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El Eafitense / Edición 111 Moravia: una ciudad a la orilla de otra

Moravia: una ciudad a la orilla de otra

​De la voluntad general al contrato social en procesos de transformación. Este recorrido por la Moravia (sector de Medellín) histórica y contemporánea muestra la resistencia de una población que, gracias al arte y a que la “unión hace la fuerza”, ha logrado reinventarse en varias ocasiones.​

​Foto: Róbinson Henao​​
​Manuela Saldarriaga Hernández
Colaboradora

Existe una palabra, un abracadabra, que traduce la expresión “todos los caminos conducen a Roma” y es conquista. El imperio se hizo Imperio dominando territorios, abriendo paso, surcando dichos caminos. Tantos fueron estos que ahora mismo estoy cruzando uno que parte desde esta época anterior a Cristo, con el Atlántico en medio, y aterriza cerca de mi destino: Carabobo, una carrera inacabada en Medellín con una vanidad semejante a la romana.

Si continúo el cauce histórico, Carabobo no solo tuvo una proximidad bastante importante con el Sitio de Aná donde, hacia el año 1600, indígenas, mestizos y negros estaban establecidos. También su orientación fue dibujando una línea paralela al río, desde el centro de la ciudad hacia el norte, como causa o efecto de una agitada operación arquitectónica que produjo un capital político, social, económico y cultural en la zona. Y hoy, cuatro siglos más tarde y poco de un quinto, se rehúsa a conducir al flanco del tema: Moravia.

El primer asentamiento en el terreno se registró hace 60 años. La conformación de un proscenio en el que tiene asilo uno de los proyectos asamblearios más interesantes de este Valle no era una posibilidad. En 1987 fueron cerca de 14.600 personas las que allí se registraban (en otros censos 17.000) y, en el presente, con cerca de 40 mil habitantes, Moravia comienza donde Carabobo, el camino, termina.

Sin embargo, el que la carrera padezca una afección de salud vial y sea una paradoja en las conquistas, no excluye a este núcleo de recibir sangre. Por esta arteria obstruida pasa una dosis mediante una holgada sonda –para no fallarle a la vanidad que a veces resulta atractiva– y sus signos vitales son buenos. Ahora es posible advertir en el territorio algo mejor que lo dicho sobre la Edad Antigua: una autoconquista, quizá el abracadabra para referirse a una de las transformaciones de mayor impacto en la ciudad.

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​Con el proyecto Moravia Florece para la Vida, de la Gerencia de Moravia, que recibe estímulo estatal, cultivan plantas ornamentales (cerca de 40 especies) que no solo venden fuera del sector.​

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Dieciséis años atrás, en 2003, cuando el escritor Héctor Abad Faciolince caminaba por una senda Angosta, pasó “una tarde en el infierno”. Describió así a Moravia en un artículo publicado en la revista Semana, donde reprochaba el desatino de la administración pública al no hacer en 20 años una contundente y necesaria intervención en aquella montaña de residuos orgánicos e industriales sobre la que muchos vivían. ¿Hacía falta embellecer el final de una calzada, más cuando se trataba del vestíbulo de los desechos? ¿Debían hacer un desalojo opresivo, tras otro, como si muchos
de estos habitantes tuvieran una vocación de tránsito inalterable? Solo en 2004 a ese mismo espacio llegaron, según la Personería de Medellín, 519 personas desplazadas.

En la mesa de planeación municipal

El antiguo basurero que hoy se conoce internacionalmente empezó a tener un lugar destacado en la mesa de planeación municipal hace poco más de 25 años, menos de la mitad del tiempo del primer arribo. El Plan de Desarrollo Local de la comuna 4 de Medellín, de 2008, impulsó intervenciones considerables, aunque desde años atrás, mientras se reunían basuriegos y recicladores, así como gente de todo el país, gran parte de esta desplazada
de las regiones del Valle del Cauca, Chocó y Antioquia, incluso de la misma comuna 4. Moravia iba saliendo a la manera de Dante y Virgilio de ese ‘infierno’ que refería el escritor y cruzando el purgatorio con una notable dosis de esperanza. Al instalarse con anarquía, trazando su propia cartografía, fueron dominando su emporio.

Ahora bien, para que esto sucediera, como con la colonización del país, el conflicto armado del campo también se asentó en la periferia, provocó más polución en el pilón de lixiviados, apareció un capo, tal como lo hacen capos menores todavía, patrocinando una “vida digna” a falta de una atención estatal, a falta de trazar un camino que condujera a Roma. A la sazón vino el empoderamiento de líderes que rayaron su propio mapa de la zona a manera de distritos, se configuraron bandas criminales y, sin olvidar el paramilitarismo, la ladera soportó el establecimiento de miles de personas. Apresuradamente ocurrió lo que ocurre en estas montañas: pasa de verde al amarillo de luces que, encendidas en la noche, dejan ver una gran constelación; se muta de lo rural a lo urbano.

Pero un largo periodo no puede resumirse con la negrura de la década del 90. Tras la consolidación del proyecto Programa Integral de Mejoramiento de Barrios Subnormales en Medellín (Primed, 1992), que se logró a través de la Consejería Presidencial para Medellín y su Área Metropolitana, y cuyo objetivo fue la recuperación de la gobernabilidad al coincidir el Gobierno Nacional, la Alcaldía, la cooperación internacional y la comunidad, la articulación en la planeación urbana y la mejoría –otra vez– de la calidad de vida, fueron acciones preferentes.

En el Plan de Ordenamiento Territorial de 1990 se definió a Moravia como “área de intervención especial” y en 1995 fue el turno para el Plan de Desarrollo y Convivencia de Moravia. En el 99, gracias a esta experiencia, se aprobó el Acuerdo 62 con el que se consolidó el Plan Parcial de Moravia y en el Plan de Desarrollo 2004-2007, con una línea llamada Integración Integral de Moravia, es cuando cobra un sentido de macroproyecto. Toda esta historia en detalle se encuentra en el libro no publicado ‘Adiós al olvido La Alcaldía de Medellín en los territorios con mayores necesidades’ (2010).

Pero más valioso que la conjugación de los proyectos políticos que refiere este documento, está la crónica calmada de transformación social de Moravia desde el proceso de ocupación –el más aludido–, pasando por la conformación de una Gerencia para el sector; los procesos participativos y comunicacionales, así como las estrategias de inclusión. También están los proyectos urbanos (Centro de Salud, Centro de Atención a la primera infancia “Mamá Chila”, el Centro de Desarrollo Cultural y el Parque lineal La Bermejala) y los de vivienda con todos sus componentes de asentamiento y reasentamiento, y los testimonios de ciudadanos líderes que dicen haberse sentido incluidos.

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​César Augusto Hernández, actual director del Departamento Administrativo de Planeación, considera algo opuesto. Para él, la transformación de Moravia en un proceso inacabado porque se dejó de lado el tema de inserción de la zona a la ciudad, lo que fue promesa política, y se desconectó la inclusión del territorio.​

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De hecho, para Jorge Melguizo Posada, quien fuera secretario de Cultura de Medellín en el periodo 2005-2007 y poco de 2008, y luego secretario de Desarrollo Social entre 2009 y 2010; si en Moravia no hubiera habido participación, habría sido imposible, por ejemplo, el reasentamiento de más de 2.600 familias, o peor: se habría hecho de golpe, sin concertación, con consecuencias muy duras. “En todo proceso de reasentamiento siempre hay un remanente, de los más resistentes por razones varias (problemas legales, estaban fuera del censo, no aceptaron ninguna de las propuestas de reasentamiento, sus familias crecieron y reclamaron más viviendas de las pactadas o, simplemente, resistieron y siguen resistiendo, que son esas 100 y algo de casas que aún quedan en el morro) porque “si no nos fuimos cuando esto era basurero menos nos vamos a ir ahora que esto está tan distinto”.

Y si lograron construir casas con desperdicios, ¿cómo no embellecer a través de huertas e invernaderos el suburbio? Con el proyecto Moravia Florece para la Vida, de la Gerencia de Moravia, que recibe estímulo estatal, cultivan plantas ornamentales (cerca de 40 especies) que no solo venden fuera del sector. Suman esta vocación de agricultura urbana a la del reciclaje y, en manos fértiles de una Livia, la emperatriz, otro medio centenar de mujeres –como comunidad auténtica y dominante– combaten con la siembra la polución a la que están expuestos. Hoy son mucho más de 30.000 metros cuadrados de sembrado.

La preocupación es cómo ser sostenibles sin exigir el mecenazgo de cada Administración, pero tampoco suplicándolo. Ahora bien, con los traslados de vivienda (hacia Pajarito y Nuevo Occidente, entre otros) el tejido de esta hacienda colectiva recibió una epidemia, no tan grave como la tuberculosis, por fortuna, pero de construir jardines horizontales, debieron pasar a crear los propios verticales y en edificios tuguriales. Para Jorge Melguizo, la participación no quiere decir que el reasentamiento haya estado exento de problemas, también hubo organizaciones (alguna junta de acción comunal entre estas) vinculadas directa o indirectamente a la criminalidad en el barrio.​

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Proceso inacabado

No obstante, César Augusto Hernández, actual director del Departamento Administrativo de Planeación, considera algo opuesto. Para él, la transformación de Moravia es un proceso inacabado porque se dejó de lado el tema de inserción de la zona a la ciudad, lo que fue promesa política, y se desconectó la inclusión del territorio –un ejemplo palpable, según expresa, es la diferencia con las dinámicas urbanas aledañas al Parque Explora y el Jardín Botánico–. Igualmente acusa la manera abrupta con la que se paró el macroproyecto, que fue con freno de mano, hacia 2012, pues el gobierno local no tenía como prioritaria la continuidad de un procedimiento que funcionaba con inercia.

César Hernández, quien fue gerente de Parques Educativos, director del Departamento Administrativo de Prevención y Atención de Desastres (Dapard), y gerente del Proyecto Urbano Integral (PUI) en la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU) durante seis años, un cargo que procura hacer procesos de transformación urbana durante un tiempo acordado con la comunidad, cree, igualmente, que el reasentamiento fue un ejercicio demasiado violento para una ciudad que está en deuda con la gente que se quedó, pues aún hacen falta asuntos pactados que la población reclama.

Los moravitas tienen un interesante proyecto asambleario y, tal vez, sea una consecuencia del asesinato del líder de la primera Junta de Acción Comunal de Moravia, que la componían comités como el Fidel Castro, el Paralelo del Río y Moravia, y era una asociación que contaba con apoyo del Gobierno. “Hubo comités populares independientes en defensa a la posesión de la tierra (...) sin reivindicar la legalización de la misma, pues obligaba a su valorización” y estos se opusieron de frente a la intromisión estatal y preferían un desarrollo autónomo (Las Divisas y Milán). También hubo un comité conformado por mujeres y otros de la montaña de basura, que buscaban la clasificación residual correcta y una buena empleabilidad para los “basuriegos” (*).

Gente en Moravia conformó su propia Sociedad de Mejoras Públicas y ha reciclado lo que todo el Valle de Aburrá no recicla. Aunque, a decir verdad, los primeros comités fueron los cívicos que estaban integrados por las esposas de los ‘gamonales políticos’ y que tenían la pretensión de sumar votos. Otros, no menos protagónicos, fueron comités de los “tugurianos” con características diferentes a las descritas.

Cierto es que la alusión a este cuerpo plural asambleario, sea cual fuere su conducta sociopolítica, adquiere un mérito no solo porque sin su voluntad o consentimiento miles de prácticas no hubieran sido posibles (muchas de estas ineludibles). También porque fueron el aceite de la máquina que propulsó cambios en el perímetro.

Cuando en 2006 el Ministerio del Interior y de Justicia declaró el tema de Moravia como uno de calamidad pública por la vivienda de 2.224 familias en una montaña de 35 metros de altura conformada por 1,5 millones de toneladas de desechos, es elemental pensar que fue esto una consecuencia del descuido de tener durante 20 años un basurero a cielo abierto sin ninguna medida sanitaria. Sin embargo, fue con esto cuando entidades públicas y privadas de Medellín, ONG nacionales e internacionales e instituciones académicas –destacándose la Universidad de Antioquia– trabajaron aunados
en la Intervención Integral de Moravia y provocaron una recuperación medioambiental representativa. La Cooperativa de Jardineras Comunitarias de Moravia (Cojardicom) fue uno de los resultados, aunque para María del Carmen Ramírez, líder comunitaria, el proceso haya sido excluyente.

El jardín comunitario se creó gracias a la coordinación de la Cátedra Unesco de Sostenibilidad (con sede en Barcelona), el Área Metropolitana y el Instituto Tecnológico de Antioquia, mediación que permitió, además, la construcción de la primera planta demostrativa para el tratamiento de los lixiviados y el agua de escorrentía mediante tecnologías sostenibles. César Hernández contribuye a la idea de que en temas ambientales nadie puede
discutir que el avance es bastante positivo. En esencia, la cultura de reciclaje de Medellín más firme tiene asiento único en esa zona norte.

Protección de los derechos colectivos

La comunidad se reúne y conversa sobre la consolidación de acciones populares con fines preventivos. En este momento, por iniciativa del líder Juan Carlos Domicó, exploran el mecanismo de protección de los derechos colectivos para los planes de construcción de Viviendas de Interés Prioritario (VIP). Se concentran en el Centro de Desarrollo Cultural de Moravia, donde en un día calmado pueden ingresar y salir 600 personas, y en días con mayor flujo, 2000 personas. Ana María Restrepo, directora del Centro, tras muchos años vinculada y anteriormente como mediadora, da razón del cambio que en 2013 tiene este recinto –que fue el elegido por la comunidad como resultado de una práctica de memoria– que es descentralizar las actividades formativas y artísticas hacia la Comuna 4.

Parque Explora y la Corporación Ruta N Medellín inciden, así mismo, en mediaciones pedagógicas, colaborativas y de transformación. En temas de arte, relativización de memoria y en medio de interesantes experiencias de resistencia (con puestas en escena y con provocaciones de objetores de
conciencia) suceden encuentros destacables donde hábitos de esta comunidad (o de su lugar de origen) tienen cabida.

El colectivo ecuatoriano Tranvía Cero realizó en 2011 el Proyecto Moravia Patent, en el Encuentro Internacional de Arte de Medellín, con el que recopiló propuestas de la comunidad que daban cuenta de la invención, creatividad, innovación y tecnología de este sector popular, “un ejercicio no muy reconocido por los sectores empresariales, industriales, académicos o de investigación”, en donde se registran ideas como un maniquí biodegradable y ecológico; una jeringa que prende y apaga bombillos de luz; un examinador de orina, entre otros.

En el Encuentro, el colectivo Caldo de Cultivo de Bogotá realizó, en Moravia, una instalación con resultados no tan favorables por falta de permiso de Espacio Público, pero lo satisfactorio fue el diálogo con los reasentados. El centro de arte contemporáneo de Medellín Casa Tres Patios, vinculado en procesos no menos interesantes, permitió talleres con tejedoras del territorio; proyectos en y con la comunidad como Susurros (Hip-Hop), NO-2
somos + y TriciLab, liderados por el artista Alejandro Araque, estimularon, según sus palabras, la autonomía de los jóvenes involucrados. Ejercicios como Moravia Video Lab, la experiencia con Sur-Sur: emergencia, donde 200 Moravitas, en su mayoría provenientes del Chocó, participaron. Ahora su Escuela Popular de Cine, que Carlos Álvarez coordina, en fin… Todo esto, amén de evocar la pregunta de la necesidad del arte colaborativo, consolida
una actitud de consistencia comunitaria. Un dominio del hacer.

Para sumar a todo lo demás, la autoconquista, como principal modelo de transformación de este espacio, consiste en la lógica e iniciativa de la voluntad general, ese tejido social que creó una ciudad a la orilla de otra, y que contribuye de manera autónoma e insistente al mejoramiento de su calidad de vida, así como al robustecimiento de un modelo económico que les permita el progreso, credo del capitalismo.

Ellos tienen su propio hueco, su propio centro. Son un close up de la situación del país en su estilo claroscuro. Posiblemente se les pueda abonar una destreza en la metapolítica. Saben, como pocos, sobre el valor que tiene la cultura en sí misma. Reivindican la voluntad general a pesar de lo nocivo del contrato social, aunque sea este el que les dio y les da pulso.

Presentes en Moravia

Las asociaciones que más se destacan en Moravia son Nueve Lunas, Fresitas del Bosque y Nuestro Oasis. Cada una de estas tiene cerca de 20 hogares comunitarios, sin contar el Jardín Infantil Buen Comienzo, el Mamá Chila, el Camino de Corales y el de la Pastoral Social.

Moravia tiene un modelo económico impulsado, 
principalmente, por el reciclaje y la mecánica. Las madres de familia trabajan como empleadas domésticas y tienen pequeños negocios de comida, como tejedoras o venta ambulante, entre otros oficios.​
(*) Tomado del libro ‘Adiós al olvido La Alcaldía de Medellín en los territorios con mayores necesidades’ (2010) producido en la administración de Alonso Salazar por la Secretaría de Desarrollo Social y hasta ahora no publicado.

Última modificación: 27/02/2017 17:19