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Babel es un hueco

​​​Hasta abril de 2017 se pudo apreciar en el Centro de Artes de EAFIT la exposición Babel, de Alejandro Castaño Correa, docente de la Universidad Nacional sede Medellín. Se trató de una muestra compuesta por más de un centenar de artilugios creados durante más de 20 años de desarrollo artístico desde el taller del artista, ubicado en Rionegro (Antioquia).

​Sol Astrid Giraldo Escobar
Colaboradora


Babel, con su confusión, ha vuelto. Sin embargo, no se eleva prepotente como aquella edificación bíblica que retadoramente quiso alcanzar el cielo. La Babel que se ha posado recientemente sobre el Centro de Artes de la Universidad EAFIT es subterránea, se dirige hacia abajo, hacia adentro, hacia las profundidades. Los constructores de la edificación desmesurada de la leyenda fueron castigados con la incomunicación. Antes de que esa mole orgullosa se erigiera, había un piso firme para la comunidad y la gente hablaba un único idioma. Después, sin embargo, fueron tantas las lenguas que ya nadie entendió
a nadie. Y el suelo se volvió tan inestable como el de una torre inclinada.

Alejandro Castaño, arquitecto de esta nueva Babel, quiere reflexionar, precisamente, sobre la fragmentación, la pérdida de los significados únicos y de las superficies planas y seguras de sentido: “Babel es encuentros y desencuentros. Códigos establecidos y códigos rotos. No es lenguaje, torre ni ciudad.
Babel son solo rastros de la multiplicidad que nos hace individuos en este navegar. Aquí estamos en este único viaje cosmogónico sin haberlo pedido. Babel es todo”.

Advertidos de esto se debería entrar sin preconceptos a su universo y dejar atrás la razón, la sed de significado, la búsqueda de seguridades, la necesidad de historias, la urgencia de moralejas, la exigencia de bellezas suaves y brillantes. Babel, más bien, es un delirio, un sueño, un viaje. Una interpelación a los sentidos, a la imaginación, a las memorias, a las nostalgias. Una experiencia multisensorial y lenta, en contravía de los estímulos unidireccionales, descorporeizados y frenéticos del presente.

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Alejandro Castaño, arquitecto de esta nueva Babel, quiere reflexionar, precisamente, sobre la fragmentación, la pérdida de los significados únicos y de las superficies planas y seguras de sentido.​

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La escala ayuda a crear este clima de inestabilidad. A veces la proporción humana se sobrepasa como lo hace el ensamblaje monumental de una rueda y un tronco de varios metros que recibe al espectador en la sala central. Otras veces, en cambio, se minimiza, y hay figuras de centímetros perdidas en
líricos y leves relatos. La disposición de las esculturas también altera la claridad conceptual y geométrica del recinto. Una gran pieza en la que se tejen varias latas oxidadas atraviesa el centro y se pega contra la pared desordenando los ángulos rectos de la sala. Las barcas, por su parte, se chocan y colisionan. Un tronco y sus raíces obstaculizan el paso.

Activos y despiertos

Los visitantes deben tener una disposición activa y abierta para que Babel se abra y no les dé en las narices con su desprecio soberano por los significados literales. Su territorio, en cambio, es la metáfora, la provocación, la insinuación. Las obras aquí no están afuera rotundas, definidas y estables, esperando a
que el espectador compruebe ópticamente que la representación plástica se corresponde con algún objeto o evento de la realidad.

Al contrario, estas imágenes solo terminan de suceder en la mente de quien recorre estos territorios, los hace suyos y los completa con su propio bagaje psíquico. “Babel es una invitación a un viaje”, insiste Castaño, solo que no se sabe adónde. Un viaje que, de ninguna manera, tendrá la forma previsible e inofensiva de un recorrido turístico. Tampoco habrá muchas estaciones para descansar del vértigo.

Esta excursión, al contrario, será por símbolos quebrados, por las ruinas culturales, por los pliegues del inconsciente, por estelas de objetos abandonados y sobrevivientes, por las zanjas de la cultura material, por superficies oxidadas que son la forma sensible del paso del tiempo.

Las esculturas de Castaño no lo son en el sentido tradicional del término: monumentos figurativos sobre pedestales fijos. O, en el otro extremo, formas abstractas, impolutas, enamoradas de su propia perfección y belleza. Se está, en cambio, en el reino de los objetos ambiguos, creados por el escultor al
colisionar formas, temporalidades y materiales contradictorios: el hierro con la madera, las ramas con la piedra, la anatomía del hombre con la de un caballo, la cruz católica con un avión. En otra vertiente de piezas, Castaño trae objetos ya hechos, coleccionados y memoriosos, los cuales ha recogido de
las bodegas del pasado. Artefactos desfuncionalizados​, fuera de su contexto habitual, que así se convierten, en sí mismos, en un hecho plástico: sextantes, brújulas, instrumentos de medición.

​​Para no naufragar entre hierros retorcidos, herramientas varadas, brújulas muertas, hachas de cabeza, Ícaros que no vuelan, lo mejor es subirse imaginariamente en una de las muchas canoas que ofrece el artista a quien decide aceptar su invitación. Estas, estructuras despojadas de recubrimientos, se hundirían en el agua tumultuosa de la realidad.

Sin embargo, no es este el elemento sobre el que se va a navegar. Sus canoas, en cambio, sirven para atreverse al líquido espeso de la memoria cultural. Son las canoas arquetípicas, las que vienen de Egipto, del Nilo, de los mares enfurecidos de los vikingos y los romanos, hasta llegar a las corrientes del Chocó en el Atrato o las de los sirios en el Mediterráneo actual.

Las canoas se materializan en dibujos y bocetos, que el artista trae a la sala, antes de pasar a la tercera dimensión. Entonces muestran escuetamente su armazón, sus junturas, su vientre vacío. Son los símbolos atávicos del viaje, la huida, el desplazamiento. Aunque no se mueven y están aferradas al piso, tienen los pies ligeros de la poesía, una clave infaltable en este escenario. Castaño ha desarrollado un vocabulario y una gramática particular. Sus palabras son los objetos creados o recogidos. Su sintaxis, las atrevidas acumulaciones, tejidos y ensamblajes. Concatenaciones insistentes que llevan de una forma a otra forma en una infinita sucesión.

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Pero Castaño no tiene ojos de cínico posmodernista, sino de poeta tardo romántico. A sus ojos las ruinas, los detritos, los pedazos no hablan de batallas perdidas, sino de persistencias y posibilidades.​

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No hay dónde posarse​

Los pares semánticos “barca-árbol”, “barcacaballo”, barca-casa”, “árbol-rueda” se despliegan como especies de haiku objetuales. Ellos remiten al destierro, a la multitud de seres que deben llevar la casa sobre su espalda, como los caracoles. Por esto, la barca no está emplazada en un paisaje como sucede usualmente
en la tradición pictórica occidental, sino que, al contrario, el paisaje (el árbol, la casa, el caballo) se instala dentro de la barca.

Es que el espacio, en este universo babilónico y destruido, ha colapsado. No hay un lugar donde posarse. Y a los objetos no les queda más que replegarse sobre sí mismos mientras hacen malabares sobre la nada. Una colección de pequeños y grandes artefactos, creados por este artista plástico (derecha), hace parte de Babel.

Hay otros símbolos personales que plantean relaciones paradójicas, aparentemente contradictorias e irreconciliables. Un hombre pesa más que un hipopótamo en una imaginaria balanza. Los caballos, en lugar de cascos, tienen ruedas. Una casa habita dentro de un cuenco. Hombres con cabezas equinas cabalgan sobre lomos que han perdido la suya.

Son los objetos expulsados de las debacles del espacio y de la historia. Esta, aquí, no es un relato orgánico con principio, desarrollo y fin, sino un gran vertedero de basura y detritos. Pero Castaño no tiene ojos de cínico posmodernista, sino de poeta tardo romántico. A sus ojos las ruinas, los detritos, los pedazos no hablan de batallas perdidas, sino de persistencias y posibilidades. Sobre una piedra se puede construir una catedral. Sobre una estela de fragmentos, de esquirlas de palabras y cosas, fabular un mundo.

Y en medio de esta desmesura surge la utopía de la mensurabilidad. La obsesión de medir el mundo, cartografiarlo, con la intención de controlarlo. La medida de esta geografía será el cuerpo humano, que en la visión de Castaño pierde su condición de ser anatómico para volverse una mera unidad funcional,
como parodia de aquella idea renacentista que quiso proponer al cuerpo humano como la medida ideal de todas las cosas. 

Sin embargo, Babel tampoco es Renacimiento. Y aquí la geografía y la anatomía se muestran como discursos fallidos. La tierra está fragmentada, los cuerpos también. Han perdido la cabeza, sus pies están enterrados en pedestales que los inmovilizan. Han extraviado la dirección y la gravedad, han trastocado su axialidad y lateralidad. No son individuos sino arquetipos vulnerados en una geografía loca donde no hay un lugar claro para la humanidad.

Así es Babel. En el panorama contemporáneo de un arte desmaterializado, no objetual, virtualizado, que prescinde de la factura, le apuesta en cambio firmemente a la presencia física, a las técnicas manuales de cortar, serruchar, soldar, moldear. Y a la manipulación de materiales tradicionales como el hierro,
la madera, el yeso, la plata, el aluminio, el bronce. A la aventura atávica de la metalurgia y sus coqueteos con la alquimia. Y en un contexto de propuestas altamente politizadas por las urgencias históricas del país, se decide por la alusión poética en lugar de las conversaciones obvias y directas con la
realidad. En su propuesta, sin embargo, no dejan de colarse guiños al desplazamiento como una metáfora universal de estos tiempos glocales.

Babel. Pastiche histórico, tecnológico, mitológico. Acumulación de signos rotos en un entorno poshistórico, donde estos no se devalúan, sino que se dignifican y rescatan. No en un sentido nostálgico, sino como una decidida incitación a la liberación y al viaje mental y sensible por la cultura y la memoria. Porque
esta Babel no es una torre, sino un hueco. Y también, y sobre todo, una actitud.​​