Escribir para tomar a la sociedad por las solapas y sacudirla. Mantener vigente una voz que incomoda; recuerda errores, dolores y carencias, e invita a abrir los ojos. Ensayar pensamientos que no se andan con medias tintas y rehúyen lo políticamente correcto. Ese, se podría decir, es el trabajo de escritores como Julio César Londoño y Eduardo Escobar.
Ambos presentarán sus libros, editados por la Editorial EAFIT, Los pasos del escorpión y otros ensayos (Julio César Londoño) y Cabos sueltos, la lectura como pecado capital (Eduardo Escobar), esta noche (7:00), en la Sala Filbo Ecopetrol (Corferias, Bogotá), en desarrollo de la actual edición de la Feria del Libro de Bogotá (Filbo).
El primero, palmireño, modelo 1953, echa mano de la osadía y el escepticismo para dar su visión, en el libro Los pasos del escorpión y otros ensayos, sobre la manera en que creaciones humanas tan disímiles como máquinas, armas militares y prendas de vestir moldean la forma de habitar el mundo por parte de sus creadores.
Cuando le preguntan por su motivación para aventurarse en la prosa ensayística, este escritor no sabe qué decir: "el primer impulso es contestar la verdad: porque sí, porque me gusta. Pero entiendo que la gente espera otro tipo de respuesta. Esperan, con razón, que un escritor sepa dar cuenta, al menos, de los asuntos relacionados con su profesión. Por esto he aprendido a ensayar respuestas. A veces digo, y de verdad lo creo, que hago ensayos para pensar con cierto orden en algunos temas. Otras veces, digo que los hago porque no sé hacer aforismos".
El segundo, escritor y periodista envigadeño de 73 años de edad, cuenta en su currículo con la experiencia de haber cofundado el Nadaísmo, esa respuesta a viva voz a las manifestaciones artísticas vigentes con la que un puñado de jóvenes dio la bienvenida a los años sesenta (siglo pasado) en Medellín, y alcanzó lectores y adeptos en Colombia y América Latina.
Pero las letras de un gran escritor se nutren de infinidad de lecturas atentas, cuya influencia queda un poco en las sombras cuando uno accede a su obra. Sin embargo, Escobar sintió la necesidad de dar a conocer su recorrido por los libros ajenos, en ese esfuerzo inacabable del creador literario por encontrar su propia voz.
De ese impulso nació Cabos sueltos, la lectura como pecado capital, un libro de ensayos que hereda de manera directa el espíritu de Cuando nada concuerda (2013). Tanto este como el libro de Julio César Londoño fueron publicados por la Editorial EAFIT. ¿Pero qué dice Eduardo Escobar alrededor de su nueva obra?
¿Por qué sintió la necesidad de escribir esta especie de balance de vida intelectual?
La verdad es que tanto Cuando nada concuerda, Cabos sueltos y Prosa incompleta, otro libro que publicó Villegas Editores hace años, son recopilaciones mejoradas, ampliaciones de textos que vieron muchas veces la luz en periódicos y revistas. En el trabajo periodístico, que es mi modo de ganarme el pan, siempre existe la limitación del espacio y la simplificación, y me parece, a veces, que ciertos textos merecen un tratamiento más concienzudo. Escribo mucho, pero, sobre todo, reescribo mucho. Escribir es sobre todo reescribir.
¿De qué manera retoma Cabos sueltos la temática de Cuando nada concuerda?
En el fondo, los dos libros forman parte de la memoria de un lector empedernido, de uno que, como yo, no hizo en la vida más que leer y jorobar.
¿Siente, entonces, que le faltó mucho por contar en Cuando nada concuerda, y aún habría más para dar forma a una trilogía?
Cómo no. Tengo una serie más de ensayos dedicados a esta manía del ratón de biblioteca que, quizás, me ponga a ordenar más adelante.
¿Exige la lectura de Cabos sueltos, para su cabal entendimiento, la lectura previa de Cuando nada concuerda?
No creo que sea necesario para entender el uno haber leído el otro, pero no sobra. Cabos sueltos es más personal, más autobiográfico, tal vez.
¿Pueden servir ambos libros como guía de lectura?
Yo sí creo que sobre todo Cuando nada concuerda y Cabos sueltos podrían servir bien como guías de lectura de los libros y los autores que más influyeron en el siglo veinte.
¿A qué edad fueron sus primeros encuentros con las letras?
Comencé a leer muy temprano, a los cinco o seis años, y jamás en mi vida ha pasado un solo día en que no haya estado unido a un libro o dos o tres.
Cuándo recuerda sus primeras lecturas ¿lo hace con cariño, le parecen inocentes, o cómo las definiría?
Conocí muy buenos autores desde el principio. Leí a Charles Dickens a los 10 y 11 años. Y entre los libros de los autores para muchachos, como Emilio Salgari, tropecé con muchas cosas de más enjundia. Y como uno lee al comienzo sin hacerse muchas preguntas leí montones de cosas buenas y malas todo el tiempo, hasta cuando encontré a los nadaístas y me hice más selectivo
¿Cómo se transformaron sus hábitos de lectura en ese momento
La lectura dejó ser una diversión y se convirtió en pasión y deber, en exigencia. Había que conocer el mundo, el pasado y las profecías. Leer se convirtió para mí en un imperativo.
¿Cómo vive usted la escritura?, ¿es una pasión, una necesidad, una forma de vida, un capricho?
Comencé a escribir cositas a los ocho años: cariños a la mamá, cartas, poemas a las muchachas. La escritura forma parte de mi vida y creo que me vi siempre como un escritor. A los 10 años escribí una novela de aventuras, algo que cuento en Cabos sueltos. Fue una novela donde imitaba sobre todo a Salgari, que era el autor de mis amores.
¿Cómo era la conversación con Gonzalo Arango?, ¿amena, exigente?, ¿de qué temas hablaban?
La verdad es que con Gonzalo nos comunicábamos las almas. Nunca comentamos libros ni entablamos conversaciones intelectuales. Hablábamos de nosotros mismos, de nuestros conflictos íntimos, de cómo el mundo de afuera se contactaba con nuestro mundo interno.
¿A qué se refiere con que sus amigos se fingen muertos?
Jean Cocteau dijo que los poetas no mueren, que solo fingen morir, y esos amigos míos siguen vivos en mí. Y sigo confrontándolos, recordándolos y recreándolos porque, además, los amigos siguen evolucionando en uno después de muertos, aclarándose. En ese sentido los amigos acabados no existen, se recrean siempre en nosotros.
¿Siente que ha dejado algún legado a través de sus letras y cuál?
No sé hombre, ese pensamiento implicaría una gran pretensión. Pero, de algún modo, uno como comunicador es multiplicador de ideas y ayuda al mundo a esclarecer sus esencias, por medio de la tradición, porque escribir es, a la vez, romper y mantener. El escritor deja hablar al habla, uno es el medio del habla. Algún sentido tendrá. Un amigo me dijo hace muchos años: "tú no sabes cómo me ayudas a vivir con tus escritos". Y de otro, me dijo su madre, después de muerto, que se había acompañado y consolado con un libro de poemas de san Juan de la Cruz que yo le regalé un día. Y me agradeció por esto.
Cuando mira la Medellín y la Colombia de hoy, ¿siente que el nadaísmo contribuyó de alguna manera a darles forma?
Claro que los nadaístas contribuimos en mucho a desembobar a Colombia. Eso nadie puede quitárnoslo. Colombia era muy pendeja y parroquial cuando nosotros aparecimos con nuestras proclamas y nuestros poemas desbaratados, y la vida y la literatura cambiaron para siempre, de eso no hay duda. Pero ese es un tema de otro libro que estoy pensando y es mejor no adelantar las cosas todavía.
Eduardo Escobar
Socio fundador del movimiento nadaísta con Gonzalo Arango y Amílcar Osorio. Director de la primera revista del nadaísmo, La viga en el ojo. Colaborador permanente en Nadaísmo 70, última revista del movimiento. Colaborador en publicaciones periódicas de Latinoamérica: Zona franca, revista nacional de cultura, de Venezuela; El corno emplumado, de México. Y en revistas y periódicos colombianos: Cambio, Soho, Cromos. Periodismo radial en Cadena Súper y Radio Caracol. Realizador de programas culturales para la televisión. Columnista de El Tiempo, El Colombiano; de Medellín, y El País, de Cali. Premio Nacional de Periodismo 2000 a la mejor columna de opinión. Coordinador de talleres de poesía en Casa de Poesía Silva de Bogotá.
Julio César Londoño
Ha recibido los siguientes premios: Plural, ensayo, México, 1992; Juan Rulfo, cuento, París, 1998; Rodrigo Lloreda, columna de opinión, Cali, 2012; Simón Bolívar, crítica literaria, Bogotá, 2014. Fue finalista del Premio Planeta de novela, Madrid-Bogotá, 2007. Ha publicado en cuento: Sacrificio de dama (1994), Los geógrafos (1999) y Cuentos exactos (2016). En novela: Proyecto piel (2008). Entre sus libros de ensayo, divulgación científica y periodismo se cuentan: La biblioteca de Alejandría (1995), La ecuación del azar (1997), Por qué las moscas no van al cine: artículos de ciencias y humanidades (2004), Nuestros ídolos: retratos no autorizados (2005), ¿Por qué es negra la noche?: los genios, el cuerpo, el sexo y las palabras (2010), El espejo y la moneda (2013). Los pasos del escorpión recoge algunos de sus ensayos más importantes publicados en los últimos 20 años en diferentes revistas y periódicos del país.
Mayores informes:
Alejandro Gómez Valencia
Periodista Área de Información y Prensa EAFIT
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