En enero y febrero del año en curso, la cultura nacional despidió a Rocío Vélez de Piedrahita y a Martha Cecilia Vélez Saldarriaga, dos cronistas que se adentraron al mundo de las mujeres colombianas. Rocío, una mujer dedicada al oficio de la escritura desde sus 25 años —cuando incursionó como columnista—, era también pianista y gran conocedora de la música clásica. Por su parte, Martha dedicó su vida académica a construir acercamientos
jungianos a la constitución colonial de las mujeres y de los hombres dentro de estructuras patriarcales. Ambas, desde la literatura y la psicología, entregaron una visión compleja y crítica acerca de lo femenino en el país. Pero también, estas dos mujeres comparten el gesto del viaje a través de la escritura, un movimiento que no se detendrá debido a su muerte. Este texto aborda una lectura a sus obras como crónicas sobre los actos de alzamiento de las mujeres en una sociedad patriarcal y con marcadas brechas de género como la colombiana.
Rocío dedicó su vida al ejercicio de la escritura. Su recuerdo aún llega junto con el sonido de una máquina de escribir que llenaba su casa y las páginas en blanco con historias sobre las mujeres. A Martha se le recordará escribiendo no solo sobre el papel, sino a través de su activismo en las calles y la academia como feminista.
En uno de sus textos para la revista Brujas, las mujeres escriben, Martha concibe el feminismo como un movimiento político que analiza las relaciones por medio de las cuales un grupo de personas controla a otro grupo; de manera específica, las relaciones de opresión que los hombres ejercen sobre las mujeres debido a la superioridad física, fuerza física y naturaleza, que la sociedad presupone desde su nacimiento. Para ella, el feminismo desenmascara los mecanismos bajo los cuales un sexo —los hombres— se postula superior a otro —las mujeres— a través de la vigilancia y el control de sus actos y temas personales e íntimos como su placer, la reproducción, las formas como ama, se expresa, viste y toma decisiones sobre su formación académica y vida laboral, dar fin a una relación sentimental o constituir o no una familia.
Para Martha, a las mujeres se les confina a la esfera de lo íntimo como el hogar y a ejercer oficios relacionados socialmente con el cuidado como la enfermería y la docencia solo en la educación básica, media y superior (en la posgraduada aún son pocas las mujeres), mientras que a los hombres se les ubica en espacios públicos como docentes asociados en las universidades, la construcción, el ejército, gerencias de empresas, y espacios de gobierno locales y nacionales.
La obra de Rocío Vélez de Piedrahita se desplaza hacia el conocimiento de la vida de las mujeres. Si bien la autora no se autodefinió como feminista, en sus textos late una preocupación por lo femenino.
En la obra de Rocío se encuentra una voz que se acerca a las problemáticas que implican las relaciones de género mediante el humor y la ironía como lo hace en El hombre, la mujer y la vaca (un cuento desagradable) (1960) donde un hombre está más interesado en el parto de su vaca Holstein que en el de su esposa; al animal, nombrado como Amapola, le proporciona todas sus consideraciones, mientras a la mujer, de quien no se conoce su nombre, le niega algún tipo de cuidado. En su novela La tercera generación. Episodios de la vida de una mujer sin vida (1963) aborda cómo algunas madres eligen el futuro de sus hijas, anteponiendo sus imaginarios sobre las dos únicas aspiraciones que debía tener ¿o aún tienen? las mujeres colombianas: casarse con un hombre millonario o ser una monja (o una soltera que se queda en casa de su padre y madre).
Martha y Rocío eligieron habitarse mediante la palabra, forma de vida que las encuentra con los motivos por los cuales las mujeres en América Latina comenzaron a escribir. Investigadoras como Carmiña Navia Venasco recuerdan que las escritoras de este lado del mundo comenzaron a narrar sus viajes en tertulias literarias, por lo que el viaje constituye ese primer impulso para conocer el mundo; luego, estas narraciones se hicieron letras a través de la escritura de diarios, los cuales son las crónicas de un viaje, pero al interior de ellas mismas o una vuelta por mi propia cárcel como se titula uno de los libros de Marguerite Yourcenar sobre sus viajes alrededor del mundo.
La creación literaria constituye una aventura que emprende una viajera con la intencionalidad de comprender esas culturas y parajes que nos son ajenos. La obra de Rocío Vélez de Piedrahita se desplaza hacia el conocimiento de la vida de las mujeres. Si bien la autora no se autodefinió como feminista, en sus textos late una preocupación por lo femenino en clave socioeconómica y de género. Este interés no sucede bajo preceptos esencialistas que reafirman en las mujeres ciertos valores como bella, débil, hacendosa y silenciosa, sino desde una estética del reconocimiento de las problemáticas de las mujeres del común, de las que se encuentran todos los días en las casas, trabajos y calles, enfocando su interés en aquellas, sean ricas pobres, que ocupan posiciones subalternas respecto al poder que agencian los hombres.
Martha Cecilia Vélez Saldarriaga concibió el feminismo como una práctica del alma que devela la forma como el patriarcado se ha introducido en las maneras de habitar el mundo.
La escritura como una práctica del alma
Martha Cecilia Vélez Saldarriaga concibió el feminismo como una práctica del alma que devela la forma como el patriarcado se ha introducido en las maneras de habitar el mundo, ubicando a las mujeres como su gran soporte. En La cisterna (1971), Rocío muestra una imagen común en las familias colombianas: la de la tía que por ser la mayor o la menor debe quedarse en casa asumiendo el cuidado de su madre y padre. Por ser la hija menor, Celina es obligada a encarnar el rol de la hija-cuidadora o soltera obligada a no salir de su casa. Esta situación hace que se sienta una pequeña mujer buena en el día mientras cuida y escribe, y en la noche como una presa de sus pesadillas y fantasmas. La escritura para Celina es su propia casa, el lugar en donde ella puede describir cómo su vida se volvió una prisión al cuidar de su familia y no de sí misma persiguiendo sus aspiraciones.
Aunque Celina, el personaje de La cisterna, muere en su delirio, la escritura le permitió un nivel de conciencia acerca de la cárcel que su familia le hizo. Este nivel de conciencia se encuentra en las obras de ambas autoras, especialmente, en el de Martha Cecilia Vélez Saldarriaga, quien describe desde una perspectiva psicoanalítica, los motivos que originan las cárceles en las cuales el patriarcado pretende ubicar a las mujeres. Al hacerlo, Martha advierte que salir de estas cárceles implica un nivel de conciencia doloroso para las mujeres en tanto se encuentran con el monstruo. Es, algo así, como ponerse una cita con lo que Clarissa Pinkola Estés en Mujeres que corren con lobos, nombra como el depredador de la psique. Este monstruo habita en cada mujer, como una pulsión que se activa desde sus cautiverios y que se alimenta de sus sueños e impulsos para proporcionarnos felicidad.
Ver al monstruo, como lo afirma Martha, desbloquea zonas que no se conocían de ellas mismas. Estos lugares son creativos, proporcionan agencia y capacidad para sacar provecho de lo que Josefina Ludmer denominó como las tretas del débil, analizadas por Martha desde su labor investigativa desde la corriente psicoanalítica junguiana y representadas en Celina, el personaje de La cisterna, de Rocío.
La revista Brujas, las mujeres escriben es, tal vez, la primera ¿y única? revista feminista editada en Medellín entre 1983 y 1987.
El trabajo de Ludmer, crítica literaria feminista, centra su mirada en un análisis discursivo del silencio, definiéndolo más allá de los lugares comunes, como el simple acto de callar; para ella, el silencio puede constituirse como agencia del lado del sujeto nombrado como subalterno. Así, señala que el sujeto débil no está autorizado para hablar, no tiene —de manera evidente— el poder de significar. No obstante, a nivel discursivo, tanto el débil como el fuerte, tienen poder a partir de diferentes estrategias. Ambos, al ser sujetos del lenguaje, tienen capacidades diversas para apropiarse del significado. Mientras que el sujeto fuerte las ejecuta con un mayor peligro de ser silenciado y castigado, el sujeto subalterno sabe mucho del callar, del no saber qué decir y del negar lo que sabe frente al amo que demanda obediencia y silencio. Para Ludmer, las tretas del débil se vinculan especialmente con el acto del saber negado, del callar estratégico y del jugar a no decir lo que se sabe.
De lo que se trata es de que el “amo” no descubra que el subalterno sabe, puede y quiere. Es así como un “no” juega un papel central: “No saber sobre el decir”, y “decir sobre el no saber” se convierten en dos acciones que dan lugar al saber del otro. Pueden agruparse en dos tipos: La primera treta, “No saber sobre el decir”, separa el saber del decir y reconoce quién es el encargado de dar la palabra, la persona que sabe y conoce; por ejemplo, cuando alguien dice que no sabe nada ante una autoridad que le pregunta por un suceso que conoce, lo hace para no ser maltratado. La segunda treta, “Decir sobre el no saber”, es la de quien reconociendo muy bien el lugar desde donde puede hablar, consigue hacerlo a partir de diferentes estrategias, una de estas, la escritura que emprende Celina en su cuarto todas las noches.
La revista Brujas, las mujeres escriben es, tal vez, la primera ¿y única? revista feminista editada en Medellín entre 1983 y 1987; su grupo de trabajo estuvo conformado por Flora María Uribe Pacheco, Margarita María Arbeláez Mesa, Mónica Schnitter Castellanos, María Cecilia Trujillo Pérez y Martha Cecilia Vélez Saldarriaga. Allí, se publicaron artículos cuya intención era difundir temas y reflexiones feministas, así como arte y literatura.
En el número 4 de 1984, cuya portada fue la pintura Maternidad, de Débora Arango, Martha publicó el artículo De cuando a la pregunta por la mujer se le denominó Histeria, en donde menciona que cuando una mujer es consciente de su infelicidad y de los roles de género que la sociedad patriarcal le prescribe como madre, esposa y silencio, y comienza a buscar su felicidad, es nombrada como histérica, como la que quiere disfrazarse de padre, como aquella cuyo “deseo de tener un pene”, toma la palabra de mujer. Aparece, entonces, la necesidad del discurso regulador de nombrar a estos impulsos de agencia como patologías, como histeria.
En este sentido, la cita con el monstruo, para Martha, es también una estrategia decolonial. La decolonialidad reconstituye a los sujetos los saberes que les fueron negados como propios. El sujeto de la decolonialidad tiene un cuerpo que habla no solo como mujer que se considera blanca y como mestiza, como mujer que ama a otras mujeres, como mujer pobre encerrada en la cárcel por no tener dinero para pagar su defensa, como mujer rica golpeada por su pareja sentimental o como mujer académica interesada en que otras mujeres construyan con ella conocimiento y sean visibilizadas como sujetos de saber.
Para Martha, encontrarse con este monstruo, constituye un momento de regocijo en tanto también se ubican esos lugares que no pudieron ser colonizados, esos espacios que generalmente son los relacionados con la creación, marginales, ocultos y secretos. Para ella, no fueron absolutamente colonizadas. Para Rocío, este encuentro es posible a través de la creación literaria, pues quien escribe, además de contar historias, cuenta experiencias y registra reflexiones sobre cómo las mujeres llegan a ser lo que son en contextos permeados por relaciones de poder que son desiguales y agrestes con las mujeres por el solo hecho de serlo.