Fredy Mariño Oñate
Geólogo
En 2008 trabajaba como jefe de proyecto en un prospecto de molibdeno y tungsteno en Yukón, noroeste de Canadá, muy cerca del lago Teslin, cuando recibí el correo electrónico de un antiguo jefe y amigo geólogo en el que me proponía trabajar en Haití (isla La Española). Me sugería hacer una visita en mi próximo periodo de vacaciones, por dos semanas, para que conociera tanto el proyecto como una parte de este país caribeño. Me hablaba de sus hermosas playas y de sus palmeras.
Antes de responderle, lo primero que hice fue ubicar la isla en Google Earth y, segundo, preguntar en el consulado de Haití en Montreal (Canadá) por los requisitos que había para viajar a dicho territorio, del que solo conocía el nombre. Como era de esperar, los ciudadanos colombianos necesitaban de una visa para ingresar a esta nación. Lo que entendí es que solo cuatro países en el mundo solicitaban este visado. Viajé entonces a Montreal e hice los trámites respectivos para obtener mi visa por un periodo de 30 días.
Envié el correo de confirmación y viajé en vuelo directo de Montreal a la capital haitiana, Puerto Príncipe, en un trayecto de, aproximadamente, cuatro horas. Mi jefe me decía que posiblemente mi equipaje no llegaría al mismo tiempo, pero parece que la suerte estaba conmigo, pues fue una de las primeras mochilas en salir por la banda corrediza. El siguiente paso fue inmigración, amenizado con un grupo de tres músicos que insinuaban la bienvenida al mágico Caribe. Me hice la pregunta: ¿estaré de vacaciones o de trabajo?
Mi jefe y dos hombres que parecían entrenar en el gimnasio Universal, que supuestamente era el personal de seguridad, me esperaban a la salida del aeropuerto. Hubo saludos de bienvenida y luego nos dirigimos al hotel. En esa época no había oficina central de la compañía para la que trabajaba en el país, por lo que la habitación de este espacio era nuestra oficina. Nos hospedamos en el hotel Montana, ubicado en el vecindario de Petionville, muy conocido por los extranjeros porque era lo único que había disponible con buenos cuartos, buena alimentación y buen servicio. Allí se alojaban celebridades, presidentes y personal de Naciones Unidas. El precio por habitación superaba los 200 dólares. Nunca entendí cómo un país tan pobre tenía tarifas de hoteles tan costosas.
Mi jefe recomendaba que debíamos solicitar las habitaciones en el último piso (quinto piso), las más costosas, con el fin de que si ocurría un terremoto tuviéramos más posibilidad de salvarnos. No sé si eso se cumplió para los huéspedes que estaban allí durante el terremoto del año 2010, pues el hotel se derrumbó y más de 300 extranjeros fueron reportados como desaparecidos en estas ruinas. En fin, la estadía en el hotel era apenas por un par de días y, después, nos aventuraríamos al verdadero Haití.
La primera estación fue en un poblado llamado Saint Marc, la única parada de alimentación. Recuerdo este momento porque fue como una prueba puesta por mi jefe, que consistía en un pailón lleno de peces fritos con colores sospechosos y una decoración de nubes negras.
Sin permiso a Puerto Príncipe
Estaba prohibido salir del hotel sin protección porque éramos considerados targets, según el manual de seguridad de la compañía y según unas recomendaciones de Naciones Unidas. Por el color de piel es muy fácil saber quién es extranjero en este país en el que casi el ciento por ciento de su población es de raza negra. Sin embargo, incumplí estas consignas y me aventuré en esta ciudad caótica, donde conocí muchos nativos, aprendí aspectos de la cultura y otros lugares sin tener problemas. Al contrario, creo que fui privilegiado al compartir entre los residentes, quienes decían que hablaba créole debido a mi mal francés.
Así, llegó el momento de partir al trabajo de campo. Para esto teníamos que conducir entre seis y ocho horas por la Autopista 1, la única del país. En realidad, era un camino con poco asfalto y mucha arena, con tramos destapados, huecos, camiones varados, personas de a pie y animales en todo su recorrido. La primera estación fue en un poblado llamado Saint Marc, la única parada de alimentación. Recuerdo este momento porque fue como una prueba puesta por mi jefe, que consistía en un pailón lleno de peces fritos con colores sospechosos y una decoración de nubes negras, es decir, moscas sobrevolando mi futuro manjar.
Al comer esto pude confirmar que mi estómago es blindado ante cualquier enfermedad gastrointestinal. Luego seguimos nuestro viaje hacia el oeste de la isla, mirando las grandes plantaciones de arroz. Después pasamos por una población devastada por las inundaciones y los huracanes llamada Gonaïves, considerada como una zona violenta y delincuencial durante el tiempo del presidente Jean-Claude Duvalier y también en la actualidad. Una hora más tarde tomamos una carretera aún más deteriorada que la anterior que nos llevó a una población llamada Gros Morne y, de aquí en adelante, conducimos por el lecho de una quebrada, seca en su mayor parte. El carro hizo su parada final donde una veintena de personas nos esperaba para ayudarnos a cargar los costales con víveres. Dejaríamos el carro en este lugar y caminaríamos montaña arriba por ocho kilómetros hasta llegar a una vereda llamada Dante. Todo el recorrido fue impresionante por los cantos de los asistentes en créole, su lengua madre, una mezcla de francés e inglés.
Estas dos semanas pasaron muy rápido. En este periodo hicimos geología de campo, que consiste en describir las rocas en quebradas, montañas y caminos. Fue fascinante porque encontramos un afloramiento de roca azul-verdosa de tamaño considerable y esto dio pie a seguir explorando en el área.
Llegamos finalizando la tarde a un terreno en el que viviríamos durante las próximas dos semanas. Allí armamos nuestras carpas, construimos nuestra ducha y organizamos la cocina ambulante. Para esto, contratamos a una señora en la que mi jefe confiaba por su estilo de cocinar. Y tenía razón, ya que nunca me enfermé y las comidas estuvieron siempre bien cocinadas y presentadas. Claro está que era arroz, frijoles y chivo; o frijoles, arroz y chivo. Mi jefe se perdía de este manjar porque es vegetariano, de manera que se alimentaba de soya en polvo, uvas pasas, maní, y píldoras de frutas y legumbres. Trató de convencerme de seguir sus pasos, pero preferí los frijolitos con chivo y arroz. Afortunadamente, durante esta visita había cosecha de mango y de piña en pleno auge.
Estas dos semanas pasaron muy rápido. En este periodo hicimos geología de campo, que consiste en describir las rocas en quebradas, montañas y caminos. Fue fascinante porque encontramos un afloramiento de roca azul-verdosa de tamaño considerable y esto dio pie a seguir explorando en el área. El color de la roca se produce por la oxidación de minerales de cobre, conocidos con los nombres de azurita y malaquita. Este descubrimiento me convenció de cambiar la nieve y el frío de Yukón (Canadá) por la humedad y el calor del Caribe.
Así fue. Regresé al país unos meses más tarde y seguimos trabajando donde habíamos descubierto la roca azul-verdosa. Comenzamos por tomar muestras de roca y de suelo, y por hacer trincheras para conocer la dimensión del área. Cada día encontrábamos algo gracias a la ayuda de los pobladores de la zona. A la persona que nos aportara la roca, siempre y cuando estuviera en el lugar, lo que llamamos técnicamente afloramiento, la recompensaríamos. De esta forma, pudimos contar 388 ocurrencias de minerales de cobre en el área. Estuvimos por un periodo de más de seis meses haciendo el mapeo y el trabajo de geología en detalle. Sin embargo, solo éramos dos geólogos y teníamos un país completo por visitar. Pasamos a explorar otras zonas de la isla, en el centro, en el norte y en el este, donde encontramos áreas de interés y estuvimos entrenando a un grupo de geólogos haitianos para poder cubrir otras zonas con más rapidez. La compañía fue creciendo y se contrató a más geólogos extranjeros, se arrendó una oficina y nos pasamos a vivir en una casa de tres pisos en vez del hotel.
Lista de recuerdos
De todas las áreas conocidas, guardo gratos recuerdos. Por ejemplo, la vez que estuve trabajando en el norte, en la segunda ciudad de importancia del país, Cabo Haitiano. Allí me hospedé en un hotel al frente de la playa que se llama Cormier La Plage, propiedad de un francés que decían que había trabajado en estos mares con el reconocido explorador de tesoros Jaques Costeau. Este hotel era peculiar porque valía 40 dólares la estadía y eso incluía desayuno y cena. La cena consistía en una langosta a su preferencia. Y lo más delicioso era disfrutar del mar en las mañanas y en las tardes, antes y después del trabajo de campo. Era otra ironía de esta isla caribeña: comiendo estas maravillas en un país donde la pobreza es grande.
Otro recuerdo es que hicimos exploración en un área que se llama La Mine, durante los meses de julio y de agosto. Fue interesante por la descomposición de la roca y la ocurrencia de características de interés en la prospección de depósitos de oro. Acampamos allí por tres semanas y creería que, durante todo este tiempo, no hubo un día o una noche que no lloviera. Nuestras carpas se inundaron, así como la ropa, las botas y todo nuestro equipo. Fue la época en que pasaron varios huracanes por la isla y a esto se debían las malas condiciones climáticas que, según los pobladores, eran normales en estas épocas del año.
Una sola vez me enfermé. Esto ocurrió en el área de Plateau Central. Me comí unos frijoles en un puesto de comidas de la calle y eso me costó tres días de diarrea.
Las áreas que mejor quedaron grabadas en mi mente fueron Puerto de Paz, Platón y Vert de Gris, ubicadas al oeste de la isla. Son áreas con potencial minero interesante y con posibilidad de encontrar un yacimiento a escala mundial. Pero lo que más me gustó de esta región fue la cantidad de frutales y de agricultura, cultivos hechos por los pobladores. Trabajamos un par de meses más a finales de 2009.
Regresé a la isla el 10 de enero de 2010. Llegué a Puerto Príncipe a las 2:30 p.m., en un viaje como cualquier otro, con la misma rutina de ir a la casa de paso. Este día solo dejé mi equipaje en la habitación para ir a la oficina, algo que no hacía normalmente. El asunto era que quería saludar a mi jefe y saber cómo había pasado su fin de año. Estábamos conversando cuando sentimos el estruendo, la quebrazón de vidrios y el ruido infernal de la destrucción del vecindario. Es un recuerdo muy triste, pero, a la vez, sirve para dar gracias a Dios al permitirnos salir sanos y salvos. Pasamos tres días en un campamento improvisado, y que no era muy diferente a los que nos debimos acostumbrar por dos años, oyendo los cantos y suplicios del pueblo haitiano que se volcó a las calles, pues permanecer en cualquier construcción de cemento era buscar la muerte, ya que se sintieron, en la noche, más de 52 réplicas después del terremoto. Al tercer día evacuamos la isla. Volamos inicialmente a la vecina República Dominica (que también hace parte de la isla La Española) y, posteriormente, volamos a la casa de cada uno.
Dos años más tarde volví a Haití para completar una evaluación de un proyecto en las montañas Gran Bois. Fue hermoso regresar y reunirme con los haitianos amigos, de los que no me pude despedir en el pasado. Además, supe que habían superado la catástrofe de la mejor manera. Sin embargo, es triste ver que el país no se desarrolló y, lastimosamente, aprendieron a vivir con los escombros en sus corredores y con la basura que dejó este desastre natural. Muchos de ellos cambiaron sus casas por carpas donadas. Haití ha sido un pueblo que ha sufrido y que ha superado, una y otra vez, todas estas catástrofes naturales. Es un pueblo muy creyente, y siempre se encuentra una sonrisa que nos hace reflexionar y ver que vivimos como príncipes en nuestros hogares.
A modo personal, pienso que Haití no es un país pobre. Cuenta con un gran potencial de recursos naturales que tienen que ser explorados para generar un desarrollo nacional que promueva la educación y el empleo. La pregunta que nos hacemos muchos de los que hemos viajado por el Caribe es por qué el país contiguo, República Dominicana, cuenta con una economía basada en el turismo, y Haití no ha podido desarrollarse a pesar de las hermosas playas con las que cuenta.