Gabriel Jaime Arango Velásquez
Director de Formación Integral de EAFIT
Forjar una ciudad en la que sus habitantes sean conscientes de la incidencia, positiva o negativa, de cada uno de sus actos; y en la que todos sean sujetos educables y educadores son conceptos tratados por el filósofo Joan Manuel del Pozo, exconsejero de Educación de Cataluña y profesor universitario, en su conferencia Educación, ciudad educadora y cultura ciudadana, que hizo parte de la Cátedra Medellín-Barcelona en EAFIT, y que se cumplió el 11 de febrero de 2019 en el Auditorio Fundadores de la Institución. Del Pozo relacionó ese concepto de ciudad educadora con estos tiempos de la individualización, de redes 'antisociales' y de falta de pensamiento institucional, incluso de los gobernantes, aspectos que analizó desde su presente académico y su pasado en cargos públicos.
Profesor Del Pozo, ¿cómo surgió el concepto de pensar la ciudad como un ecosistema educativo?
El antecedente es de los años 60. El sociólogo Jacques Donzelot, un político e intelectual francés, había escrito un artículo titulado La ville éducatrice (La ciudad educadora). Este artículo fue recuperado a finales de los años 80, cuando Barcelona fue elegida como ciudad olímpica para 1992. El alcalde de entonces, Pasqual Maragall, propuso a los concejales que se debería hacer más que obras de El filósofo español Joan Manuel del Pozo participó, el 11 de febrero de 2019 en EAFIT, en la Cátedra Medellín-Barcelona. Su conocimiento posibilitó ahondar en las características y las cualidades de una ciudad educadora, el compromiso de los gobernantes para su consolidación y la importancia de una ciudadanía con conocimientos. piedra y, ante esto, la pedagoga Marta Mata afirmó que había una propuesta que podría desarrollarse y era la idea de ciudad educadora. Se convocó a ciudades amigas, se organizó el primer congreso y se redactó una carta.
"Si alguien es consciente de que con su actitud y conducta influye en la vida de los demás, tiende a ser más exigente consigo mismo, tiende a responsabilizarse".
Esta idea consiste en reconocer que la educación tiene un espacio natural estimable al máximo, y esa fuerza educadora no está solamente en las escuelas sino en todas las instituciones. Todos somos siempre educables y educadores. Cualquier persona emite mensajes de carácter ético que tiene fondo educativo. En una ciudad educadora, platónicamente educadora, se produciría una perfección en la forma de vivir, puesto que harían su trabajo con responsabilidad, sabiendo que están mejorando la vida de los demás y, por tanto, educando.
Es clara la relación del ciudadano educador en su exposición, pero, ¿cómo formar ciudadanos conscientes de esa responsabilidad frente al destino común?
Esa es la parte menos fácil de la historia. Depende del gobierno y de que sean capaces de activar una llamada al reconocimiento de esa responsabilidad. Cuando una ciudad se compromete con la carta de ciudades educadoras busca activar al máximo esa convocatoria a la responsabilidad educadora de cada uno. Si alguien es consciente de que con su actitud y conducta influye en la vida de los demás, tiende a ser más exigente consigo mismo, tiende a responsabilizarse. Eso es muy difícil de protocolizar, organizar, se necesita voluntad y activar su capacidad de compromiso, pero estamos en una época con un individualismo feroz. Nuestra sociedad líquida individualista va en una línea poco favorable al compromiso educador.
"Las redes sociales tienen un nombre inmerecido porque son poco sociales. Son redes comunicativas, pero bastante antisociales".
En esa dimensión cívica del ciudadano, o en la dimensión política, en los tiempos que se están viviendo de retiro del Estado y de debilidad de la democracia, ¿qué ha encontrado, en su experiencia, para hacer?
Menos de lo que hubiera deseado. Vivimos una etapa de reflujo democrático, aunque en cada país se refleja de una manera distinta. En ese reflujo democrático hay componentes que van desde el escándalo de corrupción hasta la impresión difundida entre las clases populares, y cada vez más en las clases medias, de que los políticos ya no tienen la responsabilidad de la gestión, que el poder verdadero se ha desplazado a esferas que están lejos del control de los ciudadanos. Elegimos a nuestros representantes en los gobiernos, pero no a la gente que día a día mueve millones de todo tipo de moneda, gobiernan el mundo con el endeudamiento de los países. Esto hace que la gente se retraiga de la confianza en sus propias instituciones y desaparece lo que podríamos llamar como la confianza institucional y lo que un autor americano, Hugh Heclo, llamó en un libro Pensar institucionalmente.
Ya no se piensa así, ni siquiera muchos políticos con representación institucional piensan institucionalmente, ahora se piensa individualmente, individualistamente. Esto vacía la democracia de sus principios elementales, de su representación efectiva. Todo eso está corroído por dentro y va a ser difícil recuperarlo. Debemos replantear la democracia, recuperar la capacidad de representación y que los políticos puedan volver a tener la confianza de la gente y la gente puede comprometerse con todos los procesos públicos.
"Estamos actuando, tanto en la ciencia como en la tecnología y la digitalización, como un nuevo rico, sin control del gasto de la riqueza que acaba de adquirir".
En esta época de redes sociales estamos conectados, pero también ensimismados en los aparatos digitales. ¿Qué papel juega el concepto de ciudadanía digital, cuando ya no se es ciudadano en la urbe física sino en la digital que, por decirlo así, es el mundo entero?
Las redes sociales tienen un nombre inmerecido porque son poco sociales. Son redes comunicativas, pero bastante antisociales. Han permitido que se instale una cultura casi del odio entre la gente, del insulto, la mentira, la manipulación, la burla. Como dijo Umberto Eco, se pasó de la barra del bar, a donde iban los amigos a decir tonterías, a la barra universal y ha adquirido una trascendencia cualitativa inmerecida. ¿Hay que estar en contra? No, pero hay que reeducarse, pensar en lo que algunos han llamado la dieta digital. Somos ciudadanía digital y lo seremos, aunque no queramos. Es decir, yo quiero ser ciudadano digital, pero quiero ser, ante todo, ciudadano, y si la digitalización disminuye mis derechos y altera las reglas del juego de mi ciudadanía, debemos educarnos en la necesidad de digitalizarnos bien, de vivir una sociedad digital en la que la digitalización esté a favor de los derechos, del respeto, del compromiso y no al revés.
¿Cuál es el papel de las humanidades en la formación de la persona antes que del ciudadano, pero también en la formación del ciudadano?
Tengo un compromiso personal con eso porque mi especialidad académica es la filosofía antigua y soy traductor de Cicerón. Respiro la necesidad del pensamiento humanístico y de los valores humanísticos de manera plenamente convencida.
Necesitamos recuperar valores que han ido quedando al margen del entusiasmo científico-tecnológico, y digo esto con admiración por la ciencia y la tecnología. Estamos actuando, tanto en la ciencia como en la tecnología y la digitalización, como un nuevo rico, sin control del gasto de la riqueza que acaba de adquirir, exhibicionista, superficial, frívolo, un incompetente finalmente. Ser rico no es malo si es por medios lícitos o legítimos, pero ser nuevo rico puede ser ridículo y contraproducente, y estamos siendo nuevos ricos del progreso científico-tecnológico y de la digitalización. Tenemos que formarnos en lo que podríamos llamar la moderación del entusiasmo científico-tecnológico y del entusiasmo digital. En nuestra civilización se ha producido una dejación del sentir de la finalidad —Aristóteles la criticaría porque era un pensador finalista—. Hemos confundido los medios con los fines.
Kant dice que el ser libre vive en el reino de los fines, pero sin formación humanística no hay fines claros, y esto es lo que las humanidades y el humanismo defienden, para eso nacieron, para que el hombre se conociera a sí mismo y pudiera darse los valores de su máxima realización posible.
Hay que recuperar las humanidades, deben estar en todos los estudios universitarios. Los que van a dirigir la sociedad desde puestos de responsabilidad son los primeros necesitados de tener claros los valores a los que sirven, y si no es así la humanidad va a naufragar en medio de una confusión entre medios y fines, y viviendo como nuevos ricos en la superficialidad, en el abuso, en el desconcierto total.
"El recurso de los extremos tiene un mensaje implícito: acabemos con esta situación, si votamos por los de siempre vamos a continuar la degradación, votamos por otros, incluso si son peores, porque a lo mejor rompen el sistema y todo cambia por esa ruptura".
En esa reflexión de educación y ciudadanía, de educación y fines, y en la redefinición de la formación ciudadana en Cataluña, hace algunos años fue llamativa la formación de la dimensión bioética en el ciudadano. ¿Esa dimensión en qué consistió?
La bioética es la primera de las éticas aplicadas. La ética hasta mitad del siglo XX era simplemente ética general, pero en Norteamérica empezó la necesidad de tener criterios para decidir sobre cuestiones importantes de la salud y de la vida de las personas, curiosamente, más desde la enfermería que desde la medicina.
La bioética es importante para los profesionales de la salud porque les ayuda a formar criterio, pero también para los demás porque tiene unos principios que son de valor humano general, tan elementales como el principio de beneficencia y el principio de autonomía que quiere decir que al enfermo, salvo que esté fuera de toda capacidad de pensamiento, hay que respetarle al máximo su decisión. En la vida en general, cualquier persona debe preservar su autonomía. Finalmente está el principio de justicia y es, sobre todo, una virtud social. La bioética es como una especie de condensación de la ética.
Hay una nueva ciudadanía democrática tratando de empoderarse en muchas partes del mundo. Sin embargo, sigue presentándose la elección y la conformación de gobiernos de derecha que con sus decisiones hacen sentir mucho más que desasosiego. ¿Cómo afrontar esas situaciones?
Muchos países están votando fórmulas políticas extremosas, por no decir extremistas, y es una reacción del gran disgusto de las clases populares y medias con un sistema que ha dejado de ser confiable. El recurso de los extremos tiene un mensaje implícito: acabemos con esta situación, si votamos por los de siempre vamos a continuar la degradación, votamos por otros, incluso si son peores, porque a lo mejor rompen el sistema y todo cambia por esa ruptura. Pero el riesgo es grandísimo porque, posiblemente, se rompe y la solución no es una mayor democracia sino autoritarismos. Por tanto, un ciudadano de clase media disgustado con la producción, con la pérdida de capacidad política de los gobiernos y con el desplazamiento del poder a esferas incontrolables no va a votar nunca una posición extremista, porque el riesgo de la operación 'rompámoslo todo para renovarlo' puede acabar siendo 'se rompe todo y no se renueva o incluso empeora'.
En sus escritos se aprende que hay dos dimensiones fundamentales para la formación de ciudadanía: formar ciudadanos en el contexto de la cultura y formar ciudadanos conocedores del sistema político y sus instituciones, ¿cómo llegó a esos conceptos?
La democracia postula la responsabilidad de la decisión compartida. Para la mejor decisión es necesario el mejor conocimiento. La educación formal, que proporciona los conocimientos básicos, competencias y habilidades elementales, más la cultura general entendida como la creación y la difusión de valores, son ingredientes esenciales de un compromiso democrático de los ciudadanos y garantía de avance de la democracia. El problema está en que las redes sociales —que son cada vez fuente de información— no forman en el conocimiento sino en la ficción de mentiras y manipulaciones, como las famosas fake news. Como reacción: más educación y más cultura es mejor conocimiento y más garantía de decisiones acertadas. Si algo sabían nuestros clásicos, y por eso aparecieron los sofistas en Grecia, era formar a los jóvenes en conocimientos, valores y habilidades de retórica y discusión para poder gobernar bien en el Ágora. Es la ciudad la que educa a sus hombres porque vive solo si tiene hombres educados, es una relación intrínseca y necesaria la que se produce entre, lo que podríamos llamar, el bienestar de la ciudad y el bienestar de sus individuos, de sus personas humanas.
Cátedra Medellín-Barcelona
La Cátedra Medellín-Barcelona es una iniciativa impulsada por la Fundación Kreanta, con sede en esa ciudad catalana, como parte de su programa de cooperación internacional enfocado al desarrollo y al intercambio permanente de conocimientos profesionales entre España y Latinoamérica, trabajo que desempeña en Colombia desde el año 2007.