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Todos los Cortázar el Cortázar

​​​​TODOS LOS CORTÁZAR EL CORTÁZAR


No una reseña, no un artículo de opinión o un ensayo: una oda en prosa. Es el espacio para que el lector descubra la inmensidad que abarca lo cotidiano. Eso es la literatura cortazariana.


Pablo Sierra Saldarriaga.


Julio Cortázar más allá de ser un escritor, es una miscelánea de artistas. Su prosa no transmite solo un mensaje directo. El efecto que genera en la cabeza del que tenga la humildad y el coraje de leerlo, sin hermetismos, es el de una explosión de emociones, una pólvora de helado: escuchar música en prosa, ver pinturas en palabras, degustar cada corriente literaria, darle un golpe de estado a la literatura. El viaje que se atraviesa como su viajero no es el de una relación lector-escritor pasiva, sino el de una amistad. En su tumba, llena de mensajes y flores, estará orgulloso de su cometido, justo lo que en Rayuela alude al “lector cómplice”: esa forma de entender la literatura con rebeldía y derecho propio, de hablarle a la obra con complicidad, una estimulación mutua. Esto no se da con Borges, que mira de lejos y hace sentir tan poca cosa a su lado. Una bofetada a cada lectura. 


Leer a Cortázar es perder la virginidad. Se agradece por haber asistido a tal revolución literaria, libros que ya jamás sabrán igual. Ser latinoamericano se vuelve una medalla, ya nunca la del tercer mundo, por lo menos en la literatura. Entrados en este punto, ir con amigos al café es asumir una invisible presencia de su parte en los argumentos que surjan hablando de la literatura o de la vida que, a fin de cuentas, es lo mismo.


Entre idiomas inventados como el glíglico, fragmentos de jazz, renglones entrecruzados, o manuales de instrucciones, Julio Cortázar deja la puerta abierta a la construcción de su obra; para leer otros escritores hay que lavarse las manos, no ensuciar con interpretaciones el verdadero sentido de lo que querían decir. No, Cortázar permite una interacción afectiva y pasional. En su momento dijo “a Rayuela hay que sentirlo, no entenderlo”. Se lee su obra con éxito en la medida en que se produzcan emociones, las que sean, pero que no sea algo pasivo. 


A pesar de que –en sus propias palabras–, la filosofía que se encuentra en sus libros es amateur, que nada hay de filosofía en él, aun habiéndola estudiado en la universidad de Buenos Aires, el eclecticismo es la corriente filosófica que más se adapta a la narrativa cortazariana. Es fácil acordarse de Albert Camus o Jean-Paul Sartre al leerlo, por su absurdismo y existencialismo, dos grandes inspiraciones desde su mudanza a París en pleno apogeo de dichas corrientes. También es posible vislumbrar a Borges, compatriota suyo y uno de sus dioses literarios, pues Cortázar dijo que sus dioses estaban en la tierra y no en otra parte; ver a William Faulkner, a Burroughs, a Ginsberg o a Kerouac cuando habla de sus historias yankees o sus experimentos “Generación Beat” latinoamericanos. Su literatura es un collage de escritores. Esa es su esencia personal, su autenticidad cronopia.


No solo se alimenta de escritores, no. Su prosa se entiende con el expresionismo abstracto de Jackson Pollock, por su facilidad para usar la interpretación y la casualidad en favor propio; puede tornarse romántica como El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich en poemas como Los Amantes: una espuma de introspección y caminos solitarios por un jardín. Y hablando de jardines, Claude Monet y su impresionismo, comparten paleta de colores con Cortázar cuando miramos las diferentes tonalidades que pueden adoptar sus cuadros y su prosa, respectivamente. 


Lo anterior a propósito de escritores y pintores. No obstante, Julio Cortázar hacía de su prosa una partitura, no porque tocara la trompeta, sino por su gran admiración hacia Louis Armstrong o Charlie Parker, cuyas melodías no dudó en derramar sobre sus letras. Basta leer El Perseguidor o Rayuela para merodear el callejón del jazz underground; Lugar llamado kindberg para tararear a Paul McCartney y las melodías Beatles; La vuelta al día en ochenta mundos para saludar a Gardel.


Por lo demás, lo lúdico fundamenta la escritura cortazariana, es decir, una invitación constante a imaginar e interpelar fondos políticos a través del humor. Así, se aprecian manifestaciones de posturas entre-líneas y críticas a autocracias, como El gran dictador de Charles Chaplin, en cuentos como Casa Tomada. Tan directo fue su humor que le valió méritos para la censura argentina a obras como El libro de Manuel.


Tan duro y recursivo a la hora de invertir en la escritura y generar imágenes potentes y cotidianas, como las películas de Woody Allen. Subir una escalera al derecho o al revés, darle cuerda a un reloj o instrucciones para llorar, son temas en apariencia banales, pero que resbalando en su pluma cobran la trascendencia propia de volúmenes de filosofía. En Cortázar la revolución está en el botón de la camisa.


Si la lápida de su tumba y las críticas de su obra ya están repletas de flores, acá dejo una más…

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