Sol Astrid Giraldo E.
Curadora
Cuando en 1962 la recién fundada Escuela de Administración y Finanzas (EAF) puso la primera piedra de su nueva sede en un lote de La Aguacatala (Medellín), parecía que la colocaba en medio de la nada. Se trataba de un terreno campestre, “situado en el paraje llamado Guayabal del sector del Poblado” (registro de Instrumentos Públicos y Privados del Circuito de Medellín. No 64321), limitado por el occidente “con la avenida derecha del río Medellín”; y por “linderos con antiguo cauce del río, que queda a su vez colindante de la faja del Ferrocarril”. Era una vega del río que pertenecía a Riobamba, una de las tradicionales fincas de El Poblado. Así recuerda el entorno Gabriel Llano: “La línea ferroviaria, con el correr de los años, se convirtió en la avenida Las Vegas. El lote al occidente de línea lo ocupa actualmente la Universidad EAFIT. En el resto de la finca (entre la línea ferroviaria y la portada) está hoy la Unidad Residencial Riobamba”.
No había nada, pero teníamos la visión de que Medellín echaría para acá. Decíamos: ‘¡Esta zona de El Poblado tan bonita!, ¡estas fincas!’. Compramos a $6,20 pesos la vara cuadrada, o sea a $9,30 pesos metro cuadrado. Era un precio normal.
Según Isabel Correa, arquitecta a cargo de la investigación urbanística de la exposición Tejer Territorio, este era entonces un “sector con vocación indefinida, pero adyacente a una de las obras de infraestructura más estratégicas de la época: la rectificación y la canalización del río Aburrá y la construcción de la vía regional paralela. Los fundadores de la Universidad supieron prever la consolidación del sur del valle como eje de desarrollo industrial y empresarial, así como su posible valorización gracias a su atractivo como sector residencial”.
Este análisis lo ratifica Jorge Iván Rodríguez Castaño, uno de los fundadores de la Universidad e integrante activo del Consejo Superior: “¡Esto era aislado! —dice—. A nivel industrial lo veíamos importante, pero pensábamos en estar cerca de un buen lugar a nivel social. No había nada, pero teníamos la visión de que Medellín echaría para acá. Decíamos: ‘¡Esta zona de El Poblado tan bonita!, ¡estas fincas!’. Compramos a $6,20 pesos la vara cuadrada, o sea a $9,30 pesos metro cuadrado. Era un precio normal. Y entre muchos discutíamos dónde, ¡y todos coincidimos que el sitio era este!”.
La avenida Regional y la de las Vegas no se habían trazado. Debido a las pocas vías, los carros excepcionalmente circulaban por la zona, y el Metro estaba lejos de empezar su historia.
Entonces en sus alrededores no existía ninguno de los referentes urbanos actuales. El predio no tenía vecinos. Y así lo confirman sus primeros estudiantes: “Esto era una manga. Lo más cercano que había construido era Colcafé. Estaba también, más abajo, Industrias Apolo, la que hacía las cuchillas para los tractores. Ni siquiera había barrios residenciales. Solo un puentecito que se llamaba La Aguacatala. No había nada más”.
Por supuesto, tampoco estaban las instituciones que luego se asentarían en las inmediaciones como el Politécnico Jaime Isaza Cadavid (1964), la Institución Educativa Inem José Félix de Restrepo (1970) o el Colegio San José de las Vegas (1975). La avenida Regional y la de las Vegas no se habían trazado. Debido a las pocas vías, los carros excepcionalmente circulaban por la zona, y el Metro estaba lejos de empezar su historia.
Los primeros estudiantes llegaron el 14 de agosto de 1963: “Lo que encontramos fue un salón de clase en un galpón para aulas y otro galpón donde estaban las oficinas. El ambiente era muy bueno porque era campestre, sabroso, con esos edificios nuevos. Había buena zona verde, entonces jugábamos fútbol y voleibol. Al lado de Junín lo que había era una manga. No existía la cafetería ni nada de eso, apenas una casita donde estaban los celadores”. Para acceder a la recién fundada Escuela, los estudiantes debían pasar un tubo sobre el río Medellín. El clima también era otro, tanto que algunos usaban ruanas para asistir a las frías clases de la seis de la mañana. Desde las ventanas de los salones, a veces espantando mosquitos, veían pastar un chivo y una llama, mientras a lo lejos se escuchaban los últimos viajes del tren atravesando el Valle de Aburrá.
La Escuela ya venía funcionando desde 1960, inicialmente en el sexto piso del Banco Central Hipotecario (donde se dio la primera clase, el 17 de agosto de ese año), y luego (desde el 7 de octubre) en una casa ubicada en El Palo, entre La Playa y Maracaibo (Medellín). Sin embargo, estaba claro que este espacio era insuficiente para los ambiciosos planes: “Se sabía —dicen los estudiantes de la primera promoción— que la oficina del Banco y la casa eran algo temporal. Como la fundación se hizo con asesoría de la Universidad de Syracuse, el modelo era un campus estadounidense, que estuviera en las afueras, donde hubiera espacio. Se tenía en mente que esto iba a crecer. Inclusive en los estatutos iniciales de la Escuela de Administración se hablaba de otras carreras”.
Muy pronto comenzaron entonces las negociaciones de un lote en la retirada Aguacatala. Aunque la mayor parte del sector educativo de la ciudad (a excepción de la Universidad Pontificia Bolivariana) estaba en el centro, los fundadores apuntaron la flecha de su futuro hacia el sur. Así fueron llegando a un terreno, razonablemente cerca de la pujante industria local, pero, que tenía la ventaja de colindar con la mejor zona residencial de la ciudad: “Alejados, pero bien rodeados”, dice Jorge Iván Rodríguez.
Territorio Aguacatala
La intención de la exposición EAFIT 60 años, tejer territorio fue mostrar por medio de mapas, planos, fotografías y una exhaustiva línea de tiempo los principales hitos históricos, ambientales y urbanísticos desde los albores de la historia de la ciudad hasta las últimas seis décadas del desarrollo de La Aguacatala. Se visibiliza en su recorrido la importancia del río Medellín y la cuenca hidrográfica en la conformación de este territorio primigenio. También las relaciones del sur con el centro histórico, desde su aislamiento inicial hasta que se vuelve parte de un complejo tejido urbano, gracias a desarrollos como la rectificación del río, los procesos de poblamiento, la evolución de la red vial y de transporte, con el trazado de vías fundamentales como Industriales y Las Vegas ya en la década de los 70. Todos estos dinámicos fenómenos urbanísticos son los que han generado el Territorio Aguacatala donde está hoy inserta EAFIT. Tejido urbano que la misma Universidad ha jalonado y al que ha logrado conferirle la específica vocación educativa que hoy tiene. Por eso, finalmente, se describe la UniverCiudad que se ha ido gestando alrededor de la avenida Las Vegas.
Territorio ancestral
En la revisión histórica no se dejaron por fuera las raíces precolombinas de este territorio, y por esto se les incluyó como uno de sus principales componentes. El Territorio ancestral es relatado por un testigo en primera fila como lo es el arqueólogo Pablo Aristizábal, quien, junto a su equipo, realizó un importante hallazgo en la zona. Aristizábal cuenta cómo gracias a las excavaciones realizadas en Los Guayabos (el último adquirido por la Universidad), hoy se tiene la certeza de la presencia humana desde hace 1500 años en el lugar. El cementerio indígena que allí se descubrió y sus seis vasijas funerarias se constituyen en un vientre simbólico que la exposición propone como regenerador e impulsador de los nuevos tiempos.
Territorio imaginado
Este componente de la muestra recoge algunas de las obras de narradores y artistas antioqueños que se han referido a La Aguacatala y le han dado una identidad literaria y plástica. Se evocan aquí algunos fragmentos del reportaje El Crimen de Aguacatal de Francisco de Paula Muñoz, quien en 1874 realiza la primera descripción literaria del lugar. También se invita a Manuel Uribe Ángel, Jorge Franco, Tomás González y Rocío Vélez, entre otros escritores que han mirado al sur de Medellín. Y se cruzan con estas narraciones otras realizadas desde la plástica como Murmullos Aburráes del artista contemporáneo Ómar Ruiz, la reproducción de la desaparecida casa donde tuvo lugar el mítico “crimen del Aguacatal”, dibujos de Luis Bernardo Vieco del Ferrocarril de Antioquia y de los coches de caballo, el Puente de La Aguacatala visto por Darío Tobón, una panorámica de El Castillo y sus alrededores realizada por Jorge Cárdenas en la década de los 60 y la serie sobre el Río Medellín del Grupo Utopía (1981). Finaliza el recorrido con un homenaje a la instalación escultórica Ágora de Hugo Zapata en el campus de EAFIT, resaltando la forma como reconcilia a La Aguacatala, no solo con sus raíces arqueológicas, ancestrales y naturales, sino también con su reciente vocación educativa y cultural.
Investigación visual e interdisciplinaria
Es de resaltar el carácter interdisciplinario y colaborativo que tuvo esta exposición. Fue una idea del rector Juan Luis Mejía Arango homenajear los 60 años de la Universidad investigando la conformación urbanística del sector donde se ubica el campus para resaltar su notable transformación a lo largo de este mismo período. En el desarrollo del proyecto participaron Extensión Cultural, el Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam), el Departamento de Comunicación, la Sala de Patrimonio Documental y el Centro de Administración Documental (CAD), entre otras dependencias de la Universidad. Fue un intenso trabajo colaborativo desde todos estos frentes, que además estuvo apoyado por la memoria afectiva de varios de sus fundadores y egresados. Gracias a todas estas voces se pudo revisar el vital proceso que es la Universidad EAFIT, el que, según dice Jorge Iván Rodríguez, “no tiene final”.
Acceda a la exposición EAFIT 60 años, tejer territorio