Alonso Cueto
Escritor
Presidente del Jurado del IV Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana (PBNC)
Quiero agradecer ante todo por la ocasión de estar aquí a la Universidad EAFIT, a su Biblioteca, a mi admirado y querido amigo, Héctor Abad, a su rector Juan Luis Mejía, y a todos los participantes en este cuarto Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana. Quiero agradecer también la ocasión de compartir esta experiencia con este magnífico jurado compuesto por Ricardo, Ana, Sonia y Mario. Creo que la vigencia de la narrativa de Colombia ha quedado ampliamente comprobada con los estupendos libros de narrativa y de periodismo narrativo que los jurados hemos leído y discutido en las últimas semanas. El hecho de que una Universidad como esta convoque, con el apoyo de Caracol Televisión y Grupo Familia, un premio literario es un ejemplo de su vínculo con la sociedad y con la educación, más allá de las aulas. Es una Universidad comprometida con sus estudiantes y con su sociedad, a través de lo mejor que puede mostrar, la creación.
La creación narrativa es un antiguo instinto en los seres humanos. Contar historias es uno de los primeros impulsos naturales hasta el día de hoy. Todos los días contamos historias en nuestras conversaciones diurnas y soñamos historias en nuestras conversaciones con nosotros mismos durante las noches. Todos somos creadores. Y quizá es la razón por la cual, como dice Harari en su maravilloso libro, Sapiens, se desarrolló y se potenció el lenguaje, para contar historias que integraran a las comunidades.
Percibo en todos los escritores colombianos un compromiso genuino por escribir de la manera más intensa, más potente y más perdurable que pueden encontrar, como un reflejo de su relación con ellos mismos y con el mundo.
Los participantes de este concurso cuentan historias que trascienden, historias que quedan con nosotros, historias que vienen de alguna zona secreta y esencial de la realidad que perciben. Por eso, las decisiones de nosotros como miembros del jurado han sido muy difíciles. Se han intercambiado muchas opiniones sobre las obras que a uno u otro jurado le parecía la mejor. La enorme cantidad de textos de estupendo nivel, sin embargo, me ha estimulado mucho, pues percibo en todos los escritores colombianos un compromiso genuino por escribir de la manera más intensa, más potente y más perdurable que pueden encontrar, como un reflejo de su relación con ellos mismos y con el mundo.
Una de las lecciones repetidas de la narrativa es que un escritor solo puede escribir sobre los personajes que lo reflejan. Escribimos nuestras historias solo si hubiéramos podido ser uno de nuestros personajes. Escribir mirándonos sin atenuantes, de un modo descarnado, hurgando en el fondo de nuestras heridas. Ese compromiso con uno mismo es fundamental para que lo que escribamos tenga alguna verdad y toque las emociones secretas, profundas del lector, en una comunicación esencial. Para escribir no hay una receta, o una fórmula. Pero sí hay una condición que es la de abordar situaciones y personajes que a uno le importan, lo conmueven y lo fascinan, en los que se siente reflejado y en los que se les va la vida.
Escribir, como leer, es sostener una conversación con lo más profundo de uno mismo. Es la mejor manera de hablar con uno mismo. Y no hay comunicación más directa, más frontal, más intensa que la que se establece entre un lector y un escritor.
Lo que hay en juego
Hay mucho en juego cuando uno escribe. Están en juego personajes que nos representan, que nos descubren, que nos dicen quiénes somos. Los que expresen nuestra sangre de la manera más directa. Escribir, como leer, es sostener una conversación con lo más profundo de uno mismo. Es la mejor manera de hablar con uno mismo. Y no hay comunicación más directa, más frontal, más intensa que la que se establece entre un lector y un escritor. Si a lo largo de la rutina en la que vivimos usamos un lenguaje común, de frases utilitarias y conductas preconcebidas, en los libros que escribimos y leemos tenemos que hacer todo lo contrario. Vivir en una sociedad civilizada es cumplir con las normas de la convivencia, pero escribir es el acto salvaje de violarlas todas. Es violar todas las fórmulas, las recetas, las pautas. Es inventar unas propias de acuerdo con lo que nos sale de las entrañas, con la ayuda de nuestra formación de lectores y nuestra experiencia del lenguaje como el mejor instrumento —el más duradero, el más complejo—, para expresar la vida, en su dimensión más compleja y profunda, en una época que hace todos los esfuerzos para negarla.
Creo que las obras de los finalistas y semifinalistas del concurso, desde caminos muy distintos, nos muestra que en su medio ambiente especial, ya sea en una casa en la costa colombiana o en un apartamento en la ciudad o en un hospital, los protagonistas son héroes de sus propias vidas.
Los tres finalistas Pilar Quintana, Andrés Mauricio Muñoz y Humberto Ballesteros toman caminos distintos. Pero en sus historias y su lenguaje están reflejándose. La Perra, de Pilar Quintana, es poner la economía del lenguaje al servicio de una descripción potente de la soledad de una mujer y su perra Chirli, en una casa que mira a la inmensidad de la costa. Juego de memoria, de Humberto Ballesteros, relata cómo por azar una enfermera se encuentra con el hombre que torturó a su amada Irene, en una metáfora sobre la moral del recuerdo. Hay días en que estamos idos, de Andrés Mauricio Muñoz, nos cuenta la relación íntima entre la vida cotidiana y los extraños monstruos que anidan debajo de sus episodios. Todos ellos tienen un enorme talento para desarrollar una economía narrativa, con fidelidad a la historia que cuentan, manteniendo siempre en alto lo más importante; la cuerda de la tensión y el asombro. Son novelas realistas si por realidad entendemos esa extraña masa de hechos incomprensibles que nos rodean. Todos aman a personajes, y estos personajes se quedan dando vueltas cuando hemos cerrado estos tres libros.
Dice Orhan Pamuk que escribir es hablar de nosotros mismos y de hacer creer a los lectores que estamos hablando de otros. Escribir y leer es descubrir quiénes somos. La vida secreta de cada uno de nosotros —nuestros miedos, anhelos, frustraciones, sueños— están representados en nuestros héroes de ficción. Somos El Quijote, somos madame Bovary, somos el capitán Ahab y somos Marcel. Otros lectores tendrán otros héroes que los representan. Estos personajes no existen. Son inventos de un español que había luchado en Lepanto, había sufrido cárcel y estaba destrozado al final de su vida. Son inventos de un solterón reprimido y cobijado junto a su madre en Croisset y de un escritor ignorado que perdió a un hijo y murió olvidado, y de un francés asmático que vivía protegido por sus paredes de corcho.
Sí. Estos personajes de Cervantes, Proust, Melville, Flaubert, no existen. Y, sin embargo, vaya si existen. Vaya si existen. Vaya si no hemos visto al Quijote enfrentarse a los leones y al Caballero de los espejos y vaya si no lo hemos oído dar el Discurso de las Armas y las Letras y vaya si no hemos escuchado a Madame Bovary desfallecer de amor mientras ve la ópera Lucia di Lamermoor y vaya si no la hemos visto leer entre lágrimas la carta de Rodolfo antes de caer privada, y si no hemos oído los sollozos de Marcel que se eleva por la noche de la memoria como campanas cuando su madre lo besa. Allí están también los largos y blancos brazos de Moby Dick recorriendo el océano azul oscuro. Sus lectores también podemos oír el sonido del agua nocturna en Conrad, sentir el sabor de los manjares que prepara la protagonista de Babettes Feast de Isak Dinesen y estremecernos con el cálido trueno en la voz de Lolita, en la cama de hotel que comparte con Humbert y sentir el alma de los personajes de Clarice Lispector mientras viajan en ómnibus y ven pasar sus vidas.
Estamos en un continente hecho de cruces de lenguas, de culturas, de etnias. Un continente cuya historia parece inseparable de la violencia y de los contrastes. Esta es la lacra de nuestra sociedad y, sin embargo, es un estímulo para nuestra literatura.
Estas escenas, como tantas otras, pertenecen a lo más esencial de nuestros recuerdos. Las hemos vivido y las seguiremos viviendo tantas veces. Nos hemos aprendido algunas de sus frases de memoria, pero, aun así, suenan siempre nuevas. Cuál es la magia que nos ha permitido emocionarnos tantas veces durante tantos siglos y en diferentes culturas y lenguas por estas obras. Por qué una obra escrita hace tantos años nos emociona tanto hoy. Esa magia se llama el arte y es una de las razones por las cuales vale la pena seguir vivos y celebrar la vida, como lo estamos haciendo con ocasión de esta ceremonia.
Foto: Róbinson Henao
Héroes de sus vidas
Creo que las obras de los finalistas y semifinalistas del concurso, desde caminos muy distintos, nos muestra que en su medio ambiente especial, ya sea en una casa en la costa colombiana o en un apartamento en la ciudad o en un hospital, los protagonistas son héroes de sus propias vidas, héroes anónimos, secretos, de unas vidas que nadie más conoce. La narrativa recupera esas vidas y, al mostrarlas, nos está diciendo que sus personajes, y todos nosotros, vivimos a nuestro modo también vidas heroicas que no compartimos con nadie. Son vidas cargadas de obstáculos y de pesares, pero también de esperanzas y de una obstinación por continuar. La literatura acerca los destinos y une a los seres humanos en unas historias comunes y compartidas.
Estamos en un continente hecho de cruces de lenguas, de culturas, de etnias. Un continente cuya historia parece inseparable de la violencia y de los contrastes. Esta es la lacra de nuestra sociedad y, sin embargo, es un estímulo para nuestra literatura. Pero la imaginación es más poderosa que las circunstancias. Es verdad que hay tierras y épocas pródigas en novelas y relatos, el Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, la Rusia de fines del siglo XIX, en la España de fines del siglo XVI. Esas han sido sociedades en estado de formación o de decadencia, jalonadas por sus contradicciones. Este es el caso también de nuestro continente. Esperemos que, algún día, nuestros países vivan en armonía social pero aun cuando eso ocurriera, seguiríamos inventando relatos. Porque este instinto que celebramos hoy es un impulso esencial, el de la imaginación. Partimos de nuestro entorno, pero siempre queremos ir más allá.
Los escritores de este concurso nos han dado algunas lecciones de talento, y muchas horas de placer. Todo escritor que se enfrenta al vacío de una pantalla o de un papel para poblarlo de las palabras que le salen de las entrañas merecería un premio por su coraje. Escribir es un proceso endiabladamente agotador. Requiere de una aplicación de todos los sentidos. Es un esfuerzo físico, emocional e intelectual supremo. Cuando es genuino, no supone ningún cálculo, tan solo la liberación prolongada de un impulso. Supone el coraje de mostrarse como cada uno es. Vivimos en una sociedad y queremos comunicarnos, queremos salir de nosotros mismos, queremos compartir nuestros sueños, queremos decirnos algo. Y allí están los personajes, las situaciones, las palabras. No hay un acto más natural y a la vez más generoso que el de crear. No hay un acto más irreparable. Las palabras están allí escritas para siempre en los libros. Cuando todos hayamos desaparecido, allí estarán siempre las palabras que nos representan a escritores y lectores. Releyendo al poeta de Medellín, León de Greiff, pienso que tal vez se refería a las palabras cuando decía: “Cantatas de silencio, con voces abolidas me inundan, cataratas sordas, mudas, de hielo…Venías de tan lejos…Mejor que no llegaras. Mejor que no advinieras. Llegabas de mí mismo”
Esas palabras que llegan de uno mismo son las que aparecen en los libros que hoy premiamos. La Universidad EAFIT en este concurso, con apoyo de Caracol Televisión y Grupo Familia, celebra el coraje y la dignidad de los escritores colombianos que han escrito y seguirán escribiendo historias dentro y fuera de Colombia. Los escritores y también los lectores seguiremos siendo unos seres enloquecidos, con una locura por la imaginación. Una de las mejores definiciones que conozco de un escritor es la de Henry James en su novela corta The Middle Years: “Trabajamos en la oscuridad —hacemos lo que podemos— entregamos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea. El resto es la locura del arte.”
Y esa bendita locura es la que estamos celebrando hoy aquí gracias a la Universidad EAFIT, a su Biblioteca, a los escritores colombianos, a mis compañeros en el jurado, y a todos ustedes.
Alonso Cueto
El escritor peruano Alonso Cueto nació en Lima el 30 de abril de 1954. Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Perú y es doctor de la Universidad de Texas con una tesis sobre Juan Carlos Onetti. Es miembro de la Academia Peruana de la Lengua y ha ejercido el periodismo en varios medios de su país. Ha escrito obras como La hora azul, La pasajera y La viajera del viento. Cueto ha obtenido numerosos reconocimientos a lo largo de su carrera. Es, a su vez, profesor universitario.
De igual manera, ganó el Premio Herralde con La Hora Azul, en 2005. También el premio Anna Seghers en Alemania (2000) por el conjunto de su obra, la beca Guggenheim y la medalla del Inca Garcilaso. También, recibió el premio del gobierno peruano como personalidad meritoria de la cultura.