Quienes lo conocen hablan del amigo sincero. Quienes lo admiran, del maestro generoso y quienes lo leen, de un hombre en una búsqueda, la de la belleza o, tal vez, la de la palabra bien escogida. Lo anecdótico se funde con lo espiritual y no es la vida del gran héroe, sino la del hombre sin miedo a escarbar los pasillos de la palabra, la que nos desvela algunos episodios de la vida y obra de Elkin Restrepo Gallego.
Para salir del paso vamos a declarar lo básico sobre Elkin: que nació en Medellín, que lo que estudió fue Derecho y que en la Universidad de Antioquia fue donde comenzó una carrera que se ha nutrido desde hace más de cuarenta años y que en su episodio más reciente viene adornada con la leche y la miel del homenaje, justo y necesario dirían los que lo acompañaron a recibir el Premio León de Greiff al Mérito Literario, que le fue entregado por EAFIT, y la Alcaldía de Medellín, con el patrocinio del Grupo Empresarial Argos: Grupo Argos, Cementos Argos y Celsia, el 11 de septiembre de 2018, en su tercera edición.
El escritor
El recorrido de Elkin empezó con las imágenes. Entre los rollos de film encontró que había un mundo de expresiones y la pequeña villa de entonces se expandía a través del celuloide.
Son testigo de su interés los poemas de su libro Retrato de artistas, de 1983, una serie de poemas sobre personajes del cine y de la música, versos que son reflejo de una pasión por los fotogramas. De ahí, precisamente, un fragmento del poema Sharon Tate, dedicado a Carlos Gaviria:
“Ya no importa, ya no importa,
pero allí abajo, atrás de la línea de casas,
el mar se mueve como una cortina blanca
y en el peso de mis párpados,
hay un poco de ardor, de cielo azulado,
y un recuerdo desconocido
se lleva mi nombre muy adentro de mí”.
Para quienes escriben, la pregunta por el proceso creativo conlleva siempre una reflexión y el caso de Elkin Restrepo no es la excepción. “A veces las ideas llegan de repente; a veces obligan a un proceso interior, parecido a cuando se tiene una preocupación amorosa y se busca una salida”.
Es la escritura un ejercicio solitario. Así lo dijo en la ceremonia de entrega un sobrecogido Héctor Abad Faciolince. En la intimidad del cuarto, buscando las palabras precisas, es el escritor quien expone su soledad, quien convierte sus pasiones en palabras y sus miedos en poesía. Escribir es una actividad que se cultiva en la soledad, pero Elkin es un solitario acompañado. Sus amigos están en las letras y hablan de él con cariño y respeto, ganado a pulso en las tertulias de las que son partícipes. Entre risas, Lucía Donadío, amiga, editora del libro de relatos La orfandad de Telémaco y coeditora de Odradek, el cuento, comenta la calidez de Elkin, los entretenidos almuerzos y las jornadas de trabajo donde se integró al trabajo que estaban haciendo Claudia Ivonne y él. “Yo publiqué mi primer cuento en Odradek, y creo que muchos podemos contar esa historia. Ese es un rasgo muy bonito de él: apoyar y compartir con los nuevos escritores”.
Escribir es una actividad que se cultiva en la soledad, pero Elkin es un solitario acompañado. Sus amigos están en las letras y hablan de él con cariño y respeto, ganado a pulso en las tertulias de las que son partícipes.
El editor
Dice Claudia Ivonne Giraldo, jefa de la Editorial EAFIT y su amiga de tantos años, que “Elkin ha sido, no solo un gran poeta y un magnífico narrador de cuentos, sino también una persona que tiene una gran influencia en la cultura de la ciudad y el país, porque ha emprendido proyectos muy interesantes como las revistas Acuarimántima, Deshora y Odradek, el cuento”.
En Acuarimántima se encontraron los poetas, los propios, los de acá y fue allí donde un joven Víctor Gaviria, hoy reconocido por desgranar lo más profundo de nuestros miedos, miserias y bondades como ciudad, se inició en las lides de la poesía: “Yo no fui directamente su alumno, porque yo no estaba inscrito en literatura, pero sí un hermano mío y, a través de él y una amiga suya, yo le pasé unos poemas y me invitó a que los leyéramos en su casa. En la velada, sin pereza escuchó que yo le leyera los treinta poemas de ese primer libro. Fue entonces cuando me invitó a que hiciera parte del consejo de redacción de la revista. Él era quien la manejaba, el que lideraba. Tenía una pasión y una vocación enorme de editor para escoger los textos”.
Otra cosa que se le agradece al maestro es el apoyo a la carrera de una generación de escritoras que estaban creando y que en el ámbito local pasaban desapercibidas.
¿Cuál era la motivación detrás de ese proyecto? Dice el poeta, en la edición que recoge todos los volúmenes de la revista y que fue publicada por EAFIT, que buscaban continuar la tradición a pesar de agitar las banderas de la vanguardia. “Tú no puedes llegar desconociendo el pasado, una tradición, pero también sabes que si inicias un diálogo con dicho pasado, es fundamental ponerlo en cuestión, contradecirlo, ojalá de manera radical como lo establecen las vanguardias o el simple paso del tiempo. Cuestión de buena salud”.
Los tiempos que corrían se prestaban para eso, como recuerda Iván Hernández, editor de Frailejón y compañero de esas épocas de docencia. La universidad era un caldo de cultivo para las manifestaciones artísticas, cargadas de un espíritu político. La expresión comprometida con la lucha era casi que una obligatoriedad en aquel entonces, pero Elkin, que gozaba de prestigio entre los estudiantes, optó por centrar su actividad en el espíritu, en su quehacer poético. No se trataba solo de cambiar el mundo, sino que se planteó la búsqueda del interior, el cultivo del individuo y les dio la posibilidad a otros de también plantear sus propias búsquedas. Les abrió los ojos a muchos otros y les mostró el camino a muchos que después serían voces reconocidas en el medio cultural.
Otra cosa que se le agradece al maestro es el apoyo a la carrera de una generación de escritoras que estaban creando y que en el ámbito local pasaban desapercibidas. “Hace 20 años, cuando me publicó mis primeros cuentos, y me recibió en la Revista Universidad de Antioquia para escribir Minúsculas, era muy difícil, era otro país, a una Feria del libro no venían mujeres, no les importaban, eran ellos con ellos, diez señores conversando y no les importaba que no hubiera una mujer, y descalificaban la obra que muchas teníamos. Nos ninguneaban. Elkin vio eso y se interesó en nuestra obra, y lo que nos hemos ganado, un espacio para publicar, la confianza en nosotras, el grupo de amigas que se juntó alrededor suyo, sacamos una colección que se llamó Madremonte. Encontramos 35 mujeres en Medellín que estábamos escribiendo juiciosas. Elkin se interesó, te leía y te llamaba a comentarlo. Se comportó con nosotras como un amigo, un lector y un maestro”, cuenta Claudia Ivonne.
Otro escritor que habla con agradecimiento y admiración es Ignacio Piedrahíta, quien publicó sus primeros escritos en la sección de Minúsculas, en la Revista Universidad de Antioquia. la historia que él cuenta la comparte con otros de su generación. Ahí en esas páginas se iniciaron muchos como Pascual Gaviria, que consideraban la revista una escuela. Tal vez, la más importante. La que les dio la oportunidad de encontrar su voz, el tono, sus temáticas y sus preocupaciones. Ignacio recuerda que se hacían dos reuniones, la primera era para ofrecer los temas, cada cual presentaba el asunto que quería y lo ponía a consideración del maestro y los otros compañeros para medir el interés. La segunda era la de escrito finalizado. “Elkin es una persona en la que el cuidado por el lenguaje es lo más importante: elegancia, estética, cuidado. Hay que pasar más de una vez por el texto, reescribir muchas veces. Un homenaje al lenguaje, eso siempre nos lo inculcó de manera directa e indirecta con sus propios textos, en los cuales destaca el cuidado por el lenguaje, la frase reposada, la palabra bien escogida”, rememora sobre esos años y sobre la influencia de Restrepo en su propio trabajo.
Una de las caras de la publicación era precisamente esa, la de ser territorio seguro para que se cultivaran las nuevas voces, que “la Revista cumpliera, no solo el papel de difundir el conocimiento, sino también de propiciarlo y ofrecer un espacio a quienes en la ciencia y el arte tuvieran algo que decir”, apuntala el poeta.
De Absorto escuchando el cercano canto de las sirenas, publicado en 1985, viene este poema bello y sentido que Héctor Abad Faciolince leyó en la ceremonia de entrega del premio:
“No conviene volver una y otra vez sobre
lo mismo.
No conviene que te encierres en tu sordo,
desgastado canto
y, otra vez, derrotándote, hagas de ti tu
propio enemigo.
No conviene que cargues al corazón
con el peso de tus soledades y tus vacíos,
ni conviene que el dolor y la sombra te hechicen.
No conviene que tu pena sea más joven
que tu esperanza,
ni conviene tampoco que tus palabras
valgan más que tu silencio”.
El dibujante
Importante es señalar, y cuan incompleto estaría este texto si lo obviara, el gran sentido estético y la sensibilidad por la plástica y el dibujo que tiene Elkin. No son solo sus cualidades como dibujante, la muestra es su cuenta de Instagram en la que se pasean escritores como Alphonse Daudet y Henry Miller, y músicos como James Brown o Miles Davis o las ilustraciones que iluminan los relatos de 5 cuentos inocentes (2016). Está también la rigurosidad con la que se diseñan las publicaciones que ha editado. Janeth Posada, quien fue su asistente en la revista de la universidad y la editora del libro antes mencionado, dice que ha encontrado en el dibujo otra forma de comunicarse y de asumir la literatura. Y señala que es un hombre que “busca la belleza en todo, que le gusta el disfrute de lo bello. Las mujeres hermosas hacen parte de su narrativa”.
“En Odradek, para la carátula, siempre tuvo buenas propuestas o tenía buenos diseñadores, entre ellos, muchos jóvenes que hacían propuestas muy modernas. Ese es otro rasgo, en lo artístico no se aferra a lo clásico, sino que se abre a lo experimental”, ajusta Lucía.
Además, Janeth reconoce en la generación de Elkin, la llamada Generación sin nombre, de la que también hicieron parte Juan Gustavo Cobo Borda, Giovanny Quessep y Darío Jaramillo, una precursora de las editoriales independientes, de movimientos conectados. De esa camada de escritores salieron los grupos literarios que hicieron talleres de escritura y publicaciones para que los nuevos tuvieran la posibilidad de publicar sus textos.
El espacio se acaba, pero todavía hay tanto por decir de Elkin, porque el de hoy es una suma de todos los que son: el poeta, el gestor, el editor, el dibujante, el hombre que como él mismo señala: “Piensa en lo que cada día trae y significa. La vida es milagro”.
¿Por qué para Elkin?
Elkin Restrepo es el primer poeta colombiano en hacerse merecedor de este reconocimiento. Antes de él, en 2016, este fue entregado al poeta venezolano Juan Calzadilla, ya que el Premio León de Greiff está reservado, en los años pares, a quienes crean en el terreno de la poesía. Al año siguiente, la ganadora fue la argentina Luisa Valenzuela, narradora y periodista. Ella es, hasta ahora, la única reconocida en los años impares, reservados a exaltar la narrativa.
En esta ocasión, el jurado, conformado por Fabio Morábito, Ramón Cote Baraibar, Catalina González Restrepo y Giovanni Quessep resaltó el gran valor de la obra poética de Restrepo, compuesta por 12 publicaciones, y complementada por siete libros de cuentos y un puñado de antologías, todos estos confeccionados a partir de una búsqueda incansable por la belleza.
Precisamente, en su acta, “el jurado reconoce el gran valor de la obra de Elkin Restrepo a lo largo de más de 10 libros de poemas donde trata diversos temas siempre con precisión, originalidad y economía. La extrañeza de vivir, La desolación del recuerdo, La celebración del instante, La exaltación de la naturaleza, entre otros, conforman una obra que es parte esencial de la poesía colombiana. Nacido en 1942, pertenece a una generación que incorporó a nuestra tradición manifestaciones como el bolero, el rock, las baladas, el cine o las referencias literarias, así como la poesía norteamericana. Él supo unir estos elementos con una visión particular”.
Pero ¿qué tiene que decir Elkin a la entrega de este reconocimiento. Que lo responda el poeta: “En dos o tres ocasiones vi de lejos a de Greiff, salvo la última acá en Medellín donde, acompañándolo sin mediar palabra en la puerta del hotel Normandía, esperábamos que su amigo y especialista de su obra, Miguel Escobar, lo recogiera en un taxi para llevarlo a un homenaje que le hacían en alguna parte. La emoción me ató la lengua, pero pude darme cuenta de que no era tan gruñón como parecía y que andaba a varios pies por encima del asunto humano como cualquier animal mitológico. Para mí León de Greiff es el más grande poeta de la lengua castellana en todos los tiempos y lugares. Así que puede deducirse lo que este premio con su nombre significa para mí”.