Era un círculo político timoneado principalmente por dos partidos políticos, pero en Colombia ese círculo se mueve ahora entre más actores, si se tiene presente que para las próximas elecciones legislativas del 11 de marzo están inscritos 2957 aspirantes que representan las ideas de cerca de 16 partidos y movimientos políticos. Cómo cambió el escenario y cuáles son las características del presente partidista en el país son cuestiones sobre las que reflexiones docentes de EAFIT.
Para algunos de los analistas, el presente no es bueno para los partidos políticos, pues pierden fuerza como colectivos que representan a amplios sectores de la sociedad, y el poder que tenían parece que se centra en figuras de personas con capacidades de representación política que supera los proyectos colectivos.
Esa tendencia, evidenciada durante las dos últimas décadas en América Latina, se hizo más fuerte en Colombia durante los últimos 10 años y, en palabras de Camilo Andrés Tamayo Gómez, docente del Departamento de Comunicación Social de EAFIT, explica el hecho de que en el país se haya pasado de un escenario político regido por los partidos Liberal y Conservador a uno con múltiples colectividades aspirando a lograr escaños en el Congreso.
“Los ciudadanos se agrupan cada vez más a partir de intereses individuales, y la política colombiana se ha dado cuenta de que crear partidos políticos en épocas electorales es muy rentable, pues las élites tradicionales no han logrado dar cuenta de las promesas de bienestar emitidas durante las campañas. Esto no solo genera un desencanto general entre los votantes, sino que permite a muchas personas crear microempresas electorales: partidos políticos para lograr ciertas aspiraciones de poder y captar recursos estatales”, explica el docente.
Pero el paso del bipartidismo al multipartidismo puede tener una explicación institucional: la descentralización estatal, que permitió a los municipios tomar las riendas de sus asuntos administrativos y fiscales, y aumentó la relevancia de estos en términos de dinámicas político-partidistas.
Lo anterior, de acuerdo con Adriana Ramírez Baracaldo, docente del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de EAFIT, hizo eco en las prácticas históricas electorales y fortaleció a figuras locales o regionales que fueron aglutinando ciertas bases de votantes.
“Algunos los llaman caudillos, pero me parece más apropiado el término de varones electorales. Estos articularon unas bases movilizadas no por propuestas, ni por ideas, sino por la oportunidad que brindaba cada nuevo gobierno para dominar unas cuotas burocráticas y ciertas instituciones, por la forma como se repartían las instituciones entre los partidos tradicionales durante el Frente Nacional (1958 a 1974)”, expresa la docente, quien coordina el Laboratorio de datos, métodos y análisis político (DataPOL) de la Universidad.
Esa ruptura se hizo más notoria cuando la administración liberal de Ernesto Samper llegó a un punto de agotamiento por cuenta de los escándalos que lo rodearon, y Andrés Pastrana apareció como el rostro del último gobierno conservador, antes de dar paso a Álvaro Uribe Vélez, por el movimiento Primero Colombia.
Así lo considera Gustavo Duncan Cruz, profesor del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de EAFIT, para quien, en ese momento de la historia del país ya no había un sustento ideológico y “la clase política adquiría cierta independencia y no era posible mantener unida a la gente. Surgieron una serie de políticos provisionales que obtenían los votos más allá de las jefaturas naturales de los partidos, y eso terminó por colapsar. Pero, principalmente, el multipartidismo llegó porque se abrieron la democracia y la participación”.
La herramienta que terminó de allanar el camino a la multiplicidad de expresiones y movimientos políticos fue la Constitución de 1991, que reconoció políticamente las diversidades, al hablar de un país pluriétnico y multicultural, y sembró la semilla para la germinación de diversas manifestaciones ciudadanas y políticas que no se sentían representadas por las posturas del liberalismo o el conservatismo.
“Irrumpió entonces el Partido Alianza Democrática M-19, un movimiento que intentó mostrar la existencia de vida más allá de los partidos tradicionales. Luego, a finales de los años 90, se aglutinó la izquierda en lo que es ahora el Polo Democrático, bajo el nombre de Partido Demócrata Alternativo. Desde ahí, puede asegurarse que Colombia empezó a tener una expresión política muy diferente”, sostiene Camilo Tamayo.
Los extremos
El Frente Nacional ayudó para que muchos ciudadanos no percibieran diferencia alguna entre un partido y otro, pues, debido a las lógicas acordadas, las decisiones sobre política económica, o las estrategias y políticas sociales implementadas, no parecían evolucionar o cambiar tras los relevos en el gobierno.
Por eso, en opinión de Adriana Ramírez, “los ciudadanos se hicieron a una idea de que no valía mucho la pena votar. Esto ha sido un lastre que aún pesa entre los votantes más jóvenes, aunque cada vez con menor intensidad, por cuenta de los cambios generacionales. Lo cierto es que los partidos no representan hoy a los ciudadanos, pues no promueven decisiones de corte político ni apoyan las demandas o intereses manifestados por la sociedad durante las campañas en materia de salud, educación, impuestos, entre otros asuntos”.
De esta manera, los ciudadanos se alejan y empieza a desvirtuar la función de representación que deberían cumplir los partidos. Además, señala por su parte Gustavo Duncan, algunos líderes generan, por su cuenta, vinculaciones con figuras políticas locales, y eso termina por desbandar las colectividades, entre las cuales se exige cada vez menos responsabilidad por parte de los miembros.
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Alejandro Gómez Valencia
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