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Un viaje de café, un fusil en la cabeza



Mariana Arango Trujillo

marangot1@eafit.edu.co


En 1997 Nelson Zapata transportaba sacos de café en 22 llantas; un lluvioso día de agosto en Valdivia por poco pierde su vida a causa de unos siete u ocho fusiles sujetados por una banda criminal.

“Uno sabe que sale, pero no sabe si vuelve", dice el dueño de la tractomula negra recordando lo ocurrido en los años noventa: una década que manchó de sangre las señales de tránsito de Colombia. El pánico era colectivo en las carreteras nacionales; miles de tractomulas, camiones, volquetas, doble troques y muchos más carros de carga fueron quemados, secuestrados, robados, cargados con droga y desaparecidos. 

Muchos conductores perdieron la vida, el sustento o las ganas de vivir amenazados. La mayoría con la nalga plana por trabajar durante dieciséis horas en jornada normal. Paradas en total de máximo tres horas, ampollas en los pies por los abruptos cambios de temperatura, transportando los alimentos que comemos a diario y metiendo los respectivos cambios según el terreno. Pero qué cambió para ellos: que estaban vivos y ahora muertos. 

A mediados de agosto de 1997 Nelson Zapata, a quince días de casarse, se despidió de su mamá, quien lo encomendó, como siempre, a María Auxiliadora. Para ese entonces llevaba trabajando en su mula negra modelo 72 alrededor de cinco años. Ese día transportaba un viaje de café para exportación: 35.000 kilos, 500 sacos de café, cada uno de 70 kilogramos, quince arrumes de treintaidós sacos y uno de quince. El viaje se cargaba en Almacafé Bello y se descargaba en la Sociedad Portuaria Santa Marta. A pesar de ser muy puntual y preciso con los tiempos, no tenía en sus cálculos que 5 kilómetros antes de llegar a la primera entrada de sur a norte de Valdivia se bajarían siete hombres con fusiles.

Cuenta Nelson con excelente memoria que le atravesaron un Nissan blanco y azul encabinado. Se bajaron armados con fusiles y revólveres; atrás venía una moto y dos carros. Para ese entonces los viajes de café y textiles eran oro por su valor comercial y por ello debían viajar con escolta en cabina, pero el guardián del oro en grano era un jubilado del ejército que poco aportó. Además de los escoltas, las mulas iban en caravana: cinco tractomulas que llevaban una diferencia en tiempo de unos 10 a 15 minutos. Nelson Zapata manejaba el tercer carro de la caravana por las carreteras húmedas gracias al invierno de agosto. 

“Estábamos encañonados. Me apuntaban de todos los frentes". Nelson analizaba y pensaba en alternativas para poder llegar a Santa Marta, no solo con el viaje, sino con vida. El enfusilado que iba adelante con él respiraba más fuerte que los filtros que resoplaban a cada lado de la parte superior del capó. Nelson parecía haberle realizado un peritaje a esa vía en específico, porque cuando le dijeron que se orillara faltando 1 kilómetro para llegar a Puerto Valdivia él les refutó diciendo: 

  • Venga, no. Ahí siempre ha habido una falla geológica. Cómo me van a hacer orillar el carro ahí, se me voltea. 
  • Dele pues más abajo, pero no nos mirés más, güevón—, le respondió su acompañante aferrándose aún más al fusil. Luego le pidieron la plata y volvió a protestar con valentía: 
  • ¿Ustedes vienen por la plata, por el viaje, por el carro…o por mí?

Les importaba el viaje. Continuó manejando aproximadamente a unos 12 kilómetros por hora durante 40 minutos. Haberles cambiado el punto de referencia significaba modificarles la estrategia, pero él no sabía si la improvisación con hombres armados iba a resultar mejor o peor. Al llegar a la primera entrada de Valdivia lo hicieron orillar. “Bajate por el lado derecho", le dijeron. 

El conductor de la negra del 72 manejaba de medias porque los carros eran muy calientes y sin calzado era más cómodo. “Cuando me estaba amarrando los cordones cogí la plata del anticipo debajo del tapiz, metí millón trescientos mil pesos en el zapato izquierdo y me bajé del carro". Con un fajo de billetes como plantilla en su zapato blanco y verde recibió otra orden: “Tenía que cruzar la calle hacia donde me iban a esconder o a matar". Un Kodiak azul bajaba: era el camión ganadero de Adolfo, según recuerda Nelson. El carro paró en seco para ver cómo podía ayudar a desvarar a la negra, el instinto del varado fue correr hacia el carro y pegarse de la agarradera de la puerta derecha. Les dispararon por detrás y sin compasión. “Mirá güevón en lo que me metiste", le dijo Adolfo a Nelson mientras revisaban si tenían agujeros de sangre.

Los debían de estar esperando en Valdivia, así que Adolfo aceleró hacia Puerto Valdivia, por el retén del ejército sobre el río Cauca. Su camión vacío iba muy rápido: 1.500 revoluciones por minuto, pero no había reloj que midiera las revoluciones de sus corazones. Luego de contar la historia en el escuadrón, el ejército se montó en un lechero a buscar la tractomula negra. Nunca se supo de las dos últimas de la caravana. Ni antes ni ahora.

El tesoro de 22 llantas de Nelson Zapata llegó a Puerto Valdivia gracias a un compañero de la Cooperativa Risaralda que la manejó hasta encontrarse con su dueño. No hubo agujeros de sangre y la carga llegó entera. Nelson se casó, conformó una familia y pudo seguir “calentándose los pies" unos años más. Es ahora coordinador de colisiones en la concesionaria Kenworth de la Montaña y agradece por los miles de kilómetros y aprendizajes en carretera.

De la banda criminal se supo que era una trilladora que no podía cumplir con las cuotas de exportación, así que robaban el café y lo reempacaban. “Se habían coronado muchos viajes, menos el mío", comenta Nelson recostado en su silla esperando una Kola Roman. Se comenzó a reportar con más frecuencia en casa y viajaba con aerosoles porque en víspera de elecciones quemaban los carros: “Prefería que me lo marcaran a que me lo quemaran". La relación de la banda criminal con la guerrilla es inconclusa, sin embargo, ni un particular se mueve por esa zona sin que ellos lo sepan. 

A pesar de que las carreteras nacionales en la década del noventa eran sangrientas, la inseguridad en las vías ha existido desde siempre y aún perdura. A los conductores se les recomienda no parar entre Puerto Bélgica y Yarumal para evitar ser cargados con droga o exponerse a enfrentamientos de orden público y tampoco trasnochar entre Valdivia y Los Llanos de Cuibá para prevenir que les prendan fuego a los vehículos.

Después de varios días Nelson se encontró con un amigo en Buenaventura, César Mario Vélez, quien a punto de llorar le decía: “¡Eh, Ave María, hermano! Nos habían dicho que lo habían matado". No fue el único equivocado. Nelson “disfrazó" la mula negra quitándole las franjas laterales para pasar desapercibido. “Mi mayor miedo era que me quitaran la vida, pero aquí estoy", cuenta sonriendo mientras le da un sorbo a la bebida. 

“Secuestro simple", dicta la ley, pero tener un fusil en la cabeza y estar cerca de la muerte no es tan simple. Poco ha cambiado después de dos décadas: políticos que prometen modificar las fallas geológicas al mismo tiempo que se roban el anticipo debajo del tapete y actores armados que secuestran los sacos de café amenazando vidas con fusiles.​