Mario Alberto Duque Cardozo
Colaborador
El mapa político y social del mundo bien puede haber cambiado en el pasado a causa de enfermedades pandémicas. La peste negra tuvo un peso importante en la caída del feudalismo en el siglo XIV. Y la mal llamada gripe española de 1918 tuvo entre sus consecuencias facilitar la llegada de la mujer al trabajo —ante la falta de hombres, diezmados estos tanto por la Gran Guerra como por la misma enfermedad—.
Aquella pandemia de finales de la segunda década del siglo XX empezó a dar pistas sobre lo que debería ser la salud pública y dejó en evidencia, al igual que esta nueva causada por el SARS-CoV-2, que las poblaciones pobres y desatendidas son golpeadas más fuertemente por las enfermedades.
Un estudio de la Universidad de Harvard, publicado este año y citado por la BBC, indica que mientras en Estados Unidos la gripe española mató al 0,5 % de su población (que para aquel entonces representaba alrededor de 550.000 personas), en India se cobró la vida de 17 millones de personas, una cifra altísima si se tiene en cuenta que esta enfermedad costó la vida entre 50 y 100 millones de seres humanos en los dos años que duró.
No cambió mucho la situación en ese gigante de Asia: con cerca de 10 millones de casos y más de 140 mil fallecidos, India está entre los países más afectados por el SARSCoV-2.
Algunas lecciones dejó aquella pandemia de un siglo atrás. Fue en la década de 1920 cuando los gobiernos y las naciones empezaron a crear o reforzar sus ministerios de salud, para hacer frente a este tipo de situaciones. Y juntos, guerra y pandemia, estuvieron en el imaginario de los gobernantes cuando decidieron crear lo que luego se llamó estado de bienestar, hoy tan debilitado.
Claro, también dejó secuelas económicas, porque entonces como ahora, las cuarentenas, el aislamiento social, el distanciamiento físico, y los cierres del comercio y la industria fueron medidas necesarias para controlar el contagio, haciendo caer los índices de producción y las tasas de empleo. Todo muy parecido a las medidas tomadas para frenar la enfermedad covid-19.
Lo que se aprendió
Para María Eugenia Puerta Yepes, doctora en Matemáticas y docente de la Escuela de Ciencias de EAFIT, alrededor de la pandemia, especialmente durante las primeras semanas de confinamiento, se creó un espíritu de cambio. “La gente habló mucho de la generosidad, de cambiar de actitud frente a la naturaleza”. Sin embargo, opina esta investigadora que se ha enfocado en la biomatemática, eso ahora no es tan claro, pues “con la reactivación económica volvió la rutina de la normalidad”.
El virus ha sido un jalón de orejas para la investigación. ¿Estábamos haciendo investigación para resolver problemas como estos? ¿Su estudio era para ayudarle a la humanidad a ser mejor? ¿A crear un mundo mejor? Yo creo que esta pandemia ha cuestionado mucho a los investigadores amigos de la publicación por la publicación. María Eugenia Puerta.
Hay asuntos que pueden calificarse como positivos: “Hay pueblos que han visto reforzados sus centros de salud, por ejemplo. Pero estamos pagando un costo muy alto para que los gobiernos se den cuenta que los sistemas de salud de un país deben ser muy buenos”.
Para la profesora Puerta, también es relevante que se hayan generado cambios en lo científico, sobre todo por una mirada más completa sobre lo fundamental que es la ciencia básica, entender que no solo se debe invertir en investigación aplicada, sino que es en la ciencia básica donde se pueden encontrar mejores respuestas a estos eventos desconocidos.
“El virus ha sido un jalón de orejas para la investigación. ¿Estábamos haciendo investigación para resolver problemas como estos? ¿Su estudio era para ayudarle a la humanidad a ser mejor? ¿A crear un mundo mejor? Yo creo que esta pandemia ha cuestionado mucho a los investigadores amigos de la publicación por la publicación”.
Se lograron, también, avances en los procesos científicos. “Pero no podemos llegar a niveles de velocidad que no sean confiables”, agrega para explicar por qué entre alguna parte de la población las vacunas que han empezado a aplicarse tienen un porcentaje de incertidumbre.
¿El año que puede cambiar todo?
Pero el año 2020 puede ser de ruptura, de aceleración de aceleraciones. La pandemia puede representar cambios en la manera en que nos relacionamos, puede significar la desaparición de algunas costumbres o la consolidación de otras formas de trabajo.
¿Quién volverá a esperar a que todas las personas puedan estar en una misma ciudad, en una misma oficina, para poder realizar una reunión?, ¿cuántas empresas habrán entendido que la presencialidad quizá no sea necesaria?
El año 2020 nos sacudió como sociedad y nos reta a pensar en acuerdos colectivos alternativos. No podemos ser ingenuos ni indolentes, pero estamos en la obligación de construir un horizonte esperanzador, dice el decano Eslava.
“Estamos cambiando para bien y para siempre —opina Adolfo Eslava Gómez, decano encargado de la Escuela de Humanidades de EAFIT–. A pesar de la adversidad que trae consigo la crisis múltiple que desató la pandemia, también es posible identificar detonantes del cambio social impostergable que nos permita construir nuevos nosotros”. Para el docente, la fuerza que han cobrado palabras como empatía y solidaridad son una consecuencia de la vulnerabilidad de la que somos ahora más conscientes.
“Desde el Foro Económico Mundial se nos propone un gran reinicio y el Papa Francisco nos recuerda que la verdadera riqueza es la fraternidad. En consecuencia, el año 2020 nos sacudió como sociedad y nos reta a pensar en acuerdos colectivos alternativos. No podemos ser ingenuos ni indolentes, pero estamos en la obligación de construir un horizonte esperanzador”, dice el decano Eslava.
Sí, el Foro Económico Mundial (FEM). Desde allí se habla sobre cómo administrar las consecuencias que dejará —porque las dejará— la pandemia del covid-19. El 2020 bien podría ser el año de la incertidumbre. La pandemia, como lo hizo la gripe española, dejó de nuevo en evidencia las fragilidades de la humanidad como especie. No son las armas nucleares que ensombrecieron la esperanza del mundo (y aún lo hacen) las que se cobraron la vida, hasta la mañana del 7 de diciembre de 2020, de 1.535.492 personas.
La publicación del libro Covid-19: el gran reinicio (COVID-19: The Great Reset), de los profesores Klaus Schwab y Thierry Malleret, puso sobre la mesa la magnificación de los problemas que ya aquejaban al mundo, haciéndolos aún más evidentes.
Porque no son nuevas las desigualdades ni las injusticias. Tampoco el incremento del déficit público, las crisis de los liderazgos mundiales eficaces, el aumento de los populismos o la radicalización política, pero el covid-19 los profundizó.
El llamado de Schwab y de Malleret es a crear un mundo menos divisivo, menos contaminante, menos destructivo y empeñarse en crear una sociedad más inclusiva, más equitativa y más justa. Porque si bien en el mundo hay menos analfabetismo, menos mortalidad materno infantil, esas mejoras “en promedio” siguen dejando a millones de personas lejos de cualquier noción de bienestar social.
Lo que hay que cambiar
Schwab y Mallaret se suman a Thomas Piketty para poner en duda una premisa del capitalismo: que la desigualdad es una lamentable consecuencia del progreso. Insistiendo, en cambio, en que se trata de una opción política, que le deja al mercado la opción de repartir las oportunidades.
Hay que empezar a medir de otra manera el desarrollo. “La pandemia nos mostró, de nuevo, que somos una sociedad que no ha evolucionado en términos del bienestar de la población, que no es lo mismo que estar de primeros en la lista de países más desarrollados”, afirma la profesora Puerta.
Los países que hablan de bienestar social, que lo entienden, son a los que mejor les ha ido. Los poco más de 38 mil casos y 354 muertos de Noruega lo demuestran, comparado con Estados Unidos, que con cerca de 15 millones de contagios y más de 280 mil muertos, lidera el escalafón de países más afectados.
“El concepto de desarrollo vamos a tener que repensarlo, porque solo enfocado en los indicadores económicos no hablan de cómo está viviendo la población, es decir, no estamos midiendo el bienestar social”.
El Foro Económico Mundial también parece haberlo entendido con su Gran Reinicio. El PIB, por ejemplo, con el que las naciones suelen medirse, ha tenido en cuenta los factores equivocados: “El PIB falla en muchísimos aspectos: mide la riqueza, pero ignora su distribución. Ni siquiera contempla los costes humanos y financieros del capitalismo, los ‘factores externos’ como el bienestar social, la degradación ambiental y los costes sociales, mentales y físicos de las innovaciones”, afirma el artículo COVID-19: las 4 claves del Gran Reinicio, firmado por Hilary Sutcliffe y publicado, precisamente, por el FEM.
También en el terreno de la economía hay propuestas que buscan reducir las consecuencias de las enseñanzas de la Escuela de Chicago y su prioridad por el libre mercado a favor del capitalismo financiero, que si bien permitieron un periodo de relativa estabilidad, también dieron pie para la acumulación de riquezas en pocas manos sin tener en cuenta asuntos como el bienestar social. Actualmente, conceptos como Cuentas Ponderadas por Impacto o Economía de Mutualidad apuntan a que las empresas y las organizaciones también tengan en cuenta mucho más que la rentabilidad y las ganancias para los accionistas, sino también los problemas sociales y ambientales.
Los retos no son menores. ¿Es posible que el covid-19 permita que se efectúen con más agilidad? La pregunta no es vacía. Hoy por hoy, ya se ha dicho, en el planeta entero se intenta contener las diferentes olas de coronavirus con las mismas estrategias médicas de la gran pandemia de 1918, que desapareció tal como surgió. Ahora tenemos las vacunas, claro, pero la competencia por cantidades de dosis y su acceso por parte de todos los países será una muestra de esa misma desigualdad que causó tantas muertes hace más de un siglo y sigue siendo responsable del mayor número de fallecimientos por la pandemia actual.
“En términos de lo que hace que un país sea capaz de responder bien a una emergencia de este tipo, no aprendimos nada. Claramente, mucha gente no tiene acceso a agua potable para lavarse las manos, aún hay mucha inequidad”, concluye la profesora Puerta.
Habrá que esperar que pase algún tiempo para saber si, en efecto, el 2020 fue el año que definió un nuevo rumbo para la humanidad.