comprensible para el que lo hace y no para la mayoría de la gente. La separación de las mismas, en cierta forma, para acentuar una en especial o dejar en blanco todo el espacio alrededor, es un capricho que se entiende como una forma de expresión de los artistas”.

Esa forma de construir con las palabras la han tenido, según Calzadilla, todos los poetas, sobre todo en la poesía experimental o poesía conceptual, donde el sentido desaparece en su significación lógica, para dar base a otras formas de entendimiento, bien sea global o propio del poeta.

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​“Yo hice mucha poesía rimada porque no sabía que había más nada, pero esos conceptos no se manejan en la poesía actual”.​

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“Yo, por ejemplo, soy innovador en este ámbito en Latinoamérica, como muchos otros poetas, entre ellos los brasileños, en el sentido de que no me quedé en la imagen y en lo que esta representa en relación con los usos y los significados etimológicos, sino que busqué que en la poesía haya un elemento conceptual teórico, una especie de reflexión para el lector y una vía para interpretar lo que se dice”.

De esa forma, advierte que la poesía no es filosófica ni ideológica, sino imagen: entra por los sentidos y, de inmediato, sugiere cosas, aunque no sean las que semánticamente expresa la palabra.

Incluso, representantes de la poesía clásica argumental como Quevedo, Góngora, Darío y Neruda tienen poemas donde se cuentan asuntos, hay una argumentación, una historia, una anécdota, unos diálogos y una teatralidad. Pero hay poesías a las que las personas rehúyen porque no pueden entrar a descifrarlas.

En su poética y su plástica, la ciudad se presenta como una de sus obsesiones o temas recurrentes: lo que ocurre en la metrópoli, el hombre de la ciudad, cómo vive este, siempre, según él, con una intención lúdica de jugar y conceptualizar eso que está pasando para llevarlo a una especie de sátira o crítica, más allá de la poesía, de lo que se ha considerado siempre como poesía.​

Influencia cultural

Uno de los momentos decisivos en la historia de Juan Calzadilla fue el hacer parte del movimiento artístico El techo de la ballena, gestado en 1961.

“En la cultura venezolana estaba la hegemonía de lo que se llamaba pintura de rayas, donde se hacían mosaicos para pegarlos simétricamente
y esa era la cultura oficial que se imponía. Entonces nosotros insurgimos en un movimiento informalista, que rompía con esa cultura oficial aséptica, purista, que no admitía protesta ni mensajes y era puramente decorativa”.

Este se basaba en una antiestética y no se hablaba de pintura, sino de cuerpos espaciales, de formas vivientes con posiciones de materiales de todo tipo, a veces con chatarra, con cosas pegadas en los objetos.

Ese hecho, recuerda Calzadilla, se mezclaba con la situación política y de la decadencia de la poesía venezolana de su momento, para agrupar a un conjunto de escritores jóvenes que venían de varias corrientes, a hacer un movimiento renovador en la estética, que reflejara más la vanguardia de lo que se hacía en otras partes del mundo y mostrara, a su vez, compromiso contra la dictadura.

“La diferencia era que, por ejemplo, en los tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, no era que el poeta no pudiera decir lo que quería, sino que no había ámbitos para decirlo, no había condiciones porque el poeta estaba marginado, no se publicaban sus libros, no se les tomaba en cuenta”.

Sin embargo, menciona que, en Venezuela, desde 1987, se implementaron editoriales públicas que acogen indistintamente las creencias, pensamientos e ideas de cada artista. De modo que lo que juzga el jurado o el director de la imprenta como de valor, se publica sin que el escritor tenga que pagar. 

En la actualidad, organiza un libro sobre Armando Reverón en el que, anuncia, se verá plasmada la trayectoria y la biografía del artista. De hecho, su más reciente exposición, Formas escapándose del marco, fue un homenaje a la vida y obra del pintor.

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​“Muchísima gente podría ser creadora si pudiera tener completamente resueltas las necesidades básicas”.​

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“Para que la escritura pueda subsistir tiene que abandonar enmarcamientos y límites. La exposición es una propuesta muy figurativa y abstracta en la que, con un método en blanco y negro, hago un trazo, pongo las obras a tres centímetros del zócalo del muro, y contrasto unos con otros para producir, desde lejos, un gran movimiento dinámico”.

Esos dos lenguajes, que de acuerdo con él nacen de la sensibilidad, son los que disfruta, porque en ambos encuentra un modo de satisfacer una necesidad expresiva.

“Tengo dos habilidades con un tronco común, que es la representación de la imagen o de los símbolos, y ahí, evidentemente, se relacionan. En mi caso, siempre se podrá encontrar parecido entre el dibujo y lo que escribo, porque, incluso, utilizo la escritura como una forma plástica, en la que un letrero parece un hombrecito, un niñito, un guerrero con una luz”, puntualiza el escritor

Contexto

El Poeta Juan Calzadilla recibió el Premio León de Greiff al Mérito Literario, entregado por primera vez durante la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, con el que se busca exaltar la obra de autores iberoamericanos en los géneros poesía y prosa.

Al premio, que fue creado por la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín y EAFIT, con el patrocinio del Grupo Argos y sus filiales Celsia y Argos, se postularon 37 autores por 132 bibliotecas de nueve países. Juan Calzadilla nació en Altagracia de Orituco, Venezuela, en 1931. Es además ensayista, crítico de arte y artista plástico.

Otros de sus reconocimientos han sido el Premio Nacional de Artes Plásticas de Venezuela, 1997, y el Premio Nacional de Cultura de Venezuela, 1996. Ha publicado Primeros poemas (1954), Dictado por la jauría (1965), Tácticas de vigía (1982), Tema para el próximo silbido (1991) y Noticias del alud (2009).​

Última modificación: 27/02/2017 17:17