Juan Luis Mejía Arango
Rector
La que sigue es una imagen cargada de nostalgia para muchos milenials y representantes de la generación X! La serie, famosa en la década de los 80, se llamaba Los años maravillosos y a lo largo de sus capítulos, Kevin Arnold, el chico norteamericano protagonista de la historia, vivía una niñez y una adolescencia en la que la relación con su familia, sus primeras experiencias amorosas, la vida de colegio y la afinidad con su mejor amigo, entre otras anécdotas, marcaban la personalidad del joven de clase media, quien, por los mismos conflictos de su edad, no estuvo exento de rebeldías y de aquello que caracteriza a alguien que, pese a estas situaciones, narra en primera persona los que son los mejores años de su existencia. También, en su libro Los días azules, el escritor Fernando Vallejo evoca aquellas tardes medellinenses llenas de sol y de luz, recuerdos de juventud en los que varias generaciones amaron la vida y hoy, lustros después, la memoria se aparece de vez en vez con algún momento de ese entonces, uno bueno sin duda.
Ambas evocaciones traen consigo un propósito: hablar, precisamente, de los años maravillosos, los de los amigos o las amigas, los años de la U.
Encontrarse con los compañeros en la cafetería y comentar el partido de la Champions, preparar una exposición, trasnochar en la Biblioteca para el final de cálculo, enamorarse, ir a la obra de teatro que está en temporada o al cineclub, hacer parte del equipo de fútbol o de baloncesto, inscribirse en yoga, armar tertulia con los profes para hablar de política o de la serie que está de moda, irse de intercambio por varios meses… Esta es la universidad que se erige como experiencia de vida, como el espacio que trasciende las clases, el lugar en el que se educa y en el que se forma como ciudadanos a quienes tomarán las decisiones en un futuro no lejano. Es en estos campus en los que vocación y pasión se entrelazan, en los que se vive una libertad responsable, en donde se permite pensar diferente, en los que no hay distingo de clases y en donde es posible atreverse a cambiar el mundo.
Y es válido volver sobre tales reflexiones ahora que se habla de la diferencia entre educar y capacitar, conceptos que llevan a situaciones distintas en la experiencia del aprendizaje, y que no solo se alejan la una de la otra en la búsqueda del conocimiento, sino en cómo se asume la práctica de la vida universitaria, un universo de posibilidades que invita a entender lo que hay en juego en pleno desarrollo de lo que se conoce en la actualidad como la cuarta revolución industrial. Esto nos exige a las instituciones de educación superior, como actores de primer orden, asumir una posición innovadora que responda a los retos de este cambio de paradigma, el mismo que involucra el futuro de la universidad como agente de transformación.
Y sí, por estos días es común escuchar voces disímiles que cuestionan dicha función, teniendo en cuenta que, según la proliferación de la tecnología, es válido ingresar a internet, cursar un tutorial y evitar así el paso por las aulas, pues de esta forma puede alcanzarse una capacitación que aliste a los individuos, por ejemplo, para la vida laboral.
¿Pero será suficiente? Un imperativo que es ineludible subrayar, y que debe servir como punto de partida para una discusión que plantee los desafíos que es necesario asumir para enfrentar con argumentos sólidos posiciones de este tipo, es la obligación permanente de la universidad por renovarse y por educar no solo para el presente sino para el futuro. Todos los días, de camino a EAFIT, me pregunto si el conocimiento que generamos es pertinente, es decir, si va a servirles a los jóvenes en una sociedad altamente competitiva y mediada por la inteligencia artificial, el big data o el internet de las cosas, para mencionar algunos de los medios vigentes. Es que muchos de quienes se inscriben hoy en los pregrados que se ofrecen en las instituciones de educación superior seguro van a desempeñarse en labores que todavía no existen o en la resolución de problemas que ni siquiera se han formulado. Por eso, ¿los preparamos con las habilidades y las competencias que son?, ¿conectamos las necesidades de la sociedad con el conocimiento que genera la academia?
La universidad, esa institución cuyos aportes han ayudado a enriquecer el acervo cultural de la humanidad a lo largo de los siglos, atraviesa por un momento de transición que merece la atención prioritaria de su clase dirigente y del entorno que la rodea. En sus claustros habita una gran parte del repositorio en el que nuestra especie acumula el saber que ha generado durante la historia y que transmite a las nuevas generaciones.
EAFIT ha asumido este momento con la convicción de que sí es posible responder a las tantas preguntas que se formulan hoy desde diferentes esferas de lo público y lo privado. El Itinerario EAFIT 2030, la hoja de ruta propuesta para afrontar los cambios que exige de por sí el mundo de la educación y del trabajo, plantea cuatro retos que deben abordarse para hablarle al futuro con esperanza y determinación. Estos son transición demográfica y equidad, la cuarta revolución industrial y nuevas demandas laborales, habilidades del siglo XXI y nuevas pedagogías centradas en el aprendizaje, y desarrollo humano y sostenibilidad.
Es, de esta manera, poner a disposición de todas las generaciones, desde los niños hasta de quienes ya culminaron su vida laboral, la capacidad de la Universidad para que acá puedan cumplirse sus sueños, y quienes en estas aulas se formen lo hagan con criterios vigentes y con la mirada sostenida en mejorar el statu quo de una sociedad que no nos tiene conformes. Nuestra esencia es formar seres humanos éticos y responsables de su compromiso con el planeta y, como el caso de Kevin, lograr que en este campus vivan sus años maravillosos, años de poesía y aprendizajes, en una institución que durante seis décadas ha sabido transformarse para que todos los días sean azules.