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El Eafitense / Edición 105 Ser mejor, un camino de excelencia moral - El Eafitense - Edición 105

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Ser mejor, un camino de excelencia moral

​La conferencia central del programa institucional Atreverse a Pensar contó, el 25 de septiembre de 2013, con el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, quien planteó la pregunta: ¿una vida ideal, perfecta o mediocre? En el siguiente artículo también se deja para la reflexión lo que, en realidad, significa “ser mejor” y si el mundo le ofrece al hombre un lugar para realizarse en todos los ámbitos.


​Jahanbegloo habla que la excelencia es el factor decisivo de la verdadera individualidad. Esta es la premisa moral con la que inicia la civilización y con la que subsiste.​

Nathalia Franco Pérez
Jefa del Fondo Editorial y Extensión Cultural

Al escribir este artículo habían pasado tan solo unos días del colapso de la torre 6 del Edificio Space, en El Poblado (Medellín), que se vino al piso la noche del sábado 12 de octubre de 2013 a las 8:20 p.m.

Una familia y muchos amigos despedían a Juan Esteban Cantor, estudiante de octavo semestre de Comunicación Social de EAFIT, quien murió en el parqueadero de la que era su casa. Dos hombres que trabajaban en la reparación de las columnas del edificio resultaron gravemente heridos: uno de ellos se recuperaba satisfactoriamente, el otro permanecía en cuidados intensivos. Además, tras el desplome de la edificación, otras diez personas murieron y sus cuerpos fueron encontrados luego de varios días de búsqueda.

Mientras se ampliaban los informes sobre lo sucedido en la urbanización Space se registraban en el mundo noticias sobre tragedias como un terremoto en Filipinas de 7.2 en la escala de Richter que, hasta ese momento, había dejado 171 muertos y cientos de heridos, según informe de la BBC. Sin embargo, casi nadie en Medellín hablaba de ese terremoto, del posible colapso financiero en Estados Unidos o de las 17 personas fallecidas en Japón tras el paso de un tifón, sino de lo ocurrido en la unidad de apartamentos, cuya última torre de 22 pisos fue entregada hace un año.

La pregunta es: ¿por qué este evento ha causado tanto impacto en Medellín, en Antioquia e incluso en el país? Una hipótesis podría ser que entre más cercanos sean los sucesos a la vida del sujeto, tiene más capacidad de identificarse con estos.

Otro argumento parece apuntar a que la indignación, el dolor y la rabia que ha suscitado este acontecimiento son contundentes señales de un malestar ciudadano de carácter ético y moral.

Según explica el profesor e historiador ejemplaridad para todos los seres humanos”. Adolfo Maya Salazar, del Departamento de Humanidades de EAFIT, la dimensión de las tragedias tiene que ver con las preguntas que genera: “Una tragedia tiene muchos rostros, tiene muchas caras. Una es su situación mediática; otra es la construcción social del hecho. Sin embargo, la tragedia no es el hecho, es mucho más allá de lo fáctico (…) La dimensión de la tragedia está, justamente, en los interrogantes y en las relaciones que construye”.

Atreverse a ser mejor

Precisamente, la cuarta fase del programa de integridad académica Atreverse a Pensar, de la Universidad EAFIT, plantea que el ser
humano se enfrenta diariamente a tomar decisiones de índole personal y social. Y en esa​ ​toma de decisiones surgen dilemas morales, como muy bien lo planteaba Lawrence Kohlberg, cuyo resultado será un comportamiento de acuerdo con qué tan interiorizadas tenga el sujeto las normas, ya no por temor al castigo o por la necesidad de ser reconocido, sino por la convicción de que solo a través de un actuar recto podrá relacionarse armónicamente con los otros, al tiempo que se está en paz con la propia conciencia.

La cuarta fase del programa de integridad académica Atreverse a Pensar, de la Universidad EAFIT, plantea que el ser humano se enfrenta diariamente a tomar decisiones de índole personal y social.​

Jahanbegloo sostiene que “la humanidad, al ser imperfecta, no puede habitar un mundo perfecto. Esa es la razón de que los proyectos utópicos siempre hayan sido ideas impuestas. Por el contrario, una vida de excelencia no pretende imponerse a los demás. Es un horizonte común de ejemplaridad para todos los seres humanos”.

En ese sentido, el programa quiso proponer a la comunidad eafitense pasar “del atreverse a pensar” al “atreverse a ser mejor”. Un “ser mejor” no entendido como una competencia frente al otro en la que un sujeto siempre sale ganando, a costa de lo que sea o de quien sea, sino como un camino de excelencia moral.

Y para hablar de excelencia moral, Atreverse a Pensar invitó al filósofo iraní Ramin Jahanbegloo a que compartiera sus reflexiones con la comunidad. Dice el profesor universitario en el artículo En búsqueda de la excelencia, publicado el 22 de septiembre por Generación (Suplemento dominical del periódico El Colombiano), que “la excelencia es el factor decisivo de la verdadera individualidad. Esta es la premisa moral con la que inicia la civilización y con la que subsiste. La excelencia es el parámetro de la dignidad y el valor humano que indagaba Sócrates cuando buscaba el significado de la verdad y la libertad, y esta excelencia, tan excepcional como escasa, es la que Spinoza consideraba la mejor vida dedicada a la verdad y a la libertad”.

Cuando se invoca el valor de excelencia, algunos podrían, de antemano, desistir con el argumento de que la condición humana es esquiva a la perfección y, por tanto, no vale la pena siquiera intentar vivir bajo los parámetros de esta virtud.
 
Sin embargo, en el artículo Vivir de otra manera, publicado en El País (de España) el 12 de marzo de 2013, Jahanbegloo sostiene que “la humanidad, al ser imperfecta, no puede habitar un mundo perfecto. Esa es la razón por la que los proyectos utópicos siempre han sido ideas impuestas. Por el contrario, una vida de excelencia no pretende imponerse a los demás. Es un horizonte común de ejemplaridad para todos los seres humanos”.

Para el programa Atreverse a Pensar esta postura filosófica se traduce en “ser mejor”. ¿Y qué significa “ser mejor”? Intentar alcanzar, cada día, un mayor nivel de consciencia que permita al individuo pensar y actuar coherentemente con un sistema de valores que lo lleven a vivir en bienestar consigo mismo, con la naturaleza y con los otros seres humanos, en el que da lo mejor de sí, en cada situación, con las capacidades y los talentos que la vida le ha dado.

Es una propuesta fundamentalmente ética, en la que la persona renuncia a la mediocridad, a la mentira, a la mezquindad y a la codicia para que los pilares que rijan su existencia sean la bondad, la compasión, la verdad, el respeto y la excelencia.

No es una vida trazada en las recompensas inmediatas y en la gratificación instantánea. Es una vida que le apunta a los altos ideales, tanto morales como profesionales; una vida en la que no solo tengan cabida las preguntas individuales, sino las colectivas; una vida que evada la trampa del éxito y el consumismo, según los dictámenes del capitalismo salvaje.​

​A la excelencia no se llega a través del logro de una meta, como en una maratón, donde después de correr 42 kilómetros se culmina la carrera. Se trata de un viaje cuyo destino es la travesía misma. Es una lucha diaria que implica optar por el bien, sean cuales sean las circunstancias. Es una apuesta aristotélica que parte de la premisa de que una vida en la virtud lleva a la felicidad, que es en últimas lo que más busca el ser humano.

Claro, no será esta una “felicidad sintética envasada”, con las falsas promesas del gozo material, sino una felicidad más relacionada con la trascendencia del espíritu. Como lo explica la filósofa Adela Cortina en el capítulo ¿Qué es la ética?, del libro Ética de la empresa: “Por felicidad puede entenderse bienestar, una vida lo más placentera posible, repleta de satisfacciones sensibles, o bien el logro de la perfección, o también la autorrealización, es decir, alcanzar aquellas metas que nos parecen justas y deseables, produzca o no ese logro una satisfacción sensible”.

 

La búsqueda de la excelencia no puede remitirse, únicamente, al plano individual. Cuando el hombre va tras altos ideales éticos tendrá dentro de sus preguntas vitales aquellas relacionadas con el bienestar de otros.​

Cuarta fase de Atreverse a Pensar

Una vez definido el marco teórico de la cuarta fase de Atreverse a Pensar, el equipo de trabajo definió las frases para suscitar la reflexión en la comunidad eafitense. “Debía ganar a cualquier precio”; “Yo estoy en lo mío, no me importa lo de los demás; “Todo el mundo tiene un precio”; “Con tal de pasar, qué importa dejarla en 3.0”; “Cuanto más grande sea la mentira, más gente la creerá” y “Lo digo pero no lo sostengo” fueron las frases que se vieron en vallas, displays, afiches y formatos de aula en todo el campus universitario.

Paralelamente, se realizó la segunda encuesta de fraude académico entre 727 estudiantes; se continuó compartiendo el programa en instituciones de la ciudad; se realizó la segunda edición del concurso Tómate un minuto para atreverte a pensar, que invitó a responder a la pregunta ¿Qué significa para mí ser mejor?; y se organizó la conferencia ¿Una vida ideal, perfecta o mediocre?, a cargo de Ramin Jahanbegloo, a la que asistieron más de 500 personas, además de las 157 que la siguieron por Internet.

Justamente en su texto presentado en la conferencia, el filósofo iraní concluía: “Para aquellos que creen en la vida como excelencia, la vida es en ella misma excelencia. Luchar por conseguirla es un camino seguro para lograr una vida destacada, libre de mediocridad, porque la excelencia es mejor maestra que la mediocridad. Es una tarea, no un hecho cumplido. Es un resultado gradual de siempre trabajar por hacer las cosas con un espíritu de nobleza y ejemplaridad. Sería erróneo, de esta manera, pensar que la excelencia es un estado de perfección. Perfección no es la única alternativa de mediocridad. Una alternativa más ética es la excelencia”.​

De lo individual a lo colectivo

La búsqueda de la excelencia no puede remitirse, únicamente, al plano individual. Cuando el hombre va tras altos ideales éticos tendrá dentro de sus preguntas vitales aquellas relacionadas con el bienestar de otros. En consecuencia, le dolerá el dolor del otro; será capaz de generar empatía con la necesidad del otro; y desarrollará la capacidad para desprenderse gradualmente de la obsesiva preocupación por el “yo” y cobrará más sentido en su vida el “nosotros”.

En palabras de un hombre africano, Kitimbwa Lukangakye, licenciado en Teología y consultor en temas de espiritualidad, “las consecuencias de una acción buena o mala realizada por un miembro de la comunidad recaen sobre todos. Todo lo que llega al individuo concierne al conjunto e, inversamente, todo lo que toca al grupo, toca al individuo.

El africano puede decir muy bien: ´Soy porque somos, y porque somos, soy´. Cada uno debe ser consciente de cargar con el destino de toda la comunidad. Este es un punto esencial si se quiere comprender la concepción africana del hombre”.

En ese sentido, el papa Francisco se ha mostrado indignado por lo que él denomina la globalización de la indiferencia: “Crece la tendencia al individualismo y a la indiferencia tanto personal como de las instituciones y de los estados, respecto a quién muere de hambre o padece malnutrición… Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades. El triste signo de la ‘globalización de la indiferencia’, que nos acostumbra lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal”.

Lo individual y lo colectivo se retroalimentan. No habrá una sociedad más justa y armónica mientras impere la avaricia, el egoísmo y la mediocridad en esos ciudadanos que la componen. De la misma manera, no habrá seres humanos más felices y con mayor bienestar si esa sociedad donde conviven no les ofrece las condiciones aptas para desarrollarse como personas íntegras, ejemplares y libres.

De ahí, la imperante necesidad de que, como sociedad y como individuos, se atrevan a ser mejores.​

Última modificación: 27/02/2017 20:32