Mónica Quintero Restrepo
Colaboradora
Solo una vez Daniel Gómez Mazo no obtuvo la mención de honor del colegio, de los seis años que estuvo. Estaba en octavo grado y la razón de esta situación tiene nombre propio: una chica. Eso sí, lo de la chica lo dice más bajito.
El asunto es que Daniel, al que no se le puede quitar el Mazo, porque así lo conocen más, ha sido buen estudiante desde que estaba pequeño. Aunque a él no le parece que las notas sean la única posibilidad de evaluar la calidad. Él sabe que muchas personas, a pesar de no tener las mejores, son muy buenas en lo que hacen. De todas maneras, las de él, son con números altos. Su promedio acumulado de la Universidad fue de 4.67, o de pronto es 4.66, no se acuerda ya.
Estudió el pregrado en Derecho en EAFIT
sin saber por qué. Lo único es que desde siempre
tuvo una inclinación por las humanidades.
Cuando le tocó elegir estaba entre Derecho y
Ciencias Políticas, pero optó por la primera.
Mazo estudió en la Institución Alcaldía de Medellín, ubicada en Belén (comuna de Medellín), porque se crió en ese barrio. “EAFIT tenía (aún cuenta con esta iniciativa) un programa de becas cuando yo estaba estudiando bachillerato”. Dice el hoy egresado que se hacían unas ruedas internas en el colegio para elegir candidatos y, después de un proceso, seleccionaban a 30 personas para, durante un año, recibir capacitación en matemáticas, lengua castellana y emprendimiento. A lo que Daniel se refiere es al Programa Nivelatorio con Aportes de Empleados que suma, a la fecha, 13 años de beneficios a la población menos favorecida de Medellín.
“Nos hacían evaluaciones”. Según los resultados se seleccionaban a 10 estudiantes, quienes recibirían, cada uno, una beca de este programa. Daniel quedó de segundo y a los tres primeros les otorgaban, además de la exención de matrícula, ayuda para manutención y la compra de libros y demás. Hasta para estudiar inglés, que le sirvió tanto después.
Esa, sin embargo, no fue la primera beca. Cuando estaba en grado once también obtuvo la de estudiante de Medellín, que le permitía elegir la universidad en la que él quisiera. En una ceremonia especial le entregaron un diploma que decía que él tenía el mejor puntaje Icfes de los colegios públicos de la ciudad.
El cuento es más largo. Tenía becas casi por todos los caminos. Se ganó tres veces la de honor del pregrado que la Universidad otorga cada semestre a quienes tienen los mejores promedios de cada carrera.
Tenía becas casi por todos los caminos. Se ganó tres veces la de honor del pregrado que la Universidad otorga cada semestre a quienes tienen los mejores promedios de cada carrera.
¿Las becas han sido fundamentales?
Sí claro. Porque de no haber sido por las becas
no hubiese podido financiar los estudios
de educación superior, salvo que hubiera estudiado
en una universidad pública, donde
los cupos son contados –lo dice así, aunque él
quedó de primero en el examen de la Universidad
Nacional–. Eso facilita el tema de movilidad
y acceso al servicio de educación. Y, por
supuesto, es muy determinante.
Eligió a EAFIT por la reputación que tiene
en su carrera y considera que eso le abrió
puertas laborales. Ahora que ya es profesional
–se gradúo en 2013
y tiene en la actualidad
24 años– está
aún más feliz. Hasta
se cambió de bando.
Cuando empezó a estudiar se fue por el derecho
privado, todo el tiempo. “Al final me
volteé y me dediqué al derecho público”, y
ahí se quedó. La práctica la hizo en una ONG
de derechos humanos, de nombre Colombia
Diversa, y terminó, finalmente, metido en el
derecho constitucional…
Los reconocimientos, sin embargo, no terminaron.
“Yo me gradué de la Universidad y
a los tres meses me gané una beca de maestría
para estudiar en los Estados Unidos. Es del Observatorio de Discriminación Racial de
la Universidad de los Andes y solo para estudiantes
afrocolombianos que trabajen el tema
de derechos humanos”.
Regresó al país hace un año, volvió a Colombia Diversa por unos días y luego pasó a la Corte Constitucional, donde trabaja desde hace seis meses.
Mazo se fue, estudió un año una maestría en Derecho en la Universidad de California y hasta alcanzó a hacer dos especializaciones dentro de la maestría. Allí siguió siendo un buen estudiante: “Yo me gradué dentro del top del 10 por ciento de mi promoción”.
Regresó al país hace un año, volvió a Colombia Diversa por unos días y luego pasó a la Corte Constitucional, donde trabaja desde hace seis meses. En pocas palabras, dice, proyectando fallos en sentencias judiciales. En este puesto se encuentra contento, pero extraña a Medellín, no porque no le guste Bogotá, sino porque llueve mucho y él prefiere el calor.
Y ante todo lo que para él significó ser un becado, cree que este tipo de programas se debería ampliar en diferentes lugares del país y de la ciudad. “Hay gente que es muy buena, pero hay muchos jóvenes muy pilos que no tienen para acceder a las becas”.
A Mazo le quedan buenos recuerdos de la Universidad, como los amigos. Derecho, explica, funciona como un lugar en la que casi todos, no importa el semestre, se conocen con los demás. Su mejor amiga, por ejemplo, la conoció en EAFIT y ahora hasta comparten la misma ciudad.