Si nos unimos
Fue porque antes no nos conocíamos
Y un día nos conocimos para siempre.
Leonel Estrada
Sol Astrid Giraldo Escobar
Curadora
Leonel Estrada identificaba así la génesis de la creatividad: “Ocurre cuando dos ideas aparentemente inconexas se unen de tal manera que producen algo nuevo, un nuevo orden de cosas”. Sin embargo, la creatividad también puede ocurrir cuando dos personas distintas se encuentran y terminan produciendo algo nuevo, algo que no existía antes de su conjunción. Esto último no lo dijo, pero sin duda fue lo que vivió Leonel con María Helena Uribe, su esposa, compañera, interlocutora, cómplice. Cada uno de los miembros de esta pareja tuvo una personalidad fuerte, original, iconoclasta, y ocupó un lugar destacado en sus ámbitos profesionales.
Ella, escritora y artista. Autora del libro de cuentos Polvo y Ceniza (1963), de la novela Reptil en el tiempo (1986), de los ensayos Fernando González y el Padre Elías (1969) y Fernando González: El viajero que iba viendo más y más” (1999). Una obra literaria considerada como revelación en la escritura realizada, hasta entonces, por las mujeres de su generación. María Helena también fue parte fundamental de La Tertulia, convocada por Gonzalo Restrepo Jaramillo desde 1961 en la ciudad. Esta reunía a un grupo de escritores jóvenes y con trayectoria para conversar sobre literatura y para leer sus propios textos. Entre sus participantes estuvieron Sofía Ospina de Navarro, Pilarica Alvear, Olga Helena Mattei, Regina Mejía, Rocío Vélez de Piedrahita, Jorge Montoya Toro, Manuel Mejía Vallejo, Jaime Sanín Echeverri, Arturo Echeverri Mejía y René Uribe Ferrer. La Tertulia fue un espacio dinamizador de una generación de escritores que habría de realizar un punto de quiebre, en el que María Helena sería una verdadera protagonista.
Él, artista y escritor. Aunque odontólogo de profesión, también se desempeñó como pintor, escultor, ceramista, crítico de arte, impulsor de reformas educativas, poeta, curador, profesor universitario y funcionario público. Como artista introdujo decisivas rupturas plásticas de la escena internacional –como el abstraccionismo, el tachismo, el arte matérico, el informalismo, etcétera– en la región y el país, en un momento en el que el arte local seguía insistiendo en expresiones figurativas y académicas. Y como gestor cultural fue el promotor de las míticas Bienales de Arte de Medellín (1968, 1970, 1972, 1981), eventos que transformaron la escena local y nacional, y conectaron al país con las vanguardias internacionales. También fue uno de los fundadores del Museo de Arte Moderno de Medellín y participó en la elaboración del guion para el nuevo Museo de Antioquia. Además de su destacada labor como gestor cultural y artista, a lo largo de más de 50 años produjo múltiples textos de crítica, divulgación, creatividad, educación estética, historia del arte y cultura en general.
Ambos gestores, pedagogos, columnistas, conferencistas, viajeros, conversadores, adelantados a su tiempo. Ambos con voz y voto en la escena cultural de la ciudad desde plataformas que iban de la página del periódico al lienzo.
Siempre juntos
Ambos gestores, pedagogos, columnistas, conferencistas, viajeros, conversadores, adelantados a su tiempo. Ambos con voz y voto en la escena cultural de la ciudad desde plataformas que iban de la página del periódico al lienzo, del aula a los grandes eventos culturales, de la radio a la televisión. Se unieron en la década del 50 y estuvieron juntos hasta que la muerte los separó en la década de 2010. En ese lapso, en ese “hilito de vida”, le ofrendaron todas sus energías a aquel intangible tan estudiado por Leonel: la creatividad. Para ellos vivir era crear. Lo hicieron cada uno por su cuenta, y de una manera potenciada cuando estaban juntos.
Ante el reto de hacer una exposición sobre el trabajo de estos dos personajes en sus múltiples facetas, esta curaduría privilegió las obras, los textos y las historias donde todos estos hilos creativos se unen y hablan de la complejidad y la riqueza de estos encuentros. Esta es, entonces, una exposición sobre tejidos, resonancias, simbiosis, mutuas activaciones que se propuso hablar de la formación de un sistema ecológico creativo. Un círculo virtuoso que se extendió más allá de sus ámbitos personales o familiares, tendió puentes con su entorno, bebió de él, pero también ayudó a fortalecerlo, en múltiples caminos de ida y vuelta. Una historia de provocaciones conceptuales y respuestas creativas, de partos artísticos compartidos, no solo por la pareja, sino también por otros miembros de su generación. Entre todos terminaron produciendo una obra colectiva cuyas raíces llegan hasta estos días.
Algunos nodos de este tejido: mientras María Helena escribía sobre el filósofo Fernando González, Leonel le hacía un busto que se convirtió en su cara para la posteridad y hoy recibe a los visitantes de Otraparte. En otro punto del tejido, el artista Hernando Tejada crea una potente pintura a partir del cuento El cáliz, de María Helena, durante una de sus visitas a su casa. María Helena, por su parte, ilustra la portada de su obra Polvo y ceniza con un dibujo de la pintora Judith Márquez y una fotografía de Leonel, para sellar así en esculturas, pinturas, ediciones, las confluencias de las relaciones personales y plásticas que subyacían a todo el evento creativo.
Y claro, como nodo principal, había que traer a la escena a Takna, la casa donde vivió la familia Estrada Uribe, que fue también el símbolo de estas conjunciones culturales, más allá de un inmueble real con unas determinadas coordenadas espacio-temporales (Medellín, 1955-2004). Takna fue, sobre todo, un espacio para habitar creativamente, donde había un jardín que ambos plantaron con óleos y piroxilinas; donde, al lado de la vajilla cotidiana, había otra moldeada en los hornos de la cerámica vanguardista, donde el arte más que objetos era una actitud frente a la vida. En esta casa tuvo un lugar protagónico el sótano. Allí se fue gestando, a lo largo de los años, un espacio llamado por Leonel La Taberna del Ahorcado, en un guiño a las historias de Stevenson. Este fue un sitio de fiestas privadas, tertulias, encuentros, conciertos, conversaciones. Intelectuales, como el filósofo Fernando González o la crítica Marta Traba, escribieron sobre sus paredes.
Y, además, los artistas invitados por Leonel a las exposiciones que realizaba en el Club de Profesionales en la década de 1950 o a las Bienales después de 1968, como Fernando Botero, Alejandro Obregón, Luis Caballero, entre otros, pintaron, a su vez, varios murales en la Taberna. Se trata de un conjunto de obras de indudable importancia, ya que dejan ver algunas fundamentales y vigorosas semillas del arte modernista colombiano que se estaba incubando en ese momento y que fueron reproducidos a escala en las salas del Centro de Artes de EAFIT.
En el momento adecuado
Estos son solo algunos de los botones que ilustran la acción de la pareja Estrada Uribe como catalizadores y padrinos de estos tiempos de cambio. María Helena y Leonel estuvieron en el lugar y el momento adecuado. En una Medellín cerrada en su geografía, su tradición, su pasado, pero ya con curiosidad, con ganas de otear otros asuntos en el horizonte, más allá del hacha y sus montañas. Estuvieron en los albores de la cultura urbana, en el amanecer de la revolucionaria década de los 60. Y le apostaron a estos nuevos tiempos y contextos. No se acomodaron con sus circunstancias favorables. Sus viajes no fueron solo de diversión y turismo, sino de investigación y hallazgos que compartieron con la ciudad. Sus conexiones con la clase empresarial propiciaron un mecenazgo pocas veces conocido en el país.
La exposición Vivir era crear ha querido seguir algunos de estos hilos y conjunciones: esas palabras que activaron imágenes, esas imágenes que gestaron palabras. Esas palabras y esas imágenes que no pelearon entre sí, sino que crearon una nueva zona, como sucedió cuando las novelas de María Helena fueron comentadas por una foto, un dibujo o una escultura de Leonel. O cuando María Helena se atrevió también a los poemas visuales, que tanto había investigado Leonel, para romper en un gesto vanguardista la linealidad de su prosa. Las resonancias entre la pareja y su entorno se refleja, además, en la cantidad de comentarios que suscitaron entre críticos de arte y literarios, especialistas, periodistas, etcétera, durante los intensos años de su producción. Aquí se quiso recoger esta voz múltiple, al igual que los mismos textos que, sobre arte y literatura, desarrollaron María Helena y Leonel.
Justo Arosemena, Armando Villegas, Enrique Grau, Leonel Góngora, Germán Tessarolo y Fernando Botero retrataron con sus inconfundibles estilos a la pareja. En estas obras se reconoce también el retrato de una época, de unos diálogos, de unos ecos y reflejos. De una vida privada y pública que solo puede resumirse en la palabra crear. La pareja Estrada Uribe, como pocas, la encarnaron con los límites y las posibilidades de su momento histórico. La exposición quiso dar cuenta de ese “nuevo orden” que su convivencia creativa propició alrededor de tres ejes: La sala de María Helena Uribe: artista y escritora, la de Leonel Estrada: artista y gestor, y la de su Casa: la utopía llamada Takna. Tres hilos del tejido de una pareja, una época, unos tiempos que ellos fecundaron.