María Dilia Reyes Torres y Valeria Querubín González
Estudiantes de Comunicación Social de EAFIT
Doña María sale todos los días, a las 9:00 de la mañana, a tirarle un puñado de arroz a las palomas que, fielmente, la esperan en el balcón de su casa. Lo que en un principio eran dos palomas ahora son casi cincuenta. A doña María le encanta. Le parece un espectáculo precioso. Esas, en verdad, vienen siendo sus “mascotas”.
No obstante, un día cualquiera, el área encargada del control de fauna del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, autoridad ambiental urbana de los 10 municipios de este territorio ubicado en la cordillera central de Colombia y donde se asienta la ciudad de Medellín, recibió una llamada de la hija de doña María: “Hay un gavilán que no deja salir a mi mamá al balcón. Cada vez que sale, la ataca, y en una de esas ocasiones le rasguñó la cara”.
¿Cómo explicar, entonces, que un gavilán decida atacar a doña María cuando ella alimenta a sus palomas? La explicación detrás de la historia de doña María y sus “mascotas” da cuenta de una situación que pareciera perderse entre la cantidad de cemento que existe en el Valle de Aburrá: la incidencia del hombre en la fauna del lugar. Y es que hay que tener algo claro: esta zona, ahora urbana, fue por mucho tiempo un lugar silvestre.
Sin embargo, los procesos urbanísticos han alterado la estructura de la vegetación, han reducido el número de especies y han aumentado las perturbaciones de origen humano. Esto ha hecho que las especies silvestres tengan que adaptarse o migrar a otros hábitats, fuera o dentro de las ciudades, pues la urbanización influye en la disponibilidad de recursos críticos como el alimento y los sitios de anidación, de descanso y de protección contra depredadores. El resultado: zonas en las que ambas especies, humanos y animales, deben convivir, tratando de que el primero no afecte la vida del segundo.
Este incremento de colúmbidos, la familia de aves de la que hacen parte las palomas, es una de las razones que pudo haber generado el declive en las poblaciones de otras especies de pájaros que solían ser comunes en los 60 y 70 en el Valle de Aburrá. Ahora, los habitantes del Valle están creando condiciones para que otras especies se queden.
El ejemplo de doña María sirve para demostrar cómo la intervención del hombre en los hábitats silvestres ha modificado el orden dentro de la vida animal.
¿Qué sucede entonces cuando una paloma da con el milagro del alimento diario, sin tener que recorrer tanta distancia para encontrarlo? Que no solo sobrevive ella, sino también todos sus hijos, y los hijos de sus hijos. ¿Y qué ocurre cuando se tienen tantas palomas reunidas en un mismo lugar? Que se vuelven una fuente alimenticia para especies depredadoras más grandes, como el gavilán. Cuando esta especie atacaba a doña María, lo que estaba haciendo era protegiendo su comida y la de sus pichones. Estaba cuidando su insumo de supervivencia.
Otra de las formas en que puede afectar la mano del hombre en los procesos de fauna silvestre es en la reproducción. Así, si ciertas especies empiezan a saber que siempre tendrán alimento a la mano, no les importará en qué época del año reproducirse, puesto que su preocupación principal ya está solucionada.
Pero no hay que irse muy lejos para darse cuenta de la cantidad de fauna silvestre presente en las zonas urbanas: el campus eafitense es una zona apetecida por alrededor de 30 y 40 especies de aves.
“Desplazamiento” de especies
Este incremento de colúmbidos, la familia de aves de la que hacen parte las palomas, es una de las razones que pudo haber generado el declive en las poblaciones de otras especies de pájaros que solían ser comunes en los 60 y 70 en el Valle de Aburrá. Ahora, los habitantes del Valle están creando condiciones para que otras especies se queden. Los comederos de aves son un ejemplo de esas condiciones artificiales: “Estamos observando que a la región metropolitana están ingresando especies que eran migratorias y se quedaron como residentes: la garcita garrapatera, el ibis negro y las caravanas”, cuenta Víctor Vélez, líder del programa de control y vigilancia ambiental del Área Metropolitana del Valle de Aburrá. “Ahí comienza, entonces, la competencia por los hábitats. No nos hemos dado cuenta de que de una forma u otra estamos afectando los ambientes naturales de los animales”.
Quizá una de las razones por las cuales ocurren este tipo de situaciones es porque el Valle de Aburrá es una zona que, tras ser inicialmente silvestre, se ha transformado en un lugar de dependencia mutua entre humanos y otras especies. Víctor cuenta otro caso en la comuna de Robledo, en el que se llamó a control de plagas debido a una infestación de alacranes. Cuando el caso fue analizado a fondo, encontraron que los habitantes del sector estaban avistando muchas zarigüeyas, y que optaban por matarlas dándoles puntapiés. No solo no sabían que esta especie es común en el Valle, sino que tiene una función crucial para controlar la población de alacranes. Lo mismo pasa con los zorros, que tienden a aparecer mucho en sectores cercanos del occidente (inmediaciones de la comuna de Belén). El asunto es que siempre han estado aquí y solo se han adaptado a las condiciones del entorno.
Así, se ve que el área metropolitana está lejos de ser solo cemento. En términos de aves, en la zona se pueden avistar grandes poblaciones de canarios hacia el lado de Belén y la carrera 70. Así mismo, hay también una alta población de tórtolas.
Paralelamente, desde el sector del Estadio (occidente) migran en las mañanas bandadas de guacamayas, las cuales retornan en horas de la tarde al corredor de la quebrada La Iguaná. Otro sector concurrido por las aves es la céntrica avenida Oriental de Medellín, entre las calles Caracas y Maracaibo: en la mañana salen bandadas de pericos carisucios y luego, en la tarde, retornan a refugiarse en los árboles del sector. Por su parte, en los sectores del sur y centro occidente se avistan guacamayas, así como sirirís y azulejos en diferentes lugares donde haya frutos o especies que capturen insectos.
Al hablar de depredadores, en casi toda la región se pueden encontrar piguas y gavilanes, así como búhos y lechuzas en horas de la noche; mientras que en los mamíferos es común encontrar comadrejas, ardillas, zarigüeyas y zorros, y en las laderas conejos silvestres, armadillos, puercoespines y cinco especies de felinos: tres de tigrillos, una de puma yaguarundí y puma común. Ranas, iguanas, geckos y lagartos son las manifestaciones de reptiles, mientras que se cuenta con sapos de varias especies (anfibios). Además, pueden encontrarse serpientes cazadoras que controlan la población de insectos y anfibios.
Caracterización de mamíferos
Una investigación que dio más luces frente a la cantidad de fauna que hay en el área metropolitana se realizó a finales de 2017 por la Corporación Parque Arví, en asocio con la administración municipal de Medellín. El proyecto consistió en la caracterización de los mamíferos terrestres y voladores que viven en la cuenca de la quebrada La Gómez (occidente). Para esto, se instalaron cámaras y trampas para capturas como métodos de muestreo.
“Se encontraron ocho especies de mamíferos: cuatro voladores y cuatro no voladores”, explica Daniel Herrera, profesional forestal de la corporación Parque Arví. “Dentro de los voladores encontramos murciélagos. De estos, tres especies de frugívoros, los cuales se encargan de diseminar semillas y de polinizar especies, y un mamífero insectívoro, los cuales ejercen el control biológico de las poblaciones de insectos”.
Además, se hallaron cuatro especies de mamíferos terrestres. Entre estos, la zarigüeya, que hoy en día es muy común, junto a las ardillas, las cuales han tenido una muy buena adaptación a los ambientes de esta zona. “También se visualizaron comadrejas, y se pudo caracterizar una población de monos titíes, una especie muy carismática”, cuenta Daniel, quien agrega que esta especie está en peligro de extinción y es endémica en Colombia: “Si se extingue acá, se extingue para el mundo”.
Dentro de la población de titíes se determinaron dos grupos poblacionales, uno de ellos conformado por 10 individuos; en este grupo se pudieron identificar dos crías, lo cual indica que esta especie está siguiendo sus procesos reproductivos. Adicionalmente, se identificó otro grupo de solo dos individuos.
Pero no hay que irse muy lejos para darse cuenta de la cantidad de fauna silvestre presente en las zonas urbanas: el campus eafitense es una zona apetecida por alrededor de 30 y 40 especies de aves. Nelson Giraldo, experto en aves y pajarero de EAFIT, explica que un alto porcentaje de los bosques en Antioquia está deforestado, por lo que las aves deben desplazarse a territorios urbanos y uno de estos es el campus de la Universidad. Además, dentro de este existen 16 comederos para aves, los que Nelson cuida todos los días para que dichas especies puedan sentirse a gusto.
¿Cómo convivir con fauna salvaje en un lugar lleno de cemento? Diego Hernández, viverista de la Corporación Parque Arví, recomienda que, en primer lugar, la comunidad debe sentirse orgullosa de la presencia de esta fauna, y que todo se basa en el respeto hacia el otro ser vivo. “No se trata simplemente de decomisar especies porque así lo dicta la ley, sino de que entendamos por qué es importante que las cuidemos”. Queda, entonces, una tarea importante: respetar el espacio de los habitantes que ya estaban en este Valle de Aburrá mucho antes de quienes lo habitan hoy.