El recuerdo del hermano
Wílder es mayor que Andrés Felipe por dos años y unos meses. Son los dos pequeños, entre siete que tuvieron don Alfredo y doña Rosmira. Wílder recuerda lo de las bandas de los pueblos, un proyecto de la Gobernación de Antioquia que convocó a los niños de más de 12 años. Él se presentó y pasó. A Andrés Felipe no le alcanzaban los años. Solo que también hubo una audición de teatro y a Wílder, que ya grande estudió Artes Escénicas, le pareció mejor quedarse en las tablas, así que fue a hablar con el maestro Jaime Arroyave y le dijo que si le daba el cupo a su hermano. Ahí fue cuando Andrés Felipe se encantó con la música.
Era un niño, recuerda Wílder, muy intenso, muy inquieto, que estaba experimentando. El trombón se le volvió un reto, dice, tanto que después casi lo enloquece. Ahora lo ve con gracia, pero recuerda que cuando vivieron juntos en Medellín tocaba la misma partitura tres y cuatro horas. Es que así es Andrés Felipe: apasionado, excesivo en los retos. Eso es, comenta Wílder, lo que lo ha llevado a donde está.
La Universidad
“A mí lo que siempre me ha impactado de la música es el efecto social. Siempre que tienes un concierto ves que la gente está contenta, congregada en un lugar, compartiendo buena energía, en momentos que a veces son muy difíciles. Un simple instrumento hace todo: tantos tocando, cada uno con tantas vainas diferentes en su cabeza, y la obra suena al unísono.
Cuando tenía 14 años fui a un concurso de bandas nacionales en Samaniego (Nariño), y la banda de Donmatías representó a Antioquia. Nos ganamos el premio a la mejor banda nacional y yo al de mejor solista. Al regresar a Donmatías dije que quería seguir en la música y entré a los semilleros de la Universidad de Antioquia. Yo viajaba en bus hasta Medellín, incluso empezamos la Asociación de Estudiantes Universitarios para que nos dieran tiquetes baratos. Yo iba a estudiar allá el pregrado, pero tuvimos problemas con el profesor de trombón, ya no iba a seguir, y la segunda institución que ofrecía música era EAFIT, que tampoco tenía trombonistas.
A mí me había ido bien en las pruebas Icfes. Al parecer tenía el puntaje más alto del pueblo, y en ese tiempo a la gente le daban becas por tener los puntajes más altos. Así que me fui a EAFIT, porque un amigo me convenció, ‘usted demás que tiene beca’. ¡Ja! Pagué la inscripción y nos presentamos dos trombonistas. Después de hacer la audición, uno queda con poca esperanza porque algunos tienen que hacer años de preparatorio y a uno le daban beca solo si pasaba al primer semestre. Yo recuerdo que hice todos los exámenes y después recibí una llamada como, ‘ah, que lo aceptamos en la cátedra de trombón’. Fui el único que pasó. Quedé impresionado porque iban a abrir una cátedra de trombón solo para mí.
Mi profesora era Luz Amparo Mosquera, y la Universidad la traía desde Bogotá, cada dos semanas y después cada mes, para que me diera clases a mí, en exclusiva, por el primer semestre. Después hicieron un convenio con la Universidad de Antioquia, y los estudiantes de allá pudieron estudiar con ella. Luego me salieron proyectos para trabajar con la Red de Escuelas de Música de Medellín. Yo toqué en un grupo muy chévere de reggae y ska llamado Coffee Makers. Tocamos un día en los 330 años de Medellín, con Juanes. Algo especial es que la música me ha dado la oportunidad de tocar para varias audiencias: desde la cárcel de máxima seguridad en Bellavista hasta en un concierto con el Papa en Roma. Eso es lo que más me gusta de la carrera de música: uno no sabe ni dónde va a terminar.
¿Con lo de las becas cómo me fue? Pues me fui convencidísimo de que tenía una nacional, pero no, porque mis Icfes habían sido muy buenos, pero en 2000 cambió la competencia y ya no le daban a los mejores de cada pueblo, sino de cada departamento. En EAFIT me dijeron que pidiera una beca por recursos económicos. Ángela Echeverri, la entonces directora de Desarrollo Humano, lidió conmigo para arriba y para abajo. También me ayudaron bastante Cecilia Espinosa e Hilda Olaya, porque estaban abriendo la cátedra de trombón.
El segundo año no tenía cómo estudiar, incluso con la beca quedaba una parte que era muy difícil de pagar. Ahí fue cuando llegué a las Becas Suiza. Con Norckzia Navarro, Ángela Echeverri y Jorge Tabares, quienes crearon una beca para mí que se llamaba Hernán Gómez. Ellos me impulsaron luego para ir a estudiar a Argentina a un concurso que se llamaba Trombonanza 2006. Yo le pasé mi carta de aceptación a Jorge Tabares y él me ayudó a conseguir el tiquete a Buenos Aires. Nunca había salido del país y ellos me dijeron, ‘usted tiene que ir allá’. Navarro me dio mi primer billete de cien dólares, todavía me acuerdo, y Cecilia Espinosa me hizo un contacto con un profesor de dirección que se llamaba Alberto Barzanelli, de Buenos Aires. En el curso de Trombón conocí a un profesor y le dije, ‘¿será que puedo tocar para usted?’. Eso en mi inglés pachuquísimo, y de alguna u otra forma él me entendió. Al final me dijo, ‘lo quiero aceptar en la maestría de Austin (Texas), aprenda inglés y cuando esté listo, me escribe’. Y así fue como me fui a estudiar a la Universidad de Austin (Texas)”.
El recuerdo de la hermana
Cuando Andrés Felipe nació, Diana tenía diez años. De Wílder y Andrés Felipe dice que los dos han vivido del arte, el uno en el teatro y el otro en música. Recuerda que su papá se preguntaba si esos muchachos iban a ser capaces de vivir del arte. Y sí.
Diana comenta que todos sus hermanos fueron de trabajar y estudiar al mismo tiempo. A Andrés Felipe le pasó. De él cuenta que se propone una meta, toca las puertas y la consigue. Pasó a EAFIT, consiguió la beca y, además, sus papás lo ayudaron, aunque se tuvieran que endeudar. En la Universidad, recuerda, lo apoyaron mucho. Tanto que algún profesor decía que tenía millas y otro dólares para que él se pudiera ir a estudiar a Argentina. También a Bogotá, cuando lo enviaron a hacer un semestre. “Usted es para el mundo, hermano”, precisa que le dijo ella esa vez cuando fue a la capital.
Entonces se devuelve a esos primeros días, con el director Jaime Arroyave, quien lo encaminó: “Andrés Felipe era pequeño y se le veía chistoso el trombón. De niño —señala— era necio, travieso. El papá, don Alfredo, canta muy bien. Curiosamente —sigue ella— le ha gustado la zarzuela, la música española, y eso crecieron escuchando. Solo que músicos en su casa, no. Andrés Felipe fue el que se apasionó”.
Dos carreras
“Con el trombón he estado casi toda mi vida, aunque desde los 26 ya no toco tanto, debido a que mis conciertos son como director. EAFIT me ayudó muchísimo, incluso para comprar el primero, porque cuando empecé el instrumento no era mío, sino de los estudiantes de las bandas. Lo mas impresionante fue cuando me dieron la beca, yo no lo podía creer”.
A estudiar dirección llegué más o menos en el segundo año de carrera. Por más que me gustaba el trombón, tenía mucha curiosidad por las cuerdas, y por lo que pasa con el resto de la orquesta. Yo tocaba con la Orquesta Sinfónica EAFIT y la maestra Cecilia abrió la cátedra en dirección, que es bastante inusual tenerla como énfasis de pregrado, pero yo sabía que no iba a ser ni violinista ni pianista, y me interesaba mucho saber más. En EAFIT la maestra me abrió el espacio para estudiar con ella y me gradué como trombonista y director. Por eso, llegué a Argentina a estudiar las dos cosas. Después me fui a Estados Unidos, también a estudiar las dos cosas”.
El recuerdo de la maestra
Casi enloquecía a los compañeros de la solfeadera. Recitaba las notas, do-re-mí, y era muy activo, dice la maestra Cecilia Espinosa. Con ella hizo el énfasis de dirección. La maestra añade que es una persona que se hizo con esfuerzo, no venía de una familia adinerada, y tuvo muchas oportunidades académicas gracias a becas y a los impulsos de las fundaciones y de las personas que lo apoyaron, y que él supo aprovechar. Es uno de los egresados más importantes que tiene el pregrado en Música. Se sabe destacar en su labor. Recuerda, además, que para ese primer semestre hicieron todas las maromas posibles para que pudiera estudiar trombón. Ella le consiguió la profesora. Para la dirección le vio talento, claro, pero era muy obsesivo y quería hacerlo todo ya. Ella le decía, “ten paciencia”. Era muy ansioso con el conocimiento, aunque la maestra cree que es positivo si se sabe canalizar. Eso lo tiene Andrés, esas ganas de saberlo todo de una.
Siguiente estación: Estados Unidos
“Cuando llegué a Austin hice la maestría en Trombón y creé una orquesta, Austin Camerata, un grupo pequeño con el que hice un par de conciertos, y de ahí grabé los videos que necesitaba para mandar la aplicación a la maestría en Dirección. Terminé estudiando en el New England Conservatory, en Boston (Massachusetts), una de las instituciones más prestigiosas en música de Estados Unidos. Es impresionante el nivel tan alto que tiene esa ciudad. La Boston Simphony Orchestra es una de las mejores del mundo y era un placer escucharlos.
La maestría en Dirección fue una locura, yo llegué a Boston sin tener donde vivir, no tenía plata (se ríe). Cuando yo llegué a Boston puse un clasificado: ‘Músico colombiano, habla español, inglés y francés, sabe tocar piano, puede ayudar en la casa, lo aceptaron en el New England Conservatory y necesita donde vivir’. Tan de buena suerte que una familia me adoptó y me dejó vivir gratis dos años. Amy Schectman y Mitchell Rosemberg son de las mejores personas que yo he conocido. Ellos tienen tres hijos, y en ese tiempo uno estaba viviendo en Canadá y otro en Perú, y cuando ellos vieron el anuncio, querían un big brother del hermano menor.
Otro ingrediente que fue muy importante fue todo el trabajo con la Youth Orchestra of the Americas, que tiene a los mejores músicos del continente. Ellos me abrieron las puertas para dirigir, por primera vez, aquí en Estados Unidos, incluso cuando yo estaba todavía como trombonista”.
El recuerdo de un amigo
Thomas Novak se conoció con Andrés Felipe en 2010, cuando este era un estudiante del New England Conservatory. Desde entonces han construido una buena amistad. Thomas, quien hoy es rector y decano de la escuela de ese conservatorio, recuerda que en ese entonces quiso formar una orquesta con la comunidad, en la que incluía a estudiantes con diferentes conocimientos para tocar el repertorio de compositores americanos. Le parece que fue muy admirable ese compromiso que tenía para promover piezas de la cultura americana y crear puentes para unir a la comunidad de Boston. Esa fue de las primeras cosas que hicieron juntos. Después lo ha visto dirigir varias veces. Thomas dice que de las cosas que más disfruta de él son su energía, su calidez, su carisma. Es un director muy comprometido, a quien le interesa crear experiencias significativas para la audiencia, con un nivel muy alto entre los músicos. Recuerda que en uno de sus primeros conciertos con la Metropolitan New Simphony montó elementos de coreografía. Era una pieza de un compositor mexicano. La audiencia, por supuesto, respondió muy bien.
Los días de ahora
“Ya de Boston me fui para Portland (Oregon). Para uno como músico a veces es muy difícil conseguir trabajo. Presenté la primera audición que me salió y, muchas veces, uno piensa que quiere trabajar con una orquesta profesional, pero lo primero que conseguí fue una sinfónica juvenil, un proyecto maravilloso. Yo gané la audición y llegué a Portland, sin saber qué era, porque era exactamente al otro lado de los Estados Unidos. Me fui y empecé con el proyecto de orquestas, Metropolitan Youth Simphony, yo era el director artístico general, el de la orquesta de cámara principal y el líder de otros nueve directores. Luego empecé a trabajar con Oregon Simphony, sobre todo en proyectos educativos.
Hice muy buenos amigos, otras audiciones. Durante mi trayectoria he tenido grandes oportunidades. En Portland realicé conciertos con la Oregon Symphony y la Metropolitan Youth Symphony, en la que trabajaba. Luego también con orquestas como la New World Symphony en Miami y la Toledo Symphony en Ohio. Entre otras, trabajé como director asistente en National Repertory Orchestra, en la que conocí grandes artistas, algunos de ellos son los músicos de New York Philharmonic. En junio de 2015 me invitaron a una audición con Colorado Symphony, donde terminé por tres años. Esa audición fue particularmente difícil ya que recibieron más de 210 postulaciones de músicos nacionales e internacionales. Estuve en Denver por tres años, hasta que me salió mi nuevo trabajo con la Columbus Symphony Orchestra y Rossen Milanov, un muy buen director que, de hecho, ha ido mucho a Colombia. Vine acá, pasé la audición y ya llevo mes y medio”.
"Mucha gente me dijo que no me iban a salir bien las cosas, pero cuando eso pasó tuve dos posibilidades, creerles o creer en mí. En Boston fue una locura, yo estaba durmiendo en el sofá de un amigo de un amigo, o sea, sin tener donde vivir, y que saliera esta gente a ayudarme, es increíble".
Explicaciones no pedidas
Dice Wílder que a Andrés Felipe le apasionó la música desde muy temprano. Ha sido una persona intensa, muy perfeccionista. Lo ha caracterizado, precisa, su buen oído. También le gusta ser un investigador y, últimamente, ha encontrado un gusto en la pedagogía, porque si bien ha trabajado en orquestas profesionales, también lo ha hecho en las juveniles, más desde el punto de vista educativo. Quizá, explica Wílder, y en eso coincide Diana, porque le interesa devolver lo que él vivió con las bandas en Donmatías, al ayudar a otros, como tantos lo han ayudado a él. En suma, a él le interesa impactar a la comunidad. Ella añade que todo esto ha surgido del interés de convocar a la comunidad a emprender proyectos. Donde llega forma un grupo, arma una orquesta, organiza presentaciones. Hay uno muy especial, a la que ella lo acompañó en Boston: gringos tocando La Piragua.
Lo demás es una mezcla entre el talento y el trabajo.
Dice Andrés Felipe, para terminar: “La gente puede leer cuando tienes esa energía de que vas a hacer algo y va a salir bien. Uno no hace nunca nada solo en este mundo, y es muy bonito cuando la gente te quiere ayudar. Mucha gente me dijo que no me iban a salir bien las cosas, pero cuando eso pasó tuve dos posibilidades, creerles o creer en mí. En Boston fue una locura, yo estaba durmiendo en el sofá de un amigo de un amigo, o sea, sin tener donde vivir, y que saliera esta gente a ayudarme, es increíble. Y después, eso ha sido un trabajo arduo de mucha gente para ayudarme a estar donde estoy. A mí me apasiona creer en el poder de la música, que los músicos somos parte vital del desarrollo artístico y cultural de nuestras comunidades, sin importar si son pequeñas o grandes, que podemos hacer un muy buen trabajo para mostrar cosas bonitas del arte y de la vida cotidiana con la gente”.
En Estados Unidos lleva once años. Llegó el 31 de julio de 2008. Tiene 34 años.