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Armas disfrazadas de aerosol



Jimena Delgado
@jimenadelgadod

En el lugar más peligroso del mundo se come sancocho de leña, se transforman muros perforados por balas en graffitis que dejan boquiabierto a cualquiera, se usan aerosoles para dar vida a quienes creen no tenerla y se parcha al ritmo del hip hop y el rap. 

Medellín, San Javier, 2002.
-    Aló.
-    Tráigalo, no sabemos muy bien qué hacer con él, pero improvisamos.
-    Nada de eso mi pana, organice algo y me cuenta. La vuelta tiene que quedar bien hecha.
-    Hágale tranquilo, usted tráigalo que yo me encargo. Eso sí, asegúrese que venga como civil, nada de escoltas, ni pistolas.
-    Uy, quieto... Ahí sí necesito más tiempo para tramarlo. Después lo vuelvo a llamar.

La respuesta esperada, luego de aquella conversación tomó una semana en llegar a Jeihhco y El Perro. El congresista demócrata que venía directo de los Estados Unidos, el mismo que se oponía al Plan Colombia, ese que tanto se había interesado en el conflicto colombiano, ahora estaría en sus manos.

Según la Corporación Jurídica Libertad, en 2002 se realizaron 12 operaciones militares. Una acción armada ocurrió en cada mes del año y en conjunto dejaron un total de 600 víctimas de homicidio, desaparición forzada, desplazamiento intraurbano y privación arbitraria de la libertad.

Un año en el que por las cañerías corría más sangre que agua; una época en que las balaceras arrumaban a familias enteras al cuarto más profundo de la casa para tapizar sus paredes con colchones, hacer cambuche y esperar que la fachada no quedara como un colador; en medio de un momento histórico en que uno iba caminando por las lomas de la 13 y veía al paraco quitarse el brazalete de las AUC y ponerse insignias militares, al igual que el tombo cambiandose su uniforme por el de paraco. En medio de un mierdero político y social, inició uno de los movimientos culturales que más enorgullecen a los habitantes de San Javier, por ser símbolo de resiliencia y perseverancia. 

El Perro, un artista que usa como galería los muros de la ciudad, de estatura promedio y un clásico estilo callejero a la hora de vestir; y Jeihhco con caderas, brazos y piernas anchas, capaz de crear versos en segundos para rapear de la mejor forma; ambos pelados que llevan por nombre sus apodos en vez del nombre que registra su cédula. Al enterarse de que un hombre –de corbata, lengua extranjera, proveniente de un país soñado– estaba intrigado por su realidad llena de arte, deporte y solidaridad entre tanto horror; cranearon que lo mejor era llevarlo a eso que la guerra opacó. A los lugares que los noticieros no se atrevían a mostrar, a lo que nadie externo se interesaba por ver. 

No eran cuerpos apilados en territorios cercanos al barrio 20 de Julio, tampoco eran madres preguntando por el paradero de sus niños. Eran graffitis hechos por todo el barrio que susurraban historias de esperanza, pues diferente a la creencia popular, el dolor no es el único relato que permea toda la comunidad.

Pensaron que para el trayecto que se les venía encima era mejor llamar a parceros y profes de universidades que no conocieran el barrio a profundidad para empezar a cambiar su perspectiva. Así fue como un grupo de unos cuantos empezaron por ver pinturas estampadas en ladrillos ubicados en sectores de Independencias 3, El Salado y 20 de Julio. Dieron un vueltón por las ONG que ayudaban a cada víctima de las operaciones militares ilícitas del gobierno de Uribe. Caminaron durante casi ocho horas por el lugar más peligroso del mundo y terminaron en una escuelita llamada El Buen Refugio, voleando tapa a un fogón de leña para hacer sancocho de almuerzo.
 
Con los días, los profesores llevaron a sus alumnos a ese mismo recorrido,  en el que amenazas e insultos escritos en paredes eran tapados con diseños coloridos que dejaban boquiabierto a cualquiera que se pusiera a ver en detalle. “Por ejemplo un graffiti que quedaba en la esquina de un billar, que decía: muerte a Sebastián. Le pintamos 5 de nuestros compañeros asesinados con un letrero a la memoria y así hicimos en muchos otros lugares. Así visibilizamos otras dinámicas”, cuenta Ciro Censura, quien lleva como tatuaje la historia que la 13 le hizo vivir. 

El Perro y Jeihhco no creían que tantas personas quisieran seguir los pasos de un lugar que había sido poblado por desplazados, hijos de nadie; entonces, se empezaron a repartir grupos de visitantes y agendar toures a toda hora. Con los años llegaron a crear, junto a más parceros del combo, todo un colectivo que repara víctimas, enseña arte, da motivos para seguir avanzando y potencia a la comuna 13. Este es Casa Kolacho, un referente para todo aquel que recomienda parches que sí o sí hay que hacer en Medallo.

Sentado en la entrada de una casa con paredes anaranjadas y graffitis hasta el techo, está Ciro Censura. El politólogo que usa camisetas que llegan a las rodillas, pantalonetas anchas, gorras que cubren su calva y zapatos gordos. Mismo personaje que se unió a dar recorridos porque sus parceros se veían atareados, y que dio un alto sentido político a los grafitis que ayudaron a desarrollar toda una iniciativa social; contó cómo las obras de arte son anécdota vieja para los habitantes de la comuna, incluso mucho más antigua que las escaleras eléctricas que tanto caracterizan esa zona de la ciudad. “Desde el año de tantas operaciones militares, 2002, venimos trabajando como colectivos sociales y artísticos. Antes éramos la Élite Hip Hop, un colectivo de más de 60 artistas que empezamos a generar escuelas populares, hacer conciertos y actividades en la época de fronteras invisibles, hacer eventos en épocas de conmemoración, al igual que muchas cosas más”.​

Luego de recitar las historias como si de un poema se tratara... o más bien de un rap. Ciro saca una papa del paquete azul que tiene entre manos; se la come; alza la mirada, con los ojos particulares de quien ha visto la guerra de cerca y espera la próxima pregunta, mientras recuerda todo aquello que alguna vez le tocó vivir y que lo motivó a hablar para que las 600 víctimas no se siguieran multiplicando con el paso de los años, ante un gobierno que se olvidó de su pueblo.​