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Agencia de Noticias / Febrero 2012 Cultura / Ciencia y literatura, en el reino del rigor, la exactitud y la precisión

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Noticias febrero 2012
Cultura / 1 de febrero de 2012

Ciencia y literatura, en el reino del rigor, la exactitud y la precisión ​


El colombiano Héctor Abad Faciolince (izquierda) y el italiano Bruno Arpaia en la conversación que sostuvieron en EAFIT. La energía del vacío es el título en español de la novela más reciente de Arpaia, la que, a través de la literatura, expone teorías científicas.

• Alrededor de estos temas giró la charla que se realizó el martes 31 de enero entre los escritores Héctor Abad Faciolince y Bruno Arpaia, en EAFIT.
• Mecánica cuántica, protones, relatividad, Einstein, estética, cuentos y otros conceptos fueron traídos por estos hombres de letras… y de fórmulas.
Un italiano que se siente perseguido escapa con su hijo de Ginebra (Suiza). No se sabe por qué, pero necesita llegar rápido a otro país, ojalá a España, el lugar de origen de su esposa, quien trabaja en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (Cern, por sus siglas en francés).

Así comienza L'energia del vuoto, la novela más reciente del escritor italiano Bruno Arpaia, quien el martes 31 de enero en el Auditorio Fabricato de EAFIT, conversó con el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince sobre ciencia y literatura.

Ambos personajes entablaron un diálogo en el que las letras y los conceptos científicos se pasaron de un terreno a otro y dejaron expectantes a quienes coparon este espacio académico. De un lado había un Héctor Abad que planteaba interrogantes, mientras que de otro había un Bruno Arpaia con más respuestas.

De entrada, Abad Faciolince preguntó sobre las dos culturas, la científica y la humanística, las que en el mundo se encuentran separadas y a lo que Arpaia se refirió como una separación bastante reciente, que tiene más o menos dos siglos.

Además, explicó que entre la filosofía, la poesía y la ciencia no había distinciones. “Fueron los filósofos presocráticos los que fundaron la física occidental”, expresó Arpaia, quien anota que John Maynard Keynes le decía a Newton ‘el último de los brujos’, porque la mayoría del tiempo trabajaba sobre la alquimia y no sobre la caída de una manzana.

Así mismo, el escritor italiano recordó que los científicos también suelen leer novelas, ir al cine, al teatro o tocar el piano. Mientras que si se le habla a un humanista sobre la relatividad de Einstein o sobre la neurociencia, mira con cara asustada.

“Esto antes no era así, pero ahora pensamos que el mundo de las humanidades y el mundo científico son dos cosas distintas”, reiteró Arpaia.

Los puntos de en​​cuentro

Alrededor de los cuentos, por ejemplo, Arpaia recuerda que también la ciencia es un cuento, en el sentido de que está contando. “El cuento es la manera más antigua que la humanidad tiene para transmitir experiencias. La ciencia es una manera de transmitir experiencia, aunque haya desarrollado su propio idioma y esté concentrada sobre clases de fenómenos y no sobre acontecimientos particulares. Pero es un cuento”.

Y continuó: “La mecánica cuántica, por ejemplo, es un cuento, porque sabemos que funciona, pero no sabemos por qué. Llamamos por móvil, pero no sabemos cómo es posible. Sabemos que han hecho unos experimentos y que funciona. Pero las bases, los fundamentos, no los conocemos. Entonces, como en todos los cuentos, es algo acerca de cosas que han pasado y cosas que hubieran podido pasar. La realidad está hecha de eso”.

De igual manera, el italiano acotó que normalmente se cree que el arte tiene como objetivo la belleza y que la ciencia tiene la verdad. Pero, de acuerdo con él, no es así. Y, citando a Picasso, dijo: “El arte es una mentira que nos permite llegar a la verdad”. 

En esa línea de ideas comentó que en la ciencia hay una búsqueda de la belleza. “Uno de los más grandes físicos del siglo XX, Paul Dirac, decía que la belleza de una ecuación es mucho más importante que su exactitud, en el sentido de que si una ecuación es bella tarde o temprano se va a demostrar exacta”.

Arpaia aseveró que a un nivel determinado es muy difícil decidir qué es ciencia y qué es arte. “Uno piensa que la ciencia es el reino del rigor, de la exactitud, de la precisión y que el arte es el mundo de la inspiración, de la creatividad absoluta, pero cada vez que uno de nosotros se pone a escribir una novela, un cuento, o un pintor a dedicarse a un cuadro sabe que también tiene que haber disciplina, que es un trabajo cotidiano y que hay que desarrollar habilidades técnicas”.

De hecho apeló a Gabriel García Márquez, quien decía que en la escritura había un 10 por ciento de inspiración y 90 por ciento de transpiración. “Por el contrario, el trabajo del científico no es tan distinto”.

Y al recorrer varios hombres de ciencia, el italiano se atrevió a decir que la imaginación tiene un lugar muy decisivo en la ciencia, sobre todo en las de la naturaleza. “En todo dominio del conocimiento humano hay, por una parte, imaginación y, por otra, rigor”.

En este punto, echó mano de un concepto de un físico italiano, de los primeros que inventó la cibernética, quien decía que la ciencia es una mezcla de arte, técnica y método.

La energía de​l vacío

Y si se trae a colación el último libro del escritor italiano es porque en este afloran los dos temas, es decir, el rigor literario y una trama que incluye conceptos alrededor de la ciencia. De hecho, de acuerdo con Abad Faciolince, es una “novela apasionante que está muy bien construida. El tiempo en la novela es fundamental, el tiempo literario y el tiempo físico”.

Es una novela negra. Una especie de thriller policíaco que está ambientada en el Cern, en el laboratorio europeo sobre investigación nuclear, un sitio especial entre Suiza y Francia donde se hacen investigaciones de punta sobre las partículas subatómicas.

Al final, para concluir la charla entre literatura y ciencia, se hace necesario retomar las palabras de Primo Levi, las que Bruno usó en el epígrafe de su novela: “La distinción entre arte, filosofía, ciencia no la conocían ni Empédocles, ni Dante, ni Leonardo, ni Galileo, ni Descartes, ni Goethe, ni Einstein, ni los anónimos constructores de las catedrales góticas, ni Miguel Ángel. Ni la conocen los buenos artesanos de hoy, ni los físicos que dudan en el borde de lo conocible”.


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Juan Carlos Luján Sáenz
Periodista Área de Información y Prensa EAFIT
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