El pasado primero de enero falleció en Medellín la profesora María Teresa Uribe de Hincapié. Rápidamente la prensa local y nacional reseñó la noticia con entradas emotivas y expresivas que decían: “Murió la gran dama de la ciencias sociales y humanas”, “Murió el emblema de la academia antioqueña”. Estoy segura de que María Teresa no se habría sentido muy cómoda con estas etiquetas. Quienes tuvimos el privilegio de conocerla, sabemos que ella representaba a esa clase especial de intelectual que, a pesar de tener una fuerte proyección pública, cultiva el lenguaje sencillo, mantiene la comunicación horizontal y atesora la humildad. Lo cierto es que esos reconocimientos son una respuesta muy justificada ante la desaparición de una figura intelectual que, aunque desarrolló su obra por fuera de los centros hegemónicos de producción académica del país, marcó el rumbo de los estudios politológicos en las últimas décadas.
María Teresa Uribe nació en Pereira (Colombia), el 9 de febrero de 1940. Obtuvo su grado de Sociología en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y realizó una maestría en Planeación Urbana en la Universidad Nacional de Colombia. En el año 2015, la Universidad de Antioquia le otorgó el doctorado en Honoris Causa en Ciencias Sociales y Humanas. Su trabajo docente e investigativo se desarrolló en esa universidad durante más de tres décadas. Además de su dedicación a la enseñanza universitaria, fue columnista de El Colombiano, asesora de la Consejería Presidencial para Medellín, miembro de las mesas de concertación durante el proceso de paz con el Movimiento 19 de Abril (M-19) e integrante de la comisión asesora para la reforma constitucional a finales de la década de los ochenta. En el año 2007 hizo parte de Grupo Nacional de Memoria Histórica. Recibió múltiples reconocimientos a su labor intelectual: Distinción Orden al Mérito Universitario Francisco Antonio Zea; Premio a la Investigación Universidad de Antioquia; Antioqueña de Oro en el campo de la investigación y Ciudadana Ejemplar de Medellín.
El temperamento y la personalidad intelectual de María Teresa Uribe, junto con la dimensión práctica que le imprimió a todos sus trabajos, muestran el espíritu crítico y el carácter independiente de sus juicios, pero, sobre todo, ponen en evidencia el ímpetu de una maestra que, como señalaba Jesús Martín Barbero, en un liber amicorum dedicado a María Teresa en el año 2009, “nos aterriza políticamente desafiándonos a mirar de frente la esquizofrenia de buena parte del pensamiento social colombiano”, sin ligar sus análisis a una teoría específica o a una doctrina comprensiva del mundo, sea esta ideológica, religiosa, racionalista, secular o política.
El perfil intelectual de María Teresa Uribe solo puede comprenderse si se considera su obra como un constante tejer y destejer del pensamiento político colombiano y si se acepta que en los diversos fragmentos que dan forma a su numerosa producción académica, se entrecruzan posiciones e interpretaciones que cambian y se modifican necesariamente.
Socióloga, politóloga e historiadora son algunas de las disciplinas con las cuales se suele identificar a una pensadora inclasificable, que no siguió las huellas trazadas por las comunidades académicas de su tiempo, ni se dejó atrapar en capillas y ortodoxias académicas.
Su gran originalidad reside en que ella puede ser leída, a la vez, como intérprete, como interlocutora y como pensadora. Como intérprete, consiguió explicar el caso colombiano, utilizando categorías importadas de otros contextos disciplinares y de autores provenientes de variadas escuelas y tradiciones. En sus textos están presentes las huellas de autores tan diversos como Thomas Hobbes, Max Weber, Antonio Gramsci, Nicos Poulantzas, Otto Bauer, Hannah Arendt, Michel Foucault, Tzvetan Todorov, Paul Ricœur, Charles Tilly y Benedict Anderson, entre otros.
Como interlocutora, María Teresa construyó su obra en diálogo permanente con otros investigadores sociales que, como ella, se han dedicado a pensar y analizar el proceso de construcción del Estado-nación colombiano. El intercambio y debate permanente con Daniel Pécaut, Fernán González, Gonzalo Sánchez, Luis Javier Ortiz, Iván Orozco Abad y Francisco Gutiérrez Sanín, entre otros, le permitió mostrar que en Colombia los referentes de identidad colectiva se han tejido en torno al eje de la guerra y la violencia, y que las confrontaciones civiles del siglo XIX contribuyeron, para bien o para mal, a darle forma a lo que hoy se tiene como Estado-nación. Finalmente, como pensadora, ella ofreció categorías analíticas propias para el estudio de los fenómenos políticos y sociales en Colombia. Es el caso de las categorías soberanías en vilo, órdenes políticos alternativos, territorialidades y macroregiones bélicas, ciudadanías mestizas y la filigrana de la paz. Estas categorías le dieron forma a su reflexión sobre el largo y difícil proceso de construcción de la nación colombiana, y le permitieron mostrar que la nación sin ciudadanía y sin soberanía se convierte en una “ficción vacía” que no puede representar a las comunidades nacionales.
Tanto por temperamento como por convicción, María Teresa Uribe fue reacia a los enfoques hiperespecializados. Su propuesta analítica se ubica en una frontera interdisciplinar en donde se conjuga la perspectiva histórica con acercamientos provenientes de la sociología, la filosofía, la ciencia política, la hermenéutica y la narrativa. Se trata de una propuesta intelectual que señala, de manera inequívoca, que las grandes verdades son susceptibles de adaptarse y readaptarse, de transformarse y contarse de distintas maneras; que a la historia le pasa algo cuando, al abandonar el lugar seguro de los acontecimientos, las tramas cronológicas y las cadenas causales, se aviene con los discursos y los relatos; que la sociología se transforma cuando, además de estudiar las estructuras, los tipos ideales y los sistemas, se pregunta por las culturas, los símbolos, los mitos y las creencias; y que la filosofía y la ciencia política se vuelven menos esquemáticas y rígidas cuando pasan de los lenguajes normativos y racionalistas a preguntarse por las pasiones, los sentimientos y las emociones.
Su producción académica es, como ella misma lo declaraba, fragmentada, elaborada sin un plan establecido y escrita en un "itinerario tortuoso, incierto, de búsquedas múltiples y con frecuentes cambios de rumbo".
Socióloga, politóloga e historiadora son algunas de las disciplinas con las cuales se suele identificar a una pensadora inclasificable, que no siguió las huellas trazadas por las comunidades académicas de su tiempo, ni se dejó atrapar en capillas y ortodoxias académicas. María Teresa escribió en un ambiente de altísima turbulencia social, agudización del conflicto armado y profundas esperanzas e incertidumbres democráticas, y dedicó sus mejores esfuerzos a la interpretación de los procesos sociales, políticos, económicos y culturales de un país que, en sus paradojas, desafiaba el quehacer de los investigadores sociales. Sus libros, ensayos y artículos son antidogmáticos, y plantean preguntas tanto más tentativas y tanto más inquietantes que las que pretende contestar. Para una intelectual situada y comprometida con su tiempo, como era ella, no hay duda de la novedad relativa de sus posiciones, no cabe la pretensión de realizar síntesis omnicomprensivas, y no hay posibilidad de encerrarse en un esquema conceptual prestablecido o en una disciplina consagrada.
Cuando esto sucede, decía la profesora Uribe en uno de los ensayos recogidos en Un retrato fragmentado, el investigador social “queda situado en una especie de tierra de nadie y en una zona gris” en donde se desvanecen las fronteras disciplinares y se multiplican y complejizan los campos analíticos. Pero, al mismo tiempo, ese investigador está en mejores condiciones “para advertir los matices, los claroscuros, las modulaciones, las paradojas y las inconsistencias de una realidad como la colombiana, imposible de atrapar en los marcos rígidos de las teorías convencionales”.
Producción fragmentada
Su producción académica es, como ella misma lo declaraba, fragmentada, elaborada sin un plan establecido y escrita en un “itinerario tortuoso, incierto, de búsquedas múltiples y con frecuentes cambios de rumbo” como lo relata en Nación, soberano y ciudadano. Sin embargo, sus textos no son hojas sueltas y dispersas, meras piezas ocasionales o respuestas automáticas a la coyuntura. Su trabajo es el resultado del contrapunto entre el quehacer lento, sistemático y acumulativo, propio de los estudios históricos y politológicos, y los retos de interpretación que impone una realidad contrastante, móvil y elusiva como la colombiana.
El correlato de esas nuevas realidades regionales y territoriales fue la fragilidad de la soberanía estatal, que no logró ni por la vía del consenso, ni de la violencia, pacificar la sociedad y domesticar la guerra.
Muchos de sus artículos se encuentran publicados en la revista *Estudios Políticos* fueron recogidos en los libros Un retrato fragmentado. Ensayos de la vida social, económica y política de Colombia en los siglos XIX y XX (2011) y Nación, soberano y ciudadano* (2001). Además, fue coautora de los libros: La guerra por la soberanía. Memorias y relatos de la guerra civil de 1859-1862 en Colombia (2009); Las palabras de guerra: un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia (2006); La política en el escenario bélico: complejidad y fragmentación en Colombia (2003); Cien años de la prensa en Colombia 1840-1940 (2002); *El Desplazamiento forzado en Antioquia (2001); Raíces del poder regional. El caso Antioqueño* (1998); Universidad de Antioquia. Historia y presencia (1999); Urabá, región o territorio: un análisis en el contexto de la política, la historia y la etnicidad (1992); de Poderes y regiones. Problemas en la constitución de la nación colombiana 1810-1850 (1987), y Poder y control político (1985).
Si se intenta encontrar un hilo conductor en la obra de la profesora Uribe, posiblemente estaría ligado a la pregunta por el proceso de construcción del Estado nacional en Colombia. La novedad de su análisis se encuentra en que ella supo exponer, de manera original y novedosa, los perfiles particulares de una nación en la que coexisten y se amalgaman, los órdenes normativos nacionales, los órdenes societales y regionales, y los órdenes alternativos propios de los estados de guerra. La nación, estudiada a través de la relación existente entre regiones y territorios, violencias y guerras, ciudadanía y derechos, dan forma a una obra valiosa por la multiplicidad de hipótesis que ofrece y pone a prueba, y por la rica variedad de conceptos que propone y desarrolla.
Así, en los textos Las soberanías en vilo en un contexto de guerra y paz (1998) y Las soberanías en disputa: ¿Conflicto de identidades de derechos? (2000), María Teresa ofreció categorías analíticas muy útiles para estudiar el largo y difícil camino recorrido por Colombia en su proceso de construcción como nación. Las categorías de soberanías en vilo, órdenes alternativos y territorialidades bélicas, le permitieron mostrar que la prolongación en el tiempo de los estados de guerra originaron en el país unas macroregiones bélicas que desvertebraron, en la práctica, los referentes territoriales nacionales. El correlato de esas nuevas realidades regionales y territoriales fue la fragilidad de la soberanía estatal, que no logró ni por la vía del consenso, ni de la violencia, pacificar la sociedad y domesticar la guerra. La tesis de la profesora Uribe es que en un país que experimenta estados de guerra prolongados en el tiempo, se configuran órdenes políticos de hecho con pretensión de dominio territorial y legitimidad social, en los cuales la ciudadanía se torna inevitablemente mestiza y la nación se presenta escindida, dividida y fragmentada. En Colombia, dice ella, “el orden institucional público no es el orden de toda la nación; es sólo uno, que se disputa con otros la soberanía interna”, según lo analiza en Las soberanías en disputa, ¿Conflicto de identidades o de derechos?
Pasado y presente
Como lo advierte su amigo y colega, Daniel Pécaut, la obra de María Terea Uribe, se refiere tanto al siglo XIX como al presente. Ese vaivén entre el pasado y el presente le posibilitó analizar los fenómenos de la violencia en Colombia, no solo a la luz de la coyuntura actual, sino como fenómenos de larga duración. En este contexto se inscriben sus trabajos sobre las guerras civiles del siglo XIX colombiano, que habían sido invisibilizadas por gran parte de la historiografía nacional o reducidas a simples conflictos electorales o motines rutinizados, guiados por intereses caudillistas y de clientela. Contra estas lecturas, María Teresa Uribe demostró que las guerras civiles decimonónicas fueron, en lo fundamental, guerras entre ciudadanos por la construcción del Estado, la nación, la soberanía y la ciudadanía.
Los temas de la violencia y la guerra aparecen como una constante en la reflexión de la profesora Uribe. Sin embargo, ella no desconoce la relevancia de otras narraciones sobre el pasado del país, sobre todo de aquellas que han puesto el énfasis en la tradición democrática, la estabilidad económica, la continuidad institucional y la implementación de abundantes y variadas estrategias de paz y negociación. Justamente por esto, llama la atención sobre la necesidad de trascender aquellas lecturas que sostienen que la guerra constituye un paréntesis violento del devenir institucional y nos recuerda que Colombia, como ningún otro país de América Latina, se ha mantenido en los marcos de la institucionalidad moderna y cuenta con una larga y continua experiencia de negociación para la superación de los conflictos armados.
Quisiera cerrar esta breve semblanza volviendo al inicio del texto para recalcar el perfil intelectual de la profesora Uribe. Convoco esta vez unas palabras que fueron escritas por su colega Fabio Giraldo en el liber amicorum titulado Las tramas del político, elaborado por EAFIT y el Instituto de Estudios Políticos en 2009:
“La metáfora más hermosa sobre el ejercicio del pensar y el arte del pensador la elaboró Hannah Arendt al compararlos con el eterno trajín de Penélope quien «deshace cada mañana lo que acabó la víspera». La metáfora es el resumen de la historia de Penélope dedicada a tejer y a destejer lo tejido; pero también es una especie de autobiografía de una académica dedicada ya no solo a pensar, a tejer, sino al arte de pensar, destejer. Durante toda su vida intelectual María Teresa Uribe realizó ese trabajo, tratando de descubrir en lo tejido aquello que sirviera para destejerlo, mediante un artificio metodológico consistente en descubrir «terribles verdades», difíciles de ver porque lo impide un artificio contrario que consiste en «guardar las apariencias», artificio éste que es muy propio de la telaraña confusa creada por los extremismos convertidos en política, que nos alarman con apocalipsis o nos adormecen con la banalización”.