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Belleza curativa

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Maria Camila Gómez Ortiz


@camg.fotografia | camigomez2699



Los términos cambio y cabello están íntimamente relacionados. Se tramitan de manera conjunta cuando de crisis y duelos se trata. El género femenino se ha empeñado en cuidar, modificar y mejorar su cabello, invirtiendo cientos en él, sometiéndolo a cuantos procedimientos y productos existen en el mercado: plancha, rizadora, queratinas, decoloraciones, mechones, californianas, corte de puntas, hasta el cuello, el flequillo… 

Más que por moda o tendencia, hay presente un patrón: según varias mujeres de diferentes edades, estratos socioeconómicos, gustos y estilos, cuando se sienten estancadas, terminan una relación o algo no va bien en general, toman la decisión de hacer un cambio en su cabello. Y, entre más radical el cambio, mayor la mejora en sus vidas hasta el siguiente corte, es decir, una nueva crisis. Es así como cambiar, cortar, quitar y decrecer ayuda a mejorar, sanar, renacer y crecer.

De esta manera las mejores herramientas para sanar un corazón parecen ser unas tijeras y una buena cantidad de peróxido. Para muchas, la epitome de los cierres emocionales y nuevos comienzos va acompañada de un cambio considerable en el cabello.  Como si los amores de verano se fueran con el tinte, los cuernos se taparan con el flequillo y las traiciones se superaran luego de una decoloración. Esta noción, aunque nóstica, está respaldada por varias explicaciones psicológicas, según lo explica Raquel Mascaraque, especialista en Psicología Emocional. Pensamos de forma abstracta y simbólica, un cambio de pensamiento o de planteamiento vital consume mucha energía; por eso, acompañarlo de un cambio físico ayuda a que sea más fácil de asimilar. Así, vernos al espejo como una persona distinta apoya al cerebro en ese proceso. Además, según la profesora Rose Weitz de la Universidad de Yale, es una de las partes de nuestro cuerpo que podemos cambiar a voluntad, lo que nos genera una sensación de control.

El cabello es un protagonista silencioso en la vida diaria de las personas. Sus usos y significados son tantos que su percepción varía según el género, la edad y la cultura de quien lo porte. Para los celtas, el cabello largo en hombres es sinónimo de fuerza y en las mujeres de fertilidad; entre los punks significa oposición; en India, para los sijs, el cabello y la barba son un elemento sagrado, por eso no pueden cortarlo. Las rastas son una forma de protesta para reivindicar los derechos de la raza negra, además de buscar la similitud con Jah, el dios león. En Asia el cabello recogido significa decencia, en cambio, el cabello suelto y despeinado es sinónimo de coqueteo. Sin contar las nociones bíblicas como la historia de Sansón y su increíble fuerza proveniente de su cabello o algunos mitos mexicanos sobre trenzarlo para curar la tristeza. 

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El templo de la belleza: la peluquería, sitio donde la máxima deidad que se adora es el cabello y sus sumas sacerdotisas son las estilistas, es el lugar ideal para profundizar en conjeturas relacionadas con el tema. En el centro de la ciudad, junto a las gordas de Botero, los turistas sacándose fotos y una que otra trabajadora sexual, situada en el icónico edificio Gutenberg se encuentra la Peluquería Real, lugar que parece detenido por el tiempo. Su estética es la mezcla entre los años 60 y 70, con grandes sillas viejas de color rojo, estantes desgastados, pero, sobre todo, estilistas muy de la época. 

Con más de sesenta años de servicio, es el lugar perfecto para enredarse en conversaciones y desmitificar creencias. Martha Henao, comentó que lo más raro que un cliente le ha pedido ha sido que le depilara el miembro, aunque si a algo está acostumbrada es a escuchar cosas extrañas dentro de dichos muros. Eso es porque la figura de peluquera, según la mayoría de las mujeres, como pocos otros oficios, es un híbrido entre consejera, amiga y hasta guía espiritual. Así que ir a la peluquería es como ir a terapia y cortarse el cabello es parte del tratamiento.

De las primeras cosas que Martha pregunta a una mujer antes de cortarle el cabello es si tienen su periodo. Aunque parece ser una creencia arcaica, es una de las muchas conocidas: desde las fases de la luna, en menguante crece y en creciente se apesta, la mano de marica amada por muchos y odiada por otros; cortarse el cabello con fiebre o gripa es malo, pero enterrar un mechón de cabello es beneficioso, hasta que jalarse el cabello hace que crezca. Ninguno avalado por la ciencia, pero todos ciertos.

La barbería, en cambio, con la mezcla de colores azul, blanco y rojo, los hits del reggaetón sonando más duro que las escasas conversaciones y algunos cuadros de afros fueron apenas fachada. La terminología fue complicada al principio, no se referían a los cortes con nombres, sino con números, desde el cero hasta “el siete”, pasando por el difuminado, algunos dibujos y cortes con nombres de futbolistas u otros gentilicios como el alemán o el argentino.

El arquetipo de barbero es reconocible: la gorra, los tatuajes y tenis son casi un uniforme. Más allá de eso, los hombres encuentran en ellos eruditos o, como los describieron, “unos parceros” en temas de masculinidad. Lejos de cualquier percepción, ellos cuidan mucho más su pelo que las mujeres, pues sus cortes deben ser más constantes. 

Aunque aseguran no cortarse el cabello para regenerar algo, lo hacen en cambio para mantener todo en orden. El hombre es su versión maximizada los primeros días del corte. Para ellos es un tema de autoestima y son mucho más arriesgados si se trata de cambios, dado que suelen pensar mucho menos en las opiniones de otros. Además, cuando de trabajo, motos, carros y mujeres se trata, su barbero es el buen pastor y la barbería su congregación.

Avanzando por el sur, se podía notar cómo las peluquerías iban cambiando. Ya no estaban en los garajes de las casas y sus letreros, además de ser más pomposos, incluían palabras como “alta peluquería” y algunas frases en inglés. Aunque en esta zona el ambiente y los precios eran radicalmente distintos, las mujeres parecemos tener más afinidad con ellos. Veinte minutos fueron suficientes para escuchar varias charlas clientas—peluqueras, peluqueras—peluqueras, clientas—clientas, clientas—novios y entender que el cabello nos trenza como género. El cuidado de lo que puede ser, según palabras de algunas mujeres presentes en el salón, una “marca personal”. Sin importar la peluquería en la que entrara o la persona a la que le preguntara, los mitos y devoción a estos eran los mismos.

Luego de eso, no resultaba difícil imaginar las historias que estarían atrapadas entre los pelos de los demás, la cantidad de tristeza que se enredaba y colgaba del cuello de tantas mujeres, o qué grito de esperanza y alivio brillaba en las hebras y los ojos de las que recién salían de la peluquería. Sin cortar la carga positiva de ego que sucede a los caballeros al estrenar corte, o el poder que acompaña una rapada a lo Britney, sin duda se deben seguir consagrando los cultos a la belleza curativa de un buen cambio en el cabello.

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