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Receta para un sueño

​​​Por: Mariana Arango Trujillo


“El hombre que se levanta por encima de su dolor para ayudar a un hermano que sufre, trasciende como ser humano”. Viktor E. Frankl

El bus de Sabaneta a mediados de febrero de 2020 estaba repleto, el sofoco no provocaba ni hablar. Una mujer se reía como hiena afónica con la voz al otro lado de la línea del celular, un joven se escurría entre el laberinto de personas para bajarse en la siguiente parada y una mujer, en el último asiento, golpeaba su morral al son de Óscar D´León. Llorarás y llorarás / sin nadie que te consuele / así te darás de cuenta… que si te engañan duele. El intento de tambor estaba hundido, era su compañía durante el trayecto. El bus frenaba con brusquedad y la gente se quejaba, pero la mujer agigantaba su sonrisa y daba otro concierto. 

La música paró. El conductor recibió una llamada, el manoteo cesó. Los puestos se liberaban y era como si ella absorbiera la energía de los que se bajaban, qué va, la de todos los que hubiera visto ese día. Su cabello como la espuma que dejan las olas en la orilla, nariz respingada, líneas de expresión custodiando boca y frente. Compró la única galleta que quedaba en mi caja de ventas y mientras la degustaba hacía comentarios gastronómicos con experiencia. “EAFIT” decía en grandes letras blancas el buzo al que le caían migajas ¿Se lo habrá pedido prestado a su hijo?

“Todos me dicen Astrid en la U”, comenta en la entrevista. Su nombre completo es María Astrid Medina. Le gusta bailar salsa y muy poco los exámenes en línea: “Nos dan cinco minutos, pero eso es lo que me demoro abriéndolos”. Su comida preferida es el salmón, una de sus películas favoritas es Nise, el corazón de la locura (que vieron el semestre pasado) y no le da pena bailar sentada en el bus. Tiene 59 años, es esposa desde los 19, mamá desde los 20, estudiante de carrera profesional desde los 58 y soñadora desde siempre. “Es súper curiosa”, “qué mujer tan tesa”, “es muy segura de sí misma”, son comentarios de sus compañeros, ahora de tercer semestre, de Psicología. 

¿Cómo fue tu primer día en la Universidad?
Fue una locura, iba preparada para ser observada, pero no me imaginé que iba a ser tan rápido. El portero dijo: “Señora, acompañantes al lado izquierdo” y yo le respondí “No, señor, es que yo vengo con ellos”, refiriéndome a los estudiantes y él seguía entendiendo que yo era acompañante. “¡Soy estudiante!”, le dije al fin. El portero no sabía en qué hueco meterse, fue muy divertido. 

¿Por qué escogiste Psicología?
Siempre me ha intrigado saber por qué somos tan distintos, qué mueve el mundo y a qué vinimos. Mi mamá se murió antes de conocer las respuestas, se me fue muy rápido. Mi papá nos había abandonado y no ver a mi mamá feliz me partía el alma. Yo quería darle una mejor vida, pero no fue posible… ese sueño lo guardé en el baúl de los recuerdos.

Astrid está desempolvando su sueño luego de 35 años, lo que llevaba sin estudiar. Antes de pensar en teorías del psicoanálisis, pensaba en rollos de carne: “Me llamaban de todas partes para hacer comida para eventos y gracias a eso mis hijos pudieron estudiar”. Ama las recetas casi tanto como a sus hermanos o a sus cuatro hijos, todos profesionales: Mabel Rocío, docente en Literatura; Héctor Fabio, periodista y comunicador; Paola, administradora; y su varón que trece días después de nacer se convirtió en ángel.

¿Cómo se relaciona el amor que tienes por las personas con tu gusto por cocinar?
Creo que la cocina y la psicología son un arte. Disfruto hacerles a mis hijos y hermanos platos especiales que les suban el ánimo. Intento detectar sus emociones, comprenderlas y expresar mi amor.

A sus 56 años decidió soñar despierta. Entró al Liceo Concejo de Sabaneta José María Ceballos Botero a estudiar en las noches, ese año (2018) vio factorización en octavo y álgebra en noveno. Un día la rectora entró al salón a informar sobre una beca al mejor bachiller de la institución y Astrid agradecía por ella aun sin tenerla. Al siguiente año cursó décimo y once, y a finales de 2019 fue la mejor bachiller: ganó la oportunidad de estudiar lo que quisiera, donde quisiera. 

“Usted es una verraca, hermanita. Se lo merece todo, estoy muy orgullosa de verla triunfar”, le decía Bercid, su hermana del alma, al verla con toga y birrete. “Mi familia siempre me ha apoyado con mi sueño de ser psicóloga”, comenta Astrid. A pesar de que sus cuatro hermanos están distribuidos en Bogotá, Quindío y Chile, se reúnen para honrar a su mamá y comer tamales, frijoles o alguna especialidad de Edith; chef y dadora de vida. Bercid, desde Chile, le mandaba $100.000 pesos colombianos de vez en cuando “para pasajes y para que no le hicieran falta en la U”. Ahora la que hace falta es ella.

“La vida es un ratico”, dice Astrid. Tiempo después de perder en brazos a su pequeño bebé adoptó dos niños abandonados; Edwin Andrés de 9 años y María Alejandra de 6 meses. Luego los llevó a Bienestar Familiar y allí Astrid peleó para que fueran adoptados “junticos, porque son hermanitos”. Ahora tienen 35 y 25 años, respectivamente. “Veía en Edwin a mi hijito que se me había ido. Lo quiero mucho”.

No tiene un autor o teórico preferido, porque suele ponerle “peros” a las teorías que tanto ha leído en sus 59 años de vida y sus tres semestres de Psicología; sin embargo, habló de Viktor Frankl, filósofo y psiquiatra austríaco. “Tenemos que encontrar un equilibrio porque el mundo no es teórico”, el mundo es práctico y necesita personas auténticas que den conciertos de salsa en un bus y que vibren por sus hobbies. “Ma, por qué no estudias Culinaria”, le dijo uno de sus hijos cuando su mamá se graduó. “No, hijo. Amo la cocina, pero quiero estudiar Psicología para descubrir hacia dónde vamos y cuál es nuestro destino”, le contestó. 

Astrid leyó hace poco el libro El destino de las almas del Dr. Michael Newton. Con la lectura ratificó su lema de vida: “Ver al otro como a nosotros mismos porque el dolor del prójimo también duele”. Astrid ha caminado en el amor a pesar de los tropiezos y pérdidas. La más reciente ocurrió el jueves 18 de marzo cuando a las 11 a. m. la llamaron a decirle que Bercid tenía leucemia. 
¿Cuánto puede durar un duelo? —pregunta su otra hermana, Nadia.
El tiempo es el mejor amigo del duelo, aunque el dolor se tatúe en el alma —, responde Astrid.
En alguna ocasión hablaban Astrid y Bercid o flaca, como le decía ella, sobre la muerte. Astrid le dijo que “la vida es aprender y la muerte es trascender”, a lo que Bercid respondió: “Si me diagnostican una enfermedad, abro mis brazos, cierro mis ojos y me voy”. Y eso hizo. Bercid también era muy hábil para la cocina y se entendían a la perfección: hacían lasañas, pastas, bandeja paisa, pechuga rellena, entre muchas otras recetas de su mamá.

Volvieron a llamar a las 2 p. m., la flaca se había ido. Abrió sus alas, cerró sus ojos y se fue. Sus últimas palabras el 24 de diciembre a las 10 a. m.: “Hermanita, cumpla su sueño, gradúese y sea psicóloga”. Se abrazaron. Un hombre sin sueños cojea, como la psicología sin Freud. Astrid se limpia las lágrimas, sonríe a pesar del dolor, pero no cojea.

Cursa tercer semestre y ya le está “cogiendo el tirito a la virtualidad”, aunque no ve la hora de volver a ver a las ardillitas, las flores, sus amigos, ir al psicólogo, aprender de él y sanar sus heridas. “Voy a ser psicóloga graduada de la Universidad EAFIT. Voy a tener un consultorio en el que las personas no tengan que preocuparse por la plata, sino por mejorar de verdad. Lo lograré por mi familia y por mí”. Astrid conoció el mundo onírico sin estar dormida y gratinó luego de 35 años aquel empolvado sueño que ahora es el mejor plato del menú.

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