Andrés Cadavid Quintero
Colaborador
Antes de que el nombre de Medellín fuera asociado en el mundo, en los años ochenta, al sufrimiento ocasionado por el narcotráfico, mucho antes de que en este siglo XXI se reconozca la ciudad por querer construir una vocación innovadora; antes, hace medio siglo, Medellín empezó a significar, en el ámbito de la Iglesia católica, un llamado a recuperar su opción por los pobres y los jóvenes. Una “cumbre” de obispos latinoamericanos generó un documento que sería muy citado a lo largo de los años acerca del papel de esta en sociedades subdesarrolladas.
Era 1968 y alrededor del mundo soplaban vientos de cambio en medio de un clima de tensión en pleno furor de la Guerra Fría. En enero, los checos habían emprendido una serie de reformas para liberalizar el régimen político en un movimiento conocido como Primavera de Praga, que serían reprimidas meses después con la invasión de las tropas soviéticas. En los Estados Unidos, en abril, fue asesinado Martin Luther King y las protestas en contra de la guerra de Vietnam estaban en todo su furor. El movimiento de los universitarios de París el famoso Mayo francés, al que se asocia el grafiti “sean realistas pidan lo imposible” daría lugar no solo a la más poderosa huelga general en Francia, sino a profundos cambios culturales y a un papel más activo de la juventud y de las mujeres en la transformación de la sociedad.
En México otro movimiento estudiantil, que proponía cambios en el sistema, era fuertemente reprimido y el 2 de octubre, días antes de que se inauguraran los Juegos Olímpicos en Ciudad de México, tuvo lugar la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. En Colombia había surgido, años atrás, la guerrilla del ELN de la que formaron parte los curas Camilo Torres y Manuel Pérez. América Latina era vista por la Iglesia católica como un territorio joven, creyente y dispuesto a recibir “la buena noticia”, pero también “en riesgo” ante la influencia marxista.
En ese contexto, los obispos de la región, luego de varios meses de preparación, se reunieron en la II Conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, entre el 26 de agosto y el 7 de septiembre, en el Seminario Conciliar de Medellín. Distintas miradas dentro de la jerarquía católica se dieron cita, tanto posiciones progresistas como tradicionalistas. Al final, presentaron un documento acerca del papel que debería jugar la Iglesia en la región que, en términos del abogado y teólogo Rafael Tamayo Franco, docente de la Escuela de Derecho de EAFIT, puede leerse en tres grandes ejes: la centralidad del ser humano, la opción por los jóvenes y la opción por los pobres.
Los obispos de la región, luego de varios meses de preparación, se reunieron en la II Conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, entre el 26 de agosto y el 7 de septiembre, en el Seminario Conciliar de Medellín. Distintas miradas dentro de la jerarquía católica se dieron cita, tanto posiciones progresistas como tradicionalistas.
A la conferencia de los obispos la antecedió un Congreso Eucarístico Internacional realizado en Bogotá, adonde llegaron religiosos y laicos de toda la región, especialmente porque por primera vez, después de más de 450 años de presencia de la religión católica en América, un Papa pisaba esta región.
Un Papa por primera vez en América Latina
A la conferencia de los obispos la antecedió un Congreso Eucarístico Internacional realizado en Bogotá, adonde llegaron religiosos y laicos de toda la región, especialmente porque por primera vez, después de más de 450 años de presencia de la religión católica en América, un Papa pisaba esta región.
En 1965 el Concilio Vaticano II había impulsado el acercamiento de la Iglesia a las realidades de la época. Después, Pablo VI había publicado dos encíclicas: la de 1967, Populorum Progressio, se refería a la injusticia social y a la necesidad de que los países subdesarrollados encontraran caminos para superarla. Y, en julio de 1968 (semanas después del Mayo francés) Humanae Vitae criticaba los mecanismos de control de la natalidad y se oponía a los anticonceptivos. Un mes luego, el 22 de agosto (dos días después de la invasión soviética a Checosolovaquia), el Papa pisaba suelo colombiano para clausurar el Congreso Eucarístico Internacional e instalar la II Conferencia Episcopal Latinoamericana, que comenzaría cuatro días después en Medellín.
Javier Darío Restrepo, periodista y maestro de ética de muchas generaciones hasta la actualidad, participó, como sacerdote que era en ese momento, de la organización de ambos eventos. Según explica, para el Pontífice, América Latina era “el continente de la esperanza”, y su venida era una reiteración de sus mensajes acerca de la injusticia, de la pobreza y de una concepción del desarrollo que debía trascender los criterios meramente económicos.
Antes de la llegada, el presidente colombiano Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) había hecho llamados a que el país se presentara como un espacio de armonía y con pocos problemas, y los mensajes oficiales del Vaticano anunciaban una visita que “no llevará a Colombia mensajes de tipo sociológico, ni dará indicaciones de naturaleza económica” (El Correo, 22 de agosto de 1968 p. 1). Pero el Papa se reunió con campesinos, con diplomáticos, políticos y empresarios, y habló de las desgracias de los trabajadores de la tierra, de la necesidad de reformas sociales, pero a la vez condenó el uso de la violencia como vía para aplicar los cambios. En términos de Javier Darío Restrepo, “los dirigentes colombianos, como es costumbre, lo escucharon con cortesía, pero no les importó un carajo”.
Por su parte, Rafael Tamayo considera que la venida del Papa a instalar la Conferencia del Celam era un mensaje a los obispos de una región convulsionada para que se ciñeran a lo establecido en la doctrina social de la Iglesia, es decir, que esperaba que en Medellín se profundizara en realidades de la región, dentro de los lineamientos de renovación del Concilio Vaticano II, sin tomar una postura de izquierda.
En términos de Javier Darío Restrepo, “los dirigentes colombianos, como es costumbre, lo escucharon con cortesía, pero no les importó un carajo”.
Un mensaje de avanzada
Entre los obispos participantes de la Conferencia se percibía ese pulso que vivía Occidente y la Iglesia en general hizo un llamado a acercarse a las comunidades, a hacer reformas y a tomar partido por los pobres, y a una toma de distancia ante el comunismo y el uso de la violencia.
Para algunos, lo alcanzado en el Concilio era ya un avance significativo. “No hay que olvidar que la Iglesia está dando un salto de siglos […] en todo salto tiene que haber al principio un poco de inestabilidad, de zozobra, tal vez de escándalo. Yo creo que la misión del clero es la del caballo en el coche: tirar hacia delante, todo lo que pueda, pero siempre dispuesto humildemente a recibir el freno”, decía el padre José Luis Martín Descalzo, haciendo referencia a los avances del Concilio Vaticano II.
Con meses de antelación había circulado, para su estudio en los 21 países miembros, el Documento Básico Preliminar para la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Ese texto estaba estructurado en tres partes: la revisión de la realidad del continente para ese momento, la interpretación cristiana de esa realidad y propuestas pastorales para la región.
El presidente del Celam, el brasileño Avelar Brandao, debió salir a defender el contenido completo del documento, incluyendo la revisión de las realidades sociales de la región, porque algunos cardenales criticaban
que “fija muchos puntos negativos y no resalta los positivos” y defendían la cercanía que debía mantenerse con las autoridades de sus respectivos países.
Durante los días mismos de la Conferencia, la prensa reportaba la existencia de esas dos posiciones. Una corriente en la que se contaban el colombiano Alfonso Muñoz Duque y el Padre General de los Jesuitas, el español Pedro Arrupe, quien proponía centrarse en la labor evangélica, mantenerse dentro de la doctrina social de la Iglesia y marginarla de llamados que la hicieran parecer afín al marxismo. Otra tendencia, cuya figura más descollante era el obispo de Recife, Hélder Camara, llamaba a que la Iglesia se comprometiera con la acción para transformar la realidad.
Esa tensión, esa búsqueda de una postura es, posiblemente, uno de los elementos que hacen valioso el documento. Para el profesor Tamayo, la Conferencia tuvo impacto importante en acercar el clero a las comunidades por medio del llamado a la opción de la Iglesia por los jóvenes y a educar en asuntos religiosos, temas aún vigentes y necesarios. En cuanto a la opción por los pobres, dice, hubo avances en la doctrina social de la Iglesia, que pasó de un enfoque “caritativo” a desarrollar capacidades en las comunidades para romper los círculos de la pobreza. En esto coincide Restrepo: el paso de una mirada de beneficencia a poner a los pobres en el centro de la agenda es uno de los puntos clave de lo sucedido en Medellín.
Durante el Vaticano II, un grupo de obispos, en su mayoría latinoamericanos, habían firmado el Pacto de las Catacumbas, en el que se comprometían a vivir humildemente con las condiciones de la mayoría de los miembros de sus comunidades, a renunciar a lujos y privilegios.
Entre la doctrina y el compromiso
Durante el Vaticano II, un grupo de obispos, en su mayoría latinoamericanos, habían firmado el Pacto de las Catacumbas, en el que se comprometían a vivir humildemente con las condiciones de la mayoría de los miembros de sus comunidades, a renunciar a lujos y privilegios y, en general, a poner en práctica un estilo de vida y sacerdocio muy cercano a los pobres.
En Medellín el tema de la justicia social fue el más debatido. Obispos “progresistas” como el brasileño Cámara y el colombiano Gerardo Valencia Cano, que habían suscrito el Pacto, consideraban que la doctrina social de la Iglesia y la Encíclica Populorum Progressio debían dar lugar a un compromiso decidido con los pobres, materializado en cambios sociales.
Esta y otras posiciones fueron inspiradoras de la Teología de la Liberación, una corriente que creía en la opción por los pobres y el recurso a las ciencias sociales para entender y transformar las condiciones de injusticia latinoamericanas. Este movimiento tuvo una influencia significativa después de la Conferencia de Medellín, y durante la década de 1970, pero Juan Pablo II objetó el compromiso político de los sacerdotes y las simpatías con el pensamiento marxista, y la Teología de la Liberación perdió relevancia dentro de la Iglesia latinoamericana.
Sobre el impacto de este movimiento las apreciaciones son distintas. Para Rafael Tamayo dio en su momento lo que tenía que dar, pero no queda mayor influencia de él. En cambio, Javier Darío Restrepo afirma que el propio Juan Pablo II llegó a reconocer su valor y el papa Francisco ha hecho lo propio.
Lo que está claro es que por el momento en que se dio, por las figuras que convocó y por los debates que sucedieron en esta, la primera reunión de obispos realizada después del Concilio Vaticano II hace que en la Iglesia católica se asocie a Medellín con cambios y avance.
El Celam y sus conferencias
En 1899, convocados por el papa León XIII, los obispos latinoamericanos se reunieron por primera vez en Roma en un Concilio Plenario Latinoamericano. Pasarían 56 años hasta que se conformara el Consejo Episcopal Latinoamericano, Celam, por parte de Pío XII en 1955. Este es un organismo de carácter permanente con sede en Bogotá que, en la actualidad, reúne arquidiócesis de 22 países del continente y el Caribe. Ha hecho cinco conferencias generales en las que se reúnen representantes de todas sus diócesis:
Río de Janeiro, en 1955.
Medellín, en 1968
Puebla, en 1979
Santo Domingo, en 1992
Aparecida (Sao Paulo), en 2007.
Medio ambiente y pueblos indígenas
Así como en los sesenta, la Iglesia puso su mirada sobre la juventud y la injusticia, que eran los temas de mayor interés de la sociedad, en la actualidad el cuidado del medio ambiente y los derechos de las minorías étnicas son preocupaciones generales. En 2019 se llevará a cabo un Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica, en la que habitan tres millones de indígenas, cuyo tema será Amazonía, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. Ya el papa Francisco ha dado lineamientos en esta materia en la Encíclica Laudato Si. Están convocados obispos de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Surinam, Guyana y la Guayana francesa, pero se celebrará en Roma. Sobre la importancia de este en el futuro de la Iglesia, Javier Darío Restrepo afirma que “los indígenas evangelizarán las ciudades”.