Mónica María Vásquez Arroyave
Colaboradora
El arte la encontró desde muy joven. Tal vez, desde niña, ya escuchaba su belleza en el canto de las aves o en el batir de las hojas de algún árbol, o lo veía emerger en las figuras de madera a las que su abuelo daba forma, sentado en su biblioteca.
Como un compañero inseparable, que toca a la puerta para quedarse, o como la certeza de un sueño de juventud, sobre lo que se visualiza en el futuro, la artista plástica Patricia Rodríguez lo empezó a palpar con sus manos a los 17 años, en las clases de cerámica que recibía en el colegio, con Roxana Mejía Vallejo, una de las ceramistas más importantes de ese momento, o a apreciarlo en la pintura.
“La madera y las aves son dos cosas pertenecientes a la naturaleza y afines, porque los pájaros siempre se posan en los árboles”, Patricia Rodríguez, artista plástica.
“Luego de terminar el bachillerato viajé a Londres, durante un año, e hice un curso de artes, y mientras más escuchaba sobre arte más me gustaba. Entonces, de regreso al país, empecé mis estudios en la Universidad Nacional, solo durante dos años y tres meses, debido a un paro que duró desde abril de 1976 hasta el año siguiente”, explica Patricia Rodríguez, artista plástica.
Su sensibilidad siguió su curso en el taller de arte de Samuel Vásquez, donde aprendía pintura y dibujo, con la duda sobre lo que quería hacer –en medio de una pausa por su matrimonio y el nacimiento de su primera hija– y, cerca de tres años después, la sorprendió de nuevo mediante la fascinación con las figuras elaboradas por los talladores canadienses, quienes, dice ella, engañaban la especie natural con un señuelo, hasta convertirse en piezas fantásticas, que hoy reposan en museos.
“Pensé que Colombia es un país riquísimo en aves y que me encantaba la talla, pero no encontré quién me diera clases, entonces inicié sola. Casualmente, mi abuelo tallaba como hobby, pero lo hacía muy bien. Seguramente de ahí me vino la herencia y las ganas de trabajar, porque tuve la suerte de verlo tallar, por lo menos hasta mis 10 años, cuando él murió”, recuerda la artista.
A los 22 años, sin tener ninguna pretensión sobre su cerámica ni experiencia alguna, pudo plasmar una primera obra en la ciudad, que consistió en 200 placas de cerámica, con figuras de animales en relieve, avivadas por esmaltes de colores –como apoyo a una amiga de la universidad, quien fue invitada para realizar dicha labor en la Urbanización Bosques de La Aguacatala–.
“Soy una enamorada de las aves, por su riqueza y, además, amo la naturaleza”, Patricia Rodríguez, artista plástica.
Entre 1979 y 1982 empezó a investigar sobre cómo tallar, aunque la describe como una época en la que no había herramientas de calidad ni la información de internet que abunda ahora. Por eso, la indagación fue poca, Y tuvo que conseguir las herramientas por fuera del país. Aun así, prosiguió con su desafío de trabajar de manera autodidacta, sin ni siquiera saber manejar un cincel, con la mirada puesta en no cambiar nunca el estudio de las aves, ni explorar otro material diferente a la madera.
Así empezó su inclinación por dar vida a la madera, y el reconocimiento a la belleza de su forma de tallar no se hizo esperar: la artista Dora Ramírez le pidió hacer una obra para el Metro de Medellín –que hoy está instalada en la Estación Universidad– en un momento en el que nunca había hecho una exposición, por lo que la sobrecogió el miedo de ser incapaz.
Y aunque al mirar la obra piensa que no es la que hubiera querido para el Metro, esa fue la entrada a otras exposiciones, de entidades como la Cámara de Comercio de Medellín, con una exhibición de pájaros y unos cuadros en relieve, de maderas preciosas, casi todas antiguas; la Cámara de Comercio de Bogotá, donde hizo una muestra privada con 11 cuadros en relieve, figurativos. Además de ser elegida por María Teresa Cano, entre muchos artistas antioqueños, para hacer parte de una instalación.
A su trayectoria se suman una muestra colectiva al lado de grandes escultores como Édgar Negret o Alejandro Obregón, y otra individual, ambas en Bogotá, con Julia Merizalde. “En 2011 me llamó Adolfo Naranjo porque quería visitar mi obra, e hice una exposición que, tal vez, es la más grande de mi vida”, plantea Rodríguez.
Fue así como empezó a recoger troncos caídos de árboles con 200, 300 y 400 años de historia, de fincas de Montería, Ayapel y Medellín, con la idea de levantarlos para que volaran, a partir de unas piezas semiabstractas, donde solo la parte de la cabeza era un poco figurativa.
“En la exposición anterior quise levantar esos troncos que todo el mundo cree que se murieron para hacerlos volar”, Patricia Rodríguez, artista plástica.
En ese recorrido también creó una obra con cuatro piezas de marfil, una madera colombiana, muy escasa, e hizo otras de ébano, matarratón, cedro caobo y muchas más, a partir de una investigación más rigurosa y el acercamiento a la poética, pues ese estudio acerca del misterio de la madera estuvo respaldado con un texto del poeta Juan Manuel Roca.
“Cada una narraba algo. Contaba las historias fantásticas del comino crespo, las del parasiempre, o las del encenillo, una madera con misterios encerrados por indígenas, recogida por un amigo, que estaba convertida en las vigas de una iglesia con 300 años, y ya había sido curada de comejenes, pero tenía huellas de algunos animales que se la comieron, algo más bonito todavía”, comenta Patricia.
La poética de las aves
La concepción del arte en Patricia Rodríguez se expresa más allá de dibujar, forjar la madera y darles color a las piezas, en este caso figurativas. Crear, para ella, es el resultado de una búsqueda en la que logra investigar la teoría para hallar el alma y el misterio de las aves, y plasmarlos, como si se tratara de un poema que, aunque sin palabras, revela la belleza, la vida y los matices, y donde también narra una historia, desde la madera.
Desarrollar las más de 100 figuras exhibidas en la exposición Del vuelo a la poesía: las aves y su poética, en el Centro de Artes de la Biblioteca Luis Echavarría Villegas de EAFIT fue el resultado de un estudio que duró cinco años, aunque con algunas interrupciones por asuntos personales, para buscar ese poema de las aves, a partir de una indagación sobre la riqueza de estas especies en el mundo, de las que eligió forjar las más extraordinarias.
“La obra tuvo un trabajo muy demorado porque buscaba que fueran muy figurativas para poder mostrar su verdadera belleza e historia”, apunta la maestra sobre el proceso creativo, que implicó estudiar las características y el comportamiento especial de las aves porque, aunque se dijo que no tenían inteligencia, sostiene que hoy los científicos la reconocen, de modo que su conducta no es solo instintiva, sino racional.
“Lo más significativo en cuanto al valor de la obra y el trabajo de esta artista es su investigación juiciosa y extensa”, Sol Astrid Giraldo Escobar, curadora de la exposición.
Luego de obtener la imagen del ave, de muchos de los libros que ha comprado, como Birds of Paradise: Revealing the World’s Most Extraordinary Birds, de Tim Laman y Edwin Scholes, o de internet, la dibuja a escala en varias posiciones y le toma fotos para entregar al carpintero, quien coge el tronco y, basado en un boceto hecho por encima y el frente de la pieza, saca una forma muy cuadrada, con una máquina, que Rodríguez empieza a tallar.
“Yo miro mucho la fotografía desde varias partes, y no busco que quede figurativo, puramente, como una porcelana, pero sí que se parezca mucho a la realidad, con un toque muy mío, muy personal, donde juega un papel muy importante el trabajo de Víctor Petro, un carpintero que vive en Buenavista (Córdoba)”, refiere Rodríguez.
A él lo eligió porque no le entregaba la pieza tiesa, sin vida, sino que, aun haciéndola muy cuadrada, le vio mucho arte, posibilidad y capacidad de corte. Unas veces ella le mandaba a Petro un pájaro, delgado, y él se lo hacía gordo y le devolvía una pieza muy ancha, pero ella, lejos de rechazarlo, admiraba su belleza y sello personal, sin dejar de parecerse a la especie.
Ese toque del que habla tiene que ver, en sus palabras, con la forma que posee cada artista para sacar algo de sí, no solo en la parte artística y personal sino en la técnica. Por eso realiza la talla de manera diferente al común de la gente, pues utiliza muy poco la gubia y el cincel, para lograr una pieza menos brusca, más lijada y delicada, lo que se explica por el hecho de no haber tenido escuela, sino un aprendizaje innato, muy personal.
Para ella, si hay algo que tiene misterio en el mundo son las aves del paraíso de Nueva Guinea, con sus bailes, cantos, formas de vida, plumajes y comportamientos extraordinarios. Allí fue su inicio y, luego de investigarlos, llegó hasta África, de manera virtual; descubrió unos pocos de Asia y Europa, y regresó a América, para buscar otros secretos de aves nativas.
“El color tiene su misterio y una explicación. Los grandes estudiosos dicen que el blanco simboliza la pureza y la ternura, y tallé un ave blanca que es tierna, pura y limpia; la guacamaya azul rey del amazonas tiene el mismo tono del lapislázuli, y es un color que representa la amistad, el razonamiento e inspira tranquilidad y calma, y esta es una de las aves más amistosas, la que, frente al peligro inminente, empieza a alertar a sus compañeras, da unos giros en la parte inferior de su cuerpo y luego se sube al árbol y se queda estática, pensativa, como razonando”, manifiesta la artista.
Y, de la misma forma, en la madera también ha encontrado secretos igual de interesantes, al ir formando con ella huellas de colores distintos, que dan cuenta de sus años, su pasado o el origen de sus vetas, con fenómenos internos de formaciones y colores y, por eso, prefiere las maderas que crecen con historia.
“Cuando se quita la albura o primera capa de la madera, en su duramen o parte interna se encuentra su preciosidad, a través de muchas vetas que para mí son un cuento. Yo me imagino que en un instante cayó un rayo y que, posiblemente, hubo una lluvia o una lava. Todos esos fenómenos, y los recogidos por sus raíces, los ha reflejado y, aunque la corten, sigue viviendo, se encoge o estira con el clima, y ahí hay un misterio increíble que sería maravilloso descubrir”, menciona.
Todos esos enigmas, además de su universo interior, fueron develados en EAFIT, en una exposición que, en su concepto, es una decisión bastante atrevida, porque significa mostrar algo personal, sujeto a todas las críticas.
Posados en cables de energía, la artista logró, según Juan Antonio Agudelo Vásquez, coordinador de Extensión Cultural de EAFIT, hacer un montaje que expresa la vida de los pájaros en la ciudad, sacarlos de su hábitat natural y ponerlos en el contexto ciudadano, cargado de toda la invasión de su territorio por parte del ser humano.
Así mismo, Sol Astrid Giraldo Escobar, curadora, considera que fue muy interesante el manejo de la instalación en la exposición, al tener esa concepción espacial de ubicar los pájaros en cables, en lugar de unos estantes, lo que le da un sentido diferente a la obra.
“La artista quiso plasmar, de forma escultórica, la relación de los pájaros, y una visión un poco crítica de la urbanización del planeta y de cómo estos tienen que enfrentarse a la vida urbana. En esa exposición se reflejó todo el colorido, la variedad y la belleza de los pájaros, con un sello personal, contextualizado a partir de la inspiración literaria de la poesía, y una reflexión propia sobre el significado y la metáfora de las aves”, anota Juan Antonio.
Allí, Rodríguez mostró lo que exploró desde hace tiempo: el poema de las aves, en una búsqueda que estuvo complementada por la poeta colombiana Lucía Estrada, quien conoció su obra y le propuso cinco poemas de escritores de diferentes latitudes, que le otorgaron a la exposición un sentido aún más literario y artístico.
De la madera al papel
Aunque Patricia Rodríguez anuncia que no ha terminado de encontrar todos los misterios de las aves, porque sería imposible en cerca de 10.000 especies existentes en el mundo, su interés es seguir esa búsqueda para escribir un libro, en el que dé cuenta del rumbo con el que ha dirigido su trabajo, durante 38 años.
“La idea es escoger muchas de las especies que puse en la exposición y otras más que sigo estudiando, contar una pequeña historia y mostrar, de manera educativa y ecológica, esos secretos que he encontrado, tratando de descubrir el alma de las aves, y sobre los que todavía sigo en incógnita, porque no sabemos por qué, siendo de una misma clase, hacen cosas tan diferentes.
¿Le gustó la exposición?
“Me pareció muy interesante la variedad de aves, y el hecho de que no solo expusieron las especies sino un glosario de estas, lo que permitió identificarlas e hizo que fuera muy didáctica”, Freed Eduardo Ortega Cabral, estudiante mexicano de intercambio y visitante de la exposición.
“Es una exposición muy bonita y educativa. La artista se enfocó mucho en detalles que no se pueden apreciar en el ave, a distancia, como los colores. Me impresiona la manera en la que los talló y la paciencia para hacer los relieves de las plumas, y eso es arte”, Millie Díaz Benítez, estudiante mexicana de intercambio y visitante de la exposición.