Sacudirse el polvo de los escritorios y emprender la búsqueda de aquellas historias que están a días de camino, entre montañas, peligros y escombros de la guerra. escudriñar hasta encontrar aquellas voces que se esconden bajo testimonios oficiales, boletines, noticias del día, y descubrir aquellos personajes que no se escriben con ‘V’ de víctimas o victimarios: de valientes. A quienes el miedo no venció y permanecieron erguidos frente a las intimidaciones, y que también lograron salvar a otros.
Estos personajes y quienes anduvieron tras ellos para darles voz fueron los destacados del premio nacional de periodismo Los justos en el conflicto armado colombiano, una iniciativa del Centro Nicanor Restrepo Santamaría para la Reconstrucción Civil (Cenirs); el Centro de Estudios de Periodismo (Ceper), de la Universidad de los Andes; FES Comunicación de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung para América Latina y la especialización en Comunicación Política de EAFIT, con el apoyo de Promigas.
El reconocimiento busca mostrarle al ciudadano de a pie otros roles que ayuden a desrradicalizar la esfera pública colombiana, a partir de los valores civiles y sociales que se sobrepusieron a la guerra, y, de esta manera, empezar a perfilar otros modelos o referentes de justicia y ética en momentos de reconciliación y posconflicto, que a su vez hacen parte de la construcción de memoria histórica.
“Es visibilizar a aquellas personas que en medio del conflicto hicieron lo que no estaba llamado a hacer, que tomaron distancia de las prácticas de violencia que había a su alrededor y tuvieron la valentía para ir en contra e, incluso, proteger la vida de otros, rescatando, a su vez, la narración escrita para dar cuenta de esos justos, construir sus relatos de vida, darles voz por medio de un periodismo de profundidad, desde la sensibilidad de los personajes”, cuenta Camilo Andrés Tamayo Gómez, coordinador de la especialización en Comunicación Política de EAFIT.
Los positivos del Cabo Mora, de Juan Miguel Álvarez; De hierro me hago al andar, de Mariana Escobar Roldán, y Tomas a Granada, de Hugo Tamayo, fueron los que ocuparon los tres primeros puestos de este premio que reunió 97 propuestas inéditas y publicadas de periodistas y escritores que retrataron diversos héroes anónimos.
Los positivos del Cabo Mora, de Juan Miguel Álvarez; De hierro me hago al andar, de Mariana Escobar Roldán, y Tomas a Granada, de Hugo Tamayo, fueron los que ocuparon los tres primeros puestos de este premio que reunió 97 propuestas inéditas y publicadas de periodistas y escritores que retrataron diversos héroes anónimos. La premiación se realizó el 31 de mayo de 2017 en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en Bogotá.
Este reconocimiento es, a su vez, un llamado a un nuevo periodismo, de fuentes, datos y contextos que requieran nuevas narrativas y formatos donde el lenguaje provea de épica la paz y no la maravilla de la maldad, como lo manifestó Omar Rincón, director del Ceper.
“Los justos no venden, aburren. Por eso los medios solo cuentan a los villanos. Los generadores de odio y violencia producen más likes, clics y trendings, y por eso a los medios les encantan los villanos. Contar a los justos exige investigación, encontrar las singularidades, proveer de miradas diversas, imaginación narrativa. Y de eso carecen los medios. La guerra es un duelo de relatos, por eso la invitación es a hacer un periodismo en perspectiva de paz, que implique diversificar y transformar las prácticas que tenemos de informar”, enfatiza.
Un espacio para los justos
Afinarse el olfato y llenarse de ganas, rebeldía y rigurosidad. Hacer a un lado lo obvio y escudriñar entre lo oculto fue el reto de estos periodistas que se alejaron de las agendas informativas y atendieron el llamado de sus personajes.
Los positivos del Cabo Mora, primer puesto del premio, recoge el testimonio de Carlos Eduardo Mora, el militar que denunció la responsabilidad de las Fuerzas Militares en el escándalo de los falsos positivos.
“Yo trabajaba para Semana haciendo crónicas sobre historias de reconciliación, sociedad civil y Estado, en 2014. Estábamos buscando a un militar que se hubiera negado a participar o a cometer un crimen de falsos positivos, le pregunté a los reporteros judiciales y me dieron el contacto de Mora. Me vi con él y lo entrevisté por más de tres horas y me contó casi toda la historia”, relata Álvarez, periodista independiente oriundo de Pereira, reconocido por sus historias sobre conflicto y autor del libro Balas por encargo.
"La guerra es un duelo de relatos, por eso la invitación es a hacer un periodismo en perspectiva de paz, que implique diversificar y transformar las prácticas que tenemos de informar": Omar Rincón.
Pese a que Álvarez recogió los testimonios donde Mora incriminaba a tres coroneles del ejército el artículo no fue publicado, quedándose con ‘la historia engavetada’. Sin embargo, más adelante decidió reescribirla en un tono narrativo y publicarla en El Malpensante, en 2015. Así vio la luz la primera versión de esta historia.
“La historia fue leída por periodistas de todas partes, de la BBC, de una agencia francesa y del programa Los informantes. Cuando salió ahí los medios empezaron a llenarlo de mensajes, que querían hablar con él, y él me contaba todo lo que iba pasando. Lo empecé a acompañar para que se sintiera tranquilo, pero su exposición generó muchas complejidades, le abrieron procesos internos, muchas amenazas, pero también fue citado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se reunió con congresistas de Estados Unidos y, a partir de ahí, le ocurrieron ciertos cambios a él y en el Ejército, pues se logró que Mora fuera el primer miembro de las Fuerzas Armadas que tuvo a su favor una medida de protección por la CIDH”, explica.
Juan Miguel se dedicó durante todo ese tiempo a recopilar material de lo que estaba sucediendo, conversó con la abogada de Mora y siguió ‘reporteriando’ el caso, hasta que vio la convocatoria del premio Los Justos en el conflicto armado, que lo animó a complementar su historia con una narración adicional que da cuenta de todo lo que ocurrió después con su personaje y el impacto que tuvo su hazaña.
“Esta categoría es, a mi modo de ver, epigonal para la historia contemporánea del país. Si nosotros como periodistas logramos posicionar historias de gente valiosa, con alto sentido de la compasividad y la generosidad humana, que en momentos de mayor terror o presión lograron asirse a su sentido de humanidad y enfrentar la injusticia, si le mostramos eso al país estoy seguro de que este va a tener una cara muy distinta del conflicto, se va a sentir más sensible y más identificado con un acto de justicia que, finalmente, lo reivindica con uno mismo”, asegura el periodista de Pereira.
El deber de narrar la valentía
Cuando Mariana Escobar cursaba sus estudios de periodismo en la Universidad de la Sabana, en 2011, emprendió un recorrido con un grupo de amigos por el norte del Cauca, el Oriente antioqueño, el sur de Bolívar y Medellín.
Mariana encontró a Betty Loaiza cuando hacía la búsqueda de personajes que, en contextos de conflicto armado, hubieran tenido las ‘agallas’ de mantenerse al margen. “Caminamos, verediamos y descubrimos a una veintena de valientes que quedaron plasmados en Sin armas ni nombre propio", cuenta.
De este trabajo de grado hace parte De hierro me hago al andar, el relato sobre la profesora Betty, “la protagonista de la historia que me llevó a Los Justos: su fuerza y humanidad alientan la palabra”, dice la periodista.
“Llegué a San Carlos (Antioquia) con la sensación de que necesitaba encontrar a un maestro, a un maestro valiente. Toqué la puerta de varios que tenían fama de héroes del pueblo, pero, por una u otra razón, no podían atenderme. Hasta que una noche di con Betty. Al principio parecía tosca y de pocas palabras, pero nos sorprendió un aguacero con tormenta incluida que nos impidió salir de la casa de su madre hasta la madrugada. No tuvimos más opción que conversar, y en el diálogo se fue mostrando. Betty no solo era maravillosamente elocuente, dueña de una memoria envidiable, sino que su historia era muestra de la valentía y resistencia que yo buscaba”, relata Mariana, quien ha escrito para diferentes medios como Arcadia, El Tiempo, y actualmente es periodista de El Colombiano.
Betty Loaiza era la coordinadora del Centro Educativo Vallejuelito y, sin explicación alguna, su nombre aparecía en las listas de la muerte de los paramilitares, quienes ya habían desaparecido a su hermano, también maestro. Los demás profesores del pueblo dejaron las aulas y, como miles de personas en San Carlos, abandonaron el municipio huyendo de la guerra. Pero la profe tenía claro que, aunque ningún estudiante tenía cabeza para concentrarse en números y letras, la escuela era su refugio. “No dejamos de ir a trabajar ni un solo día porque sabíamos que cada día teníamos que vencer el miedo. Si uno dejaba de ir dos o tres días, entonces ya no era capaz de volver”, cuenta Betty, quien logró que en cinco meses retornaran a Vallejuelito 90 estudiantes. Luego, con el dolor aún fresco, se convirtió en maestra de los paramilitares que se habían desmovilizado en el municipio, muchos de los cuales ni siquiera sabían contar a sus muertos.
“El deleite por la escritura me acercó al periodismo, imaginaba el alcance de mi palabra si estaba en los periódicos y empecé a soñar con esto. En el camino encontré tres tesoros: que mi oficio necesitaba más de fondo que de forma, que con mi firma también pactaba con la sociedad el deber de contar la verdad y que había que andar muchos caminos para encontrarla. Así, contar historias con ética y estética se hicieron mi proyecto y mi deber. En cada una fui encontrando que es importante narrar la injusticia para que no suceda más, y la valentía para que no olvidemos que existe, me apasionaban. Creo que nunca me cansaré de contarle a la gente de Betty, de cómo ella desde ese entorno de la escuela y la vereda logró hacer paz a su manera. Su historia, aún más en tiempos de construcción colectiva de reconciliación, será siempre necesaria”, manifiesta Mariana, oriunda de Copacabana (Antioquia).
Una catarsis
Hugo Tamayo es un particular personaje de Granada (Antioquia). Aunque fue empresario durante muchos años y vivió lejos de su pueblo natal más de 40 años, un día decidió regresar. Al volver, se encontró con un pueblo herido, golpeado por el conflicto, con muchas historias y verdades a medias. Así fue como este hombre dicharachero de 60 años decidió convertirse en escritor y darle voz a las víctimas y héroes de su pueblo.
“Empecé a escribir la historia de las personas que iban a ver las fotos de sus seres queridos en el Salón del nunca más, y un día me dijeron que fuera a hablar con el señor de la ambulancia, Alberto. Lo entrevisté, fueron muchas visitas y ediciones porque se ponía nervioso, era la primera vez que contaba la historia. Ya luego cuando publiqué la historia quise poner su nombre. Al principio tuvo mucho miedo, pero yo le dije que él era mi héroe, nunca se había visto así”, cuenta Hugo.
Alberto era el conductor de la ambulancia en Granada. Durante la época álgida de la violencia fue un objetivo militar porque era quien se encargaba de recoger los heridos y los muertos, labor que los paramilitares le habían prohibido, pues la orden era dejar los cuerpos tirados hasta que los gallinazos se los comieran. “Una vez lo iban a matar por negarse a transportar explosivos, otra vez le tocó ir a recoger 22 muertos, buscar a los de la Fiscalía y a los de la funeraria, y hasta recoger plata con la comunidad para poder velar y entregar los muertos a sus familiares”, cuenta este granadino que ha escrito varios libros y novelas.
La historia de este héroe, llamada Tomas a Granada, hace parte del libro Desde el Salón del Nunca Más. Crónicas de desplazamiento, desaparición y muerte, que publicó gracias a una beca de la Gobernación de Antioquia. “Esta investigación y estas entrevistas que yo le hice le sirvieron para abrirse, él tenía un ‘tarugo’ en la garganta, la necesidad de sacarse eso, y ahí inconscientemente hizo sus catarsis. Es que imagínese usted, recogió a sus amigos, primos, compañeros... yo creo que los mismos justos también son víctimas, llevan en su interior, en su espíritu y en su alma a la gente que otros mataron, es una carga. Por eso hacer esa memoria es una labor muy bonita porque nadie los reconoce, es como un viacrucis, sobre todo porque la reparación se convirtió en cifras.
Pero, ¿y el ser humano qué? Ahí está la labor de una entrevista personalizada, de escucharlos como yo, que lo hice durante cinco meses, ahí sí yo saco pecho en ese sentido”, recalca Hugo Tamayo, quien llevó en ‘chiva’ a todos los personajes de sus historias a la premiación del libro, a manera de homenaje.
A partir de la convocatoria del premio Los justos en el conflicto armado colombiano, el foco del Centro Nicanor Restrepo y las demás entidades será generar una serie de intervenciones culturales para lograr erradicar la polarización de las sociedades en América Latina, y deslegitimar la violencia para fines políticos.
Un banco de justos
A partir de la convocatoria del premio Los justos en el conflicto armado colombiano, el foco del Centro Nicanor Restrepo y las demás entidades será generar una serie de intervenciones culturales para lograr erradicar la polarización de las sociedades en América Latina, y deslegitimar la violencia para fines políticos.
“Sabemos que los fenómenos de radicalización son a gran escala y lo que hacen es generar un antagonismo entre actores diferentes. Por eso queremos tener un diseño organizacional que dé respuesta como Los justos, que lo que hace es contar historias para empezar a desplegar una pedagogía que inspire a las personas a no ser indiferentes frente a hechos atroces y violentos que les pueden ocurrir a otros, y tener actos de solidaridad hacia los demás. Queremos que estos trabajos sean fuente de inspiración en colegios, universidades, organizaciones y desplegar la pedagogía en diferentes contextos”, asegura Carlo Tognato, director del Centro Nicanor Restrepo.
Así, con las historias que hicieron parte de la convocatoria, y por supuesto las premiadas, se empezará a nutrir un ‘banco de justos’, que luego se desplegará en escenarios institucionales y en las facultades de periodismo del país, para iniciar allí el debate de cómo esta profesión puede contribuir a abrir una línea en estos temas, a partir de los puntos de referencia de Los justos y, más adelante, poder crear cátedras de paz.
“Esta categoría en Colombia es nueva, no tiene tanta resonancia como en otros países. Este premio fue un primer pilotaje a ver qué historias llegaban, y con estas nos será posible desarrollar colaboraciones para generar talleres, discutir y aclarar qué significa escribir sobre estos temas, para qué, y qué se necesita para eso, para poner un piso en un país tan dividido que ya no tiene pisos comunes” concluye Cognato.