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El Eafitense / Edición 107 Viajes y literatura - El Eafitense – Edición 107

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Viajes y literatura

​​​​En 2014 se llevó a cabo la décima edición del Ciclo de Literatura de Viajes de EAFIT, un programa de Extensión Cultural de la Universidad con un propósito de divulgación, abierto al público. Con ocasión del aniversario, se ofrece un recorrido por el desarrollo y riqueza de este vasto género literario.​


Lina María Aguirre Jaramillo
Colaboradora

Para buscar comida, para protegerse, para satisfacer un instinto, una curiosidad, para descubrir, para escapar, para tener sexo no incestuoso, para conquistar, para ofrecer un sacrificio, para buscarse otra forma de vida. Desde la antigüedad, la humanidad ha hecho del viaje una condición inextricable de su naturaleza, su evolución, su condición en el planeta, y lo ha convertido en fuente inagotable de creación, desde relatos orales o registros visuales hasta sofisticadas elaboraciones de pensamiento ligado a la escritura. 

El viaje es analogía de muchas actividades humanas y a menudo la vida misma es descrita como un tránsito. No sorprende entonces que sea una de las fuentes más fecundas de la literatura, ciertamente en las tradiciones europeas y entre ellas, particularmente notable, la británica.

La Odisea de Homero es la épica del viaje plagado de obstáculos, elevado a la categoría de búsqueda altamente simbólica. Herodoto en sus Viajes combina geografía, mito, historia y comentario social que incluye desde genealogías de los dioses hasta las cantidades de vino bebidas en el festival egipcio de Bubastis. 

En la Edad Media, los peregrinos llenaron caminos y diarios, muchos con motivos piadosos, otros no tanto: en registros de un misionero inglés del siglo VIII se lee la advertencia de pedir a matronas y monjas que evitaran el peregrinaje en Europa continental porque “pocas conserva[ban] la virtud” y acababan como cortesanas. Curiositas: prácticamente sinónimo de tentación mundana que desviaba a hombres y mujeres del cauce espiritual y despertaba la condena clerical de la época. Las cruzadas abrieron paso a un flujo masivo de cristianos europeos en el Medio Oriente y con ellas nuevos escritos dan fe de enfrentamientos culturales entremezclados con propósitos de conversión y preguntas sobre lo que hoy se llama alteridad. 

Travels de un autor supuestamente llamado sir John Mandeville (1356) se convirtió en un texto fascinante que exaltaba la curiosidad ante la diferencia prácticamente sin ninguna mesura. El narrador incluye relatos de pigmeos, gigantes, criaturas increíbles, frutos y pueblos exóticos, además de una parte dedicada a las prácticas musulmanas tratada con notable tolerancia. El impacto que causa Marco Polo con sus viajes por Asia es todavía hoy entendido como crucial para ​la construcción de nociones como aventura y navegación, así como de las ideas acerca de Oriente, y especialmente de China, para Occidente, fundamentales para el estudio de la Era de los Descubrimientos.​

Desde la antigüedad, la humanidad ha hecho del viaje una condición inextricable de su naturaleza, su evolución, su condición en el planeta, y lo ha convertido en fuente inagotable de creación.​

Exploradores considerados héroes, navegantes resueltos y no pocos piratas comenzaron a surcar mares de todo el mundo en nombre de Inglaterra, que aunque comenzó unas ocho décadas más tarde que España y Portugal, estableció un sistema de aventura marítima que servía a los propósitos del reino, sus intereses geográficos y comerciales, y en el cual los informes correspondientes se convirtieron en parte integral de la empresa exploradora. 

A esto se sumó la expansión de las publicaciones gracias a la imprenta y la creciente población alfabeta que rápidamente empezó a devorar todo tipo de crónicas de viajes a partir del siglo XVI hasta el XVIII, periodo del cual se dispone desde los famosos libros del Capitán Cook hasta las líneas menos conocidas de Mary Prince, autora de una de las escasas narrativas británicas hechas por una esclava.

De estos tiempos proviene una muy extensa colección de textos del llamado Grand Tour: el programa de viajes llevado a cabo mayoritariamente por jóvenes patricios britá- nicos en el resto de Europa como parte de su educación. Como es de suponerse, el Tour se convirtió en oportunidad no solo de practicar el francés, pulir el latín o griego, apreciar el arte renacentista italiano o afinar las destrezas lógicas en Alemania, sino también, y de forma no infrecuente, en pretexto para reafirmar preconcepciones de anglo-superioridad, de prejuicios protestantes y en canal de desfogue para inclinaciones artísticas, festivas, derrochadoras y pasionales. ​

James Boswell con su Boswell on the Grand Tour: Germany and Switzerland (1764), Tobias Smollett con su clásico Travels Through France and Italy (1766); John Moore con A View of Society and Manners in Italy (1781), la prolí- fica Lady Mary Wortley Montagu y sus Embassy Letters (1716-18); la pionera progresista Mary Wollstonecraft con su correspondencia compilada en Letters Written during a Short Residence in Sweden, Norway, and Denmark (1796) y por supuesto el célebre Doctor Samuel Johnson, el hombre que advirtió que cansarse de Londres era cansarse del mundo y que cuenta entre sus títulos The Journal of a Tour to the Hebrides (1773) y A Journey to the Western Islands of Scotland (1775) son apenas unos cuantos de la larga lista de autores y autoras que contribuyeron a la ampliación de las formas de literatura viajera. A propósito, ​ese viaje de Johnson por Escocia es un interesante testimonio de las primeras décadas del Tratado de la Unión que conformó al que hoy continúa siendo el Reino Unido​.

La palabra tourist en inglés aparece en el siglo XVIII pero tiene antecedentes: el viaje europeo como una institución inglesa con propósitos de formación se rastrea incluso en el periodo Tudor.​​

La aparición de tourist

La palabra tourist en inglés aparece en el siglo XVIII pero tiene antecedentes: El viaje europeo como una institución inglesa con propósitos de formación se rastrea incluso en el periodo Tudor. El souvenir que el diplomático Thomas Wyatt presentó ante Enrique VIII después de su tránsito continental revolucionaría la poesía local: introdujo el soneto italiano que influiría magistralmente en la obra de autores como el mismo Shakespeare. La guía Instructions for Forreine Travel (1642) de James Howell agotó ediciones durante varios años. Siglos atrás, en el II d.C., turistas romanos en Grecia se sirvieron de la Guía de Pausanias, con instrucciones para llegar a la Acrópolis en Atenas y al famoso Oráculo de Delphi. ​

Como documenta Lionel Casson en Travel in the Ancient World (1994), del año 1500 a.C. data un ‘grafiti’ dejado por alguien que probablemente paseaba por placer entre las pirámides de Egipto. No obstante, la figura del turista más cercana a la contemporánea es aquella asociada al surgimiento de una industria propiamente de viajes de placer ‘organizados’ que comienza en el siglo XVIII y avanza cómodamente en el XIX cuando la compañía Thomas Cook anuncia sus primeras excursiones y el ferrocarril acorta todas las distancias: destinos nacionales e internacionales se hacen más accesibles para las nuevas clases medias y la burguesía ya no solamente va a leer acerca de los viajes de los otros, va también a emprender los suyos y a relatarlos también. 

En este prolífico escenario, respetadas guías como las Baedecker o las John Murray comparten espacio de estanterías de librerías y bibliotecas dedicado al tema viaje: un estudio histórico podría hallarse no lejos de Paul’s Letters to his Kinsfolk (1816) de sir ​Walter Scott, que incluye una crónica de visita al sitio de la batalla de Waterloo, convertido prontamente en lo más parecido a una atracción turística.

Hombres y mujeres anduvieron los confines más lejanos en misiones oficiales, privadas, públicas, secretas, evangelizadoras, colonizadoras, de control político, científicas y otras labores diversas.​

Osados navegantes con vocación de pulcras bitácoras (y de grandeza) así como turistas con sus chaperonas en busca de “habitaciones con vista” (como retrataría E.M. Forster en su novela A Room With a View, 1908) y, a su modo, alguna epifanía, convergen en el propósito de usar el viaje como fermento para la escritura. En el siglo XIX, la emergencia y consolidación del imperio Británico proveyó a cientos de individuos de un espacio físico y mental para hacerse a una idea del mundo exterior que permitiese definir el extranjero no solo en sí mismo sino en relación con Gran Bretaña y su dominio en ese mundo. ​

Hombres y mujeres anduvieron los confines más lejanos en misiones oficiales, privadas, públicas, secretas, evangelizadoras, colonizadoras, de control político, científicas y otras labores diversas. El propósito victoria no de conocer y catalogar rigió una infinidad de viajes que partieron de las islas británicas con sus correspondientes relatos firmados por nombres como Charles Darwin a bordo del Beagle, Mary Kingsley en África, Richard Burton en Arabia y disfrazado de musulmán para llegar a La Meca, David Livingstone buscando la fuente del Nilo o la incansable Isabella Bird, haciendo sus últimos viajes por China, Corea y Marruecos ya nonagenaria​.

El despunte del siglo XX presagia el declive del Imperio. La presencia británica se repliega. Viajeros consumados como TE Lawrence (‘de Arabia’) y Gertrude Bell hacen de agentes de inteligencia, diplomáticos, negociadores y artífices de la nueva configuración de lo que hoy es el Medio Oriente, mientras escriben febrilmente: los archivos Bell se cuentan por miles de folios y negativos. Robert Byron se distanció de su Inglaterra natal para viajar desde Venecia hasta el norte de Afganistán y hacer una obra maestra de la literatura de viajes: The Road to Oxiana (1937) antes de morir a los 35 años en plena carrera personal, artística y de compromiso antinazi.​

A partir de la segunda mitad del siglo XX, el paraguas del Imperio está solo disponible para la nostalgia, para el viajero-caballero inglés que se permite burlarse inteligentemente de sí mismo -y a costa de los demás- y para quienes lo terminan de destrozar bajo la lupa de los nuevos estudios postcoloniales. Se escuchan cantos de cisne: que “el mundo ya está todo visto”, Himalaya, los Polos… todo conquistado. Que hordas de turistas invaden todos los rincones, dejando a su paso botellas de Coca Cola y el eco del continuo clic de sus cámaras. Después de reducir a clichés los sitios emblemáticos internacionales, llegan incluso empaquetados a Katmandú pretendiendo ‘aventuras’. A finales del siglo, aerolíneas nuevas compiten con tarifas de increíble bajo costo entre Londres y El Cairo, sin que medie ningún afán arqueológico entre la mayoría de pasajeros. ​

En el auge del turismo masivo, no obstante, viajeros (y la academia) con auténtica fibra exploradora se pueden permitir unas dosis de cinismo pero sin que esta engulla su curiosidad cultural. Brillan nuevas alternativas para abordar la cuestión literaria-viajera. Bruce Chatwin deja su oficina en Londres para iniciar una vida y carrera semi-nomádes, Paul Theroux decide un día tomar el tren cercano en Massachusetts y termina recorriendo las Américas, Asia, Europa, volviendo a África en donde décadas atrás sembró su germen viajero como joven profesor de inglés. Devrla Murphy mantiene una residencia en Irlanda y una bicicleta que la ha identificado en sus recorridos por Europa, Irán, Afganistán, Pakistán e India. Jan Morris, quien comenzó su vida como James Morris, soldado, agente de inteligencia y corresponsal de The Times que dio la primicia de la conquista del Everest, frisa los 90 años con viajes que han inspirado más de 40 libros, algunos tenidos como los mejores del género contemporáneo. Más recientemente, Pico Iyer en Japón indaga en el mundo moderno también con otros lenguajes de creación. 

La literatura de viajes se ha hecho a un espacio sin fronteras determinadas que toma libremente -libertinamente, dirán puristasde la novela, la poesía, la ciencia, la etno​grafía, la sociología, la geografía, la historia, el periodismo. Ocupa un lugar en estudios humanísticos, culturales, políticos y econó- micos, y en múltiples colecciones públicas y privadas porque ingeniosamente consigue renovar su atractivo generación tras generación. Personas de muy diversos intereses se entregan a la lectura de un libro de viajes reconociendo que aunque quizá no sea una versión siempre fidedigna de una experiencia (la mediación de la memoria y de la construcción literaria hacen lo suyo), si es bueno, será fiel al autor o autora, a su propia naturaleza y habilidad única para atreverse a mirar de manera no ordinaria lo que para otras personas es simplemente paisaje.​

Última modificación: 27/02/2017 13:26