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Las letras de arena

​Juan J. Mesa 

grafiasdeunsofiante.com

​Esta historia ocurrió hace cuatro años, ella tenía diecinueve y yo dieciocho; éramos los únicos jóvenes en el teatro. En una conmemoración de treinta años El Águila descalza presentaba su obra Tango Tango. Yo no sabía bailar, mucho menos tango, pero sabía las canciones y tarareé repitiendo con el Zurdo Cruz cuando se inclinó a los pies de Malena y dijo: “Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá”.

Habíamos llegado en taxi antes de las ocho. El elenco de actores (Cristina, Carlos Mario y Blandón) auspició una velada de vinos luego de la función, por lo que ya eran casi las once. En Prado no había taxi que pasara a esa hora de la noche y la lluvia nos impedía caminar hasta La Oriental para buscar uno. Estábamos en la terraza viendo llover cuando los crespos nevados de Cristina aparecieron a nuestro lado.

⎯Perdón, ya casi nos vamos. Estamos viendo si escampa un poco ⎯le dije.

⎯Qué están pensado, no los voy a echar. ¿Les gustó la obra?

⎯Fue una maravilla, cantás hermoso. Me quedo con esa parte: Fuimos madres, viudas, locas…vanidosas, bravuconas y muñecas ⎯se adelantó Isabella en comentar. 

⎯Encanto, eso me alegra. Díganme, a qué se dedican ⎯preguntó Cristina.

⎯Yo artes, y él derecho; ambos en la Universidad de Antioquia. 

⎯Carlos Mario también estudió en La Universidad ⎯antes de agregar algo más apareció Aguirre con una botella de vino blanco y un par de copas. 

La conversación transcurrió sobre los pasillos de la Facultad de Artes. Al cabo de unos minutos Cristina le pidió a Carlos que nos contara la historia de la corbata, y fue así como Aguirre comenzó:

—Esta corbata me la regaló Marco Blandón, ustedes lo conocen, es el bandoneonista que acompaña las piezas de la obra. Al principio no fue obsequio: la dejó una tarde luego de ensayar y en la noche del estreno fue la única que encontré en el camerino; la trajo de Egipto. Blandón viajó durante dos meses por África y Asia; la prenda –agitó la corbata con su mano– la consiguió en un mercado callejero de El Cairo, aunque muy lejos de allí fue su encuentro con el viejo.

»Para aquel entonces yo ideaba el guion de País Paisa. En 1985 recibí una postal de Blandón a las orillas del río Éufrates. Vestía un turbante café en su cabeza y posaba junto a un kurdo y dos camellos; aquél era su traductor, el joven había estudiado historia mesopotámica en la Universidad de Bagdad. Hablaba árabe, kurdo, inglés y conocía el sumerio. 

»El veinte de marzo partieron desde Nasiriya a las ruinas de un asentamiento sumerio ubicado a las afueras de la ciudad. Blandón llevaba en su bolsa una cámara análoga y dos botellas de agua. Mientras tanto, el joven kurdo cuidaba en su túnica una libreta de viaje revestida en cuero. Cuando llegaron al yacimiento no había mucho para ver: la temporada de vientos del año anterior hizo que sobre los restos de columnas y pilares reposara una gruesa capa de arena. En el último montículo sobresalía un frontón de piedra, la figura en su interior era la de un hombre barbado que se inclinaba sobre una pradera. El kurdo le dijo a Blandón que aquel hombre era un dios: Enki, el señor de la tierra.  

»Durante el resto de la mañana las únicas vistas que lograron fueron las inscripciones de los mausoleos, muros tallados en cuneiforme de los cuales el traductor kurdo pudo, mientras comparaba las grafías con su libreta, balbucear: Aquel que vio todo hasta los confines de la tierra… Lo oculto vio, desveló lo velado… Todo su afán grabó en una estela de piedra.

»La expedición había sido cuanto menos decepcionante, en especial porque Blandón tenía muchas esperanzas de tomar algunas fotografías de restos sumerios. Además, para su infortunio, una ventisca los hizo varar en una pequeña aldea junto al yacimiento. El día, como decimos nosotros, se había perdido. Al menos eso pensaban.

»Al ponerse la tarde vieron a los habitantes del pueblo reunirse en un hemiciclo de piedra. La aldea palidecía junto a las ruinas del palacio. Era una docena de chozas de barro que se iluminaban con lámparas de queroseno. Ya no hacía mucho calor y tanto Blandón como su guía se acercaron a la muchedumbre. La gente rodeaba a un anciano que se encogía en la arena; tenía sus ojos cerrados y parecía murmurar. El joven que acompañaba a Blandón habló en árabe y preguntó a un hombre, el cual ni siquiera pareció inmutarse. Repitió, esta vez en kurdo:

⎯Qué miran.

⎯Al viejo.

⎯Qué esperan del viejo. 

⎯Que haga lo que sabe hacer. Hará lo que hizo su padre y el que fue padre de su padre. Hará aparecer las letras.

⎯¿Las letras?

⎯Sí, las letras. Están escondidas en la arena.

»En efecto, el viejo acariciaba el suelo. Alzó la manó y dijo algo que Blandón no entendió. El joven kurdo le explicó que estaba pidiendo agua. Sin pensarlo mucho Blandón sacó una de las botellas que guardaba en su bolso y la puso en la palma de su mano. Suavemente el viejo regó la arena. 

»Blandón dice que nunca volvió a ver algo igual. Cada gota que caía se mezclaba con la arena y tomaba forma. No se trataba de grumos azarosos, no, eran líneas y círculos, también puntos. En algún momento le pareció ver una A, aunque su guía kurdo la llamó aleph. Cuando la botella estuvo vacía, en el mar infinito de la arena ya había un lineal de signos. Ciertamente Blandón no pudo comprender si surgía de la tierra un alfabeto o un mensaje (si acaso se distinguen), pero las grafías de arena le recordaron a las inscripciones sumerias que habían visto en la mañana. El joven kurdo miraba con asombro y señalaba cada letra mientras leía su diario. 

»Fue tanta la fascinación que me causó la historia que Blandón me regaló las fotos. Si alguna vez vuelven al teatro pueden buscarlas en las paredes. Son letras dibujadas en arena, pero el trazo no está hundido, sino elevado; como si la mano que las talló viniera de abajo, de la tierra.

Ya había escampado. Cristina y Carlos Mario nos acompañaron a la puerta y a unas cuadras pudimos conseguir un taxi. En el asiento de atrás miré a Isabella y le dije:

⎯La tierra ¿habrá aprendido a hablar?

⎯Tal vez ⎯respondió ⎯. O quizá nos lo enseñó a nosotros.