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Lo que queda después de la locura

​​​Natalia Torres Jaramillo 

@torresjnatalia - ntorresj@eafit.edu.co
 
Tras la valiosa resignificación de sus espacios y la transformación de una comunidad, el antiguo manicomio aún conserva misteriosas historias.
 
Era 1880 y el Ferrocarril de Antioquia había comenzado su construcción hacía casi diez años. Medellín se reducía prácticamente a la Candelaria y recibía nuevos rostros todos los días, rebosando así su capacidad; algunos contentos, en busca de nuevas oportunidades; otros desplazados, con la esperanza cargada en hombros; y algunos pocos, distantes de sí mismos, enajenados.
 
Hubo casas destinadas para aquellos últimos y adecuadas a sus condiciones. Eran sometidos a procedimientos despiadados y pocos lograban ver la luz del sol. El problema no fue una maldad predominante, o al menos así me gusta pensarlo, sino un completo desconocimiento. Los tratamientos aún eran imprecisos; la ignorancia viene acompañada de la impaciencia. Sus brazos estaban atados a sus cuerpos constantemente, ocultos bajo sus mangas blancas. Se llamaban “casas de locos” en ese entonces y en total albergaban 39 pacientes cuyos diagnósticos difícilmente pasaron por las manos de profesionales médicos.
 
Al poco tiempo, María de Jesús Upegui, fundadora de las Hermanas Siervas del Santísimo, incitó el traslado de los alienados mentales a un lugar que dignificara sus vidas. Fue entonces cuando se construyó, a las afueras de la ciudad en el tope del cerro Aranjuez, el Manicomio Departamental de Antioquia. Sus puertas abrieron en 1888: unas rejas palaciegas que daban pie a un ancho camino de piedra delimitado por dos hileras de vegetación. Estas conducían finalmente a la entrada frontal del edificio. 
 
Dentro de los primeros pacientes se encontraba el poeta y autor del Himno de Antioquia, Epifanio Mejía. Sin embargo, durante más o menos treinta años no se guardó registro de los enfermos en el lugar más allá de su momento de ingreso y, de ser afortunados, el de salida. Por esta razón solo se conocen algunos detalles del caso del escritor de Yarumal, los que prevalecieron en el tiempo a través del habla popular. Se dice que a sus más allegados les contó sobre algunos episodios de locura en los que deseaba matar a sus hijos. Él mismo insistió en ser internado y pasó en el manicomio sus últimas décadas de vida.
 
Se oyen cantidades de historias alrededor de lo que allí sucedía. En algunas se afirma que el trato inhumano continuó por años, en otras se desmiente. Se sabe que los enajenados tenían permitido realizar actividades en los jardines del lugar, tales como la siembra y cosecha de sus propios alimentos, a modo de tratamiento para sus males. Tiempo después, se hizo cargo del psiquiátrico el doctor Lázaro Uribe Cálad, quien estabilizó el trato a los pacientes y bajo cuya guardia ingresaron hasta 800 más. Algunas de las causas más frecuentes de hospitalización eran el alcoholismo, las mujeres de “vida desordenada” y los indigentes desorientados. Todos internados en un mismo lugar, uniformados con la misma batola blanca que cubría su cuerpo desde el cuello hasta los tobillos. 
 
La mayoría entraba para finalmente salir rumbo al cementerio. Tenía un área total de 13.140 metros cuadrados, de los cuales 5.610 estaban ocupados por el edificio que tenía 132 celdas. Uribe estuvo a cargo de la dirección hasta que en 1960 se construyó el Hospital Mental de Bello, lo que supuso nuevamente un traslado de los alienados y un abandono total del manicomio. Lastimosamente Aranjuez, como muchos otros lugares de Medellín, fue testigo de la violencia de la ciudad y por veinte años el lote sirvió como ‘tiradero de muertos’ de bandas criminales. 
 
Casi un siglo después de la inauguración del manicomio, Comfama decidió invertir en una restauración de las ruinas y, por medio de un minucioso trabajo de sensibilización con la comunidad de la zona, abrió sus puertas al público formando un puente entre dos extremos de una guerra. Hoy en día el edificio luce sus rejas color verde sobre los múltiples ventanales que adornan su fachada. Es ‘epicentro de cultura’ y se sitúa frente a la Calle de la Paz, bautizada como tal por la conciliación que allí se llevó a cabo. Cuenta con una biblioteca, un teatro, y muchos más espacios que han resignificado la esencia del lugar sin dejar atrás su historia. El terreno restante fue dividido entre una unidad de viviendas y tres colegios.
 
A diario los jardines se rodean de personas de toda la ciudad, sus pasillos albergan los pasos de los amantes de la cultura, de los vivos. Pero no están solos; aquellas paredes absorbieron muchas de las almas que alguna vez por ellas divagaron. Cuerdos. Locos. Inocentes. Culpables. Las absorbieron porque, quizá, aún no era su tiempo de irse y hallaron una forma de seguir viviendo. Carlos Mario Gil, guía de Comfama y conocedor de la historia del lugar, cuenta que durante uno de sus recorridos se le acercó un hombre sensible, como él los llama, capaz de percibir sucesos inexplicables. 
 
–“En uno de los salones del segundo piso se suicidó una señora. Carlota”, me dijo y me señaló el lugar exacto. “Aquí hay una señora que permanece de pie con batola de paciente”, afirmó cuando bajamos al auditorio. Él no tenía por qué saber esos datos, yo aún no se los había mencionado.
 
Además de esas dos figuras fantasmales, divaga una niña vestida de blanco por los pasillos del segundo piso. También hay quienes afirman haber escuchado gritos, haber sido levantados por entes sobrenaturales o, incluso, haber capturado imágenes inexplicables. –Tomé una fotografía de la fachada del edificio en la noche porque me gustaban las sombras de los árboles que se proyectaban en la pared– afirmó Juan Sebastián Salazar, compañero de Carlos, mientras mostraba una imagen capturada con su celular del edificio en la noche. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de lo que pretendía señalar, pues a través de la ventana del medio se asomaba lo que parecía ser la silueta de una mujer vestida de blanco. 
 
Actualmente se hacen recorridos por el edificio de Comfama, así como exposiciones de arte y fotografía en las que se ha expuesto la historia del Manicomio de Aranjuez. Este es un pasado que no ha buscado ser enterrado, al contrario, ha subsistido para unir y sanar a una comunidad. Algún día, con suerte, las almas que aún penan podrán ir a un lugar mejor.