Diego Agudelo Gómez
Colaborador
Una persona del futuro que quiera echar un vistazo sobre los días que transcurren en la actualidad tendrá, más o menos, una imagen fiel de la realidad que se experimenta en cada momento. Si contara con los dispositivos correctos y los formatos en los que se almacena la memoria de hoy no se volvieran obsoletos, cualquiera podría conocer el acontecer de esta época, más o menos, con la nitidez de lo vivo: videos en alta resolución, fotografías de megapixeles en ascenso, visualizaciones en 360 grados de los lugares más asombrosos del planeta, recorridos en realidad virtual a través de acontecimientos históricos como terremotos, grandes batallas, maratones, viajes espaciales o simples caminatas a través de las ciudades y sus multitudes.
Los horrores y las maravillas de los siglos XX y XXI han sido registrados meticulosamente por los artefactos de memoria más sofisticados. Quienes quisieron dejar testimonio de los siglos anteriores, solo contaban con el despliegue de su imaginación vertido en forma de palabras o imágenes para dar cuenta de todo aquello que sus ojos veían o sus oídos escuchaban.
No se puede oír directamente el fragor de las batallas que liberaron el continente americano ni escuchar el griterío de los hombres que entregaron su vida en el combate, persiguiendo un ideal. No obstante, se pueden recrear las escenas y la intensidad de la lucha a partir de los documentos que han sobrevivido dos siglos y se resguardan en archivos y bibliotecas.
En la Sala de Patrimonio Documental, del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas de EAFIT, una colección de almanaques, gacetas, facsimilares, atlas, diarios, libros, entre otros documentos, permite reconstruir con detalle la red de acontecimientos, grandes y pequeños, por medio de la cual la idea de la liberación circuló entre los hombres y las mujeres que protagonizaron la gesta de la Independencia.
En un cuadro como la Batalla de Tacines (Pasto) (1845-1860) Espinosa recrea las truculencias de un combate: hay una humareda de confusión, en el centro del cuadro un soldado socorre a un hombre caído con la expresión de quien acude a salvar a un hermano.
La voz de aquella época aguarda entre los libros de los anaqueles. Abrir cualquier ejemplar es contemplar un retazo de la historia con los ojos de quienes la vivieron.
Abanderado del arte
El viaje puede empezar en un libro no tan antiguo, de 1998, escrito por Beatriz González. Se ocupa de la vida y la obra de un hombre que se enlistó en las tropas de Antonio Nariño cuando tenía 14 años, en 1811. Luchó como cualquier soldado, fue capturado en la derrota de la Cuchilla del Tambo en 1816 y, siendo un prófugo, aprendió técnicas pictóricas con los indígenas. En el libro José María Espinosa, abanderado del arte del siglo XIX, figuran las peripecias de este artista autodidacta que después de empuñar la espada practicó el dibujo, la pintura y el grabado, creando la iconografía de la independencia. A él se le deben los retratos más imponentes de Bolívar o Nariño; y aquellas batallas, en la que se jugó el pellejo y vio morir a sus camaradas, las dejó plasmadas en el lienzo y las narró en su relato Memorias de un abanderado, publicado en 1876.
En un cuadro como la Batalla de Tacines (Pasto) (1845-1860) Espinosa recrea las truculencias de un combate: hay una humareda de confusión, en el centro del cuadro un soldado socorre a un hombre caído con la expresión de quien acude a salvar a un hermano, un general comanda sobre un caballo la acción de las tropas y los enemigos, encumbrados en la cima de una colina, se ven lejanos, inexpugnables, victoriosos.
Los cuadros de batallas de este artista heroico son quizás el acercamiento más verídico que se tiene de esa guerra. Algunas de las pinturas como la Batalla de la Cuchilla del Tambo en inmediaciones de Popayán, en la que el combate asciende como una llamarada sobre las faldas de una montaña, hacia un cielo negro; o el de la Batalla de Juanambú, Pasto donde una luna llena apenas alcanza a iluminar los campos del horror, permiten que se conciba esa horrible noche a la que los próceres quisieron ponerle fin con su marcha libertadora.
El Correo del Orinoco hace parte de las ocho mil joyas bibliográficas de la colección de doña Pilar que llegaron a EAFIT en 2006.
Batallas de pluma y espada
El Simón Bolívar retratado por José María Espinosa tiene una expresión serena, la frente amplia y los ojos enmarcados por unas cejas que parecen en constante actividad, trenzando estrategias y afinando maquinaciones para lograr la victoria. Para Bolívar, tan importante como el certero despliegue de las tropas en el campo de batalla, era la libre circulación de la información, el enardecimiento del pueblo a través de la palabra. Fue Bolívar el artífice de una publicación fundamental en la que se registran los avances, las victorias, las capturas y los logros del ejército libertador, El Correo del Orinoco.
El ejemplar disponible en la Sala de Patrimonio Documental es un facsimilar publicado en París, en 1939. Perteneció a doña Pilar Moreno de Ángel, quien durante más de 50 años coleccionó libros de historia de Colombia, Antioquia y América Latina, además de títulos sobre arte, antropología, literatura, filosofía, sociología, derecho y geografía, entre otros. El Correo del Orinoco hace parte de las ocho mil joyas bibliográficas de la colección de doña Pilar que llegaron a EAFIT en 2006.
Esta publicación, que se imprimía en Angostura (Venezuela), circuló entre el 27 de junio de 1818 y el 23 de marzo de 1822. Bolívar lo creó para oponerse a la información de la Gaceta de Caracas, al servicio de la Corona Española. En una carta enviada a su amigo Fernando Peñalver, Bolívar deja ver la importancia que tenía para él la imprenta: “Mándeme usted de un modo u otro una imprenta que es tan útil como los pertrechos”, le decía. Y de un modo u otro la imprenta arribó a su destino y empezó a producir páginas de historia.
Las acciones de los generales, el proceder de los enemigos, el recuento de muertos, heridos y prisioneros, los pertrechos confiscados, las marchas por el vasto territorio, acciones brillantes y penosas en el combate, las hazañas de los soldados rasos, las estratagemas de los comandantes, “actas, decretos, Boletines del exército, y quantas noticias interesantes comuniquen los Gefes Militares, y los Gobernadores de las Provincias, o podamos adquirir por la correspondencia particular [sic]”, aparecían en esta publicación que circulaba de mano en mano, transportada a lo largo de un territorio de caminos agrestes, plagados de peligros.
Las hazañas del papel
Los nombres de algunos lugares ya no existen: Panamá era el Departamento del Istmo, el de Urabá se llamaba Golfo del Darién, Venezuela no era un país aparte sino un departamento integrado a los demás.
No es un asunto menor pensar en cómo circulaba el papel en aquella época. La misión de transportar los ejemplares era también asunto de vida o muerte. Otro libro encontrado en la Sala de Patrimonio Documental permite dar una mirada al territorio que debieron recorrer los papeles impresos, parapetados con los demás pertrechos que se les enviaban a las tropas y a las principales ciudades.
Historia de la revolución de la República de Colombia es una colección de diez tomos publicada en 1827 por el historiador José Manuel Restrepo. Contiene “los relatos de generales en campaña y de esas gentes del campo, selva, llano, páramo, que saboreaban por primera vez su libertad”. Esta enciclopedia de la memoria viene acompañada de un Atlas, donde las repúblicas liberadas eran un solo territorio. Los mapas son imponentes, aunque estén impresos en líneas suaves y colores tenues. Los nombres de algunos lugares ya no existen: Panamá era el Departamento del Istmo, el de Urabá se llamaba Golfo del Darién, Venezuela no era un país aparte sino un departamento integrado a los demás; en este Atlas, la región parecía ser una sola, sin divisiones, apenas aquellas demarcadas por los ríos y las cadenas de montañas que unen el territorio como un complejo sistema de vértebras y arterias.
Los huesos de esos héroes ya son polvo, pero sus ideas y sus palabras persisten gracias a colecciones como la de la Sala de Patrimonio Documental, donde se podrían consumir las horas de una vida leyendo las historias que circulaban en aquel entonces.
En este Atlas, esa tierra liberada proyecta una extensión inabarcable. Cuesta imaginar las penurias y las proezas de los hombres y las mujeres que cruzaron a pie, a lomo de mula o caballo, las llanuras, selvas, montañas, páramos y cañones de la Patria.
Los huesos de esos héroes ya son polvo, pero sus ideas y sus palabras persisten gracias a colecciones como la de la Sala de Patrimonio Documental, donde se podrían consumir las horas de una vida leyendo las historias que circulaban en aquel entonces. Algunas tan apasionantes como las publicadas por el sabio Francisco José de Caldas en el Semanario del Nuevo Reyno [sic] de Granada, la primera publicación de carácter científico que circuló entre 1808 y 1810, con una segunda vida a partir de 1811.
Y también pueden hallarse publicaciones patrióticas como el Almanaque de las Provincias Unidas del N. R. de Granada “para el año bisiesto de 1812, tercero de nuestra libertad”. Así figura la portada de este ejemplar cuyo papel tiene las marcas del tiempo, aunque sus palabras siguen tan claras como cuando salieron oliendo a tinta fresca de la imprenta.
Si se trata de conocer los sucesos que rodearon la independencia del país, a principios del siglo XIX, la colección de la Sala de Patrimonio Documental del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, que nació en febrero de 2002, deja ver las ideas y los brochazos de líderes, artistas, escritores y pensadores que vivieron la historia y dejaron un legado de palabras e imágenes impresas para que las generaciones del futuro pudieran conocer el verdadero precio de la libertad.