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Entre balas y espantos

​​​Nicole Rubinstein Ángel 

Ser finquero durante el conflicto armado no era fácil: junto con las amenazas de guerrilla y paramilitares, estaban las brujas que trabajaban con estos grupos armados. En una noche fría, Carlos recuerda su pasado en el Magdalena Medio y las brujas que abundaban en la zona. 

Los gritos comenzaron hacia las dos de la mañana; era una mujer. Su llanto sonaba tan fuerte que se podía sentir a unos cuantos centímetros de la ventana. Carlos trató de tranquilizarse con la idea de que tal vez se trataba de la esposa embarazada de uno de sus jornaleros en trabajo de parto, pero era un llanto tan desgarrador que pensó que se había metido la guerrilla a la finca. Recordando esa noche, que parecía más oscura de lo normal, Carlos admite que rezó todas las oraciones que conocía hasta que por fin el sonido paró a eso de las seis. 

— ¿Y todos los que estaban en la finca lo oyeron?
— Sí, todos — respondió Carlos—. A la mañana siguiente hablé con mis trabajadores sobre lo que había sucedido la noche anterior. La señora que estaba en embarazo no había tenido al bebé, entonces esa explicación quedó descartada. Además, me aseguraban que no había sido la guerrilla la que causó ese sonido.
— ¿Entonces qué era?
Sus ojos se ensombrecieron un poco, como si estuviera reviviendo la escena. 
— Me dijeron que fue una bruja de la guerrilla que vino para hacer maleficios. Recuerdo muy bien que uno de ellos se mantenía con una bolsita llena de sal amarrada al cinturón, que para que las brujas no lo mataran.

Carlos es un hombre robusto, de sonrisa amable y con un talento innato para contar historias. Durante el conflicto armado tenía dos fincas ganaderas en una de las zonas más activas y disputadas por la guerrilla y el paramilitarismo. Ser ganadero y terrateniente era una labor difícil, pero Carlos era fuerte: sabía cómo mediar en desacuerdos y negociar soluciones, así que vivía en relativa paz. Sin embargo, hay cosas que no se pueden resolver a través del diálogo, menos cuando no solo lo perseguían las balas, sino también los espantos.

***

Por siglos, las personas alrededor del mundo han acudido a la magia negra para conseguir lo que desean. Colombia no es la excepción. Estas prácticas son tan comunes en el país que han sido abordadas en una gran cantidad de libros y crónicas periodísticas. La Bruja narra la historia de Amanda Londoño y cómo fue contratada por varios presidentes para hacer maleficios. En su relato, ella menciona que “medio pueblo estaba metido en esas vainas”.

Durante el conflicto, muchos bloques paramilitares y guerrilleros usaron maleficios y ritos chamánicos como estrategia militar. Personajes famosos como ‘Raúl Reyes’, ‘Martín Sombra’ y ‘El Negro Acacio’ recurrieron a la ayuda de brujas para definir sus pasos a seguir dentro de la guerra. 

Los combatientes suelen acudir a la brujería para lanzar maleficios en contra de sus enemigos, pero además persiguen la protección: participan en un rito conocido como “cruzarse”, que consiste en beber la sangre de un gato negro sin ojos con la ilusión de mantenerse a salvo durante el combate.

***

La sala de su casa actual estaba fría a pesar de la fogata que ardía en la chimenea. Se podía ver la neblina empañando las vidrieras de las puertas que dan a la terraza. Era la noche perfecta para que la bruja de la historia se apareciera por ahí justo en ese momento. 

— ¿Entonces al final pudo confirmar que era una bruja?  
— No, no pudimos encontrar rastro de ella. Pero tenía que ser una bruja, lo que pasó unos años después me confirmó que sí había varias en la zona. Imagínate que una vez intentaron hacerme un amarre.

Su voz se tornó baja y seria, algo inusual por la forma en que habla. En sus ojos se podía ver que estaba recordando la violencia que presenció durante los años de la guerra, sobre todo lo que se había negado a creer hasta que le sucedió.

— Yo estaba intentando vender la finca, porque ya en esa época se estaba volviendo peligroso tener tierras por allá. Como no había sido capaz, mi hija me habló de un señor que hacía exorcismos y él fue el que me dijo que me estaban haciendo brujería. Hizo que me tomara un brebaje con avellana para limpiarme por dentro, recuerdo que me generó mucho malestar y daño de estómago después. Dijo que si revisaba en mi casa encontraría el amarre y lo encontré: era una bolsita que tenía pelo y cenizas de cementerio. Era por ese amarre que no había podido vender la finca.

Todos los amigos y familiares de Carlos saben que es alguien que cree firmemente en Dios. Cada vez que sale de la casa y se monta en el carro, reza tres padrenuestros y tres avemarías. Sus historias de guerra, brujas y espantos parecían darle una explicación a esta práctica, lo cual tiene mucho sentido. ¿Quién no querría un poco de protección extra tras vivir algo así? 

¿Se considera a sí mismo una persona supersticiosa?
La verdad no —dijo riendo —, pero es que por allá pasaban unas cosas que no se podían explicar. Una de mis fincas estaba construida sobre lo creíamos era un cementerio indígena, porque nos encontrábamos narigueras y otras cosas de oro. De hecho, los trabajadores siempre me decían que los jueves y viernes santos las ánimas le mostraban a uno dónde estaban enterradas las guacas, pero nunca encontramos una. Lo que sí nos daba susto era empezar a cavar y encontrarnos esqueletos, porque en esa época cualquier hueco servía para enterrar un cuerpo.  

Cuando piensa en los días del conflicto, Carlos no olvida el peligro invisible que también rondaba por la zona, aquel que venía con los gritos en la noche, los cuentos sobre espíritus y esa horrible bolsita con pelo humano y cenizas de cementerio. No hay mucha información sobre todas las cosas que ocurrieron entre las filas de los grupos armados, pero, aunque no muchos se atreven a admitirlo, es bien sabido que hubo un estrecho vínculo entre nuestra historia de violencia y algo oscuro que está mucho más allá de nuestro entendimiento.