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Trámites del más allá

Pablo Patiño

Al principio estaba furioso y desilusionado de que me fuera encargada la obligación de asustar en los baños de este hotel. Debo admitir que me era un poco humillante esta locación, todos los otros fantasmas tienen lugares mucho más propicios para la tarea. En la sala de espera conocí a una niña que en un juego de empujones entre unos pasillos angostos de su colegio, fue lanzada por los aires desde el tercer piso y quedó empalada en unas varillas oxidadas de la remodelación de la cancha de baloncesto, por lo cual ahora pasa todos los días, a la hora de su muerte, recreando el sonido de varillas oxidadas por los pasillos. También tuve oportunidad de conversar con un joven que me contó que se había suicidado tomando un litro de pesticida de cultivo de papa frente a la tumba de su madre y ahora asusta por las noches con gemidos, sonidos de cólicos y fuertes arcadas en el cementerio de algún pueblo del oriente antioqueño, no recuerdo cuál. Pero yo, por haber muerto sentado en el inodoro, debido a un aneurisma que me ahogó el cerebro por hacer tanta fuerza, estaba confinado al baño de ese hotel, sin saber cómo asustar a los turistas. Intenté abrir la ducha en mitad de la noche, pero los inquilinos no escuchaban el ruido del agua debido a las gruesas paredes y solo se percataban de esto en la mañana, al ir al baño a soltar su rocío matutino. Pensaban que habían olvidado cerrarla antes de dormir, así que desistí de esa idea que solo me tenía impaciente toda la noche, y además, era un terrible desperdicio de agua. En otra ocasión pensé en ponerme creativo, mi idea era esperar a que alguien se sentara en el inodoro y estuviera un buen rato allí, leyendo o curioseando en su teléfono, hasta que las piernas se le durmieran y cuando menos lo esperaran, saldría de la tubería una cobra enardecida y les mordería el culo. La pobre víctima, aterrorizada en suelo de baldosín blanquecino, con el culo morado de la hinchazón, con la entendible vergüenza de rogarle a un amigo que extraiga el veneno con la boca. Esta idea me tenía emocionado, pero todo se vino abajo cuando me dijeron en la Oficina de Utilería que por el momento no contaban con una cobra, y que aunque lograran conseguirla, no sería yo el que diera el susto, por lo cual podría llegar a tener algunos problemas de autenticidad. Debía cumplir con mi primer susto, y lo último que quería era más papeleo, más trámites, o peor, una horripilante auditoría espectral. Así que ahí estaba, un día antes de la fecha límite, cuando entró una mujer hermosa al baño, con una cartera repleta de cremas para la piel, antiarrugas, antimanchas, antipuntos, y antipliegues. Se desnudó por completo, colocó el seguro a la puerta, puso toda su ropa arrumada sobre el lavamanos, abrió la cabina de vidrio y entró dignamente. Por alguna razón se tocó un momento los senos con la mano izquierda, bajó esta por su esternón hasta su ombligo, lo circundó con el dedo y luego estiró la mano hacía una de las dos manivelas de la pared, la giró y de los poros de la cara aplanada de la ducha salió un torrente de agua calmo y tibio. Los hilos de humedad cubrieron todo su cuerpo mientras se deslizaban desde la tapa del cráneo, uniéndose por la vía de sus cabellos con su espalda y sus pechos y recorriendo el camino de bajada hacia sus pies. La piel de la mujer sintió que el agua no se encontraba en la temperatura ideal, estaba un tanto fría, así que empezó a juguetear con la otra manivela, y el dragón de aluminio disparó su fuego acuático con mayor presión, pero ahora el agua estaba muy caliente, así que volvió la juguetona mano a la manivela y comenzó a darles vueltas, a esta y a la otra, como intentando abrir la más complicada caja china, y fue ahí donde la inspiración me encontró y me controló por completo, ¡imagínate! un fantasma poseído. Mientras la mujer continuaba buscando con meticulosidad la temperatura ideal, me deslicé por dentro de la pared hacia la tubería de la ducha, subí por el oxidado túnel y me situé en la cabeza de esta. Observé de nuevo desde este plano cenital el cuerpo de la mujer y me vacié sobre ella, disparé el agua con una fuerza tan aplastante que la mujer cayó sobre sus nalgas y sobre sus pies doblados, y cuando estaba en el suelo aumenté mi temperatura a niveles infernales. El vapor empañó de inmediato la cabina y la mujer comenzó a gritar mientras mi lluvia le quemaba la piel, buscó la perilla de metal de la cabina e intentó abrirla pero la bloqueé y calenté esta perilla tanto que retiró la mano dejando allí unos cuantos pedacitos de uñas y piel pegados. La mujer gritaba, suplicaba, gemía como un cerdo siendo apuñalado en el corazón mientras mi chorro cada vez era más potente y más candente. Si abría mucho la boca , mis aguas le llenaban la garganta y bajaban por su esófago quemando sus cuerdas vocales y todo el entramado de carne por dentro. Los párpados comenzaron a derretirse y mis perdigones de agua se enterraron en sus ojos. El cuerpo comenzó a ampollarse y sus senos empezaron a secarse, y como el pelo de un perro viejo asediado por la sarna, empezó a caerse su piel, poco a poco, por pedacitos, como si fuera una alfombra vieja. El desagüe se tapó con sus pellejos y comenzó a inundar toda la cabina en una sopa hirviente de piel y agua teñida de sangre como los ríos del faraón. Estuve unos diez minutos lloviendo sobre ella hasta que sucumbió y dejó flotando un cuerpo irreconocible, con las cuencas de los ojos vacías y blandas, como una carne cocinada en una olla de presión. Yo cerré mis manivelas, observé una última vez mi trabajo y me dirigí muy contento al Departamento de Integración y Sustos Iniciales, les di mi identificación, llevé mis papeles en orden y les conté de mi trabajo solo para ganarme un fuerte regaño por parte de la chica del mostrador. Me hizo una multa carísima y una extensión del periodo de prueba ya que, según ellos, nuestro objetivo es asustarlos, no matarlos.