Daniel Rojas Arboleda
Colaborador
América del Sur está de regreso a la senda del crecimiento económico tras años de contracción por cuenta de la crisis financiera de 2008. La recuperación en la demanda de commodities, evidenciada desde 2010, crea las condiciones propicias al lento fortalecimiento de las economías de la región.
Carlos Végh, economista jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, estuvo en febrero de 2018 en EAFIT presentando el informe insignia de esa oficina, titulado Entre la espada y la pared: la encrucijada de la política monetaria en América Latina y el Caribe, con la intención de arrojar luz para hallar respuestas a tales interrogantes.
El documento presenta un momento coyuntural para los bancos centrales de las Américas, en especial de aquellos de naturaleza exportadora (ubicados en América del Sur), en el que las opciones en el ámbito monetario son el bajo crecimiento económico, ocasionado por el aumento en la tasa de interés para defender el tipo de cambio local (política monetaria procíclica), y la depreciación de este último, producto de la reducción de la tasa para estimular la economía (política monetaria contracíclica).
No obstante, y tras haber desaprovechado los réditos económicos del boom de los commodities durante la primera década del milenio, los gobiernos regionales están aún en deuda de resolver problemas estructurales para empezar a convertirse en economías en las que la estabilidad de la moneda no genere estos dilemas de manera periódica. Esa es la apreciación de Carlos Végh, quien se refirió a ese y otros asuntos.
¿Qué tienen de especial los mercados de Argentina y Brasil que les permitirá jalonar, según el Banco Mundial, la recuperación económica en América del Sur, con crecimientos esperados del 3,0 y el 2,3 por ciento durante 2018?
El presidente Mauricio Macri ha hecho un trabajo excelente en un país muy difícil. Yo viví cinco años en Argentina y comprobé que es complejo de gobernar, por la herencia peronista y los 12 años de los Kirchner. Pero el gobierno actual cambió el tenor de la discusión y de la política económica: eliminó todos los controles de cambio; ofreció la oportunidad de repatriar su dinero a quienes lo tenían todo en Miami, pagando un gravamen del 10 por ciento, y juntó un equipo muy serio. El asunto es que Argentina es un país tan importante que cuando tiene malos gobernantes pasa a ser irrelevante en el mundo. Pero basta uno medianamente serio para que el mundo lo respete. De hecho, Ángela Merkel, la canciller alemana, fue a Buenos Aires (en junio de 2017), por primera vez en 20 años; Emmanuel Macron, presidente francés, recibió a Macri en París, en enero pasado; Vladimir Putin, presidente de Rusia, se encontró con él en Moscú (Rusia), y el mandatario argentino asistió al Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza.
A eso se sumó el empuje en materia de acuerdos comerciales, luego de juntar la Alianza Pacífico con el Mercado Común del Sur (Mercosur), y reabrir, tras 20 años de estar congeladas, las conversaciones con la Unión Europea.
Los sistemas pensionales en casi todos los países de Latinoamérica y el Caribe que cuentan con uno (Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Uruguay, entre otros) fueron creados a mediados del siglo XX, cuando la expectativa de vida era de 46 años de edad en promedio.
De otro lado, en Brasil, pese a que en el frente económico ha hecho algunas cosas bien, la situación política es caótica, con senadores, diputados y hasta el presidente Temer imputados y relacionados con escándalos. El país consiguió tener, no entiendo cómo, una doble ruta: una para seguir planteando retos económicos que permiten un lento crecimiento, y otra de corrupción que llevó, incluso, a la pérdida de investidura de la expresidenta Dilma Rousseff. Con el expresidente Lula Da Silva fue cuando más se notó el crecimiento, pero era el momento del boom de los commodities, cuando podías crecer, aunque cerraras los ojos, fueras buen o mal gobernante. Fueron situaciones distintas, aunque los dos consiguieron recuperarse: Argentina aumentó un 2,8 por ciento en 2017, en comparación con el 0,7 por ciento de Brasil.
Usted centró su ponencia en Suramérica porque es aquí en donde están los países exportadores, pero en el informe ustedes mencionan a Centroamérica como una zona con un crecimiento cercano al 4 por ciento. ¿Cómo se comportan esos países por separado y qué tan importantes son para la región, en términos económicos?
Es una zona con un crecimiento muy parejo. Aunque más del 70 por ciento del PIB de la región surge de América del Sur (A.S.), estos países deben ser respetados y apoyados en sus problemas de pobreza, agua potable, crimen, violencia, pandillas, gobernabilidad y, en general, mayores retos sociales. La razón por la cual en el Banco Mundial los consideramos de manera separada es porque cuando se intenta aplicar la dinámica macroeconómica surgen dos tendencias muy diferentes: en A.S. es la exportación de commodities por excelencia, pero en Centroamérica es la importación de los mismos, sumado a la cercanía con Estados Unidos (E.U.).
Son dos modelos económicos diferentes en el sentido de que en un caso se está vendiendo soja, oro, plata, cobre, carne y demás, y en el otro dependes del turismo y las remesas desde E.U. A estos últimos países no les está yendo bien en términos de calidad de vida, pero han estado creciendo. Hablamos de Honduras, El Salvador y otras naciones que crecieron económicamente durante el choque negativo en los países del sur, que fue positivo para estos.
Teniendo en cuenta esta relación con Estados Unidos, ¿qué efectos a corto y mediano plazo puede traer para la región el afianzamiento de las políticas proteccionistas anunciadas por el Gobierno de E.U.?
A Centroamérica la perjudicaría mucho, pues la importancia de las remesas para esas economías es enorme. Solo en El Salvador estas representan más del 15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), pues el tercio de su población está en el país del norte. Esa cercanía con E.U. ha sido clave para estos países. No creo que la administración actual de esa potencia se meta con ellos pues, a pesar de todo lo que se le puede criticar a esta, tiene un poco de sentido común. Con México es diferente, pues es un país grande e importante, pero los de Centroamérica son pequeños e incapaces de generar grandes problemas, como sí lo hace el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés), según argumentos de la administración Trump.
Para Suramérica, por su parte, hay mucha incertidumbre, aunque soy optimista y creo que E.U. se ha calmado un poco, pues respecto a Nafta tenían una posición mucho más dura. Ahora, no es que hayan adaptado una postura blanda, pero, en comparación conhace un año, se nota que no ven ese tratado como algo de lo que se deben deshacer sino como un acuerdo para modernizar. Y en eso llevan algo de razón, pues es un tratado de libre comercio con 25 años de antigüedad y, en ese tiempo, lo relacionado con electrónica y computación ha cambiado de manera extraordinaria. Por esto, lo más probable es que en un año tengamos un Nafta con cambios en esa materia, pero, esencialmente, igual.
Latinoamérica y el Caribe son, sin duda, los que peor están en el ámbito mundial en infraestructura. Argentina, Uruguay, Brasil y, quizás Chile, son los únicos que no están tan mal.
Y es que los estadounidenses se dan cuenta de la importancia de estos mercados. De hecho, hubo una carta de 31 senadores republicanos advirtiendo al Gobierno sobre la necesidad de cuidar dicho acuerdo. Todos los estados del Medio Oeste de E.U. exportan cerca de USD$14 billones en productos de la agricultura a México, y ese es mucho dinero. Si Donald Trump espera ser reelegido, no puede arriesgar esos estados republicanos, los que le permitieron ganar las pasadas elecciones. Si vamos más al sur de América Latina, el proteccionismo es más indirecto. Es claro que los países más cercanos son los que más lo sentirían.
Para que América Latina y el Caribe (LAC, por sus siglas en inglés) puedan aumentar el gasto en capital físico y humano, con el fin de potenciar el crecimiento económico, el Banco Mundial aconseja, entre otros asuntos, renovar los sistemas de pensiones. ¿Cuáles serían los aspectos principales de dicha reforma?
La respuesta clave aquí es, a la vez, simple y compleja: los sistemas pensionales en casi todos los países de LAC que cuentan con uno (Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Uruguay, entre otros) fueron creados a mediados del siglo XX, cuando la expectativa de vida era de 46 años de edad en promedio. Hoy, es de 76 años, y no se puede sostener un sistema pensado para gente que se iba a morir unos 30 años antes. Personas de todas las ideologías están de acuerdo con esto, pues no es un asunto ideológico, es matemática pura: sin importar si un gobierno es de izquierda o derecha, la plata no va a alcanzar. En Uruguay insistimos en este tema, y hasta el propio Frente Amplio, el partido de izquierda, dice que se debe subir la edad de jubilación. Allí concluyeron que sin importar cuántos salgan a protestar a la calle la gente seguirá viviendo hasta los 76 años. Lo mismo se habló en Argentina, pero allí el tema está muy politizado. El fondo del asunto es que en dos o tres décadas todos los sistemas de pensiones tendrán que haber cambiado, y unos van más rápido que otros. Los aspectos principales dependen de cada país. En Brasil, por ejemplo, este es un lío político grande, con los sindicatos, etc.
Una razón fundamental que ustedes desde el Banco Mundial señalan como causante de la crisis fiscal es la educación, ¿qué elementos habría que modificar de los sistemas educativos en la región?
En el Banco Mundial adelantamos varios estudios y concluimos que la educación podría mejorar mucho en LAC. El último reporte de los Indicadores de desarrollo mundial estableció que hasta ahora la forma de medir cuánto aprenden los chicos es contar los días pasados en la escuela. Pero quienes se ocupan de estos temas en el banco se dieron cuenta de la necesidad de medir a los estudiantes por sus conocimientos, no por las horas en el aula. Muchos niños y jóvenes van seis años a la escuela y desconocen las operaciones matemáticas más básicas. Lo importante son los resultados, y hay un movimiento en este organismo en pos de implementar la medición de la educación en dicho sentido. Eso llevará tiempo, porque es complicado.
En materia de infraestructura ¿qué países tienen mejor hecha la tarea para reducir costos en el transporte de mercancía y dinamizar el comercio?
LAC es, sin duda, la que peor está en el ámbito mundial en infraestructura. Argentina, Uruguay, Brasil y, quizás Chile, son los únicos que no están tan mal. En promedio, estamos muy abajo. Lo que no ayudó, y tuvimos mala suerte, fue que gobiernos como el peruano, el uruguayo y el brasileño tenían proyectos armados con asociaciones público-privadas, pero apareció el escándalo de Odebrecht y los atrasó cerca de cinco años. Recientemente, me reuní con representantes del gobierno peruano y me dijeron que allí tienen listos los equipos y las máquinas, pero no pueden arriesgarse a ordenar el inicio, pues si una auditoría establece que los constructores recibieron plata de Odebrecht se meten en problemas los funcionarios.
¿Cuál fue la fórmula de Chile para aprender a enfrentar mejor los frenazos económicos?
Es similar a las relaciones entre seres humanos: si cometes un error o le faltas a alguna persona viene luego un tiempo necesario para recuperar su confianza. Chile, desde hace 20 años, ha sido un país muy serio, con gobernantes serios que, sin importar si son de centro-izquierda o de centro-derecha, piensan lo mismo en materia de macroeconomía. No son como esas naciones cambiantes según el gobierno, aunque discutan un poco en la parte marginal, por asuntos de campaña. En ese tiempo, Chile adquirió una reputación y una credibilidad muy difícil de ganar, pero muy fácil de perder.
Usted mostró un panorama en el que Colombia aplicó medidas más de tipo procíclicas...
Colombia aplicó lo que se conoce como el ciclo dentro del ciclo, es decir, que empieza con medidas procíclicas y termina con medidas contracíclicas. En su ponencia en EAFIT, Jorge Hernán Toro Córdoba, subgerente de Política Monetaria e Información Económica del Banco de la República, mezcló temas que, en mi opinión, muestran una confusión conceptual. Uno no puede comparar la crisis de 2008 con el choque que llegó después, en 2014, porque fueron episodios completamente diferentes. Durante la crisis financiera global, que duró un año en los países emergentes, por supuesto que todos reaccionaron de manera contracíclica: Chile, que siempre las aplica; México; Brasil; Perú. Eso se debió a lo corto y exógeno del episodio, pues era claro que no era culpa de los gobiernos, no habían cometido ningún error, fue algo que vino del norte. Ser contracíclico era la única respuesta posible, pero no se pueden sacar conclusiones comparando ambos episodios.
¿Le falta mucho a Colombia para poder implementar medidas contracíclicas?
Ya el ciclo dentro del ciclo es un avance, porque te puedes imaginar un escenario en el que no tienes un choque negativo por tres o cuatro años y la política fiscal sigue bien, aunque no en el mejor estado. Entonces, si no tienes un choque nuevo el Banco de la República puede decidir hacer política monetaria contracíclica. Creo que es un escenario factible, siempre y cuando, y en economía es muy difícil predecir, no haya un impacto petrolero dentro de dos años, por un conflicto bélico entre Estados Unidos e Irán, por ejemplo. Pero, dentro de un escenario normal, es perfectamente plausible que Colombia, en los próximos dos o tres años, y mientras la parte fiscal no se controle completamente, puede recurrir a una política contracíclica.