Francesco Datini fue un comerciante y banquero italiano. Nació en 1335 y murió en 1410 en la ciudad de Prato. Fue un intrépido negociante de tejidos, especias, vino y armas, entre otras mercancías, pero, sobre todo, se le reconoce como el padre de la empresa moderna. Datini consolidó una red de sucursales por toda Europa y creó un verdadero conglomerado en términos modernos, que quedó documentado en un sinnúmero de cartas privadas y oficiales que reflejan su forma de hacer las cosas y nos acercan a un líder obsesivo y adicto al trabajo. En términos de hoy, sería un especialista en microgerencia: esto le permitió acumular riquezas enormes para los estándares de la época. Al final de sus días decidió incorporar un criterio «humanista» y donó su herencia a una fundación para cuidar a los pobres de Prato, entidad que milagrosamente ha perdurado hasta nuestros tiempos. Quién iba a pensar que este «mercader de Prato» sería el precursor de un modelo filantrópico que ha sido usado por otros famosos como Ford, Carnegie, Rockefeller, Gates o Buffet.
Lo interesante de Datini y sus empresas es que surgen en medio de los siglos XIV y XV, cuando las ideas del Renacimiento y el reencuentro con el humanismo empiezan a ebullir imparables, y el ser humano con sus cualidades y valores comienza a desplazar el teocentrismo y a imponer un nuevo modelo económico basado en el libre intercambio de bienes y servicios; un modelo que rompe y destruye el obsoleto feudalismo y empieza a configurar el gran salto de la humanidad, el capitalismo. Y es que, gracias a ese nuevo sistema económico, se logra eliminar condiciones de pobreza y desigualdad que la humanidad había vivido por siglos, y, a la par, aumentar la esperanza de vida y los niveles educativos, entre otros, de una forma que no tenía precedentes. Comienzan los Datini de esos siglos de humanismo e ilustración a experimentar una evolución fascinante: de grupos de logias y artesanos a empresas industriales y comerciales, con increíbles capacidades de transformación.
Faltarán unos siglos para que Adam Smith nos dé las pistas sobre los elementos fundacionales de ese sistema capitalista que traería una prosperidad inimaginable. Pero lo cierto es que Datini y quienes le siguieron afrontaron obstáculos bien distintos a los que las empresas contemporáneas enfrentan en estos días, y eso nos lleva a preguntarnos: ¿viene una época de humanismo empresarial diferente, que sea capaz de ir más allá de la filantropía, que pase de un capitalismo de accionistas a uno consciente, y que incorpore un actuar ético y responsable en todas sus aristas?
Las empresas viven los principios del humanismo de manera inconsciente en el sentido de que son las personas el centro de todo. En una empresa las decisiones se desarrollan de forma racional y el destino final del quehacer empresarial es poder entregar bienes, servicios y experiencias a los clientes, de modo que en un ambiente de competencia los prefieran. Es decir, enriquecen la vida de aquellos a quienes sirven y al hacerlo se enaltece la de los colaboradores que hacen esto posible. Es aquí donde vemos un verdadero sentido humano de las empresas, al contribuir a que la sociedad, como un todo, sea más rica y próspera; aunque los retos son enormes, ya que hay nuevas tendencias sociales y demográficas que confluyen en problemas globales como el del cambio climático y exigencias de comportamiento en asuntos ambientales, sociales y de gobierno (ESG,
environmental, social and governance) que no se pueden obviar. Veamos a qué nos referimos y qué enfrentan por estos días las empresas humanistas.
Del énfasis casi obsesivo por un capitalismo del accionista (share holder capitalism) se está pasando al reconocimiento de un capitalismo consciente apoyado en ligas de empresarios, movimientos, directores ejecutivos (CEO,
chief executive officer) en varias partes del mundo, poderosos fondos de inversión, entidades financieras; todos abogando por un actuar diferente, un nuevo modelo que reconozca y valore la importancia de actuar responsablemente en el ámbito ambiental, social y de gobierno. Como líder empresarial, he laborado en un ambiente cultural que abraza hace varios años estas máximas, pero muchas veces me he preguntado si los inversores han entendido y premian estos comportamientos. No se puede negar que, en su gran mayoría, los inversionistas viven enfocados en el corto plazo, concentrados en los resultados de un reporte trimestral y que son, con contadas excepciones, incapaces de reconocer las tendencias positivas, las capacidades que se crean y desarrollan con trabajo multianual. Es curiosa esta dinámica en la que exigen y reclaman inversiones sostenibles, que se tenga una agenda en lo ambiental, en lo social y de gobierno, pero abandonan el barco al vender sus posiciones en las compañías o presionan por cambios que privilegien rentabilidad de corto plazo cuando en un reporte trimestral no se logran las metas cuantitativas. Es triste ver compañías que han sido campeonas en muchos frentes de ESG ceder a la presión cuando los resultados financieros del corto plazo no llenan las expectativas y se ven abocadas a abandonar algunas prácticas sostenibles.
Sin embargo, veo señales para el optimismo: una de ellas, que ha motivado cambios en la industria de los fondos de pensiones, fue el de
California Public Employees Retirement System (CALPERS), firma que en el 2015 anunció su énfasis en invertir en compañías que sean cumplidoras de estándares reconocidos de ESG y en presionar activamente para que las empresas que hacen parte de su portafolio adopten estas prácticas de forma responsable. Y fueron más allá, pues abandonaron la descripción de estrategia de inversión que decía «compañías que optimicen el desempeño, la rentabilidad y el retorno a los accionistas» por una que declara «la necesidad de invertir en compañías de conducta responsable en cuanto a temas ambientales, cambio climático y temas sociales, con prácticas laborales justas y que tengan diversidad en sus juntas directivas». Finalmente, explicaron que su «deber fiduciario» es optimizar los retornos sobre múltiples generaciones, y no «maximizar las utilidades corporativas». La iniciativa de CALPERS ha sido copiada y adoptada por innumerables fondos de inversión y hoy se reconocen como prácticas de inversión responsable (PRI), que están siendo difundidas por muchos actores.
Los inversionistas comienzan a adoptar nuevos marcos de actuación, y esto influye considerablemente en el actuar de las entidades financieras (bancos y organismos multilaterales para el desarrollo). El mercado de bonos verdes está en ebullición, ya son billones de dólares los que se transan ahí, típicamente con una tasa inferior a la de los bonos tradicionales. Este es un mercado para empresas sofisticadas y con cierto tamaño, pero ya vemos a entidades financieras brindando tasas reducidas para proyectos amigables con el medio ambiente, que promuevan energías renovables o prácticas en diversidad. Todo este flujo de dinero incentiva, alienta y remunera a las empresas que transitan por estos caminos humanistas. Adicionalmente, se ha cerrado casi en su totalidad el mercado financiero para promover proyectos de generación de energía a carbón, y hay ya reducciones y condicionamientos muy grandes para otras fuentes como el gas, solo justificadas por las condiciones especiales de cada proyecto. Así, las empresas que se juegan el todo por un actuar responsable empiezan a sentir un verdadero alineamiento con ese actuar de parte de los proveedores del capital financiero.
Ahora, del espacio de inversionistas y entidades financieras pasemos a uno que recibe mucha atención y que ofrece una gran oportunidad para seguir en el camino de las empresas humanistas: el de la adopción de la diversidad. Hace poco escuché un
podcast en el que daban recomendaciones para hacer avanzar ideas y proyectos, y una de ellas sugería tener lo más tempranamente posible un equipo diverso, no solo en las típicas concepciones de género y raza, sino con diversidad generacional, de orientación sexual, de procedencia (regiones del país o nacionalidades diferentes), de formación en distintos tipos de universidades (públicas y privadas), experiencias de vida, etc.
Si retomamos el concepto de que las empresas hacemos parte de la sociedad y nos debemos a ella para contribuir a su progreso, de cierto modo deberíamos lograr que las empresas reflejen su diversidad. La sensibilidad y la resistencia en este campo son complejas y no menores, debido a que hay situaciones que se cruzan con concepciones religiosas o familiares, en las que no hay una fórmula única para que las empresas actúen. Estas barreras son en su gran mayoría inconscientes, sesgos que se presentan en la toma de decisiones frente a asuntos de diversidad y que deben hacerse visibles para poder progresar. Los valores humanistas pueden conectar nuestra razón e intelecto con la empatía y la comprensión, y nos pueden ayudar a dar el salto cuántico que se necesita para integrar equipos más diversos. Hace poco, en un conversatorio sobre diversidad, un grupo de empresarios debatíamos sobre lo complejo que es tener mediciones de los efectos de una política de diversidad bien implementada. A pesar de no tener las métricas, se goza de la clara convicción de que este camino servirá para atraer el talento necesario para generar empresas más sólidas y sostenibles.
Finalmente, un reto mayor es la evolución del trabajo mismo frente al advenimiento de la tecnología omnipresente, de los algoritmos que nos imponen burbujas de información y refuerzan nuestros sesgos cognitivos. El trabajo postpandemia ha impuesto nuevas tecnologías de comunicación, modelos híbridos, horarios flexibles, que en su conjunto buscan privilegiar la calidad de vida de los colaboradores, pero que cuestan para el mantenimiento de una cultura corporativa que tradicionalmente ha basado su fortaleza en la presencialidad, en los ambientes propios de cada lugar de trabajo, en la posibilidad de formar los equipos con el ejemplo y la interacción personal, entre otras. Se podría pensar que estamos en un gran experimento que aún no concluye, no sabemos qué modelo o combinación de formas de trabajo se impondrán, cuál será más productivo o se acomodará más a las necesidades de los clientes y colaboradores; quizás estamos ante una muy buena oportunidad de analizar estos desafíos con apertura y sin preconcepciones. Es la hora de valorar nuevos modelos de trabajo que pongan en el centro a los seres humanos y sus necesidades individuales, y ser capaces de encontrar la fórmula adecuada para cada situación; si las empresas despliegan maestría al personalizar productos y servicios para los clientes, este es el momento de personalizar el modo en que los colaboradores aportan con su conocimiento y experiencia para maximizar el impacto generado.
Lo anterior sin olvidar que es necesario humanizar la tecnología y sacarle siempre provecho. Uno de los retos es saber cómo implementarla con la velocidad y la urgencia necesarias, sabiendo que es uno de los factores que genera más temor y resistencia al cambio por parte de los colaboradores. Es natural esta reacción ante la adopción de automatismos e innovaciones que desplazan a las personas, que modifican el día a día. Para romper este obstáculo algunas empresas se han comprometido a que nadie perderá su empleo por adoptar tecnologías más eficaces; dan la oportunidad de que los colaboradores sean reentrenados y asuman otras funciones y tareas que agreguen más valor. Este tipo de reglas de actuación y de opciones que apelen a una conexión más profunda con los colaboradores permiten una adopción más tranquila y propositiva de los cambios positivos que la tecnología nos ofrece.
Una nueva era de humanismo empresarial deberá estar acompañada de líderes que le apuesten a ese futuro, que sean capaces de encontrar el camino que permita que ese destino sea aceptado por los clientes, los colaboradores y los inversionistas. Si el humanismo que despertó en los siglos XIV y XV nos invitaba a creer en la razón y el intelecto como esa capacidad humana para superar los problemas, debemos ser optimistas en que la capacidad de los modernos «Francesco Datini» nos va a permitir desarrollar un humanismo empresarial que enfrente los retos contemporáneos. Solo así transitaremos a un capitalismo consciente en el que los inversionistas y las entidades financieras valoren y protejan a las empresas humanistas que se preocupan por los asuntos ambientales, sociales y de gobierno, y que, en particular, apuestan por un trabajo digno y edificante de un grupo diverso de colaboradores que, a la par, sueña con alcanzar nuevas fronteras.
Recordemos que toda empresa tiene una máxima, una sola, que es la que permite prosperar por generaciones: lograr la sostenibilidad al enriquecer la vida de los clientes. Adam Smith, hace más de doscientos años, nos iluminó el camino cuando escribió: «El consumo es el único fin y propósito de toda producción; y el interés del productor debe ser atendido, solo tanto como sea necesario para promover el del consumidor»