Mario Alberto Duque Cardozo
Colaborador
Juan Gabriel Vásquez andaba por Portugal y España cuando apenas comenzaba la pandemia y llegó a Colombia con una angustia que se convirtió luego en tristeza, cuando se conoció, días después, la muerte del escritor Luis Sepúlveda, su amigo.
¿Cómo lleva la cuarentena?, le pregunto. Si antes el clima era un pretexto para iniciar una charla, estos meses de 2020 se recordarán —entre otras cosas— como aquellos en los que el aislamiento era también la forma de empezar una conversación y “cuídese mucho”, una manera amable de despedirse.
Yo no he escrito absolutamente nada que no haya salido de una experiencia directa. Todas mis novelas son así, salvo quizá
Historia secreta de Costaguana, que es un libro que nace de una lectura
“Este encierro no es muy distinto de mis rutinas normales, de manera que para mí ha significado, más bien, más horas para trabajar en la novela que estoy escribiendo y más horas para preocuparme por lo que nos espera como país”.
La novela de la que habla es una sobre la vida de Sergio Cabrera, el director de cine. “No hay mucha invención. Ya todo el material lo tengo: 30 horas de conversaciones con Sergio, documentos que él me ha prestado, mucha investigación. Los problemas son más bien técnicos, de tono del lenguaje, de arquitectura de la novela. Todo está ahí y yo solo tengo que ponerlo en el lugar correcto”.
Es como si las pestes y los encierros confabularan a favor de los escritores.
“Sí, esta es la última en un inventario largo de cómo las pestes producen literatura, ¡qué vaina!”
En enero, cuando estaba lejos el encierro, Juan Gabriel Vásquez Velandia recibió el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana — que entregan EAFIT, Grupo Familia y Caracol Televisión— por su libro de cuentos
Canciones para el incendio, una serie de relatos que ocurren lo mismo en un aeropuerto de París que en la Bogotá de finales de los 40, en Circasia o en los Llanos.
¿Quién le presta las historias a Juan Gabriel Vásquez? ¿De dónde vienen?
“Yo no he escrito absolutamente nada que no haya salido de una experiencia directa. Todas mis novelas son así, salvo quizá
Historia secreta de Costaguana, que es un libro que nace de una lectura. Cada cuento y cada novela, incluidos los de
Canciones para el incendio, salen de cosas que me han pasado, que he vivido. O de encuentros con gente que me ha contado historias”.
El día de la entrega del Premio de Narrativa Colombia. Fue el 28 de enero de 2020 en el Auditorio Fundadores de EAFIT.
“Eso pasa con el último cuento del libro, por ejemplo, que es el que le da nombre a la colección, que nace de evidencias directas, de la experiencia de una novela anterior, de la visita al Cementerio Libre de Circasia, de mi interés en ciertos episodios de la historia colombiana... Y luego lo que hago es inventar un personaje o unas circunstancias que saquen el significado de la evidencia”.
“Eso ocurre con el cuento
Aeropuerto, que surge de una anécdota más bien banal, del día que trabajé como extra de una película de Roman Polanski. Eso es una tontería, pero ahí pasó algo que tenía un significado más profundo y más importante. Y el cuento está construido para sacar ese significado de una anécdota que en principio es simplemente eso, una anécdota”.
“O la vez que me fui de gira con los Tigres del Norte, que le dio vida al cuento
El último corrido. Allí pasó algo que me dio para darle vida a unos personajes y una situación ficticia para contar algo sobre nuestra condición humana”.
La condición humana. En la obra de Juan Gabriel Vásquez hay una preocupación por ella, un intento por encontrar uno de los hilos de la madeja, que para él bien podría ser la violencia.
¿Somos violentos los humanos?
“Es una de las obsesiones de mi literatura. Pero eso no lo escoge uno. Nadie escoge sus fantasmas y sus demonios, pero la violencia en general y la violencia de la vida colombiana es uno de los míos”.
“No sé a qué se deba. Quizá haber sido de esa generación que vivió de manera muy directa e impredecible esa violencia que no era solamente política, que nadie podía evitar, que nadie estaba a salvo de que le tocara una bomba”.
“Tal vez pasar de la niñez a la vida adulta en una época de incertidumbre, con cierto miedo, le deja a uno la semilla de una obsesión”.
Yo soy un novelista, de manera que cinco días a la semana vivo en la incertidumbre y otros dos estoy seguro de algo, que es una manera muy rara de andar por el mundo, pero me parece también que contribuir a la conversación pública en esa medida humilde es necesaria y puede que a alguien le sirva de algo
“Luego está mi interés por saber de dónde venimos como país (que está en todos mis libros), por investigar el pasado colombiano”.
“La idea que yo he tenido siempre de que el pasado no es una cosa que está escrita en los libros de historia, sino es una fuerza que nos moldea y nos afecta las vidas privadas todos los días, me ha llevado a examinar en mis libros y cuentos esos momentos del pasado”.
“Y resulta que —y puede que me equivoque— para mí los momentos del pasado que más moldean el presente de una sociedad y de un individuo son los momentos de violencia: los asesinatos, los magnicidios, las guerras... Eso es lo que nos da la esencia de lo que somos”.
“He tratado de dejar eso claro en mis libros y en los cuentos de
Canciones para el incendio, también”.
En las novelas de Juan Gabriel hay indagaciones sobre el asesinato de Rafael Uribe Uribe y el de Gaitán, las bombas, el narcotráfico. Canciones para el incendio no es la excepción. Está “la gran violencia”, la evidente, pero también otras más pequeñas “la que le sucede a una persona que tenemos cerca o que vemos de cerca”. Sus cuentos son, quizá, una manera de entendernos o de acercarnos a eso que no nos gusta como sociedad o como personas.
Estos cuentos, además, están tejidos con la pericia de quien conoce el oficio y nutridos por la pluma de quien ha seguido la tradición del género. Y pese a que en su haber hay más novelas que relatos cortos, él mismo reconoce que a su literatura la salvaron los cuentos.
“Mi primer libro de cuentos, que publiqué en el año 2001, lo escribí en un estado de angustia total”.
“Yo había publicado dos novelas que me parecían, a mí, fracasadas o defectuosas, que no debía de haber publicado. Y escribí ese primer libro de cuentos como caminando sobre cáscaras de huevo pensando ‘esta es la última oportunidad que me doy, si este libro no me deja contento, quizá es que yo no soy un escritor, después de todo’”.
“Y entonces lo escribí con mucha angustia, frase por frase, con mucho cuidado, siguiendo muy de cerca el libro de reglas que yo me había armado con mis lecturas”.
El libro funcionó. Se llamó
Los amantes de todos los santos.
“Luego vinieron las novelas, que cada una representa una cantidad de problemas distintos e incertidumbres, angustias e inseguridades, pero que fui escribiendo y quedaron como quedaron”.
“Pero
Canciones para el incendio, que escribí después de 15 años de pensar en términos de novela solamente, lo escribí con una cantidad de lecturas que había venido haciendo casi sin darme cuenta, con algo que parecía un pequeño dominio sobre los elementos técnicos de un escritor, con un cierto conocimiento de cómo funcionaba el género”.
“Me puse a escribirlo y lo hice con una sensación totalmente opuesta a ese primer libro de cuentos. Es decir, con una sensación de poder romper las reglas que tanto había respetado y fue muy divertido, fue una sensación de exaltación. Sentir que puede ser que sepa poco de este oficio, pero lo que sé, lo estoy usando. Eso fue muy satisfactorio”.
¿Adónde hay que rastrear sus influencias literarias?
“Son incontables, por fortuna. Cuantas más influencias tenga uno, más original puede ser lo que escriba”.
“Hay dos tipos de escritores: los que tratan de esconder sus influencias, de negar a sus padres; y los que tratan más bien de divulgarlas, de exponerlas, de sacarlas a la luz... Yo soy de esos últimos. Me gusta hablar de eso, señalarlas, decirle al mundo que en esta página está la influencia de Javier Marías y en esta otra, la de Conrad. Eso me gusta y me interesa como novelista y como escritor”.
“En mi caso hay muchas, desde las más profundas de las novelas con las que crecí que son las del boom latinoamericano y las de la generación que escribió en inglés entre las guerras. García Márquez, Vargas Llosa, Borges y Onetti. Pero también Hemingway, James Joyce, Fitzgerald... Esas son las originales”.
Hay dos tipos de escritores: los que tratan de esconder sus influencias, de negar a sus padres; y los que tratan más bien de divulgarlas, de exponerlas, de sacarlas a la luz... Yo soy de esos últimos
“Luego descubrí otros escritores que tienen una importancia todavía mayor, porque son aquellos sin los cuales —estoy muy consciente— yo no habría podido escribir mis libros. Joseph Conrad está ahí. También Philip Roth. Javier Marías fue muy importante en algún momento, pues me ayudó a liberar una frase que me ayudó a escribir
Los informantes”.
“En el caso de
Canciones para el incendio son influencias distintas, porque evidentemente son cuentistas los que están presentes en ese libro. Y allí podría hablar de Alice Munro, que es muy importante para enseñarme que se podían hacer cosas que yo no creía que se podían hacer. Pero también del papá de todo el mundo, que es Chejov”.
“Tendría que decir que, curiosamente, en las influencias de mis cuentos no están tanto la tradición latinoamericana. Está Borges, sí, pero más allá de eso está la tradición anglosajona con Dublineses, de Joyce. Y otros escritores norteamericanos como John Cheever. Gente que vienen todos de Chejov”.
Tantos cuentistas para un género que parece, en ocasiones, aplastado por la cantidad de novelas que se publican cada año, las listas de novedades, los best seller...
Canciones para el incendio, de Juan Gabriel Vásquez, competía en la sexta edición del PBNC con las novelas
Donde nadie me espere, de Piedad Bonnett; y
Guayacanal de William Ospina.
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Juan Gabriel se une a la lista de ganadores de PBNC que también han recibido Juan Esteban Constaín por la mejor obra publicada en 2014 con
El hombre que no fue Jueves; Andrés Felipe Solano (2015) con
Corea: apuntes desde la cuerda floja; Patricia Engel (2016),
por Vida; Pilar Quintana (2017), con
La perra; y Ricardo Silva (2018) por
Cómo perderlo todo.
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¿Es extraño para la industria editorial el cuento?
“Siempre una editorial prefiere una novela sobre una serie de cuentos. A mí me tienen mucha paciencia. El libro de cuentos lo entregué después de haber publicado un libro de ensayos literarios sobre el arte de la novela, de manera que eso ya era como forzar el asunto al máximo”.
“Por eso agradezco mucho al jurado del premio en EAFIT que lo haya distinguido, porque para mí es una tranquilidad y una reivindicación porque pone el género bajo los reflectores y la atención del público. Y manda el mensaje de que el cuento tal vez no sea el patito feo de la literatura después de todo, a pesar de que sigue siendo un género minoritario”.
“El cuento es, tal vez, más exigente que la novela, le pide más al lector a pesar de su brevedad, porque necesita que colabore con la construcción del significado y que ponga más atención para no perder los detalles y que haga un esfuerzo de imaginación y de empatía para estar con los personajes”.
“Creo que el cuento sigue siendo menos popular que la novela, pero en una tradición como la nuestra, donde el cuento es mucho más fuerte que en otras, donde un escritor puede tener una altísima reputación solo con cuentos —como es el caso de Borges—, pues los lectores se van dando cuenta de los placeres y las satisfacciones del género. Y quizá premios como este contribuyan a eso”.
Me pareció un premio muy valioso desde el principio, desde que se lo inventó la Universidad. Ya había sido finalista con La forma de las ruinas. Además, que el premio haya sido para un libro de cuentos.
Premios como este. Cuando subió al escenario a recogerlo y el 2020 todavía era un año prometedor que apenas estábamos estrenando, Juan Gabriel Vásquez confesó que ese era el primer premio que recibía en Colombia a su obra literaria.
¿Lo emocionó obtener el primer lugar en el premio de Narrativa?
“Sí, es uno de los premios que más me han tocado algo emocional. Los reconocimientos que recibieron las novelas antes, por fuera del país, fueron muy importantes para mí, pero hay algo difícil de explicar en la relación que tiene un escritor con su país, que siempre es tensa y difícil, siempre está contaminada por mil cosas: asuntos políticos, por ejemplo. Sé que mis opiniones políticas me han quitado lectores o me han granjeado enemigos.
“Y también soy consciente de que en todo sistema literario hay mecanismos de envidias y de resentimientos que contaminan la recepción de un libro”.
“Entonces que este premio fuera el primero que recibo en Colombia, aparte de los trabajos periodísticos que he hecho, pues me dio mucho gusto”.
Lo dice él mismo: quizá sus opiniones le han restado lectores y le han granjeado enemigos. Pero lo siente como un sentido del deber.
“No creo que un escritor tenga ninguna obligación de participar en política, ni en debates, más allá de escribir el mejor libro posible, esa es su única obligación”. Lo dice con claridad, pero hay otros asuntos que le dan vueltas en su cabeza, más allá de las experiencias que vuelve cuentos o novelas.
Por eso desde columnas de opinión o entrevistas en las que ha dado su apoyo a asuntos como el Proceso de Paz con las Farc, el derecho de una mujer a abortar cuando quiera, el matrimonio igualitario y la legalización de la droga.
“Sí he sentido, quizá por razones que tengan que ver con mi educación literaria o con los escritores que más me han importado (que son con mucha frecuencia intelectuales públicos) o por el hecho de vivir en un país donde la voz de la gente que escribe libros tiene cierta presencia... Por todas esas razones yo he sentido una especie de deber como ciudadano y si a todo eso le añadimos que, genuinamente, me interesa la conversación pública sobre la sociedad que queremos; genuinamente me interesa el debate para defender un modelo de sociedad que tengo en mente, pues entonces eso es lo que me lleva a escribir los artículos que escribo y a opinar como opino”.
Podría quedarse callado, él lo sabe. “Y ahorrarme problemas y enemigos e insultos y probablemente vender más libros, pero no lo logro”.
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“Me pareció un premio muy valioso desde el principio, desde que se lo inventó la Universidad. Ya había sido finalista con
La forma de las ruinas. Además, que el premio haya sido para un libro de cuentos, un libro que me había dejado contento por razones personales, que había escrito con esa sensación de gozo, que entregaba un jurado que respeto mucho, un premio donde fui finalista con dos escritores que admiro profundamente... Todas las circunstancias fueron muy bellas y me ha dado mucha satisfacción esta distinción que recibió el libro”.