Rodrigo Jaramillo, astuto empresario, pensarán algunos, timador dirán otros, admirado y odiado por las mismas razones, sin formación profesional del sector construyó su imperio, convirtiendo a la firma comisionista Interbolsa en la más importante del país. Jaramillo logró posicionarse victoriosamente en el mundo de los negocios alcanzando prestigio, no solo para él sino para sus asociados, pero ¿a qué precio?
Creada en 1990, Interbolsa hizo parte de la ya desaparecida Bolsa de Medellín y fue adquirida por Rodrigo Jaramillo en una apuesta suya por incursionar en el mundo de las finanzas. Sin embargo, las funciones de una típica firma de la envergadura de Interbolsa no satisfacían al empresario, la firma debía llegar al siguiente nivel, y para lograrlo fue necesario rodearse de los socios adecuados, en palabras de la fiscalía “su grupo de amigos”, entre los que se encontraba Juan Carlos Ortiz quien, para entonces, ya había sido expulsado de la Bolsa de Bogotá.
Ya desde entonces, las intenciones de los representantes de la firma pudieron ponerse en tela de juicio, en retrospectiva se vislumbraba un final trágico. A pesar de lo anterior, la firma, con 1,5 billones de pesos en activos, acabó por tener un 30 por ciento de participación en el mercado. Se dimensiona, entonces, la magnitud de lo sucedido. La caída de Interbolsa arrastró consigo a un gran número de empresas, dejando cientos de personas sin empleo; se estafó por miles de millones a los inversionistas y a la comunidad en general que, habiendo depositado su dinero en la firma, acabó por perderlo, destruyendo así la confianza en el mercado.
¿Fue la manipulación de las acciones de Fabricato? o ¿fue la desviación de fondos de dinero? O, quizás, ¿la mala administración de carteras? Muchas son las teorías acerca de las razones que llevaron a lo sucedido, pero una cosa es cierta: este evento no ocurrió de la noche a la mañana, de hecho fue, casi por el contrario, la crónica de una muerte anunciada.
Que Interbolsa haya sido una de las firmas más vigiladas y sancionadas en la historia del mercado bursátil en el país pone en duda la labor de los órganos de control sobre el mercado y su responsabilidad sobre lo ocurrido. ¿Es acaso la ineficiencia de estos organismos lo que genera la debilidad del sistema? o ¿es la falta de ética y moral de los empresarios encargados? Tal vez un poco de ambas, como da a entender Rodrigo Jaramillo cuando afirma que está tranquilo pues ha actuado siempre a conciencia, de manera leal y apegado a la ley. Algunos analistas consideran que sí hay falencias en la regulación, y que en este caso la superintendencia faltó a su función de prevención ya que, a pesar de las sanciones impuestas anteriormente, no tomó medidas ante estas irregularidades, y si lo hicieron fue de manera tardía. Sin embargo, para otros el problema no está en la regulación. Aseguran que, de hecho, las normas existentes son más que suficientes y que la creación de nuevas no evitará la repetición de este tipo de hechos, ya que la responsabilidad no es de las entidades reguladoras sino de los “avispados” que siempre encuentran la manera de actuar a pesar de estas.
Como se mencionó antes, es mucho lo que se ha discutido sobre las razones económicas y financieras que llevaron al desfalco bursátil más grande que ha sufrido el país, pero detrás de estas causas están también las razones morales, tema que queda constantemente subvalorado ya que, como muchos dicen, vivimos en la sociedad donde “el vivo vive del bobo” y aquí no hay cabida para esos temas de moralidad.
Para este caso resulta precisa la teoría del homo economicus, hombres en busca de reconocimiento y riqueza sin más estímulo que lo económico, y es cuando la ambición supera la moral que las consecuencias se hacen claramente visibles. A estos grandes empresarios el exceso de confianza y la falta de escrúpulos terminaron por pasarles factura de aquel juego de azar, porque por acción u omisión fueron el túnel para permitir un descalabro de semejante magnitud.