Mateo Sepúlveda Yances
Estudiante del pregrado en Comunicación Social de EAFIT
El desarrollo urbano impulsado desde mediados del siglo XIX destruyó o sepultó casi toda la evidencia de ocupaciones anteriores.
Con su uniforme sucio, y apurado porque se estaba dando un corto descanso un obrero de unos treinta y tantos años pasó justo al lado de donde se llevaban a cabo las labores de excavación arqueológica. En la carrera 43A, justo sobre la calle 33B en Envigado (Antioquia), las obras de Metroplús tienen un pequeño cerramiento donde se encontraron vestigios del pasado.
“¿Ya sacaron esa guaca?” pregunta. “En esas guacas había oro, pero ya eso lo había desenterrado desde antes. Uno se da cuenta cuando la tierra está como movida. Ya lo que queda no sirve”. Dice y sigue caminando.
Así como él, muchos ciudadanos especulan sobre los tesoros invaluables que pueden esconder este tipo de hallazgos. Pero para ellos, si no hay oro ni joyas, los fragmentos de barro que son desenterrados, clasificados y guardados con cuidado no valen nada.
Juan Pablo Díez, director de arqueología de las obras de Metroplús, comenta que los objetos encontrados fueron fragmentos de vasijas y urnas funerarias. En sus manos tiene una de las pequeñas piezas y, mientras la detalla, comenta que estos hallazgos son un insumo para la reconstrucción histórica de los procesos sociales que se han dado en el territorio. Esta información se logra a través del registro arqueológico y es importante que la comunidad la conozca, porque es materia prima para la creación de cátedra local.
El desarrollo urbano impulsado desde mediados del siglo XIX destruyó o sepultó casi toda la evidencia de ocupaciones anteriores. La riqueza cultural de las primeras comunidades que vivieron en el Valle de Aburrá se remonta a más de cuatro mil años antes del presente, pero debido a estos manejos muchos tesoros se perdieron para siempre.
Hoy se conoce que las primeras poblaciones humanas que se instalaron en lo que hoy conocemos como el Valle de Aburrá eran grupos de cazadores-recolectores y que existieron unos diez mil años atrás. Es paradójico que se sepa más de quienes llegaron del otro lado del océano y nombraron lo que ya tenía nombre, que de quienes nacieron y existieron en estas tierras.
Aunque a estos ancestros milenarios no se les conoce con un nombre científico, gracias a la arqueología se han logrado clasificar basándose principalmente en el estilo cerámico que portaban. Así, el estilo Cancana es el primero y perteneció a grupos humanos de horticultores y alfareros tempranos (5000- 2500 Antes del Presente). En segundo lugar, está el estilo Ferrería, que representa las primeras comunidades alfareras en asentarse permanentemente en el Valle de Aburrá desde el siglo quinto (a.C.). Finalmente, está el estilo Marrón Inciso que fue relacionado con la orfebrería (0-800 d. C.). Es posible que estos estilos cerámicos hayan perdurado en el tiempo, mezclándose entre sí, como es el caso del Ferrería y el Marrón Inciso.
Es precisamente la carrera 43A con calle 33B de Envigado uno de los sitios declarados como de interés arqueológico.
Con el amparo de la ley
Temprano en la mañana, mientras que el brazo hidráulico de la retroexcavadora remueve capas de tierra, con todo lo que esta lleva consigo, atrás, bajo una carpa, dos obreros y una mujer remueven cuidadosamente las capas de tierra amarilla, revisando minuciosamente todo.
A diferencia de lo que comúnmente se cree, los descubrimientos arqueológicos no se dan por casualidad. Desde hace algunos años existe un programa de arqueología preventiva, que es exigido por la ley colombiana. La legislación vigente sobre la protección del patrimonio arqueológico por parte de los entes territoriales es la Ley 1185 de 2008, con decreto reglamentario 763 de 2009. Con esta ley y su decreto se busca proteger el patrimonio que es parte de la historia nacional.
Obedeciendo a sus expresiones de valores y creencias mítico-religiosas sobre el orden cósmico y social, la urna funeraria tenía forma de vientre, simbolizando el regreso al punto de origen.
Y es precisamente la carrera 43A con calle 33B de Envigado uno de los sitios declarados como de interés arqueológico. Por eso, antes del movimiento de suelo, se hizo una prospección para identificar cuáles eran los lugares más “calientes” en cuanto al material cerámico que se encontró, comenta Daniela López. Ella es arqueóloga y es la encargada de este “rescate”, como se conocen las excavaciones destinadas a recuperar el material primitivo.
Es muy probable que los primeros pobladores del Valle de Aburrá hayan venido siguiendo el curso del río Porce o desde Envigado, como dice en el libro Nuevos descubrimientos arqueológicos en la ciudad de Medellín, de la Secretaría de Infraestructura Física de la Alcaldía de Medellín. Inicialmente, se asentaban en las montañas y después fueron bajando al valle. De estos grupos humanos se han encontrado evidencias en lugares como el Parque Los Guayabos, donde hoy está ubicado el Edificio de Idiomas de EAFIT, que se encuentra en la vertiente suroriental del valle y hace parte de la terraza aluvial que va desde Manila (comuna de El Poblado, Medellín) hasta Envigado y se extiende de manera paralela a la avenida Las Vegas.
Los Guayabos es un sitio arqueológico multicomponente, que contiene evidencias relacionadas con varios periodos sucesivos de ocupación. Los primeros en llegar a Los Guayabos fueron cazadores-recolectores, quienes utilizaban el área como un campamento base. Después vinieron horticultores y alfareros tempranos. Estos últimos manufacturaron las vasijas que fueron encontradas en las obras del Metroplús en Envigado, las cuales servían para la preparación de alimentos y, además, eran usadas en los rituales funerarios. Obedeciendo a sus expresiones de valores y creencias mítico-religiosas sobre el orden cósmico y social, la urna funeraria tenía forma de vientre, simbolizando el regreso al punto de origen.
En Los Guayabos también se encontraron evidencias de ocupaciones más recientes, que datan del periodo republicano. Cuellos y fragmentos de contenedores de origen español utilizados para transportar vino, aceite y otros líquidos fueron algunos de los objetos recuperados.
Clasificar lleva su tiempo
Con pala en mano, gafas oscuras y camisa manga larga para protegerse del sol matutino, Daniela obedece las directrices de Juan Pablo. Hay que bajar unos cuantos centímetros más la capa de tierra amarilla. Cableados dentro de tubos de PVC se interponen en su camino, pero con cuidado logran sortearlos para cumplir la tarea. Mientras saca paladas de tierra, húmeda por la lluvia de los días anteriores, uno de los obreros asignados para las labores arqueológicas revisa los pedazos grandes, dándoles algunos golpes con una espátula para verificar que no haya nada en su interior. Después, lleva la carretilla cargada a otro lugar donde es desechada.
El proceso de clasificación de los fragmentos es una labor de cuidado y tiempo. Sentada en un pequeño balde, Daniela va seleccionando ciertos trozos que envuelve en papel aluminio y después guarda en bolsas Ziploc. Que algunos estén empacados de esta forma y otros no, obedece a factores como la importancia del pedazo dentro de la vasija o recipiente que se encontró y se quiere reconstruir. Así, un borde de una vasija es muy importante porque en ella se puede apreciar el tipo de decorado y es considerada una parte fundamental.
Son llamadas piezas diagnóstico. Pueden ser microfragmentos o loza y tienen características como la antigüedad y los tipos de material. La labor del arqueólogo es fundamental en este proceso, porque estas piezas pueden ser invaluables para ellos, pero pueden ser consideradas un pedazo de piedra cualquiera para otra persona. La identificación y clasificación es donde todo el proceso de excavación y cuidado rinde sus frutos.
Mientras las labores se retoman después del descanso, una pareja de ancianos pasa por el lugar y lanzan una pregunta al aire.
“¿Si han encontrado cositas allí?” Daniela deja de palear, levanta la mirada en ese breve descanso de aquel trabajo físico tan agotador y les comenta sobre la antigüedad de los fragmentos de cerámica. Asombrados por las fechas, pero confundidos en las cuentas, ellos aseguran que son de la época de Cristo, lo que la arqueóloga desmiente y corrige: “Son más antiguos que Cristo, dos mil años antes”.
La pareja de ancianos sigue su camino después de una corta charla, y la arqueóloga vuelve a su trabajo.
Lo encontrado en las obras del Metroplus de Envigado
Según información tomada del sitio www. metroplus.gov.co del periodo prehispánico datan siete enterramientos de vasijas con restos óseos humanos y más de 6000 elementos de cultura material, tales como fragmentos de cerámica y herramientas de piedra (aproximadamente son de un momento entre los años 416 y 556 de la era cristiana).
De finales del periodo colonial hasta mediados de 1960 “se encontraron 50 acequias para la conducción de aguas servidas y potables. Son diversas en sus formas, tamaños, materiales y profundidades, lo que genera interés en su estudio para comprender la función y antigüedad precisa. Se destaca la hallada en la calle 38 sur, por su tamaño y forma abovedada”, se dice en el portal de esta empresa pública.
Por su parte, del periodo republicano hasta mediados del siglo XX se identificaron “tres reductos de acequias, dos líneas de atanores (cañería de agua, construida en tubos de barro cocido), un aljibe antiguo (depósito grande, generalmente bajo tierra, para recoger y conservar el agua, especialmente de lluvia) y una estructura arquitectónica en adobe macizo”.
Estos elementos, dice el sitio web de Metroplús, “quedarían en custodia del Municipio de Envigado para su exposición y divulgación, si así lo deciden”.