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EAFITNexosEdicionesEl vuelo del Águila

El vuelo del Águila

Miguel Correa
mcorre27@eafit.edu.co
@macs1115

En el año 2000, Amador Contreras emigró para España en busca de nuevas oportunidades laborales. Registró en su diario todos los acontecimientos durante su primer año de residencia en el extranjero. Este diario, al que tituló “El vuelo de Águila” desentierra las angustias más íntimas de un extraño en tierras desconocidas, lejos de su hogar.

Hace poco encontré un diario. Reposaba en el estante de una casa tan hogareña que me recordaba a mi hogar. Pertenecía a Amador Contreras, un hombre de unos 68 años. Es alto con una amplia sonrisa pero los ojos llenos de tristeza. Su única compañía son un perro y un gato de color negro. Pasa el tiempo trabajando en su finca plantando fríjoles y maíz. Me contó que hace unos 19 años tuvo que emigrar a España con su cuñado porque en esos tiempos su familia estaba muy mal económicamente. Para esa aventura en el extranjero registró los acontecimientos del primer año en un diario.

En su primera hoja decía en letras grandes: “El vuelo del águila”. Al voltear la página, leí en una impecable caligrafía un pequeño texto que escribió antes de marcharse:

“Erase una vez, un 23 de mayo del año 2000, cuando dos personas de aguerrida decisión, organizaron todas sus pertenencias. En medio de las lágrimas y el júbilo se despidieron de toda su familia y amistades.

Los señores Amador Contreras* y Víctor de Jesús* partieron para nuevos rumbos, ambiciones, alternativas laborales, una nueva vida, nuevas aventuras y experiencias.

Rumbo a España...Europa… las puertas del viejo mundo están abiertas.”


2 de junio año 2000. Bilbao. País Vasco

Tenemos diez días de estar en España. Hace tanto calor que me tengo que duchar dos veces al día. Cuando el avión nos dejó en la ciudad de Madrid no sabíamos dónde dormir, pero nos comunicamos con una vieja amiga llamada Gloria Castrillón. Ella vive cerca de la capital, en una ciudad llamada Alcalá de Henares. Gloria es una abogada colombiana que reside aquí con su hijo Gustavo desde hace diez años. Durante esos días Víctor y yo estuvimos muy preocupados, la prioridad era conseguir trabajo y mandar algo de dinero a nuestra familia; pero este lugar es extraño y cuando le hablamos a los españoles ponen caras de desconfianza.

Después de un par de días, Gloria nos convenció para viajar a la ciudad de Bilbao. Allí está el consulado colombiano y viven muchos compatriotas. Viajamos durante cuatro horas y media, vimos muchos paisajes de tierras planas llenas de cultivos. Siempre tuve la costumbre de ver las montañas de mis tierras, pero aquí parece que el horizonte se extiende sin fin en llanuras llenas de viñedos y pastos.

En Bilbao llueve todo el día y hace un poco más de frío que en Madrid. Mi cuñado Víctor y yo llegamos a un acogedor albergue que se llama Elejabarri. Convivimos con españoles, portugueses, peruanos, ecuatorianos, marroquíes y colombianos. Los dueños, Catalina y Carlos, son muy buenos con nosotros, tenemos derecho a comida tres veces al día por tres días mientras conseguimos un trabajo.

Nota: No tenía idea de que en este municipio se habla otro idioma, se llama vasco o euskera.

Las únicas botas que me traje de Colombia me quedan muy estrechas, me están matando.


9 de julio año 2000. Valtierra. Navarra. Calle Ronda del Convento n° 18

Hoy es mi cumpleaños número 49. Lo recibo con mucha dicha y todos los compañeros de la casa me felicitan.

Hace unas semanas, Catalina, la mujer del albergue, nos contactó con un tal Isidoro que nos trajo a Víctor y a mí a Valtierra, nuestro nuevo hogar. Cuando Isidoro nos llevó solo a nosotros dos, me sentí como al huérfano que adoptan y abandona a los demás a su suerte.

Creí que todo iría mejor, pero llegamos a una ratonera. Vivo con once compañeros en un oscuro dormitorio común, todos inmigrantes. Las condiciones son pésimas, nos bañamos con una manguera en el patio, la mayoría ni siquiera se asea, llevan la misma ropa desde hace quince días. Hay moscas que no dejan dormir ni de día ni de noche, mis compañeros son muy desordenados, hay basura por todas partes, huele a cigarrillo y a orina. Hay tanta desconfianza entre nosotros que dormimos con el maletín como almohada y el dinero y los pasaportes en los bolsillos. A pesar de todas las incomodidades, entre los colombianos nos damos mucho ánimo y nos decimos que sólo será una situación pasajera.

Trabajamos cada día de 6:30 a.m. a 7:30 p.m. en unos viñedos cercanos. Cobramos 3000 pesetas por día, es decir, 50 mil pesos, no es mucho aquí, pero en mi país es de mucha ayuda cualquier cosa que mandamos. Tengo las manos llenas llagas y de callos y por estar trabajando bajo el sol tengo la piel quemada. El desayuno que nos dan es un pan duro con salchichón crudo y agua. Algunos de nuestros compañeros están realmente mal, pues no tienen el dinero ni para regresar a su casa.

Nota: Junto a la casa hay un grafitti que me llamó la atención. “Vive rápido, muere joven y tendrás un lindo cadáver”.


26 de febrero de 2001. Valtierra. Navarra.

Retomo mi querido diario después de una larga temporada. Hace unos meses tuve el placer de conocer varios amigos españoles. Uno se llama Pedro Arce Mendigacha, trabaja en la gasolinera del pueblo. Es un poco gordo y tiene una mirada muy bondadosa. También me ayudó mucho el señor Santiago Castillejo que está casado con una colombiana que se llama Amira. Ellos tres nos sacaron a Víctor y a mí de la horrible casa donde vivíamos. Nos alojamos un tiempo con ellos y luego nos mudamos con un marroquí que se llama Hassan. Es un hombre realmente muy gracioso y honrado. Trabaja en una empresa de pieles de animales. Al poco tiempo de vivir con él, tuvimos muchos problemas por el choque de culturas. Como nunca había convivido con un musulmán no conocía muy bien sus costumbres. Ya me era muy difícil adaptarme a los hábitos de los españoles y con Hassam todo era muy diferente. No podíamos comer a veces lo mismo y resultaba un problema con el mercado. Había días donde solo hablaba de religión y criticaba nuestras creencias. Tratamos de tolerarlo muchas veces pero la situación se tornó cada vez más insostenible.

El invierno aquí es sin duda mucho peor que el verano. Llegamos en diciembre a temperaturas a -2°C y los vientos eran de unos 90 km/h. En la mayoría de las ocasiones trabajamos a la intemperie con un montón de ropa encima para protegernos del frío. En verdad el infierno está hecho de hielo.

Nuestro diciembre en España fue muy solitario. No se ven casi luces navideñas y no se siente la algarabía y fiesta de nuestro país. No se escuchó pólvora ni música en ninguna parte. El 24 recibí la llamada de mi mujer y me alegré un poco. Podía escuchar el griterío en la casa y ella me contó que con la plata que le mandé logró pagar el semestre de la hija mayor y compró ropita para los dos pequeños. Todo el esfuerzo valió la pena si ellos están bien. Cuando colgué quedamos Víctor y yo solos en casa. Por la ventana presenciamos atónitos cómo los primeros copos de nieve caían como en las bolas de cristal navideñas. Fue la primera vez que vi la nieve.

Trabajé 4 meses con Fernando García Baldemoro. Me contrató para el procesamiento de pieles de animales, pagaba una miseria pero me quedé con él porque me prometió firmar los papeles de trabajo y residencia. Sin esos papeles no puedo trabajar legalmente, ni conseguir ayudas del gobierno, ni conseguir el visado para traer a mi familia. Un día le reclamé que cumpliera su promesa, pues mi situación era desesperada, pero el señor acabó por despedirme. Afortunadamente conseguí un trabajo como soldador de hornos y chimeneas. Cobro cada horno a 2000 pesetas (44 mil pesos).

A pesar de todo solo puedo estar agradecido. Pedro me prestó una bicicleta vieja para ir todos los días a trabajar. Aunque ayer se me pinchó la rueda de regreso a casa. Tuve que volver caminando a las 9pm en medio de la oscuridad a unos 4°C.

Nota: “Las escaleras del éxito no se pueden subir con las manos en los bolsillos”.


11 de mayo de 2001

Han sido unos meses muy difíciles. A principios de marzo recibí un golpe muy duro. Mi compañero Víctor regresó a Colombia, el viejo mundo no cumplió con sus expectativas. El recuerdo fue tan fuerte que lo llevó de nuevo a su pasado. No pude evitar llorar cuando nos despedimos en el aeropuerto. Ahora me he quedado solo.

No tengo trabajo desde entonces. Hay momentos donde no sé ni qué día de la semana es. Pero aún conservo la esperanza y trato de no desmoronarme. Tengo un buen presentimiento de todas estas dificultades, mi mujer me dijo que pronto me aceptaran los papeles de trabajo y podré traer a mi familia. Solo tengo que aguantar un poco más.


Hoy

Amador pudo conseguir un trabajo estable con una empresa de abonos orgánicos. Realizaba el mantenimiento a la maquinaria. Lo que más soñaba era estar con su familia, y lo logró, después de un año de acabar este diario su esposa viajó a España con los dos hijos menores. El matrimonio trabajó muy duro para conseguir una casa decente y sus hijos fueron al colegio local. Aunque atravesaron muchas dificultades siguieron adelante. Pero entre ellos siempre existió el anhelo de regresar a casa y cuando tuvieron la oportunidad viajaron de vuelta a Colombia. Después de haber vivido 17 años en España, Amador buscó su recompensa construyendo una hermosa finca. Su mujer falleció hace un par de años y sus hijos fueron a la universidad y viven bien.

Ojeó las páginas de su viejo diario y se rio brevemente, como quien recuerda algo enterrado, y dijo: “Hay tantas historias que faltan en este libro, como cuando tuve que dormir en las calles de Bilbao porque no tenía dinero o cuando conseguí mi primer carro. Son tantas experiencias que me cuesta recordar, unas tan amargas como sal en las heridas y otras tan alegres que me hicieron llorar de júbilo. Mi historia podría haber sido diferente pero constantemente tomamos decisiones que te pueden llevar muy lejos de casa. Todos ponemos un grano de arena en esta cósmica construcción de historias”.

*Nombre cambiados.