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Huellas de dinosaurio

​​La geóloga Linda Vidal recorrió un sector de la cordillera de los Andes, en Chile, tras las pisadas de los gigantes seres que habitaron la Tierra hace millones de años. En este texto, que contó con la edición del geólogo y escritor Ignacio Piedrahita, se muestra la vivencia de Linda y de varios de sus colegas.

​Linda Vidal Murillo
Geóloga


Me encuentro en uno de los picos de la cordillera de los Andes chilenos, frente a una gran pared de roca de color amarillo, y lo que hay en su superficie es algo que nunca antes había visto: ¡gigantes pisadas de dinosaurios del periodo Jurásico Superior!, cuando América del Sur se empezaba a separar de África y, por lo tanto, empezaba a abrirse el océano Atlántico. Desde aquí puedo apreciar la pared completa y, sobre esta, distinguir claramente las trayectorias semicirculares que marcaban los dinosaurios al caminar.

Llegué a Chile durante el verano de 2015 para realizar mi práctica profesional del pregrado en Geología de EAFIT. Mi objetivo era estudiar la historia geológica que han guardado por millones de años esas rocas donde pisaron los dinosaurios, como parte de una investigación mucho mayor que lideraba un profesor chileno, cuyo propósito era determinar si durante los 10 millones de años que tardaron en formarse las rocas en un antiguo mar, ocurría un calentamiento o un enfriamiento del planeta. Nunca me imaginé lo impresionante que sería ver la pisada de un dinosaurio congelada en el tiempo.

Para llegar hasta aquí tomamos una carretera hacia el sur de Santiago, hasta la ciudad de San Fernando (a unos 140 kilómetros de la capital chilena). Durante las tres horas que tardó el viaje la cordillera de los Andes nos quedaba a nuestro costado izquierdo. El calor del verano podía apreciarse en el color parduzco de la montaña, dado por una vegetación escasa de arbustos espinosos. 

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Diariamente caminamos hasta las huellas. Es importante llegar en la mañana para que el sol no genere sombras que impidan contemplarlas a la perfección. ​

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En San Fernando tomamos un desvío que lleva al poblado de Termas del Flaco, enclavado ya sobre la montaña. Estábamos adentrándonos en los Andes chilenos mientras bordeábamos el río Tinguiririca, un río de aguas claras que nace en la parte alta de la cordillera, y que recorre el valle de Colchagua, famoso por la producción de vinos de alta calidad. A medida que nos sumergíamos más en la montaña, las paredes de roca cubrían la mayor parte del paisaje hasta llegar a nuestro destino. Eran estratos de roca, superpuestos e inclinados como las hojas de un gran libro abierto.

Termas del Flaco está en plena cordillera, muy cerca al límite con Argentina. Su nombre se lo debe a las aguas termales que están en sus alrededores, producidas por los volcanes activos de la región, cuyas cámaras magmáticas calientan las fuentes hídricas subterráneas cercanas. Pero no solo las
aguas termales atraen a turistas, también las huellas de dinosaurios y, para algunos un poco más especializados, un arrecife de coral fosilizado.

El profesor y otros estudiantes también están extasiados frente a esa magnífica visión, pero debemos trabajar. No todas las huellas  son iguales, tienen diferentes formas y tamaños. Podemos identificar, por lo menos, las pisadas de tres tipos de dinosaurio. Las más grandes miden unos 70 centímetros, tienen
forma circular y son las más pronunciadas y visibles desde lejos. Fueron dejadas por el paso de saurópodos, los gigantes cuadrúpedos herbívoros famosos por su cuello largo.

Otra serie de huellas son de menor tamaño, y en estas se pueden distinguir tres dedos que corresponden a los ornitópodos, individuos un poco más pequeños que los primeros. Y, por último, hay unas huellas más pequeñas que miden unos 30 centímetros, donde se identifican tres dedos largos y delgados, que
pertenecen a terópodos, los carnívoros bípedos depredadores de la época.

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En el momento en que los dinosaurios se desplazaban a lo largo de la orilla, la arena se encontraba húmeda, lo cual facilitó que las pisadas quedaran impresas en el sedimento de la misma manera en la que dejamos la marca de nuestros pies al caminar por
la playa.​

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¡Listos para la exploración!

Esta mañana, como todos los días de la expedición, salimos a las 8:00 a.m. Empacamos el equipaje, propio de un buen geólogo: el infaltable martillo para sacar muestras de roca, la lupa para poder observar con más detalle pequeños minerales, la brújula, el GPS para guardar las coordenadas de los lugares
importantes, el mapa para ubicarse en el lugar, cinta métrica para las mediciones, lápices y la libreta de campo, que es un objeto personal, donde el geólogo toma nota del tipo de roca, minerales y fósiles que encuentra.

También pusimos en los morrales, una vez más, unas meriendas sin demasiada creatividad: enlatados de atún o mariscos, pan, barras de cereal, fruta en conserva, y alguna manzana, y lo que jamás puede faltar, el agua, abundante agua.

Diariamente caminamos hasta las huellas. Es importante llegar en la mañana para que el sol no genere sombras que impidan contemplarlas a la perfección. Tenemos que atravesar algunas quebradas de agua cristalina que provienen del deshielo de la nieve de la cordillera. Luego comienza el ascenso por una pendiente tan inclinada en algunas partes que el paso se nos hace lento. El sol va calentando en el aire seco. Algunas liebres se cruzan por el camino y, a lo lejos, pastan caballos salvajes. Sobre nosotros vuelan en círculo imponentes cóndores acechando sus presas. Después de una hora, aquí nos encontramos,
frente a las huellas.

Nos acercamos y vemos que se trata de rocas de caliza y areniscas, que además de las huellas contienen fósiles de ostras y algas marinas, típicos de playas. Vemos antiguas madrigueras fosilizadas que fueron construidas por pequeños organismos, que escarbaban la arena de la playa para protegerse del
impacto de las olas. En la roca pueden observarse unas líneas delgadas paralelas entre sí y trazadas de manera diagonal. Esto es llamado estratificación cruzada, y es la evidencia de que en esa playa el viento soplaba formando dunas de arena. Los dinosaurios caminaban sobre una playa ventosa llena de vida.

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Pudimos ser testigos de que el planeta Tierra está vivo, es dinámico y en él todo se mueve y trasciende. ​

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Al mirar la roca a través de la lupa puedo observar pequeñas conchas marinas. En el momento en que los dinosaurios se desplazaban a lo largo de la orilla, la arena se encontraba húmeda, lo cual facilitó que las pisadas quedaran impresas en el sedimento de la misma manera en la que dejamos la marca de nuestros pies al caminar por la playa. Luego, con el paso del tiempo, las huellas fueron sepultadas por un sedimento tan fino como el lodo, de manera que esto permitió que las pisadas pudieran preservarse por millones de años. Actualmente, el agua y el viento han ido erosionando esa capa de roca, de manera que
hoy en día la tenemos ante nuestros ojos.

A pesar de la atracción que ejercen las huellas sobre nuestros sentidos, debemos seguir adelante. El arrecife de coral nos espera. Ahora ascendemos por el cerro a lo largo del estrecho cauce de una quebrada que se ha secado por el verano. Tras 20 minutos de recorrido, surge a nuestra derecha el gran arrecife de coral, que a simple vista parecen solo rocas de color café. Por esto mismo nos debemos agachar para apreciarlas. Los corales están bajo nuestros pies. Es sorprendente poder caminar sobre un arrecife de coral en las alturas de la cordillera de los Andes. 

Esto me transporta de nuevo hacia el pasado, me permite palpar con mis manos estos corales muertos y fosilizados que en algún momento vivieron bajo el mar, en un ecosistema lleno de ostras, erizos de mar, algas marinas y otros organismos de aquella época. El estudio de los fósiles permite determinar la temperatura, salinidad, clima y otras características ambientales del medio en el que vivieron. Por esta razón debo llevar algunas muestras de
coral para analizarlas en el laboratorio. Romperlas servirá para comprender mejor la historia geológica de este lugar.

Los corales se encuentran en rocas más jóvenes que las que albergan las huellas. Esto quiere decir que con el paso del tiempo el mar comenzó a ascender y a adentrarse en la tierra. De modo que las playas comenzaron a inundarse y se convirtieron en un mar de poca profundidad. Este cambio en el ambiente
fue propicio para que se formara el arrecife de coral, y crecieran colonias de otros organismos marinos como erizos, caracoles, gusanos y ostras.

Luego, caminando aún más hacia el oriente, descubrimos que las rocas más jóvenes de esta secuencia de rocas superpuestas contienen abundantes fósiles de amonites y braquiópodos, y el material rocoso es de grano más fino. También podemos observar dos tipos de fósiles muy particulares: cilindros alargados llamados belemnites y conchas de moluscos, típicos de aguas oceánicas frías y profundas. La evidencia sugiere que el nivel del mar seguía subiendo, y que las áreas que anteriormente eran mar de poca profundidad se hicieron más profundas. Solo allí se puede depositar el material fino, distinto a lo que
sucedería en aguas turbulentas como playas, en las que los sedimentos livianos permanecen en continuo movimiento.

Primeros pasos de una reconstrucción

De acuerdo con los diferentes ambientes representados en las rocas: primero de playa, luego de mar somero y finalmente de mar profundo, el nivel del agua estaba subiendo y adentrándose en el continente. Sin embargo, por otro lado, la presencia de organismos de aguas frías indicaba que la temperatura
comenzaba a enfriarse. Habría que seguir estudiando con más detalle para entender el clima en ese momento y los procesos responsables que provocaron la elevación del nivel del mar. Por lo pronto, habíamos dado los primeros pasos para hacer una reconstrucción general de lo que era el ambiente natural de aquella época.

Con los morrales llenos de rocas y fósiles, las botellas de agua vacías, la ropa y la cara llena de polvo, las manos sucias de tierra, y todas las hojas de mi libreta de campo llenas, retornamos al pueblo por el mismo sendero que nos trajo hasta aquí. Mientras camino cerro abajo, ansiosa por tomarme una malta con
leche fría y comer algo diferente a atún con pan, reflexiono sobre lo que vivimos el equipo de trabajo y yo en esta expedición: pudimos ser testigos de que el planeta Tierra está vivo, es dinámico y en él todo se mueve y trasciende.

De principio a fin, en este cerro, las capas de rocas nos contaron toda su historia sobre la destrucción lenta y natural de un paisaje original para convertirse en otro, y el cambio climático que ocurría mientras tanto.

Después de haber estado durante dos semanas en este lugar remoto de la cordillera de los Andes, deslizando mis manos sobre grandes pisadas de dinosaurios mientras volaban sobre mi cabeza majestuosos cóndores, de haber caminado sobre un antiguo arrecife de coral, y de ver la escasa nieve en los picos de la cordillera, me doy cuenta de que soy una pequeña partícula en este universo, y que la historia de la Tierra es mucho más larga y hermosa de lo que pensamos.

Quedan muchas cosas por conocer, muchos lugares a dónde viajar, muchas rocas qué estudiar, y entendí que el planeta deja al descubierto su historia de vida para que la leamos, conozcamos y nos acerquemos más a él. Que su belleza es interminable, y sus secretos seguirán ocultos si no emprendemos el viaje
para revelarlos. Solo queda en nuestras manos la decisión de seguir en un mismo lugar, o salir y lanzarnos a descubrir el mundo.​​​

La autora

"Soy Linda Vidal Murillo, geóloga titulada de la Universidad EAFIT, apasionada por comprender el pasado de la Tierra, y todos los procesos biológicos y geológicos que en ella existieron. Mis líneas de investigación se han centrado en la paleontología, sedimentología y estratigrafía. Disfruto viajar en la naturaleza y pintar".