Mario Alberto Duque Cardozo
Egresado de la maestría en Escrituras Creativas de EAFIT
Ricardo Silva, 44 años, Leo, llegó el pasado 29 de enero, martes para más señas, a su tercera final del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana. Ya había estado en esa situación otras dos veces. ¿Se habrá preguntado “y si esta vez tampoco”? Pero esta vez sí. Silva, de gafas, yines, suéter oscuro, tan parecido a sus propias fotos en sus perfiles de redes sociales, subió sonriente y entre aplausos al escenario.
Antes lo había abrazado Carolina, su esposa; lo habían palmeado en la espalda, lo habían felicitado.
“Hay escritores brillantes que se pasan la vida entera sin ganarse medio premio, pero el fin es noble —dice ahora, en una charla telefónica, cuando se le pregunta para qué los premios en la literatura—, presentarle a uno trabajos que de otro modo no conoceríamos. Te enteras de películas, discos, artistas, libros porque los premios los avalan”.
Son, incluso, una estrategia inteligente, agrega. “Porque hay libros que ya están vendidos, como los de los youtubers o los de los famosos de la farándula. Hay temas que están vendidos. Pero hay otros que no, autores que uno puede encontrarse haciendo vueltas y que no tienen ni el tema de moda ni la fama para venderse por sí solos y un premio puede servirles mucho al presentarlos a un montón de lectores”.
Y eso de encontrárselo haciendo vueltas es en serio, porque a Ricardo pueden, de pronto, verlo haciendo fila en una caja del supermercado o pagando una factura.
“Mi vida no tiene nada de sofisticada. Es muy de ir a recoger a los hijos, de ir al banco, de contestar el citófono para abrirle a la lavandería, mercar... Y dentro de la rutina suceden las columnas o las novelas o los artículos lo mejor que se pueda”.
“Quien escribe o lee literatura, quien aprende a escribir o leer literatura, está muy capacitado para entender lo que pasa en el mundo en general y todos los demás textos: la televisión, el internet, las personas, la sociedad en general”.
No le ha ido mal, podría decirse. Suma más de 20 títulos, escribe para El Tiempo, El País de España, Gatopardo, Soho, Arcadia y otras publicaciones más.
“Soy un puro oficinista, realmente. Construyo una rutina, que son como las que tienen todos los trabajadores de cualquier campo. Hay que llevar los niños al colegio y nosotros, luego, nos quedamos trabajando en una oficina que tenemos en la casa hasta que toca recoger a la hija chiquita en el jardín y luego llega el otro hijo del colegio. Aprovechamos las horas, que son más bien cortas, porque los colegios no duran hasta tan tarde. Así que tengo una disciplina de fábrica. Marcaría tarjeta si tocara”.
Eso de ser escritor
¿Cuándo sabe quien escribe que ese es su oficio, que puede, sin más, decirles a los otros —y a sí mismo, sobre todo— soy escritor?
“Creo que me di cuenta cuando ya estaba metido muy adentro”, responde Silva Romero, porque él lo que soñaba ser era futbolista… O director de cine.
Así que durante un tiempo, cuando la gente le preguntaba qué hacía, respondía: trabajo aquí, trabajo allá, doy clases allí, doy clases allá.
“Pero hubo un momento en que me pareció claro que se me ocurrían los libros y no las películas. No fue algo frustrante, sino poco a poco tranquilizador”. Pero es que llegaron las novelas, los cuentos, los reconocimientos.
“Decir que era escritor me sonaba como a que estaba diciendo que era inteligente o me las estaba dando de algo. Al final me di cuenta de que quien estaba cargando la palabra de significado era yo y que uno puede ser, por ejemplo, un escritor malo. Así que se me quitó la bobada y ya sí digo que sí, que soy escritor”.
No lo es. Un escritor malo, digo. “El Jurado considera que la fluidez narrativa, la riqueza de la trama y la voluntad estilística del autor hacen de esta novela un gran retrato de nuestra época en el que se despliegan —como en el mundo de las redes sociales— decenas de personajes y puntos de vista que se cruzan por azar o por necesidad, en medio del tenso ambiente que recorre la obra”, dijo el jurado, presidido por el escritor cubano Leonardo Padura, sobre Cómo perderlo todo.
En plano secuencia
Una cámara que sigue al profesor Horacio Pizarro desde antes de que publique aquel artículo en Facebook y lo lapiden, una cámara que lo deja para irse con la profesora Gabriela Terán y sus fantasmas, que se va de ella para mostrar a Diego Terán y a su amante y de allí a Flora y la suya, y luego al fotógrafo Gallo y su esposa, y después cualquier otro de los personajes que pueblan esta novela.
“Creo que es precisamente eso lo que hay ahí: un plano secuencia de un año. Cada personaje tiene un drama. Y el drama es lo que ha utilizado el cine para contar las historias. El drama que desbarata la cotidianidad de una serie de personajes a los que les sucede como un accidente ese año 2016 y están obligados a reponerse. Es un plano secuencia que arranca en enero y termina en diciembre y por el camino hay una cantidad de personajes que van desfilando, como formando un mural”.
Y es que Ricardo Silva bebe del cine. Cómo no hacerlo. Ver películas es su hobby y fue parte de su oficio durante años.
Ahí se ve, en la estructura dramática, en los giros, en los personajes, incluso, que respetando el lenguaje literario, le pide prestados recursos al séptimo arte.
“Hay dos modos en que influye el cine en algo que yo escribiría. De tanto ver películas, tengo un disco duro lleno de trucos y de personajes y de escenas del cine. Un conocimiento inútil que reúne a los Cazafantasmas, clásicos de Disney, Cantinflas, westerns... Y una afinidad con la manera como cuenta el cine las historias, pero a la hora de escribir soy muy consciente de que al escribir lo que prima es el lenguaje literario y esa es otra manera de influir, como de psicología inversa”.
“Me parece que la polarización es mentira. La prueba es que en un bus no se sientan los del Sí a un lado y los del No al otro. Uno no se sube a un ascensor preguntando si hay gente del Sí o del No”.
Y si uno detalla bien, van apareciendo por ahí sus gustos —los de Ricardo— sus héroes de las artes: lo mismo Paul Simon y Bob Dylan que Scorsese o Paul Auster o alguno más de esos que nutren su literatura. “Tengo en la cabeza un disco duro con datos de libros, de películas, de canciones…”. Cómo no, si se es lo que se lee, se ve, se oye.
Eso que llaman amor
Usted, que cree que su relación de pareja es única. Usted, que piensa que eso que siente solo lo siente usted, quizá se sorprenda cuando lea Cómo perderlo todo. Que todas las familias felices se parecen, dijo Tolstoi, y que las infelices lo son cada una a su manera. Pero asómese usted a las historias que recogió Silva Romero y verá que al final esas amarguras se pueden compartir, también. Porque en esta novela se pasea por las relaciones de pareja, por sus miedos, alegrías, temores, inconsistencias, peleas, encuentros y desencuentros.
“Creo que siempre que estamos viendo una historia o leyéndola o cuando vemos a dos personas juntas, tendemos a pensar como espectadores o lectores, que ahí va a haber un romance... O que puede haber un crimen”.
“Siempre esperamos la guía de una historia de amor: ¿se van a enamorar, se van a hacer daño? Siempre sospechamos que algo va hacia allá. Y yo, que soy un espectador muy promedio, que igual disfruto comedias baratas (o un buen espectador de películas que se arriesga a tener otros lenguajes y lugares), tiendo a recopilar historias de amor, a estar pendientes de ella”.
“Las fui anotando en libretas, así que tenía una colección de historias de parejas, sobre todo dramáticas. Pensé que podrían ser cuentos, pero me pareció evidente que todas eran parte de un mismo mundo y fui llegando a la conclusión de que estaban sucediendo al mismo tiempo en el mismo año. Están todos viviendo el año 2016, que los está poniendo en jaque”.
“Oscilo entre ver esto como en los años 50 en Colombia o termino volcado al optimismo por el solo hecho de estar vivo. Y uno no puede vivir pensando en que todo va a salir mal. Y si se tiene hijos es peor. En el fondo tengo la idea de que es imposible que esto empeore”.
Porque ese año 2016 —¡qué año!— uno a uno se anotaron reveses. Anoten solo estos tres: el Brexit en Reino Unido, el triunfo del No en el plebiscito en Colombia, la elección de Donald Trump en Estados Unidos. ¡Qué año!
Pero ahí estaba el amor. Para qué el amor, Ricardo, le pregunto. “Es lo principal que estamos haciendo, articular o darle disciplina a la realidad que es el amor. Hace años que veo el amor como una disciplina, como una capacidad de estar en el mismo lugar todos los días, para insistir en la misma persona. Es una muestra grande de coraje, porque es permitir que otro sea testigo de uno siempre, en esa versión de uno. Es complejo. Pero también es la fascinación con el hecho de estar vivo”.
La literatura para qué
Estar vivo para leer, para escribir. “Recuerdo que en las facultades de literatura y en las clases, no sé cómo será ahora, hubo un momento en que era usual entre los profesores y quienes trabajaban en ese mundo que se las dieran de estar dedicados a algo inútil. No le sirve a la economía, ni a la política, ni a la realidad vulgar y banal. Somos vagos y nos salimos con la nuestra. Eso me pareció absurdo siempre”.
Coincide Ricardo Silva Romero con el escritor Alberto Manguel que hace poco escribía en el New York Times que leer literatura podría hacernos mejores personas.
“Leyendo uno aprende que hay gente diferente, una gente que se te parece, una gente que vive en un contexto diferente (y ahora que se ha vuelto tan fácil sacar a la gente de su contexto, estigmatizarla, reducirla, caricaturizarla). Y quien lee literatura siempre está pensando que eso no se debe hacer, que hay que entender a la gente en su lugar y en su contexto, en su momento de la historia, su ciudad o su cultura. Esa comprensión del otro es posible con la literatura”, dice Silva Romero.
Y lo intenta Ricardo en sus novelas y también en sus columnas, porque cada semana hace un par de llamados a la convivencia.
“Me parece que está lejos de ser comprendido por la ciudadanía ese mensaje de que uno puede detestarse, pero no es necesario aniquilar a la otra persona, ni enlodarlo, ni mancharlo... Ese el tema de fondo de mis columnas. Es un llamado muy simple y de sentido común a la convivencia que resulta muy difícil de transmitir en Colombia, es un reto muy impresionante. Es como si no habláramos la misma lengua y todo lo que decimos la gente lo recibe de otro modo. La gente lee cargada de prejuicios y es muy difícil que lean lo que uno está poniendo ahí”.
Y la gente se enoja, en todo caso. Y lo tachan de algo, de lo que sea. Porque se está en el tiempo de las lapidaciones, como le pasa al profesor Pizarro de su novela.
“Claro, diga lo que uno diga, parece difícil que se lean las frases que podrían servir para la convivencia y se quedan con las que son críticas y que no puedo dejar de escribirlas, porque en ese caso no hago el trabajo de columnista, sino el papel de un pobre hombre pidiéndole a un pelotón de fusilamiento que no dispare”.
Una cuestión de suerte
Cartas astrales, tarotistas, brujos, astrología, signos zodiacales. En Cómo perderlo todo hay un asunto esotérico que pende sobre cada personaje. Este es Libra, aquel es Leo, ese es Cáncer…
“Nunca he tenido problema con nada de esa sospecha de que lo invisible afecta lo visible, en general. Mi papá fue un profesor de física durante 70 años y desde siempre fue un muy buen lector del tarot. Un físico que leía el tarot. Yo vivo muy tranquilo con mis contradicciones, teniendo fe, pero al mismo tiempo confiando en los hechos. Me tomo esas cosas con humor y también a pecho, al mismo tiempo”.
Pero no se confunda, no es Ricardo Silva un tipo agorero, no se lo imagine sentado leyendo los horóscopos de diarios y revistas. “Creo que todo eso sirve para pensar cosas sobre uno y sobre el mundo. Todo eso esotérico, el tarot, la carta astral e incluso esos horóscopos elaborados y los videntes... Eso es útil, pero no entorpece o transforma lo que voy a hacer hoy. No me importa si Mercurio está retrógrado para tomar una decisión y no pienso mayor cosa en eso. Pero sí me parece posible que alguien, leyendo el tarot, logre hacer retratos muy afortunados de alguien que no conoce. Y me parece que la carta astral es muy sorprendente cuando se la hacen a uno, con cosas muy específicas y que allí se ven. Tiene sentido que todo lo que pasa en el universo tenga efecto sobre todo lo que hay en el universo”.
Algún ritual para escribir, se imagina uno, entonces. “No, agüeros no tengo. Me gusta la gente que los tiene, me caen bien. Pero yo soy muy oficinista. Me siento y trabajo y no estoy pensando en inspiraciones o en suertes”.
Vivir en una biblioteca
En la casa de Ricardo Silva Romero se vive entre libros. Hay una biblioteca, claro, pero se quedó pequeña. Lo saben todos: una biblioteca es siempre un proyecto en construcción. Sus libros lo acompañan desde su casa, de cuando era niño. Y se sumaron los de Carolina, su esposa, y ahora los de sus hijos. “Ocupa toda la sala y el comedor y se reparte por las habitaciones. Pero en la sala hay una mesa que es una biblioteca. Y en los cuartos, las mesas de noche son bibliotecas. Ha tocado ir volviendo todo biblioteca. Es una restricción que no hay en la casa... No se comprarán más juguetes, pero sí libros nuevos”.