Marcela Olarte Melguizo
Periodista Área de Información y Prensa EAFIT
“Fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Ese es el propósito de la Real Academia Española (RAE), corporación que se creó en Madrid, en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y que, tres siglos después de su fundación, utiliza la misma herramienta para salvaguardar el idioma: un diccionario. Pero no se trata de cualquiera, es el Diccionario de la Real Academia Española, al que hoy también se le conoce como Drae, y cuya primera edición apareció en 1780.
Este diccionario tiene 2.400 páginas, pesa 2.4 kilos e incluye más de 93.000 artículos, unos 5.000 más que los que tiene la edición anterior, que se publicó en 2001. Además, recoge cerca de 200.000 acepciones, entre estas 19.000 americanismos, y se suprimieron 1.350 palabras.
Desde entonces se han publicado 22 ediciones y, desde el 21 de octubre, se puede encontrar la vigesimotercera con la que, además, se celebra el tercer centenario de la institución.
Este diccionario tiene 2.400 páginas, pesa 2.4 kilos e incluye más de 93.000 artículos, unos 5.000 más que los que tiene la edición anterior, que se publicó en 2001. Además, recoge cerca de 200.000 acepciones, entre estas 19.000 americanismos, y se suprimieron 1.350 palabras. Bigorrella (piedra de gran peso que sirve para calar las collas) y bajotraer (abatimiento, humillación, envilecimiento) son dos de las que se van al cementerio de las palabras.
Según Carlos Mario Correa Soto, docente del Departamento de Humanidades de EAFIT, se pueden establecer tres factores que motivan la revisión, por parte de la Academia, del estado y vigencia del diccionario, siendo el uso cotidiano del idioma el primero de estos. “Las personas tienden a simplificar el lenguaje valiéndose de señas e inventando significados y, en la medida en que las nuevas palabras adquieren acogida, se van configurando todo tipo de argots que, progresivamente, son incorporados al diccionario”
La tecnología es otro factor que motiva el cambio, especialmente por la introducción de modismos relacionados con los oficios propios de internet como
community manager, o actividades como tuitear y googlear. Precisamente, el mayor número de entradas de la nueva edición del Drae están relacionadas con los avances tecnológicos. Cameo, precuela, dron y tuit son algunas de las novedades.
Incluso, gracias a Internet, la forma de consulta ha cambiado y, desde 2001, se publica la versión electrónica del Drae a la que se accede gratuitamente. Esta ha sido actualizada en cinco ocasiones, entre 2004 y 2012. “En el futuro la actualización del Diccionario no será un hecho editorial, sino digital”, reconoce Darío Villanueva, secretario de la RAE.
El último de los aspectos referidos por el profesor Correa Soto, y que también tiene que ver con la tecnología, son las redes sociales que “han dinamizado el lenguaje de una manera desbocada, pero que también lo han reducido a pocos términos y estos son, además, abreviaturas”.
Los modismos con los que se entienden las comunidades virtuales no han pasado inadvertidos por la Academia, que los empezó a aceptar, poco a poco, puesto que se convierten en un lenguaje universal que rompe las fronteras entre idiomas. Sin embargo, también se dice que la virtualidad, con algunas de sus expresiones como los chats, es la que ha empobrecido el lenguaje, especialmente, el de las nuevas generaciones que utilizan, por ejemplo, el término cosa para referirse a todo.
“Esta es una situación triste porque el idioma castellano es el que más sinónimos tiene para dar cuenta del mundo. Por eso, es importante que la Academia siga defendiendo la riqueza de nuestro idioma a través de distintas acciones como la actualización permanente de su diccionario”, anota Carlos Mario.
Las palabras también empiezan a escasear porque la conversación y la escritura, que no la redacción, se están reduciendo. Las relaciones interpersonales mediadas a través de
Whatsapp se bastan de emoticones, se consume mucha información pero es poca la literatura que se lee y ni qué decir de la escritura que parece un oficio de antaño.
“Se estima que un estudiante universitario empieza su vida académica con apenas 500 palabras. Con estas se supone que se debe expresar y hacerse entender. Tiene un recurso muy limitado y esto es producto, en gran medida, de la escasa lectura. Pero en este aspecto también fallan los docentes que poco motivan a leer y a escribir”, añade Carlos Mario, coordinador del Área de Periodismo del pregrado en Comunicación Social de EAFIT.
“Las novelas latinoamericanas, que son tan populares en Espa- ña, han hecho que se incluyan algunas palabras en el Diccionario como chévere o mula, aunque el lenguaje propio del hampa no solo llega por los medios, sino también por las investigaciones académicas”: Juan Gustavo Cobo Borda.
Periodismo y literatura
Las nuevas tecnologías también han transformado radicalmente el quehacer de los medios de comunicación masivos, y no solo en cuanto a volumen o accesibilidad, sino a su forma y contenido. En periodismo, por ejemplo, las noticias se están adaptando a la estructura que les impone internet, en la que prima el resumen. Ya no hay tiempo para leer una crónica de largo aliento o para disfrutar de un perfil, solo se accede a un portal de noticias para saber qué está ocurriendo en el mundo.
“Como ya no se titula, sino que el título se convierte en la primera frase de la noticia, a la que hay que enlazar con el primer párrafo, se ha sacrificado la creatividad. Antes el titulador era tan importante como el editor y lo que hacía era un verdadero arte”, recuerda el profesor Carlos Mario, quien, por muchos años, trabajó como periodista de
El Espectador.
Las posibilidades que ofrece el ciberespacio, especialmente con los blogs, también han hecho mella en el uso correcto del lenguaje, pues no todas las personas que allí escriben han tenido una formación previa en periodismo o áreas afines a la comunicación. Algunos blogueros ignoran que no se escribe como se habla y por eso son tan comunes los errores gramaticales y ortográficos.
“La escritura tiene un ritmo, una lógica y una estructura que no es la misma que la de la conversación. Por eso son tan importantes los signos de puntuación y de exclamación, y también el punto y coma que ya casi nadie sabe dónde se pone”, explica el profesor Correa, para quien el uso del lenguaje de manera correcta es equiparable al aseo personal. “Es un tema de presentación personal, hay que estar bien presentado en público”.
Pero si el periodismo, como se dice en muchos casos empobrece el lenguaje y contribuye con la falta de rigurosidad en su uso, la literatura se consolida como uno de sus aliados. Así lo señala Juan Gustavo Cobo Borda, poeta colombiano, quien destaca que muchos términos entran al diccionario luego de su aparición, y posterior popularización, en la literatura.
Además, “si miramos las tres novelas claves de la literatura colombiana,
María,
La vorágine y
Cien años de Soledad, vemos que son muy atentas al buen uso y significado preciso de las palabras, pero, a su vez, que le incorporaron nuevas realidades al lenguaje como el influjo foráneo, especialmente árabe, como se puede apreciar en la obra de García Márquez”, añade Cobo Borda.
Sobre el nobel colombiano cuenta que no había nadie que le tuviera más amor y devo - ción a los diccionarios. “Le interesaba el pasa - do de las palabras y el modo cómo sus colegas las habían usado. ‘La novela de las palabras’, así llamó al diccionario de Cuervo en el que se explicaba cómo se usaban las palabras en las obras literarias”.
Para Rocío Vélez de Piedrahita, escritora antioqueña, la lectura de obras clásicas tam - bién fue determinante en su oficio, en el que además fue pionera. Su hermano mayor era quien, durante su adolescencia, le alcahuetea - ba este pasatiempo. “Me gustaba leer de todo, especialmente aventuras.
Sherlock Holmes y los relatos de Julio Verne eran mis favoritos”, cuenta la autora del libro
Marco Fidel Suárez y Luciano Pulgar, el político y el hombre de letras, editado en 2014 por el Fondo Editorial Universidad EAFIT.
“Juan me prestaba todos sus libros, pero me señalaba una partes que, según él, no eran apropiadas para mí. Por supuesto, yo empeza - ba por ahí”, relata Rocío, quien, junto a Rami - ro, su esposo y corrector de estilo de cabecera, solía llevar a sus hijas a la Librería Continen - tal para que escogieran tres libros para leer durante las vacaciones.
Y es que, como los libros, los diccionarios solían ser regalos maravillosos. En las biblio - tecas de las casas y de las oficinas ocupaban un lugar especial a la vista y alcance de to - dos. Tareas escolares, consultas de todo tipo y crucigramas se resolvían con enciclopedias y diccionarios. Incluso en los colegios, en las clases de español, los profesores dedicaban varias horas a la enseñanza de “cómo buscar en el diccionario”. ¿Por qué no revivir esta tradición ahora que se acercan las festivi - dades decembrinas? Una tableta más, un vi - deojuego menos no harán la diferencia en el árbol de regalos, pero un diccionario al año, jamás hará ningún daño.
¿Cómo se actualiza un diccionario?
De acuerdo con la información que suministra la
RAE, el proceso de actualización de su diccionario
se centra en las siguientes tareas:
• La adición de nuevos artículos o acepciones.
• La supresión de artículos o acepciones ya
existentes.
• La enmienda total o parcial de los artículos.
Esta revisión se realiza agrupando las palabras,
según diversos criterios, como el área temá-
tica a la que pertenecen (palabras de la música,
palabras de la química...), por sus características
gramaticales (sustantivos, conjunciones, adjetivos
invariables…), por su procedencia (extranjerismos,
revisión de etimología…), por el área
geográfica en la que se documentan, entre otros.
Especialmente relevante es la puesta al día
del Drae para que el tratamiento de sus definiciones
y lemas responda a la doctrina que se
expone en el resto de las obras académicas
publicadas entre dos ediciones del Diccionario
(Gramática, la Ortografía o el Diccionario de
americanismos).
En este proceso también participan las academias
de los demás países que conforman la
Asociación de Academias de la Lengua Española,
que envían a uno de sus miembros correspondientes
para que las represente durante esta
revisión. Juan Gustavo Cobo Borda, quien hace
parte de la Academia Colombiana de la Lengua
desde 1993, estuvo en Madrid, en 2001, en la
actualización de la vigesimosegunda edición del
Drae y fue testigo de la inclusión de dos palabras
muy colombianas: ajiaco y mula.
La primera definida como “sopa espesa hecha
con diversas clases de papas, pollo, maíz
tierno y aromatizada con hojas de guasca”; y la
segunda, infortunadamente en su acepción más
negativa, como “contrabandista de drogas en pequeñas
cantidades”.
“Las novelas latinoamericanas, que son tan
populares en España, han hecho que se incluyan
algunas palabras en el Diccionario como chévere
o mula, aunque el lenguaje propio del hampa
no solo llega por los medios, sino también por las
investigaciones académicas”, afirma Cobo Borda.