Jéssica A. Suárez Cataño
Colaboradora
El profesor Alejandro Álvarez Vanegas, coordinador del Núcleo de Educación Ambiental de EAFIT y docente de la Escuela de Ingeniería, dice que Aristóteles consideraba a la educación superior a las leyes o a la política.
Tocan la puerta. No es alguien que quiera hablar de determinada religión, es una vecina que investiga sobre el desarrollo sostenible. “Desarrollo sostenible”, eso que ya se escucha por todas partes, pero qué, tal vez, no se termina de entender o ¿para qué hablar de eso? Ya es muy tarde para reparar los daños, se podría decir. Mientras reflexiona, la vecina dice: “con el desarrollo sostenible buscamos satisfacer nuestras necesidades actuales y futuras sin devastar masivamente los recursos naturales. Se trata de caer en la cuenta de que para sobrevivir y estar cómodos, hemos destruido ecosistemas y hemos dejado a comunidades sin agua, sin bosques… Eso sin contar lo que le hemos quitado a otras especies”.
¡Ah! La vecina ya empieza a sonar extraña, porque, ¿qué puede hacer uno?, ¿sembrar su propia comida?, ¿andar en bicicleta? Difícil. `Vecina, vaya mejor donde Juan Pablo, el del 308, que estudia algo de Ciencias de la Tierra, él la puede ayudar. Porque sí, hay que hacer cambios en la forma en que vivimos, vecina, pero eso cuesta`.
¿Qué se puede hacer para poner en diálogo lo que se conoce acerca de producir y consumir con estas propuestas que buscan hacer más responsable la población y más considerada con el entorno? Una de las respuestas es educarse en desarrollo sostenible. Desde los niños hasta los adultos mayores pueden aprender a vivir en armonía entre seres humanos y con la naturaleza.
El profesor Alejandro Álvarez Vanegas, coordinador del Núcleo de Educación Ambiental de EAFIT y docente de la Escuela de Ingeniería, dice que Aristóteles consideraba a la educación superior a las leyes o a la política. “Él decía que la ambición es un factor desestabilizador de las polis y que, para combatirla, la educación era más efectiva que las leyes, no porque las leyes no sean necesarias, sino porque la educación nos ayuda a actuar por convicción, en lugar de hacerlo por temer el castigo o la sanción a través de la aplicación de una ley”.
Entonces, ¿la educación debe enfocarse hacia el desarrollo sostenible a ver si mejora un poco el aire, si se consumen menos agroquímicos o si se previene la erosión de una montaña?, ¿por dónde empezar, entonces? El hecho es que ya algunos llevan un camino recorrido y valdría la pena inspirarse en ellos. También habría que documentarse. La Organización de las Naciones Unidas presentó, en 2014, una hoja de ruta para pasar de las proclamaciones a las acciones. ¿Quiénes están invitados a seguirla? Gobiernos, las comunidades universitarias, instituciones y organizaciones que faciliten el aprendizaje y la formación, profesores y estudiantes.
“La educación para el desarrollo sostenible habilita a los educandos para tomar decisiones fundamentadas y adoptar medidas responsables en favor de la integridad del medio ambiente, la viabilidad económica, y la justicia social para las generaciones actuales y venideras, respetando, al mismo tiempo, la diversidad cultural”, expone el documento.
La educación para el desarrollo sostenible habilita a los educandos para tomar decisiones fundamentadas y adoptar medidas responsables en favor de la integridad del medio ambiente, la viabilidad económica, y la justicia social para las generaciones actuales y venideras, respetando, al mismo tiempo, la diversidad cultural.
Siete puntos claves para avanzar hacia una educación sostenible
Tomando como referente esta hoja de ruta de las Naciones Unidas, una propuesta de educar para el desarrollo sostenible debería tener presente: Incluir temáticas ambientales como el cambio climático, la reducción del riesgo de desastres, el consumo y la producción sostenibles. Posibilitar un aprendizaje exploratorio, transformativo y orientado a la acción. Promover el pensamiento crítico, la toma de decisiones en favor de un bien común; y la realización de acciones conjuntas en correspondencia a esa forma de pensar y decidir. Incentivar a los estudiantes para transformarse a sí mismos y a la sociedad en que viven. Darles a los estudiantes competencias para trabajar o emprender proyectos de sostenibilidad. Motivar a las personas a adoptar estilos de vida saludables. Cultivar semillas de participación política y de activismo ciudadano, para contribuir a crear un mundo más justo, pacífico, tolerante, inclusivo, seguro y sostenible.
Es importante que los docentes, aparte de adentrarse en el tema, tengan sus propias experiencias de prácticas sostenibles para que compartan estas desde un conocimiento teórico-práctico.
Competencias para una vida creativa y autónoma
La educación para el desarrollo sostenible también propone la necesidad de prepararse para los nuevos desafíos, la incertidumbre ante la mayor complejidad de las situaciones a las que se enfrentará la humanidad por la degradación de los ecosistemas y la consecuente mayor exposición a desastres naturales. Como lo explica Daniel Cuartas, inventor reconocido en 2014 como el Innovador del año por el MIT Technology Review, acerca de cultivar la resiliencia y el respeto. “Considero que es muy ambiguo hablar de conciencia, porque es un concepto muy subjetivo, pero la resiliencia nos habla de nuestra capacidad de recuperarnos después de algo adverso, y el respeto establece un principio para las relaciones con los demás y con el entorno”.
Para entender más acerca de esas competencias necesarias, el profesor Alejandro Álvarez comenta que se necesita aprender a hacer, a ser y a vivir en comunidad. O como señala la Unesco, los “ciudadanos de sostenibilidad” tienen que poder colaborar, manifestarse y actuar en aras de un cambio positivo, tal como aparece en el texto Educación para los ODS - Objetivos de Desarrollo del Milenio, de 2017.
Así, estas son algunas de las competencias claves para la sostenibilidad, según la Unesco. De anticipación: para evaluar múltiples escenarios futuros posibles, probables o deseables, donde la precaución y la previsión permitan lidiar con los riesgos y cambios. Normativa: para negociar los valores, principios objetivos y metas de sostenibilidad en un contexto de conflicto de intereses. De colaboración: habilidades para aprender de otros y buscar soluciones de forma colaborativa y participativa. De pensamiento crítico: ser capaces de cuestionar normas, prácticas y opiniones propias y ajenas. Preguntarse por la postura personal frente al desarrollo sostenible. De resolución de problemas: idear soluciones equitativas a problemas de sostenibilidad complejos.
La educación para el desarrollo sostenible puede compararse con los árboles que evitan que una montaña se erosione y se origine un derrumbe.
Ejemplo en Medellín: el colegio que cuida de un cerro tutelar
Eran finales de los años 90 cuando un biólogo egresado de la Universidad de Antioquia llegaba a la Institución Educativa Sol de Oriente (Medellín) para ser profesor de ciencias naturales. Gustavo Celis se encontró con un colegio en la cuesta del Cerro Pan de Azúcar, en medio de viviendas de invasión, conflictos entre bandas y las secuelas todavía notorias del derrumbe del vecino barrio Villatina, en 1987. “Cuando yo llego al colegio me encuentro con todo eso, y me digo que a punta de clases convencionales no se hace nada”, recuerda Gustavo.
En su inquietud por hacer proyectos que impactaran el territorio, consiguió que le dieran un salón vacío para trabajar en eso. Salón que años después, por medio de gestiones con el Instituto Mi Río y la Universidad de Antioquia, se convirtió en un aula ambiental desde la que se comenzó a trabajar por la conservación del cerro y la seguridad alimentaria, con huertas. Allí, a partir de la solución de problemas, los estudiantes podían generar procesos de aprendizaje.
En 2004, la institución educativa abrió la formación medio técnica en producción agraria. Formación que después cambiaría al énfasis técnico en conservación de recursos naturales, donde estudian gestión ambiental, conservación y producción agraria. En 2006 se unieron a un macroproyecto ambiental: Cerros tutelares. La Alcaldía de Medellín le apostó a convertirse en una ciudad verde, en asocio con las Naciones Unidas. Ahí, la institución educativa ayudó en la reforestación del cerro. Años más tarde, los estudiantes del colegio también se unieron a las discusiones sobre el Jardín Circunvalar, el proyecto gubernamental para controlar la construcción en los cerros y limitarla a través de un sendero ecológico llamado El Camino de la Vida.
Esta breve cronología es solo una muestra de los múltiples esfuerzos por integrar la educación para el desarrollo sostenible al currículum tradicional. Sin embargo, para la I.E. Sol de Oriente los retos continúan, porque con cada generación reaparece la necesidad de despertar conciencia ambiental.
Jardín de los sueños es el nombre del proyecto más reciente. Inició en 2016 con los estudiantes del grado cuarto de primaria, quienes, a través de un ejercicio de investigación, identificaron como una situación problemática el descuido de las zonas verdes de la institución y la apatía de la comunidad educativa para transformarlas en ambientes sanos y agradables que inviten a la convivencia. Se les ocurrieron varias soluciones: hacer campañas de sensibilización, recuperar las zonas verdes abandonadas, sembrar y cuidar plantas o reutilizar material.
Para poner a pruebas esas ideas, empezaron por elaborar un lombricultivo, probar si la tierra del colegio era apta para sembrar, y también hicieron materas de material reciclable. Contentos con las posibilidades, han presentado el proyecto en la Feria CT+I de Parque Explora, luego en Ruta N y, recientemente, la profesora que lidera el proyecto recibió el reconocimiento a buenas prácticas en el concurso Maestros que Inspiran.
Paso a paso han ido estructurando mejor el proyecto y le han dado una dimensión más global, donde ahora el reto es integrar a la comunidad educativa al cuidado del medio ambiente mediante la implementación de programas de educación ambiental y tecnologías sostenibles.
“La semana pasada sacamos un cultivo de pepinos”, dice la profesora Sandra, mientras enseña el huerto con un cultivo de repollos. Hay un camino en proceso de convertirse en un mariposario al aire libre, un aula abierta donde han hecho los talleres para hacer materas y un hibernadero en desarrollo, con algunos semilleros y plantas, como las de granadilla, que servirán de hospederas para las mariposas. En estos momentos la institución busca donaciones de semillas y plántulas para continuar creciendo la huerta. Es posible encontrar más información del proyecto en la página de Facebook Sembrando y creciendo juntos.
Lo bueno es que proyectos como este comienzan a ser más populares en distintas instituciones educativas, en organizaciones gubernamentales y sociales, y en comunidades que buscan autonomía en la gestión del recurso hídrico o en el cultivo de sus propios alimentos orgánicos o agroecológicos. Como dice el profesor Alejandro, “se trata de hacernos desde ya la vida más fácil para el futuro”. La educación para el desarrollo sostenible puede compararse con los árboles que evitan que una montaña se erosione y se origine un derrumbe. Mirar el desarrollo con las gafas de la sostenibilidad marcará la diferencia en cuanto a ser una sociedad que solo viva “apagando incendios”, o una que tome acciones significativas para prevenir desastres y tener calidad de vida.