Era un recordatorio latente de que había otra vocación que la movía, y que llegó a un punto en que ya no pudo ignorar esa voz que le hablaba de un cambio de rumbo. El miedo, la incertidumbre, el tratar de evitar un error se hicieron presentes como nunca hasta que llegó ese día: “entré a una clase de dirección y nunca me fui”.
Había llegado la hora de cambiar su énfasis en saxofón por el énfasis en dirección. Como en toda historia de vida, y en todo proceso creativo,
somos lienzos, barro crudo, que no solo toma forma con nuestras propias decisiones, aciertos y desaciertos. También lo hacen con las manos de otras personas que aparecen para ser mentores, consejeros y referentes. Esas otras manos que aparecieron para Ana fueron las de la maestra Cecilia Espinosa y las del maestro Alejandro Posada.
Con Posada encontró el impulso para dirigir a sus compañeros de pregrado con la Sinfonía N° 1, de Mahler, en el Auditorio Fundadores, la obra con la que se niveló en su pregrado, la prueba de fuego para avanzar en una carrera contrarreloj para finalizarlo.
Desde ahí, la vida se movió en prestissimo, por más oportunidades, nuevos miedos, más decisiones. Hacer la práctica en la Orquesta Filarmónica de Medellín, comenzar su maestría en la Universidad de Zúrich, vivir lejos y sola, dirigir Carmen en Meiningen (Alemania), atravesar una pandemia, volver a sus raíces en orquestas en la que había participado en el pasado, presentarse a una convocatoria, ser designada como directora asistente en la orquesta Suisse Romande, renovar para una segunda temporada.
Acto III: De la enmendadura como acto de creación
Ana abre la partitura, el score, esa serie de hojas de papel que contienen ese código para muchos indescifrable que convierte el acto de frotar una cuerda, pulsar una tecla, exhalar a través de un tubo de metal o madera, o golpear
una membrana, en una serie de vibraciones armónicas que convierten al fenómeno natural del sonido en la
manifestación evocadora de sensaciones de la música.
Pero esa obra terminada, que escuchan cientos o miles en una sala de conciertos, tiene detrás un proceso de creación lleno de notas en lápiz que indican dónde hacer un énfasis, donde cambiar el ritmo, dónde alternar el estado de ánimo. Por eso, antes de cada montaje de una obra, Ana vuelve a enfrentar el miedo al error y su reivindicación como parte del proceso creativo.
"Esos minutos antes del primer ensayo son los más estresantes, los más miedosos de la vida, incluso más que antes de dirigir el concierto. El concierto está lleno de realidades, pero en el primer ensayo se viven las expectativas. No sabes qué va a pasar. Es el momento en el que tú sabes si te preparaste lo suficiente, si te va a ir bien o no, si las cosas van a ser difíciles, si va a haber muchas tensiones, si el concierto va a salir muy bien o no",
puntualiza.