Mónica Quintero Restrepo
Colaboradora
Jaime Jaramillo Escobar sube las escaleras de El Cantadero del Teatro Matacandelas. Despacio. Lleva su traje de saco y corbata que seguro mandó a la lavandería a planchar, sino fue que lo compró para la lectura de esa noche, como lo ha hecho otras veces. Se para en el escenario con sus poemas que mandó a encuadernar días antes. Lleva el sombrero que ya no se quita y las gafas. Saluda y dice que, como dicen en esa clase de presentaciones, espera que les guste, y ríe, y ríe el público también. Explica que se llama La orilla del río, que naturalmente es el río Cauca, que con ese va a empezar, y empieza. Canta. Para Jaime la poesía es canto y se puede bailar.
Aquí, detrás del rancho, pasa el río Cauca.
Nosotros quedamos de espaldas al río,
frente a la carretera que reemplazó al ferrocarril (…)
Es un poema inédito que va a publicar a final de año en un libro que ya tiene nombre, Perdidos, perdidos, pero mejor no lo comenta porque el título se puede cambiar hasta el último día. Eso dirá después, en su casa, sentado frente al computador. En el Matacandelas, Jaime lee: Mire que le robé su tiempo y ni cuenta se dio. En el teatro se vuelven a reír. Jaime tiene humor.
Gonzalo Arango, el creador del Nadaísmo y su amigo, escribió en un reportaje en 1966 que el poeta es silencioso como un secreto; misterioso como una cita de amor; solitario y profundo como un río profundo.
La primera vez que fue al Mata era domingo. Lo llevó Ronal Castañeda. Se habían encontrado en el colegio cuando Jaime fue a darles un taller de poesía y siguió volviendo porque encontró a cuatro muchachos, entre ellos Ronal, que le pidieron que volviera, y él les leía poesía, y así se hicieron amigos. También les hablaba de teatro, y ellos empezaron a ir al Matacandelas, sin él, porque él no es de salir. Gonzalo Arango, el creador del Nadaísmo y su amigo, escribió en un reportaje en 1966 que el poeta es silencioso como un secreto; misterioso como una cita de amor; solitario y profundo como un río profundo. Y Gonzalo le preguntó por la soledad, y él le respondió que no hay mejor compañía que la de Jaime Jaramillo Escobar. Todavía es así. A los 85 años, que cumplió el 25 de mayo, vive solo, en un apartamento que es sobre todo biblioteca, y en el que casi ni abre las ventanas. Es un monje. Eso repiten sus amigos.
Quiero decir, este poeta es la suma de la soledad. Si él soñara en una Tierra Prometida, su sueño sería, estoy seguro, una isla desierta: Gonzalo Arango.
Así que lo convencieron de ir ese domingo, por la mañana, al Matacandelas. La condición era ver títeres. Jaime llegó a la taquilla, le dijo a la taquillera que le diera boletas para estudiantes, él, ya con 75 años. Él no es caprichoso, tiene un carácter, no fuerte, claro, dice Cristóbal Peláez, el director del teatro. Por eso cuando dice no, cierra las puertas. No es no, sin insistencias.
Entraron a ver títeres, y Jaime nunca más volvió a irse. Allá, por primera vez en sus 80 años, y celebrando ese número cerrado de haber vivido ocho décadas, rompió una piñata. Después de los títeres, una vez lo invitaron a comer, y eso ya es toda una odisea, dice Cristóbal, porque Jaime no pasa de la sopa. También le pasó al poeta y editor Darío Jaramillo: Si se toma la sopa, no se come el seco. Esa vez de la sopa en el teatro, de pronto, dijo Jaime, esto es como un hogar, una casa, y pidió el ingreso al grupo. Es el único integrante que puede faltar a todos los ensayos.
El trabajo: el taller de la Piloto
Faltan 15 minutos para las diez y media de la mañana del sábado, la hora del Taller de poesía y creación literaria que el escritor ha dictado desde febrero de 1985. Hace 32 años consecutivos. Saluda uno a uno a los integrantes. Les da la mano, las mujeres le dan un beso en la mejilla. Él sonríe con todos los dientes, como pasa siempre que ríe. La mayoría se conoce desde hace tiempo. ¡Qué bueno que hayan vuelto!, y abraza a alguno. Bernardo, el taxista que lo transporta hace unos tres años, y que lo cuida y que se queda incluso a escucharlo, ya le puso el maletín encima del piso del escenario. Jaime lo abre, saca el cuaderno que va mirando de tanto en tanto, y en ese orden empieza a organizar los sobres de manila, uno encima del otro, en una cruz.
Porque la poesía no se enseña. A escribir tampoco. Eso lo cree el poeta que tampoco se cree poeta. A escribir, dice, se aprende escribiendo y leyendo, estudiando los libros. No hay fórmulas, eso ya no se usa.
Mira otra vez el cuaderno, mira la hora, se para frente al micrófono, aló, aló, vamos a dar comienzo a la reunión de hoy.
Jaime es exacto. Verano Brisas prefiere el adjetivo meticuloso. Para el taller lleva una lista de todo, y de cada texto que se lee hay una copia para cada quien, que él mismo imprime en su casa, en una de las dos impresoras que tiene. De su cuenta. Rara vez no lleva copias de un texto, y entonces explica que le pareció mejor hacer la lectura y ya, y si hay copias, mientras dos del grupo las reparten, él explica quién es el autor o por qué eligió ese poema: La literatura peruana, cuenta, es muy importante, solo que por acá es muy poco conocida. Hay dos hojas, porque son dos poemas. El segundo no tiene título, porque hay poetas que no les ponen título a sus poemas. Las copias están repartidas. Jaime parece cantar.
VIA VENETO de Jorge Eduardo Eielson
me pregunto
si verdaderamente
tengo manos
si realmente poseo
una cabeza y dos pies (…)
Es la primera vez que lo leen. Jaime es tan exacto que si repite textos debe haber pasado un buen tiempo. En su casa tiene un archivo físico. Se le puede preguntar qué autor trabajó en 1992, cuenta Verano, y él va a sus archivadores, y ahí está. Al final de la copia que reparte igual: un poema de Alfonso Reyes, lo leyó el 27 de noviembre de 2010, cuando el taller se hacía entre el Banco de la República y la Biblioteca Pública Piloto. Y lo leyó de nuevo el 19 de agosto de 2017, cuando el taller es solo de la biblioteca. Todo eso está al final, incluso con el número de copias: fueron 40.
Porque la poesía no se enseña. A escribir tampoco. Eso lo cree el poeta que tampoco se cree poeta. A escribir, dice, se aprende escribiendo y leyendo, estudiando los libros. No hay fórmulas, eso ya no se usa.
Jaime todo lo explica
El taller fue idea de Darío Jaramillo Agudelo, cuando trabajaba de gerente cultural del Banco de la República. Era 1984 y le propuso al entonces gerente del Banco, Juan Manuel Ospina, que le patrocinara el taller a Jaime con la idea de darle un ingreso para que tuviera todo el tiempo para escribir, pero como él siempre fue un obsesivo del trabajo, convirtió el taller en un trabajo de tiempo completo y se volvió como el papá, la mamá, el maestro, el guía.
El escritor está en función del taller toda la semana. Investiga, selecciona, busca, revisa, organiza el programa, aunque si se modifica no importa, porque entre textos van conversando y opinando, él y los otros, y si hay conclusión bueno, y si no, no importa. Es una reunión de amigos, así le parece a Jaime que es. Según Verano, no se enseña nada, pero se aprende mucho.
Porque la poesía no se enseña. A escribir tampoco. Eso lo cree el poeta que tampoco se cree poeta. A escribir, dice, se aprende escribiendo y leyendo, estudiando los libros. No hay fórmulas, eso ya no se usa. El talento es escaso para escribir poesía, continúa Jaime, porque el que es poeta tiene un don. Ya la retórica no existe, un poema se escribe como quiera, los artistas son muy libres. Aunque es más difícil cuando no hay normas, precisa: el poeta escribe sus propias normas cuando escribe algo. Tiene que inventar la estética, la forma. Cada quien es libre, a condición, precisa
otra vez, de que el poema sea genial, y genial es que tenga interés, novedad, maestría. Escríbalo como quiera.
Aunque la mayoría de los libros, piensa, son basura. La poesía se banalizó mucho, piensa también. Por eso X-504, el artista con placa de carro, como lo llamó Gonzalo Arango, bota libros de vez en cuando. Pocos se merecen que los guarde en esa biblioteca que es la casa completa. Libros en la pieza de atrás, en la de adelante, en la sala, cerca de la cocina, en la pieza de los computadores. Aunque para él no es una biblioteca muy grande. Están organizados de la A a la Z.
Así es X-504: anda desnudo en la casa, escribe empelota porque la ropa es un disfraz, es puntual –si bien el reloj de la sala solo tiene segundero–, es capaz de comprar un traje solo para un recital porque tiene que estar bien presentado como un acto de respeto con la poesía y, por eso, siempre lee parado, y se prepara y ensaya la respiración, la vocalización, crea las atmósferas, no come ese día. La poesía es, además, un acto teatral y su comprensión, ha dicho, depende también de cómo se lea.
Cristóbal Peláez recuerda que un día llegó de blanco, completo, solo le faltaban los guantes, y traía una cartera negra, que le pidió guardar porque le estaba rompiendo el color. No es de aliñado, sigue Cristóbal, es de elegancia.
En el colegio editó un periódico escolar, de grande tuvo una agencia de publicidad, fue técnico de computadores cuando los computadores eran gigantes e, incluso, inspector de policía y alcalde de Anzá.
La poesía
Siempre un trabajador, así le enseñaron desde niño. En el colegio editó un periódico escolar, de grande tuvo una agencia de publicidad, fue técnico de computadores cuando los computadores eran gigantes e, incluso, inspector de policía y alcalde de Anzá. Fue el único lector de la biblioteca de Altamira, el pueblo donde se crió, y por eso le dieron las llaves. Ahora dirige el taller y de ahí salen más talleres y más lecturas. Poeta a veces, aunque él no se cree poeta. Él se ríe de esos que se autodenominan cuentistas o escritores. Eso no es para él.
Yo soy un tipo –así se define– que está ahí. Uno está en la vida y hace lo que cada día traiga. Yo no tengo plan para un año, porque eso es estar sometido a una cosa rígida. Y ahí llega la poesía. El poema, continúa Jaime despacio, nace en uno, en la cabeza, y uno lo redacta. Mientras aparece, uno no hace otra cosa distinta a lo que hace la gente. Surge la idea, y la escribes, sin darle trascendencia. Cuando llega lo escribes inmediatamente porque si no se pierde lo que llaman inspiración, que es simplemente encontrar un tema y la manera de tratarlo. No importa la hora.
Ha pasado varias veces –le dijo a Fernando Mora en la entrevista El poema llega solo, publicado en la revista El Malpensante, en octubre de 2012– que yo he soñado un poema y me despierto y ahí mismo lo escribo. Eso ya no es culpa mía sino del sueño.
No se puede buscar, porque si lo busca no llega. No tiene plan. Resulta sin obedecer a un criterio y es ocasional. No de todos los días. Luego, lo trabaja y si está genial lo deja y si no, lo bota. Después, eso cree, el poema es de quien lo lee. Es público.
Ha pasado varias veces –le dijo a Fernando Mora en la entrevista El poema llega solo, publicado en la revista El Malpensante, en octubre de 2012– que yo he soñado un poema y me despierto y ahí mismo lo escribo. Eso ya no es culpa mía sino del sueño.
Ser Jaime
La fama no es lo suyo. Gonzalo Arango también lo escribió en ese reportaje que creyó iba a ser el primero y el último: Es el único de los escritores nadaístas que no busca la fulguración de su nombre.
Al principio fue X-504, porque quería que Jaime Jaramillo Escobar tuviera una vida. Además, trabajaba en una entidad oficial y publicaba en periódicos y mejor independizar las actividades. Ahora le parece una cosa chistosa. Ya es Jaime, aunque la placa lo persiga desde entonces. Es X-505, en cambio, la mascota del Matacandelas, el único hijo que tiene Jaime. Un schnauzer. Para el teatro el perro es el eje de sus afectos, comenta Cristóbal. El perro llegó y llamaron a Jaime, así como a veces lo llaman a las 3:00 de la mañana porque les dio ataque de Jaimito, y él les contesta, porque él no tiene horarios, porque el amor no tiene hora, y le anunciaron que tenían un perrito y que le iban a poner Jaime Jaramillo Escobar X-505. Pensaron que se iba a enojar, pero no se enojó, se rió. A los días lo fue a conocer y le dieron la tarjeta de la veterinaria. Firmó. Cuando se ven se saludan, aunque Jaime el poeta dice que Jaime el perro no sabe que es su papá, porque lo saluda igual que a cualquier otro.
Así es el poeta, dice Cristóbal. Sencillo. Extraño. Muy amoroso, muy respetuoso. Abierto. Al Mata ha ido a recitales de poesía, a obras de teatro infantiles y adultas, y a conciertos de punk. No es trascendental y tiene humor. Lo del humor lo explica el mismo escritor: me gusta mucho reírme de mí y del mundo. No comprendo el mundo, por eso me río.
Verano Brisas lo adjetiva noble, leal, solidario. Misterioso. El poeta Eduardo Escobar, que es amigo suyo, lo describió para un artículo de El Colombiano en 2012: Es muy difícil hablar de él porque es el tipo más raro del mundo. Es un nombre de una decencia y una pulcritud en el trato y una delicadeza, que no parece de este mundo. Gonzalo Arango lo llamaba monstruo, y decía que era el único nadaísta que trabajaba.
El discurso de que no le interesa la poesía ni la literatura es de hace unos años, cuenta Darío Jaramillo. Puede ser verdad, sigue, en el sentido de que mucha gente lo piensa como una cosa de la cultura, como ese doctor muy culto o como el poeta maldito, el bohemio que escribe. Jaime no encaja en ninguno de esos arquetipos. Es un hombre común y corriente, como son comunes y corrientes los poetas. Va por la vida como un hombre.
Solo que Jaime sí es un poeta. Y es un monje. Para Jaramillo, el mejor poeta colombiano vivo, con una originalidad sin igual. Está más allá de cualquier retórica, y la controla. El también poeta señala que Jaime escribe versos muy largos, como bíblicos, que le viene de la biblia y de Walt Whitman. Tiene su estética, su forma. Y aunque no hace sonetos, si hay que escribirlos, los escribe perfecto. Lo demostró en un reto.
A Eduardo Mendoza Varela, que me ha mandado hacer un soneto
Ya que hacer un soneto me has pedido,
trataré de probar si tengo suerte,
y puedo al fin, Eduardo, complacerte
con un soneto, o algo parecido.
Y eso que le puso un epígrafe: Querido Eduardo: En Los cien mejores poemas latinoamericanos, compilados por Simón Latino, no hay un solo soneto, con lo cual se comprueba que el soneto no es poema.
Los poemas de Jaime, continúa Darío Jaramillo, tienen una riqueza verbal, con pocos adjetivos, así que la riqueza está en el contenido, no en los adornos. Además, reconstruye el habla cotidiana en la poesía, como si conversara con alguien: el pescador, la señora de Jericó, la pepita de la granada, la mamá negra.
Del Nadaísmo no le gusta hablar. Eso parece. Se queda callado, cambia el tema por el del taller, todo lo que quiera del taller y todo lo que no del Nadaísmo.
Circo
Los camellos de Arabia Saudita, como reyes destronados, con sus jorobas llenas de oro, saltan con dignidad y con indiferencia un bambú atravesado a baja altura sobre la pista principal (…)
Los héroes de sus poemas, termina Darío, están en la vida cotidiana. En el libro que publicará a final de año habla con una palomita. Porque Jaime a veces habla con los pájaros. Sus poemas son en prosa. Jaime dice que el poema debe decir algo más o menos importante, y si es bueno o malo, lo decide él. Nadie más.
Yo creo que la poesía es la voz del pueblo –le respondió a Fernando Mora en su entrevista–, y pienso que debe ser útil. Lo que le ocurre a una persona, cosas amorosas y personales, no tiene mucho interés para los lectores, me parece que es tiempo perdido (…). Por lo general esos poemitas de amor son bobaditas. Yo pienso que la poesía debe tener una función social, debe servir a un país y debe ser una voz de todos.
Del Nadaísmo no le gusta hablar. Eso parece. Se queda callado, cambia el tema por el del taller, todo lo que quiera del taller y todo lo que no del Nadaísmo. Ya pasó, quedó en el inconsciente, nada dura por siempre, dice. No llevó esa vida de llamar la atención, de bohemio, del trago, de la droga, del desorden, de hacer escándalos. Para Darío, él llegó al Nadaísmo porque le dio pena decirle que no a Gonzalo, su amigo de siempre, al que conoció en el colegio. Solo que el Nadaísmo es fundamental para la obra de Jaime, explica. A ese movimiento se debe que sus poemas se publicaran, se conocieran. X-504 se ganó el premio Cassius Clay que convocó el Nadaísmo, y ahí empezaron muchas cosas. Quizá, sin esto, se hubiera quedado de programador de computadores y publicista.
Solo que Jaime es un poeta. Y un monje verdadero.
Jaime, dice Darío, es lo estrictamente necesario.
Jaime, dice Jaime, no sabe quién es.
Es una persona que está ahí, que a veces se vuelve escritor.
Aviso a los moribundos
(…) Yo os aviso que vuestra resurrección
va a estar un poco difícil,
porque vuestros herederos os enterrarán
tan hondo,
que no alcanzaréis a salir a tiempo para el
Juicio Final.