El valor de equivocarse
Por: Juan David Uribe Humanista dedicado al mundo empresarial, convencido del poder transformador del ser.
¡Equivocarse! ¡Vaya palabra! Todos tenemos miedo a equivocarnos, sin embargo ¿qué sería del mundo si no nos equivocáramos? ¿Sin amores contrariados? ¿Sin inventos obsoletos? ¿Sin conocimientos olvidados? ¿Sin serendipias?
Hace muchos años aprendí que la literatura es una gran maestra de la administración, por eso he leído muchos más libros de literatura que de negocios, y ese camino me enseñó que los gerentes o presidentes olvidamos o desconocemos nuestra condición de seres humanos, y ese sí es un error que NO se debe cometer.
Todas las empresas, tanto las de servicios como las del sector real, tienen cinco activos: marcas, productos, equipos, recursos y gente. Los equipos y el recurso (dinero), se consiguen; las marcas y los productos, se crean; pero una empresa crece o fracasa por una razón: las decisiones que toma la gente (dicho en un sentido despectivo).
Debiera decir: por las decisiones que toman las personas, los seres humanos. Ahí está la clave.
Aunque nos acostumbramos a escuchar sobre el valor de la permanencia de las organizaciones, lo paradójico es que parece ser que la gente dura más que las empresas. En Estados Unidos, el investigador de la Universidad de Dartmouth, Vijay Govindarajan, confirmó el declive en la esperanza de vida de las empresas: aquellas que salieron a bolsa antes de 1970 tenían un 92% de probabilidad de sobrevivir a su primer lustro, las que lo hicieron entre 2000 y 2009 tenían solo un 63% de posibilidades. Mientras la esperanza de vida de las personas, en promedio, aumentó, según Naciones Unidas. En indicadores globales, una persona nacida en 1960, tenía una esperanza de vida de 52.5 años. Hoy en día, la media es de 72 años. «Se estima que la esperanza de vida al nacer aumentará a 77,1 años en 2050»7
Entonces, volvamos a pensar ¿qué es lo clave de Emilia, José, Elisa, Francisco… las personas?
¡Pensamos! Este homo sapiens, que pertenece al orden de los primates, se diferencia de las otras 500 de su especie fundamentalmente por eso, porque piensa y por lo tanto decide, actúa, acierta y se equivoca.
Como diría Ramón Bayés «la persona es el viaje, cada viaje es distinto, somos únicos, no tenemos doble, si no lo hacemos quedará por hacerse por toda la eternidad… la vida es búsqueda, la vida es camino… lo importante es que el viaje sea consciente». En esa conciencia es donde están los errores, las equivocaciones que como empresario cometí. Y valió la pena.
Por más de 10 años fui gerente general de Avon, en ese momento la compañía de venta más grande del mundo y la marca de cosméticos más vendida. Después, en Argos, fui gerente de mercadeo, vicepresidente comercial, vicepresidente regional para Colombia. Más adelante, presidente de Situm... En fin, miembro de muchas juntas directivas, y aún sigo trabajando, soy gerente de Lebon y de Ellipse y todo esto a pesar —o gracias— a que estudié filosofía, literatura y cultura latinoamericana.
¿Acerté en las decisiones que tomé en mis trabajos? ¡Sin duda! ¿Me equivoqué en las decisiones? ¡Sin duda! ¿Me volvería a equivocar? ¡Sin duda! Básicamente por una razón, porque cada día el mundo de los negocios es más impredecible, más competido. Porque al final quedamos las personas, los recuerdos, las historias, los viajes. Creo que hay que tomar decisiones riesgosas, que puedan ser equivocadas pero que estén inspiradas en desafiar lo existente, hay que tener el valor de pensar distinto. No podemos olvidar que, como diría Ebiru Nauj, «la curiosidad es la madre del conocimiento y la pereza la madre del progreso», y «el que no se equivoca no aprende y el que no aprende, siempre se equivoca».
Volvería entonces a confiar en las personas, volvería a contratar jóvenes muy jóvenes, y a contratar «cincuentones»; volvería, en las Juntas, a citar a Borges y a Don Quijote, a Platón y a Kant; volvería a lanzar al mercado productos sin «mucho futuro»; volvería a nombrar ingenieros mecánicos en recursos humanos y a ingenieros de producción en ventas, a desafiar lo convencional. Volvería a no tener ni facebook, ni twitter, ni instagram, ni…
Volvería a hacer lo impensado, lo asombroso, lo riesgoso, no tendría miedo —o mejor— no me daría miedo tener miedo, me volvería a equivocar. Es que el que no se equivoca no aprende y ¿para qué la vida sin aprendizaje? ¿Qué clase
de viaje sería ese? Uno que no valdría la pena ni como empresario ni como ser humano.
Bertrand Russel decía «estamos en el mundo para dos cosas: ampliar el conocimiento y ampliar el amor». Para esto no hay límites, y sin equivocarnos creo que no es posible. ¿Estaré equivocado?
https://www.un.org/es/global-issues/population
PARA SEGUIR CONVERSANDO
Ya caminamos un rato por el error, ahora hablemos del valor que representa cuestionar lo que todo el mundo considera exitoso,
o atreverse a mejorar lo perfecto ¿lo has hecho? ¿con qué resultados?